Muchas gracias a todos los que os habéis pasado por aquí durante todos estos años.

Puedes encontrarme en www.enniosotanaz.com o enniosotanaz@hotmail.com

¡Un abrazo!

Diez años

Tal día como hoy pero hace exactamente diez años se me ocurrió la idea de crear un blog para hablar sobre el Atlético de Madrid. Llevaba tiempo dándole vueltas. El abandono del infierno de la segunda división no había sido lo que esperábamos y el Atleti andaba en horas muy bajas. No sólo desde el punto de vista deportivo. El Club, siempre a sus cosas, parecía conformarse con ese estatus que rondaba la mediocridad y los medios de comunicación, obsesionados con vivir exclusivamente de lo que generase el monstruo Madrid/Barça, parecían querer limitarse a certificar esa realidad que nos otorgaba un triste papel de bufón.

No es que un servidor pretendiese cambiar el mundo (hubiese sido un ingenuo además de un arrogante) pero tenía claro que opinaba muy diferente de lo que leía, de lo que veía y de lo que escuchaba alrededor. Estaba convencido de que había otras opiniones distintas dentro del universo colchonero pero que luego no aparecían plasmadas en ningún sitio oficial. Creía el tratamiento que se le estaba dando a la historia, a la esencia y al legado del Atleti era completamente erróneo. Tenía que decirlo en voz alta o, al menos, contárselo a mis amigos. 

La salida de Fernando Torres el 4 de julio de 2007 fue la chispa que generó el fuego. Busqué un lugar gratuito para crear blogs, elegí la famosa frase de Calderón de la Barca para decorar lo que venía y me puse a ello. Voilà! 

Diez años más tarde, 621 artículos después, el blog sigue vivo. Ha relatado momentos calamitosos y también situaciones próximas al Nirvana. Ha recogido furia, cariño, pesadez, ansiedad, alegría, melancolía, enfado, emoción, tristeza, ánimo, decepción y otro millón de sensaciones más. Ha relatado partidos esperpénticos pero por el camino hemos sido campeones de Liga, de Copa, de Supercopa, de Europa League, de Supercopa de Europa y hasta hemos tocado por dos veces la maldita Champions. Ha pasado por momentos verdaderamente frustrantes (con apenas una decena de pinchazos) pero he podido también alcanzar el climax como bloguero con aquella crónica de tinte irlandés que me salió en el último partido de Champions del Vicente Calderón (y que tuvo 21800 entradas, lo que es absolutamente excepcional). 

Un millón de gracias a todos los que alguna vez os habéis pasado por aquí en todo este tiempo. De verdad. Para leer, para escribir, para retuitear, para discrepar, para asentir o para lo que fuese. Un millón de gracias. Lo digo de corazón. 

¿Ha merecido la pena? Desde mi punto de vista más personal, sin duda. Desde un punto de vista lógico o comercial (dos conceptos que últimamente la sociedad tiende a tratar como sinónimos), no lo tengo tan claro. Económicamente ha sido una ruina. No sólo no me ha reportado ningún beneficio (ninguno, ni directa ni indirectamente) sino que me ha quitado tiempo para poder obtenerlo de otra manera (aunque lo dudo). Muchas noches de madrugada, horas de sueño, domingos por la tarde o esos momentos al mediodía que de repente quedaban libres, se marcharon tecleando caracteres apasionadamente. Pero en el fondo lo hacía para mí y nadie me puso nunca una pistola para hacerlo. Insisto, ha merecido la pena. Gracias al blog estoy hoy en Los 50, gracias al blog conozco a un montón de gente interesante (dentro y fuera del periodismo) y gracias al blog he vivido a flor de piel lo que es ser del Atlético de Madrid. 

¿Y ahora qué? Pues no lo sé. Diez años es una cifra redonda que invita a plantearse las cosas de forma diferente. El aire huele a cambio de ciclo, además. El mundo del fútbol se plastifica, los nuevos aficionados vienen "exigiendo" mientras a mí sólo me sale aplaudir al equipo actual, los mismos con los que antaño me manifestaba hoy me llaman gilista, nos cambiamos de estadio (algo que me genera más ansiedad de la que debería) y, por alguna razón que desconozco, hasta han decidido que el escudo de mi equipo sea otro. 

Quizá sea el momento de que yo también piense en otra cosa pero no lo sé. No lo tengo claro. Cada vez cuesta más mantener esto vivo (y cada vez me da menos) pero... mola tanto en el fondo. 

Decía el otro día mi amigo Teno que esto de mi blog era como los finales de temporada de las series de Televisión que estaban amenazadas o como el Un, Dos, Tres de TVE. Que había que cerrar el último capítulo decentemente por si luego no renovaban pero que al final, por lo que fuese, siempre volvían.

Me gusta esa idea. 

Dejémoslo ahí. Pasen un verano fantástico y a la vuelta, de una manera u otra, seguro nos seguimos viendo. Un abrazo.

@enniosotanaz


Chau, no va más.

Hacía un rato que habían terminado todos los actos en el Calderón pero yo no quería irme. Sabía que en el momento en el que entrase en el vomitorio sería la última vez que lo haría. Sabía que según bajase esas gastadas escaleras de cemento que he bajado un millón de veces estaría dejando un gran pedazo de mi propia vida. Que estaría despidiéndome de un lugar que me ha servido de referencia para explicar casi todas las cosas, buenas y malas, que me han pasado hasta hoy. Un lugar que aparece siempre en mi relato. Como un eje ortogonal. Como un asidero. Como una brújula. Como una muletilla recurrente que me ayuda a explicarme.

Se va el Calderón, sí. Para siempre. Y quizá debería sentirme afligido (y lo estaré) pero hoy no. No puedo estarlo después del día tan maravilloso que he pasado.

Decía Victor Hugo que la melancolía es la felicidad de estar triste y quizá sea eso. Que puedo convivir tranquilamente con esa especie de tristeza etílica que me ayuda a soñar sin que mis pies se paralicen. Sin ser tan cretino de querer cambiar un pasado que no se puede cambiar. Sin tener que sufrir por cosas que todavía no han ocurrido. Sin obligarme a tener que renunciar voluntariamente a algo a lo que no quiero renunciar. Que me hace sumamente feliz. Sé que volveremos a reír y a llorar y a cantar goles y a beber cerveza y a abrazarnos y despedirnos hasta el siguiente partido. Claro que lo haremos. Exactamente igual que lo hemos hecho hoy. Por mucho que ahora mismo sea incapaz de contener el llanto.

Se va el Calderón, sí, pero se va por la puerta grande. Con los suyos. Con los nuestros. Ganando a nuestros padres fundadores con un juego “sensacional”. “Gustando del fútbol de emoción”. Con un doblete del niño Torres. Coreando los nombres de los héroes que forjaron su leyenda. Soñando con el mañana. Orgullosos de nuestro ayer. Sin aspavientos. Sin ostentación. Siendo el Atleti. Celebrando el título de liga de unas deportistas que han venido para quedarse. Con dignidad y elegancia. Teniendo rematadamente claro lo que queremos y lo que no queremos ser.

