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Vacaciones

Gracias por el fútbol



Cuando en aquellos largos veranos de la preadolescencia coincidía año de Mundial o Eurocopa los muchachos de la pandilla salpicábamos el tradicional partidillo vespertino con un aliciente para la rivalidad. De repente cada uno de nosotros nos “pedíamos” ser un jugador de los que por entonces tenía los focos del mundo encima y a veces, cuando había consenso, lo que nos pedíamos era ser una determinada selección. Para evitar conflictos no se podía elegir España o ningún jugador español (aunque no eran los más solicitados precisamente por aquel entonces) pero yo indefectiblemente solía elegir Van Basten y normalmente quería ser Holanda. Quería ser Holanda por su estética y valiente forma de entender el fútbol que desde pequeño me fascinó y de la que creo que es deudor el actual Barça y por ende la selección española. También quería ser Holanda cuando jugábamos a las chapas y años más tarde también solía ser Holanda jugando a la Play Station. Siempre he querido ser Holanda hasta hace unas horas en que se me han quitado las ganas. Holanda, la que yo recordaba, ya no existe. Se ha vulgarizado hasta ser simplemente otra selección más.

Señores, somos campeones del mundo. España es campeona del mundo de fútbol y lo es derrochando sufrimiento, personalidad y estilo que es como mejor sabe. Tras un partido, por llamarlo de alguna forma, plagado de suciedad, malas intenciones, anti deportividad y esa materia de la que poco a poco se empapa el fútbol moderno, ese cancerígeno veneno diría yo, que eufemísticamente llaman el otro fútbol, al final ganó el que tenía que ganar, el fútbol. El de verdad. El verdadero.

En un domingo bochornoso donde el calor no dejaba de hacer rehenes en la calle se respiraba una sospechosa calma tensa provocada por la excitación de caminar por un camino por el que nunca se había transitado. Le preguntaban a Camacho los iluminados de Telecinco sobre lo que se sentiría estando dentro del autobús que se dirigía al estadio para disputar la final y Camacho fue tan sincero como certero: “no lo sé. Nunca he estado ahí”. Muy pocos habían estado ahí y muy pocos lo estarán. Las ventanas de Madrid estaban plagadas de banderas y por primera vez desde que tengo uso de razón podía sentir una especie de patriotismo real, sano, sincero y sin lamentables tintes políticos. No éramos de esa España que recuerda con rencor, que se pelea o se desangra por oscuros intereses, no éramos la España de envidiosos, caraduras, listos, lazarillos y tramposos sino la España alegre, humilde y divertida que se junta de forma solidaria para llegar dónde sea necesario llegar. Esa España que está ahí pero que tan pocas veces conseguimos ver.

El partido casi es lo de menos gracias a los criminales de guerra vestidos con la elástica Orange. El pitido inicial que ponía fin a una preciosa ceremonia de clausura dejaba las cosas claras: España quería ganar sin renunciar a su estilo y estaba enchufadísima. Holanda tenía otros planes más perversos. Sergio Ramos lo tuvo en su cabeza y todavía pudimos disfrutar de alguna ocasión más antes de que los señores vestidos de naranja sacaran el hacha de guerra.

No nos confundamos, una cosa es tener un estilo deportivo basado en el físico, el rigor táctico y la contención (que puede no ser muy vistoso pero es lícito) y otra cosa es lo que intentaron los holandeses ayer. Una cosa es parar el juego a base de presión, ayudas y anticipación y otra muy distinta hacerlo a base de patadas mal intencionadas. Una cosa es desactivar la línea de creación por acumulación de músculo y otra clavarle los tacos en el pecho al contrario. Una cosa es amedrentar al contrario porque siempre llegas a la pelota antes que él y otra es protestar todo lo que pasa en el campo para amedrentar el humano que está dentro del trencilla. La afición vuelca hoy su ira hoy contra el británico que actuó como colegiado ayer pero para mí, admitiendo que fue muy malo, lo verdaderamente lamentable es la actitud de la otrora señorial y estética selección holandesa.