Se va el Calderón, sí. Claro que se va. Igual que se fue Ilsa Lund. Igual que se fue Noodles. Con la voz quebrada de Gárate y con la ovación cerrada a Margarita, esa dueña legendaria del córner de Pantic. Con la sonrisa de Futre congelada en el tiempo y el esforzado paseo de Leivinha. Con niños correteando con la camiseta rojiblanca por el campo. Con la megafonía estropeada y los asientos sucios. Con el cielo plomizo y al abrazo de mi compañero de grada. Ese tipo del que lo único que sé es que es del Atleti pero del que no necesito sabe nada más. Con Gabi superado por el peso de una afición que no necesita escucharlo para saber lo que dice. Rodeado de amigos. Con el rostro contenido de Luis Aragonés, que también estaba allí. Con la imagen borrosa de unas lágrimas imposibles de contener. Con el silencio mesiánico que aparecía entre las palabras de Simeone, ese tipo al que le debemos tanto. Con Adelardo y Juan Jose Rubio. Con Irureta y Griezmann. Conmigo. Con mi hermano. Con el Atleti a flor de piel. Con el Atleti en carne viva.

Hacía un rato que habían terminado todos los actos en el Calderón pero no quería abandonar la grada porque me resistía a dejar todo eso en el olvido. Porque no quería que se acabase un día que había sido extraordinario. Porque nunca he querido irme del Vicente Calderón y porque sigo sin entender que tengamos que hacerlo. Porque no quería tener que volver a asumir que las cosas no salen siempre como uno quiere. Pero es en ese momento cuando me he acordado de mi Padre. Como tantas otras veces. Del primero que me llevó a ese campo. De aquel primer día. Del lugar del que salimos para venir a pisar la grada del Vicente Calderón. De mi casa. De mi hogar. De ese minúsculo espacio sin comodidades en el que crecí feliz. De aquel lugar que ya no puedo visitar porque ya no está pero que sé que nunca dejará de existir mientras yo siga vivo. De ese sitio que tengo guardado aquí dentro. Muy dentro.

Entonces lo entendí. Dejé de hacer fotos, lancé un último beso al horizonte, solté un guiño cómplice al césped y me di la vuelta, encarando la salida con una sonrisa en la cara. Tarareando el trozo de una canción que escribió el escocés Mike Scott y que lo explica todo. “Me doy cuenta de que he deambulado muy lejos de casa, pero es que mi casa está conmigo, donde quiera que yo vaya”.

Chau, no va más, que diría Goyeneche.

@enniosotanaz

 Foto de Javier López.



Baile irlandés

Uno de los objetivos más típicos entre los invasores suele ser el de aniquilar la identidad del invadido. Tratar de demostrar que los que estaban antes nunca existieron. Suprimir su forma de hablar, su forma de pensar y su forma de sentir, para dar así una lección a la posteridad. Laminar el espíritu de un colectivo social porque, por alguna razón, es algo que molesta para la construcción de la verdad única. La suya. 

Cuando los ingleses llegaron a la isla de Irlanda no sólo tomaron medidas para destrozar la lengua o la religión de los nativos sino que también intentaron manipular su alegría. Si usted ha tenido la oportunidad de presenciar una danza típica irlandesa habrá visto que se trata de un preciosista ejercicio de filigrana en el que un bailarín mueve los pies a una velocidad endiablada, sin apenas desplazarse unos pocos centímetros del lugar en el que se encuentra. Los bailes irlandeses no siempre fueron así. Tuvieron que adaptarse a las circunstancias con la llegada de la galaxia inglesa. Cualquier manifestación cultural autóctona o nativa fue radicalmente prohibida entonces. Los bailes también. La música era parte integral de la personalidad irlandesa. Recorría las calles de la antigua Hibernia y, precisamente por ello, los ingleses intentaron hacerla desaparecer. Subestimaron el poder del corazón, sin embargo. No pudieron. La música no murió, sino que se trasladó a la clandestinidad del interior de las casas. Hogares pequeños. Humildes. Olvidados. Pobres. Allí tuvieron que adaptarse a las circunstancias. El baile tenía que desarrollarse ahora en lugares ínfimos, pero nada es un problema cuando hay voluntad. Si se cree se puede. Y pudieron. Siguieron bailando. Encima de una mesa. En una baldosa. Donde fuese. A pesar de jugarse la vida por hacerlo en un universo que no les quería como eran. A pesar de que hubiese sido más “razonable” no intentarlo. Imagino lo que pensarían aquellos irlandeses sonrientes, moviéndose al ritmo de un violín acelerado bajo la desconcertada mirada de algún inglés engolado. No lo pueden entender.

Lo que vivimos ayer en el Vicente Calderón fue una danza irlandesa. Una preciosa, emotiva, divertida y fantástica danza irlandesa que jamás olvidare. Allí, como irlandeses orgullosos, en nuestro hogar clandestino, nos reunimos los colchoneros que sobrevivimos a la invasión, para bailar sobre una mesa. Para celebrar nuestra forma de hablar, nuestra forma de creer y lo que es más importante, nuestra forma de sentir. Sí, la nuestra.

En ocasiones así me resulta hasta ordinario hablar de fútbol. Y sí, podríamos hacerlo. Fácilmente. Ese arranque espectacular. Esa forma de robar al balón al autodenominado mejor equipo de todos los tiempos y de todas las galaxias. Esa remontada en veinte minutos y, por qué no, podríamos hablar de lo gran jugador de fútbol que es Benzema. Pero hoy no puedo. No se aflijan porque para eso ya tienen los medios de comunicación ingleses. A todos. Yo soy de otra tribu. Yo hablo otro idioma. Mientras tú ves los maravillosos pases de Modric a mí se me eriza el pelo con el enésimo esfuerzo de Godín. Mientras tú aplaudes los recortes de Isco, yo me emociono con las lágrimas de Gabi. Mientras tú sonríes con los bíceps de Cristiano Ronaldo yo me pongo a llorar viendo un estadio lleno que canta bajo la lluvia en el mismo momento en el que nos acaban de eliminar de la final de Champions.

No creo que sea mejor que tú ni te pido que me imites. Lo único que pido es que entiendas que no somos lo mismo y que, a ser posible, le digas a los tuyos, a tus policías, a tus soldados y a tus peones, que nos dejen en paz. Que nos dejen hablar en nuestro idioma y no en el tuyo. Que nos dejen soñar y sentir como queramos. Que nos dejen bailar en la calle.

Hubo un momento en que se pudo. Claro que lo hubo. Faltaba todo el partido y sólo había que meter un gol. Podemos hacer malabarismos especulativos sobre lo que podría haber ocurrido llegado el caso, pero es que en el fondo da lo mismo. La realidad es tan caprichosa que no se puede cambiar. Nosotros, mejor que nadie, deberíamos saberlo. Llegó el gol de Benzema (porque el gol es de Benzema) y hubo una fuerte fluctuación en la fuerza. Pero los colchoneros nos adaptamos a todo. Porque está en nuestra naturaleza. Porque somos irlandeses. Porque sentimos y porque amamos. Y desde ahí, desde el amor, construimos el siguiente relato. El del orgullo. El nuestro. Morimos como Lazar Hrebeljanović en el Campo de Los Mirlos para trascender. A nuestra manera. Dejamos lo tangible, lo que se controla con el dinero y el poder, para centrarnos en lo etéreo, lo que se alimenta del sentimiento de adhesión. Lo que no se puede comprar ni reprimir. Se es o no se es. Se siente o no se siente. No hay más. Y lo hicimos. Claro que lo hicimos. Convertimos el Vicente Calderón en una fiesta en la que nuestros jugadores eran los músicos y nosotros bailábamos. Borrachos de emoción. Alegres. Para asombro del que quisiera mirar.

Quince minutos después de terminar el partido, veinte minutos después de que el cielo de Madrid se abrirse en canal y decidiese unirse a la fiesta llorando de alegría como un colchonero más, me di cuenta de que delante de mí había una persona sola. El estadio seguía prácticamente lleno a pesar de la lluvia y los jugadores habían vuelto a salir al césped para recibir el merecido calor de los suyos. Todos estábamos empapados pero llevábamos al menos un chubasquero o algún elemento de protección. Él no. Él vestía elegante, con chaqueta, camisa y pantalón, que a esas alturas estaban completamente abnegados. Daba igual. Seguía cantando y levantando los brazos al cielo. Con las gotas resbalando por esa especie de tonsura descuidada que llevaba en la cabeza. Sonreía y se desgañitaba gritando el nombre del Atlético de Madrid sin motivo aparente. Incluso cuando los jugadores habían ya desaparecido. ¿Por qué lo hacía?, preguntarán los invasores ingleses que controlan los micrófonos. Es absurdo tratar de explicárselo. No lo pueden entender.

@enniosotanaz

Jazz

Si el Atleti de Simeone no existiese habría que inventarlo. Ayer, minutos después de pasar a semifinales de la Champions por tercera vez en cuatro años, mientras la buena gente de Leicester nos aplaudía desde la grada, como corresponde a una afición elegante, me di cuenta de que había dejado de ser un simple equipo de fútbol para transformarse en una metáfora contemporánea. En una isla luminosa en mitad de ese pestilente pantano de endogamia en el que se ha transformado el mundo del fútbol. Una incómoda anomalía que hace fallar las leyes sospechosamente perfectas del patriarcado. Una emisora pirata en mitad de un mar de oficialidad megalómana, rentable y podrida. Una luz que no deslumbra sino que aporta humanidad. La nota sincopada que transforma ese caduco himno militar que escuchamos a todas horas en unos cuantos compases de puro Swing. Inútil, poco rentable y popular pero puro Swing. Esa Blue Note que, metida en mitad de un acorde de realidad negociada, provoca que un puñado de soñadores indefensos seamos capaces de entendernos con un guiño cómplice. En la distancia. En mitad de un vagón de metro. Sabiendo que simplemente compartimos locura. El Atleti de Simeone es un músico de Bebop en mitad de una orquesta que siempre toca la misma sinfonía. Una orquesta que lleva años siendo dirigida por un Kurtz de traje y corbata. El Atleti de Simeone, como los esclavos de Nueva Orleans que tenían prohibido tocar el tambor en sus reuniones de la Congo Square, hace de la necesidad virtud. De la desgracia oportunidad. Es libre viviendo enclaustrado en una plantación mediática, dominada por ignorantes poderosos. El Atleti es Jazz. No trates de entenderlo. No trates de analizarlo. No trates de ponerlo en contexto. Escúchalo y déjate llevar. 

Me consta que había un nutrido grupo de aficionados colchoneros que salieron molestos del Calderón con la supuesta falta de ambición del equipo en el partido de ida. Supongo que hoy, concluido ese virtuoso movimiento que ha sido la eliminatoria contra el Leicester, habrán entendido mejor la pieza. Simeone, entre otras cosas, es un gran estratega. Un apasionado de los infinitos esquemas del fútbol, capaz de diseñar en su mente temporadas, partidos y eliminatorias completas. Simeone sabía que el éxito del equipo inglés pasaba por marcar un gol en el Vicente Calderón. Cualquier otra opción se presentaba mucho más complicada y por eso, como gran entrenador que es, planteó la eliminatoria sobre esa premisa y no otra. 

En el segundo pasaje, el partido de vuelta, los primeros compases tenían que ser de contención. De pausas alargadas pero sin que se perdiese el ritmo. Ralentizando el conjunto pero liderando la melodía. Salió perfecto. Los de Shakespeare no consiguieron encender su estadio (como pretendían) y ni siquiera fueron capaces de acercarse al área con peligro. El Atleti estaba siendo muy inteligente. Dominaba todos los escenarios y dejaba que el tiempo fluyese. Para asombro de propios y extraños, estaba funcionando de maravilla la nueva posición de Giménez en el mediocentro. Entonces, con los instrumentos afinados y el duende sobrevolando la inspiración, apareció el Jazz. La improvisación dentro de un esquema prusiano. La magia de Filipe, Koke, Griezmann, Carrasco y Saúl. Solistas de primer nivel. En uno de sus fraseos más atinados, Filipe Luis colgó un balón prodigioso desde la izquierda para que Saúl (otro partidazo de un jugador que crece de forma imparable) pusiese de cabeza el 0-1 en el marcador. Todos respiramos. Los colchoneros para adentro. Los aficionados foxes para afuera. 

Pero en la segunda parte cambió el guion. Tirando de orgullo y de los pilares más tradicionales y rudimentarios del fútbol inglés (a los que de forma absurda los equipos británicos parecen querer renunciar) consiguieron cambiar la partitura. El esquema de filigrana de Simeone se vino abajo a base de sobredosis de balones verticales y juego directo por las bandas. A veces menos es más y esta fue una de esas veces. Un claro mensaje para todos esos rapsodas que siguen creyendo que existen formas lícitas e ilícitas de jugar al fútbol. El Atleti lo pasó mal con la versión más pura de fútbol inglés. Y mucho peor lo pasó cuando se lesiono Juanfran y tuvo que sustituirle Lucas. Simeone tuvo entonces que recolocar las piezas de una defensa que hasta ese momento había estado impecable. El Atleti no era capaz de tener el balón ni de salir de su propia área. A base de fuerza, acoso y derribo el Leicester logró finalmente empatar por mediación de ese currante del fútbol llamado Vardy (un tipo que, dicho sea de paso, me cae bastante bien). Entonces sí, se encendió el King Power Stadium. Tenían que meter dos goles, algo que con las estadísticas en la mano parecía prácticamente imposible con el Atleti de por medio, pero el fútbol es así de maravilloso. Los aficionados del Leicester pensaban que era posible. Algunos aficionados rojiblancos también. 