Pero no nos tiremos de los pelos. Ayer me hacía mucha gracia ver a la plana mayor del carrusel deportivo de la SER indignarse como basiliscos con la actitud de los holandeses y la condescendencia del árbitro pero entonces me acordé de lo poco acostumbrado que está esta gente, de claro poso madrista, a sufrir en sus carnes los límites de la legalidad. Nosotros en el Calderón estamos más acostumbrados y no hace falta remontarse mucho para comprobarlo. ¿Alguien recuerda como se llevo el Sevilla la última copa del Rey? Pues exactamente así. Metieron un gol y se dejo de jugar más por lo criminal que por lo civil.

Pero dejémonos de partidismo hoy que todos estamos del mismo lado de la barrera. El final de la primera parte dejó un pesado poso amargo de impotencia y pánico. Impotencia por sentirse desamparado ante la violencia gratuita y desmedida del indigno rival (como eche de menos el señorío alemán) sumado al pánico de pensar que una propuesta futbolista tan ruin y lamentable pudiese alzar el trofeo que acredita como campeón del mundo.

La segunda parte sin embargo dejó mejores sensaciones gracias a la mejor circulación de balón de los españoles que seguía si servir para crear muchas ocasiones de gol pero al menos evitaba las patadas indiscriminadas de los leñadores rubitos. Poco a poco los de “la roja” se hicieron con el mando absoluto de todo y cada vez se veía más cerca el gol salvador. En ese sentido fue crucial la salida de Navas que sin hacer un gran partido sirvió para descongestionar el centro del campo y abrir ligeramente el equipo dejando más oxígeno en la línea de creación. Aun así, lejos de llegar el gol hispano lo que llegó fue una de las jugadas claves del partido cuando en un fallo garrafal de los centrales (precedido por supuesto de una falta holandesa que el árbitro no pito) Robben se quedó sólo delante de Casillas para que el madrileño volviese a demostrar al mundo lo excelente portero que es. Unos minutos más tarde también volvería a demostrar al mundo que además es una excelente persona.

La prorroga puso en el campo a Cesc (crucial) y a Torres (apagado, triste y lesionado) pero el héroe de la noche fue uno de esos tipos que cae bien a todo el mundo y que da la sensación de merecer todo lo bueno que le pase: Andrés Iniesta. Un tipo que marcando en la final de un mundial decide acordarse de un compañero fallecido que ni siquiera era de tu equipo sinceramente hace que se me paralice la sangre.

Con los holandeses reculando algo descolocados Torres recibe un balón en la banda izquierda. Levanta la cabeza y ve la entrada de Iniesta por el lado contrario. La idea es excelente pero el estado de forma del de Fuenlabrada hace que el pase no sea lo preciso que debería ser y el central holandés consigue despejar el balón de forma poco ortodoxa. Por allí son embargo aparece el bueno de Cesc Fábregas que sabiendo que la idea buena era la de Torres decide llevarla a cabo, esta vez con precisión. Para el balón, se gira y mete un pase diagonal a un Andrés Iniesta que entra por la derecha en posición correcta. El de Albacete se lleva esa mierda de balón a trancas y barrancas y aprovecha el irregular bote que eleva el balón hasta la estratosfera para en la caída empalmar el esférico, supuestamente más esférico que nunca, hasta el fondo de la virginal red….

¡¡Goooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooool!!

España es campeona del mundo.

La celebración posterior en el campo fue tal y como corresponde a un grupo genial de jugadores. Alegre y respetuosa. Fastuosa y humilde. Desde los abrazos a los holandeses al recuerdo a Puerta. Desde el sincero abrazo de Puyol y Casillas al emocionado abrazo de Del Bosque con un Torres deshecho en lágrimas cuando encaraba el pasillo hacia la copa. Desde los vecinos de mi barrio que chillaban como locos ahogando mis propios gritos hasta el espectacular, sincero y precioso morreo de Casillas a su sufrida novia. Si ganar es la leche hacerlo con tanta clase, tanto estilo y tanta elegancia lo es todavía más.

Me siento muy orgulloso de mi equipo.

¡Qué siga la fiesta!