Pero no lo fue. Nuestros músicos saben tocar con la orquesta cuando tienen que hacerlo. Saben esconder su talento en el ritmo de los demás. Saben sufrir. Simeone movió el banquillo bajando a Griezmann y cerrando las bandas pero Filipe se rompió en el esfuerzo y hubo que volver a improvisar. Da igual. Este equipo sabe sudar como nadie. Sabe jugar con lo que tiene y, como los negros de Nueva Orleans, sabe hacer ritmo cuando tienen prohibido usar el tambor. 

El partido terminó con los 22 jugadores extenuados sobre el césped. Fue precioso ver como todos se saludaron honestamente después de la batalla. Como se abrazaban los que antes se habían pegado. Como se aplaudía el esfuerzo y se reconocía el mérito. Fútbol. 

El Atleti vuelve a estar en las semifinales de una competición tan bonita como corrupta. Es por eso que mi alegría no puede ser completa. Por mucho que me moleste reconocerlo. Podría tirar de hipocresía, agarrarme a lo bueno y mirar a otro lado. Podría centrarme en esas pequeñas motas de pelusa que adornan mi ombligo, como hace tanto profesional, pero no es mi estilo. Tampoco soy profesional así que quizá sea por eso. Quizá lo único que pase es que, como vaticinaba Orwell en 1984, “cada año habrá menos palabras y así el radio de acción de la conciencia será cada vez más pequeño”. No lo sé. Lo que sé es que mientras aguante mi giradiscos sin romperse, seguiré escuchando Jazz con los auriculares puestos.

@enniosotanaz

Respeto

Decía el argentino Antonio Porchia que si no levantas la vista, te creerás que eres el punto más alto. Si Eusebio Sacristán levantase la vista de ese lugar en el entorno de su ombligo en el que imagino que debe pasar gran parte de su vida, se daría cuenta de que su equipo duerme hoy a 12 puntos del Atlético de Madrid. Esa evidencia, puntual pero tangible, no tendría que ser necesaria para que cualquier profesional (o no) respetase con cierto decoro lo que el equipo de Simeone lleva haciendo en los últimos cinco años pero desgraciadamente no es así. Aquí todo lo que se sale de la verdad oficial deber morir cada noche y ser enterrado con la siguiente portada. El mérito se matiza y luego se difumina hasta el olvido. Los éxitos se cuestionan y nunca se acumulan. Desaparecen. Todo tiene que volver al principio, como el hígado de Prometeo, para ser devorado una y otra vez. 

Si usted analiza las declaraciones de los entrenadores rivales de cualquiera de los equipos europeos a los que el Atleti se ha enfrentado en Champions, verá que todas ellas, sin excepción, tienen algo en común. El respeto por el equipo y por su entrenador. Aquí es diferente. Aquí todo se iguala por abajo, se trazan barreras y se habla desde el desdén. El supuesto estilo se instrumentaliza como arma de destrucción masiva, y cualquier conquista se arrincona de un plumazo. Cualquier aprendiz de iluminado es capaz de escalar a la cima de su propia soberbia para, a modo de dogma, lanzar desde allí sus lecciones magistrales y sus soflamas hipócritas. Sin atisbo de humildad, ese animal amenazado de extinción en nuestra vida pública. El esquema se repite y funciona mientras el “valiente” no se salga del carril trazado. Mientras los escupitajos no salpiquen a los que están fuera del área delimitada para el tiro, que son los que importan. Es tan fácil apalear al apaleado que cualquier aprendiz de tertuliano se lanza a probar. Es gratis. 

La hora elegida para el partido frente a la Real Sociedad era infame pero está tan cerca el final de temporada que a estas alturas nadie quiere ahorrarse un minuto de Vicente Calderón. Era además un encuentro importante. Tres puntos en juego frente a uno de los mejores equipos de esta liga. La oportunidad de poner una importante cantidad de puntos con un rival directo por las plazas europeas. El equipo donostiarra también era consciente de las condiciones de contorno porque, de hecho, salió mejor al césped. Más intenso. Lanzó una presión adelantada y agresiva que funcionó muy bien y se adueñó de la pelota hasta monopolizar el juego. El Atleti no se encontraba y sólo podía correr detrás de los jugadores vascos. Incapaz no ya de imponer su estilo sino de sacar el balón controlado desde su propio campo. En la grada lo notábamos. La sensación debió caerse el césped porque Gabi frunció el ceño. Nuestro capitán, un tipo que gana en inteligencia a medida que los efectos de la edad florecen en su cuerpo, es un futbolista sacrificado, profesional, orgulloso y humilde, que resulta vital en el Atleti contemporáneo. Somos afortunados de que sea colchonero. Si no existiese habría que inventarlo. 

Gabi fue el que decidió dar el toque de corneta, cambiar de marcha y aumentar el nivel de intensidad. Se dio una carrera de 60 metros para presionar al portero rival y eso hizo que el equipo siguiese a su capitán. El Atleti recuperó el balón, empezó a llevar a la Real Sociedad a su área, impuso el ritmo y le dio la vuelta al partido. Los vascos, que hasta entonces movían el balón como los ángeles, tuvieron que empezar a pensar en defender y ahí no son tan sobresalientes. Empezaron a llegar las ocasiones rojiblancas. Filipe Luis, en un estado de forma impresionante y probablemente uno de los tres mejores laterales izquierdos del mundo ahora mismo, decidió hacerse con los mandos. El brasileño está en un estado de confianza tal que se atreve con todo. Al igual que ya ocurriese el fin de semana en Málaga, hizo un precioso gol tras jugada personal de tiralíneas. 

El equipo siguió jugando muy bien y fácilmente pudo irse al descanso con un 3-0. Torres tuvo una ocasión clarísima tirando al poste primero y lanzando el balón fuera cuando estaba a pocos metros de la portería. Carrasco (otro buen partido del belga) tuvo otra ocasión a puerta vacía pero remató mal y paró Rulli. La segunda parte siguió el mismo guion. Un Atleti muy sólido que fallaba ocasiones (Griezmann, Correa,…) y una Real que tenía que tirar de faltas para parar a los madrileños. 

Pero llegaron los últimos 10 minutos y el marcador seguía con el 1-0. La Real no había conseguido tirar a puerta y el partido parecía controlado. Hasta la grada mantenía un insulso perfil bajo. Simeone, que supura fútbol con cada respiración, era consciente de que cualquier error en ese momento supondría echar al traste todo el trabajo y no quería relajación. De forma airada empezó a reclamar el apoyo del público y la grada respondió (respondimos) como se merece. Fue fantástico. 50000 personas animando sin parar que llevaron al equipo en volandas durante varios minutos hasta ganar el partido. Cualquier persona que haya tenido la oportunidad de vivir algo así en directo no lo olvidará jamás. La atmósfera del Vicente Calderón es fantástica. El Vicente Calderón es fantástico. Prometo no olvidarme nunca de ello. 

Es difícil ser aficionado colchonero, mantener el orgullo de serlo y vivir en contacto con ese mundo maniqueo que proponen los conductores de la vía pública. Esa dificultad extrema es directamente imposibilidad cuando cerca hay un partido contra el eterno rival. El equipo de “todos”. Personalmente me rindo. No me interesa esa guerra. Doy por perdidos los tres puntos y si de mí dependiese ni me presentaría a jugar en el Bernabéu. Eso, en realidad todo lo que hay alrededor, no es ya un partido de fútbol. Es otra cosa. Otra cosa que no me interesa absolutamente nada. Ahora mismo me enfundo en mi chubasquero, me planto unos auriculares y hasta el próximo lunes no estoy para nadie. Nos vemos a partir de entonces.

@enniosotanaz


(Foto de www.colchonero.com)

Una tarde maravillosa

La primavera en Madrid no existe pero el mundo suele ser un sitio mejor cuando a la ciudad le da por disimularlo. El sol, y esa maravillosa luz continental, parecían los de siempre pero la temperatura era insospechadamente humana y eso invitaba a vivir en la calle, que es lo que hacemos los madrileños en estos casos. La ribera del Manzanares era ya un hervidero de camisetas rojiblancas al mediodía. Lo sé porque yo estaba allí. Con la bicicleta aparcada y una cerveza doble en la mano. Unas horas después, en el prepartido, el ambiente era muy parecido pero bastante más futbolero. Un puñado de amigos debatíamos de forma desenfadada sobre la serie Love de Netflix y sobre si el once titular era el mejor que tenemos o había que echar de menos a Lucas. Otros grupos alrededor no sé de qué hablaban pero lo hacían entre risas igualmente. Subí al campo paseando en manga corta. Me quedé unos minutos a rebufo del vomitorio para retrasar un poco la exposición a ese sol de justicia que castiga al anfiteatro lateral del Calderón durante la tarde. 

Vimos una gran versión del Atleti. Esa que por la que suspiramos un gran mayoría de aficionados y que tanto desconcierta a los pastores de La Mejor Liga del Mundo. Esa que es una roca solidaria que sufre y se divierte con la misma intensidad. El primer cuarto de hora fue fantástico. Un Atleti intenso y con mucha personalidad, maniató a un Sevilla que seguía con la mirada perdida en Leicester. Defensa solida, centro del campo inteligente y delantera vertical. Esa debería ser la Santísima Trinidad del Atleti. Lo es, de hecho. No hubo muchas llegadas pero un gran remate de Gameiro al larguero pudo haber tranquilizado la tarde antes de tiempo. No ocurrió y tuvimos que esperar hasta casi el descanso para hacerlo. Una falta sacada por Griezmann hizo que Godin rematase a gol de cabeza y pudiésemos irnos a protegernos del sol con el uno a cero en el marcador. 

Esperaba en el segundo tiempo una reacción con algo más de personalidad por parte del equipo andaluz pero no la vi por ningún sitio. El equipo de Simeone siguió con su plan de dominar el ritmo, tapar los espacios y manejar el balón con inteligencia y eso anuló a unos sevillanos que tiraron la toalla definitivamente cuando Griezmann hizo el segundo gol de magistral saque de falta. Hacía siglos que no veía un gol así en el Atleti. Me acordé de Pantic. Me puse melancólico. A partir de ahí el partido fue una fiesta. Llegó el tercero de Koke y pudieron llegar más. Aplaudimos a Torres. Aplaudimos a Simeone. Aplaudimos a Carrasco (partidazo) y ni siquiera acusamos el golazo de Correa tras un despiste de Juanfran

Salimos contentos del campo. Volví al mismo lugar en el que había estado antes. Con una sonrisa más pronunciada que con la que me había ido. Allí me quedé un buen rato entre amigos. En una terraza del Paseo de Yeserías. Bebiendo y charlando hasta que el sol desapareció y tuvimos que cambiar las gafas de sol por las de ver. El tiempo parecía detenido.

Llevo un tiempo alejado de este blog. A veces es por pereza, a veces es debido a la sensación de estar perdiendo el tiempo y otras veces es simplemente la frustración paralizante de pensar que cualquiera de estas columnas podrían estar en un sitio serio y ser reconocidas pero que ni lo están ni lo van a estar jamás. Ayer, después de un día maravilloso, sentado en esa terraza, pensé que era un buen momento de volver. Hay mucha gente ahí fuera leyendo esto y que merecen la pena. Podría hablar de la enésima tergiversación de la prensa utilizando a Fernando Torres como chivo expiatorio. Del “sorteo” de Champions y lo mal que se lo han tomado los engreídos del Ministerio de La Verdad. De ese giro de la UEFA a la hora de definir sus objetivos. De los integristas de la supuesta fe rojiblanca que ahora me insultan o me hacen de menos en twitter porque he debido haberles traicionado. De la buena pinta que está cogiendo el Atleti (a pesar de su falta de gol). Del estado de Shock en el que se ha quedado el Sevilla tras los últimos quince días. Podría incluso hablar, por enésima vez, de que todo lo que pasa en el mundo del fútbol reafirma, una y otra vez, la proeza de Simeone para transformar el Atlético de Madrid en una máquina de competir. Pero no. Lo único que quería decir es lo fantástico que fue el día de ayer. Nada más. 

No he sentido de cerca el traslado de Estadio. Tengo sentimientos enfrentados al respecto. No me gusta hacerlo (nunca me gustó) pero sé que es inevitable. No digo que no fuese inevitable (siempre hay un purista al acecho con ganas de cogérsela con papel de fumar) sino que hoy lo es. La vida me ha enseñado que es absurdo perder el tiempo construyendo el pasado o perdiéndose en el futuro. La vida me ha enseñado que una cosa es pelear y otra bien distinta es quejarse. Pero La vida me ha enseñado también, y con eso me quedo, que me encanta ir al fútbol al Vicente Calderón. El único estadio del Atleti que he conocido. 

No sé si me gustará lo mismo hacerlo en otro campo o no. No lo sé. Lo que sí que sé es que ayer, después de un día maravilloso, me di cuenta de lo mucho que echaré de menos éste estadio. El mío. El único que de verdad he conocido.


@enniosotanaz


PD. Llevo tiempo dándole vueltas y al final he decidido dejar por escrito algunas de las historias que he vivido en el Calderón desde que era pequeño. ¿Por qué? Porque sí. Porque no quiero que se me olviden. ¿Para qué? Para mí y para el que lo quiera. No sé lo que tardaré pero intuyó que va para largo. Tengan paciencia.


(Foto extraída de www.colchonero.com)

Personalidad y fútbol

No me gustaba nada el nivel de presión que detectaba entre la afición colchonera antes del partido. Esa pose dramática de estar ante el encuentro de nuestras vidas. Esa querencia por dejar claro que el Atleti se jugaba poco menos que la existencia. No me gustaba nada tampoco el hedor que llegaba desde la información oficial. Hace mucho que vivo de espaldas a la realidad televisada de los medios y que mi única fuente de información es twitter pero, incluso así, me llegaba el repentino resurgir de la figura de Chicharito, genuino representante de "nuestro fútbol", como tema central a la hora de describir la previa del Bayer-Atleti. A tenor de los medios oficiales da la sensación de que el Atlético de Madrid es un equipo madrileño que juega exiliado en Madrid. 

Pero entonces encendí la televisión y vi a los jugadores dándose la mano ordenadamente en el saludo inicial. Todos los rostros colchoneros tenían una expresión similar pero me fijé especialmente en la de Gabi. Era la pura imagen de la concentración absoluta. Ni un solo atisbo de sonrisa. Mirada fija y seriedad creíble. Daba la sensación de tener muy claro en la cabeza lo que había que hacer y que todo lo demás era accesorio. Juro que en ese momento me vine arriba.

La primera parte del equipo de Simeone en Alemania es probablemente la mejor de toda la temporada. Lo hizo todo bien. Recordó a esa versión europea del Atleti contemporáneo que tantas alegrías nos ha dado. Encaró la eliminatoria juntando mucho las líneas, sacando la línea defensiva de su área, compactando la presión como hacía mucho que no hacía, siendo vertical con el balón (a base de talento y no de recursos rupestres), marcando siempre el ritmo del encuentro y aprovechando la contundencia para liquidar al rival. Puede parecer fácil pero no lo es. Basta recordar lo que ocurrió hace dos años y lo mal que se pasó entonces en ese mismo campo. Los de Simeone recurrieron a la personalidad y al fútbol y eso, si sale, es una combinación letal. 

Cualquier intento de avance alemán era abortado a bastantes metros de la frontal del área. El trabajo de los cuatro del centro (Gabi, Koke, Saúl y Carrasco) era ejemplar pero en defensa destacaba además un hipermotivado Vrsaljko que comenzó muy bien pero que acabó completando su mejor partido hasta la fecha como rojiblanco. El Atleti robaba arriba y cada salida con balón se hacía con sentido, inteligencia y sangre en la mirada. Una apertura de Gabi a la derecha provocó una de esas clásicas (y elegantes) diagonales de Saúl. Después de desprenderse con mucha clase de su rival, se plantó en la frontal del área. Podía colgar el balón o escorarse a la derecha para centrar desde allí, pero decidió resolver como hacen las estrellas. Se acomodó el balón a su zurda y lanzó una parábola perfecta que reproducía el famoso gol de Falcao en Bucarest. Golazo. 

Poco después, un fantástico Gameiro ejecutaba una de las muchas demostraciones de velocidad y fuerza que hizo a lo largo de la noche. Salió en vertical con el balón controlado para llegar algo cerrado hasta el área rival. En lugar de liarse en una guerra imposible (que es lo que hubiese hecho el Gameiro de hace unos días) tuvo la inteligencia y la paciencia de parar, mirar y esperar a Griezmann que venía completamente solo por la parte derecha del área. Gol del otro francés. La noche se tornaba maravillosa. El propio Griezmann estuvo a punto de poner el tercero antes del descanso, que hubiese sido definitivo, pero el mejor de los alemanes, su portero Leno, lo impidió. 

La segunda parte fue buena también pero más extraña. Con más desajustes, provocados seguramente por la huida hacia delante de los alemanes. El Bayer Leverkussen recortó distancias muy pronto, en una gran jugada por la derecha que culminó Bellarabi. Mala suerte porque era la primera vez que llegaban en todo el partido. El gol espoleó su ánimo y se fueron hacía arriba con más corazón que juego. Situación que aprovechó Gameiro para seguir haciendo un partidazo. En una de sus muchas actuaciones destacadas fue derribado en el área y él mismo se encargó de marcar el tercero para, de paso, asesinar los fantasmas del lanzamiento de penaltis. 

El partido estaba completamente controlado en ese momento pero Moyá (que se había mostrado seguro hasta entonces y había hecho una intervención espectacular en la primera parte) tuvo uno de esos errores que no se pueden tener en la alta competición. Despejó mal una pelota fácil de atrapar, ésta golpeó en Savic y el balón se metió en su propia portería. El 2-3 encendió a la grada y al Bayer, provocando que el Atleti pasase unos minutos de angustia. Los alemanes se fueron a la portería con todo y los de Simeone tuvieron que sufrir. Pero este Atleti sabe sufrir como nadie. Aguantaron el chaparrón con gallardía y tuvieron la inteligencia de aprovechar las salidas para matar el partido. Primero Torres, que había salido en los minutos finales, y que enganchó un cabezazo excelente que ponía el 2-4. Después Correa, que también había salido con el madrileño, y que delante de Leno volvió a toparse con el buen hacer del cancerbero alemán. 

El resultado puede parecer corto para lo que ocurrió pero es fantástico (el Bayer tiene que ganar 0-3 o 1-4 en el Calderón para pasar). Ha supuesto además un pildorazo de ilusión en la parroquia colchonera. Por el resultado, por el juego y por ver como jugadores que creíamos desahuciados, vuelven mejor que nunca no sólo para quedarse sino para ser importantes. Disfrutémoslo. Olvidemos por un momento el futuro, las cuentas, las apuestas, los fichajes, las salidas o lo puede pasar en mayo y centrémonos en lo que ocurre alrededor de nuestros pies. Toquemos el suelo. Vivamos el día a día. Partido a partido.

@enniosotanaz


(Foto sacada de www.colchonero.com)

Nubes negras

Cinco minutos antes de que empezase el Atleti-Celta todo era ilusión. La batalla del Camp Nou, ese partido en el que los de Simeone habían tirado de casta y juego para sucumbir ante un mohíno gigante blaugrana (y el imaginativo arbitraje de La Mejor Liga del Mundo), había dejado las mejores sensaciones en la parroquia rojiblanca. Los jugadores eran todo espíritu y pundonor. Atrás quedaban las nubes negras del pasado. O no. Poco más de una hora después, a falta diez minutos para terminar el partido, el panorama era antagónico. La histeria volvía a reinar en el coliseo rojiblanco. Un nuevo penalti al larguero, ocasiones de libro falladas, el Celta de Vigo acababa de marcar su segundo gol, la Real Sociedad nos pasaba en la clasificación y el Sevilla se marchaba a siete puntos. Gritos e insultos volvían a decorar la noche madrileña. Los jugadores eran morralla y al parecer, porque hay que tener valor para decirlo, no tenían “cojones”. La nube negra estaba otra vez sobre la azotea del corazón colchonero. Literal y metafóricamente. O no, porque diez minutos más tarde el Atleti había remontado el marcador y ganaba el partido. 

Imbuidos por ese circo mediático que decimos no consumir pero del que asimilamos sus principios y sus modos, la afición colchonero se estruja la cabeza por encontrar un remedió mágico a sus males. Una solución rápida y homeopática que, con una simple toma y sin levantarnos del sofá, arregle todos nuestros problemas. Todo hay que simplificarlo. Todo es una cuestión de cara o cruz. De ser Dios o demonio. Nadie parece reparar en que, aparte de ser absurdo, de esa manera estamos entrando en una especie de esquizofrenia absurda que nos va a destrozar. 

El Atleti no está bien. Seamos claros. No lo estaba antes de jugar contra el Barça, ni después, ni cuando faltaban diez minutos para terminar su partido contra el Celta, ni lo está ahora mismo. Pero una cosa es que no te salgan las cosas y otra que no quieras que te salgan. El Atleti no es un desastre en la dirección ni una colección de jugadores acomodados que no ofrecen todo lo que tienen. Es más, me ofende la mera insinuación de esta última afirmación. Me ofende escuchárselo al histérico que tengo sentado detrás en la grada y a tantos otros histéricos, del mismo estilo, que pululan por el cada vez más difuso universo colchonero. 

El Atleti ha cometido errores de planificación y seguramente está pagando cara esa grieta en la coraza que le protegía de las alimañas mediáticas y por la que se han colado ciertas críticas (discutibles) al “estilo de juego” que le han hecho dudar. Es verdad también que, por las razones que sean, hay jugadores lejos de su mejor versión pero no es menos cierto que no les sale nada. Todo eso, unido a la histeria colectiva, genera que un nivel de ansiedad en la plantilla que es muy difícil de gestionar.

Pero es que insisto, no sale nada. El Atleti lleva dos años fallando con el delantero centro (pieza clave en el esquema Simeone) pero, salvo para los gurús del análisis a posteriori, era algo difícil de prever. Jackson, a mí al menos, me parecía una opción solvente que acabó siendo un fiasco. Gameiro, internacional francés, fue la revolución de la Liga pasada. Hoy parece un señor asustado al que lo han puesto a jugar sin que lo supiera. No me gustó su fichaje desde el principio pero nadie podía esperar un resultado tan pobre. El plan era jugar con Augusto en el mediocentro defensivo (pieza clave en el esquema Simeone), alternándose con Tiago en partidos clave pero ambos se lesionan. Los rivales son cada vez mejores y juegan contra el Atleti como si fuese el partido de su vida. De hecho, lo es. A Oblak se le sale el hombro en el peor momento. Giménez se lesiona también cuando parecía volver a ser el que era. Saúl se lesiona cuando mejor estaba y tampoco vuelve a su mejor versión. Carrasco tres cuartos de lo mismo. Gaitán no terminar de superar la melancolía. Se sigue llegando a puerta contraria pero no se mete un gol ni queriendo. Para colmo todo el mundo empieza a fallar penaltis. La ansiedad crece y crece mientras los colchoneros posmodernos (alguno con más años que matusalén) se dedican a remar en dirección contraria cuestionando la premisa, chillando, abrazándose a una especie de futurología tramposa e insultando a diestro y siniestro. “Exigiendo” algo que todavía no me ha quedado muy claro el qué es. 

Ayer, en una metáfora deliciosa, muchos histéricos se marcharon del estadio cuando el equipo gallego marcó su segundo gol. Lo hicieron refunfuñando y echando pestes. Quedaban diez minutos, el Atleti parecía muerto, hacía frío y la lluvia no dejaba de caer sobre la grada del Calderón. Es lo que haría el prototipo de aficionado que maneja Tebas. Irse. Todo era incómodo. Pero allí, como siempre, nos quedamos los aficionados del Atlético de Madrid. ¿Sabíamos lo que iba a pasar? No, pero teníamos que aplaudir a nuestro equipo. 

Rogaría a los aludidos en esta pequeña anécdota que, en lo que queda de temporada, sigan interpretando exactamente el mismo papel que ayer. Los histéricos marchándose a su casa cuando llueve, los aficionados apoyando a su equipo y los jugadores engrandeciendo el escudo otra vez. Como sólo ellos saben hacer. 


@enniosotanaz

PD. El Celta es un equipo fantástico. Me declaro muy fan de Berizzo.


(Foto sacada de www.colchonero.com)


Alpe d´Huez

Era un ciclista de éxito consolidado. Había encarado el ascenso del Alpe d’Huez con la exigencia de volver a coronarse campeón del Tour. Estaba bien clasificado. Se daba por hecho que pelearía el título otra vez y todo era optimismo cuando muchos kilómetros atrás se dio la salida. Poco antes de comenzar el serpenteo de la mítica escalada, sus rivales se descuelgan. Él no puede seguirles y no sabe por qué. Les ve alejarse en lontananza. Intenta rectificar pero se queda clavado. Cambia de desarrollo pero es casi peor. Al principio nadie parece asumirlo pero en el siguiente paso cronometrado se observa que la distancia, lejos de acortarse, aumenta. Su cadencia no mejora. Aficionados y especialistas comienzan a debatir en caliente. Con ese equipo es imposible hacer nada. Le han dejado tirado. “Ya lo decía yo”, dice el que nunca dijo nada. Se nota la decadencia. El director se ha equivocado (y hay que matarlo). Él está mayor (y hay que matarlo). La preparación ha sido un desastre (y habrá que matar a alguien). Los avances en la bicicleta han sido un timo. El año que viene no estará y vendrá otro mejor. El año que viene cambiarán de director. El año que viene cambiarán de equipo.

Acabada la carrera el mismo ciclista es el líder del Tour. Prensa y aficionados se agolpan sorprendidos alrededor del ciclista intentando obtener sus primeras impresiones. Una masa de micrófonos se agolpa delante de su rostro congestionado. Desde el cielo cae una pregunta que es la que todos están esperando. ¿Qué hiciste? ¿Qué pasó por tu cabeza cuando estabas tan mal y veías que todo se escapaba? El ciclista contesta. No veía nada. No pensaba en nada. Lo único que tenía en la cabeza era que si dejaba de pedalear me caía. Que si quería estar mañana en la salida, aunque fuese para volver a intentarlo, no podía dejar de pedalear.

En los últimos tiempos hay cuatro preguntas en las que los aficionados y periodistas del Atleti emplean su tiempo y su energía. ¿Quién es el culpable (o a quién hay que matar)? ¿A quién hay que fichar el año que viene para arreglar el desaguisado (o a quién hay que echar/matar)? Qué está pasando? y ¿qué hacemos? En mitad del Alpe D’Huez, con la cara demacrada y los rivales alejándose, las dos primeras preguntas no me interesan en absoluto. Sé que son las que desgraciadamente consumen más energía en prensa y grada pero personalmente no pienso gastar un miserable Cuanto. Lo siento. Tienen muchas otras ventanillas a las que acudir.

Tengo muy claro también lo que hay que hacer. Seguir pedaleando. Ahora mismo es lo único que se puede hacer. Es la única opción viable para mantenerse en pie. Para poder estar el año que viene en la línea de salida. Con el maillot amarillo o perdido en el pelotón.

¿Qué está pasando? No lo sé pero hoy quizá no sea el mejor día para hablar de ello. Partamos en cualquier caso de algo obvio: el equipo no funciona. Son ya demasiados partidos en los que el rival nos gana en intensidad (nuestra mejor arma), en control del partido (nuestra poción secreta) y en juego. No es ya casualidad ni un hecho puntual que se pueda justificar en razones externas. Puede que hayamos alcanzado incluso un punto de inflexión tras el partido en Mendizorroza. El Alavés pasó por encima de un Atleti que nunca encontró el sitio y que nunca se reconoció. Nunca. Ha sido el peor partido de mi equipo que recuerdo en muchos años. El equipo parecía atenazado por una especie de melancolía que lo mojaba todo. Para mal. Los rostros, los gestos, las miradas…, nada transmitía la fuerza de antaño. Es absurdo pensar que no pasa nada. Es ridículo recurrir a la mala suerte, el árbitro, la estética o el eslogan.

Aunque todavía no se ha perdido nada (ojo a eso) el panorama es un Alpe D’Huez por delante que afrontamos en modo pájara. Con un esquema en cuestión, con dificultades para conectar al equipo emocionalmente, sin suerte (es así), sin gol, sin fluidez, sin juego, sin alternativas evidentes, sin Oblak, sin Giménez, sin Augusto, sin Tiago, sin Thomas, puede que sin Correa pero también sin Gameiro (un ánima en el campo), sin Torres (muy lejos de la versión del año pasado), sin Gaitán (irrelevante en ataque, un drama en defensa), sin Carrasco (perdido en no sé qué guerras imaginarias) y con varios futbolistas lejos de su mejor versión.

Pero de nada vale lamentarse porque eso sólo gasta energías. Lo único que ahora mismo se puede hacer es bajar la vista al asfalto, agarrarse al trabajo diario y seguir pedaleando como si no hubiese mañana. No hay otra. Con otro entrenador y con otros jugadores tendría dudas de que alguien pudiera bajar los brazos. Con estos no. Ni ha ocurrido ni ocurrirá. No veo desidia ni apatía. Veo frustración. Impotencia.

Y oye, lo mismo al llegar a la meta tenemos que acordarnos de éste día. De que fue eso, pedalear, lo que nos salvó y lo que nos llevó a la cima. Lo mismo entonces alguien tiene que borrar de la memoria todos sus gritos, sus histerias y sus exabruptos. Lo mismo.


@enniosotanaz

Y no pasa nada

Llevábamos tanto tiempo flotando en el aire que se nos había olvidado lo duro que estaba el suelo. Lo que cuesta volver a tener que andar por el asfalto. Es duro hacer cola después de haber entrado por la puerta de artistas y es duro tener que compartir habitación después de haber tenido una en propiedad pero no pasa nada. Nadie se muere por ello. Que sí, que cuesta tener que mudarse a un piso más pequeño o tener que ponerse a cocinar después haber tirado de restaurantes pero insisto, no pasa nada. Nada en absoluto. La dignidad sigue intacta. Los sueños también. Es más, eso es la vida. Entrenar. Estudiar. Ensayar. Caerse y volver a levantarse. Lo que es absurdo es alimentarse de melancolía o quedarse estancado pensando en lo que pudo ser y no fue. Lo que es estúpido es quedarse parado y ponerse a llorar. 

El Atleti acaba la primera vuelta en la cuarta posición, con muchos puntos por detrás de la cabeza y con demasiadas dudas en el zurrón. Aunque los números en Champions y Copa siguen siendo excelentes, las sensaciones no son buenas y negarlo sería vivir en una fantasía tan irreal como la de los histéricos que ven el Apocalipsis con cada pase de Gabi. 

El equipo de Simeone acaba de sacar un empate de San Mamés en un partido entretenido, rápido y emocionante que sirve como certero epílogo a una primera vuelta de transición. El equipo salió muy bien. Con esa intensidad marca de la casa que tanto bien les ha hecho y que habían olvidado en partidos anteriores (buen síntoma). Dominando el ritmo, dominando el balón y dominando el marcador. En pocos minutos construyeron una gran combinación por la izquierda que acabó con un pase al área de Koke que no sé si llega a tocar Griezmann pero que acaba igualmente en la red. 

El partido estaba controlado, el Athletic algo aturdido y todo se parecía demasiado a muchos otros partidos de temporadas anteriores. 0-2 en un contraataque y a dormir. Pero no fue eso lo que ocurrió. Mientras hace años los de Simeone hubiesen pausado el juego, controlado el ritmo y minimizado los riesgos, el actual equipo se ha dedicado a despejar el balón. Como suena. Pelotazos en vertical, que hacían que el equipo bilbaíno necesitase poco para seguir dominando el balón en campo contrario. Pasada la media hora los vascos ya dominaban no sólo el balón sino todos los ángulos del juego. Se lo habían creído y creo que había sido culpa nuestra. A pocos minutos del final un despiste en la defensa (creo que de Filipe) dejó un balón franco en la frontal del área y el equipo de Valverde empató con un golazo. Los fantasmas volvieron a salir de la madriguera. Todos. 

El Atleti de Simeone es lo que es gracias a su defensa. No es que sea sólo defensa (que hay mucho cafre con ganas de confundir) sino que lo que es, lo es por su defensa. Una defensa rocosa, adulta, eficaz y que apenas cometía fallos. Hoy no y no es nuevo en esta temporada. Algo pasa ahí. 

Los madrileños salieron con ganas de ganar en el segundo tiempo (otro buen síntoma). Aumentaron las pulsaciones y volvieron a tirar de intensidad pero todo se enfangaba en una lucha constante por el balón. Pero es que el rival también juega y además juega muy bien. Las ausencias de Augusto y Tiago hacen que el centro del campo colchonero carezca de la pausa necesaria para partidos así. Hoy lo volvimos a acusar. Pero el Atleti insistía y no estaba siendo peor que su rival. Es más, creo que era mejor y que empezaba a dominar. No había ocasiones pero uno era optimista. Hasta que llegó un nuevo fallo en la defensa. Impropio de un central de alcurnia como Godin pero tampoco algo nuevo este año. El uruguayo salió conduciendo en exceso, perdió el balón, recuperó tarde (y mal) y el contraataque vasco por la derecha hizo que su lateral, sí, su lateral, rematase completamente solo en el corazón del área. 

Los fantasmas estaban de fiesta a esas alturas. Salió Torres y el equipo se descompuso todavía más. Puede que sea casualidad. Puede que no. Soy consciente del amor (merecido) que El Niño despierta en la grada pero yo lo veo completamente perdido. No entiendo porque Simeone sigue insistiendo con él sobre el campo. Quizá tenga que ver con que el otro 9, Gameiro, está poco mejor. El francés es un buen jugador (no lo dudo). Corre como el que más (es así), pero resulta intrascendente. Da igual que esté o que no esté en el campo. Lleva un gol en diez partidos, un dato que es indefendible por mucho que corra. Creo que ya se le ha terminado el crédito. No es el jugador que creíamos y no creo a estas alturas que ya lo pueda ser. Problema. Ojalá me equivoque. 

Pero en esa ensalada de caos, justo cuando los cenizos llenaban con sus caracteres las calles de Twitter, el equipo tiró de orgullo (otro buen síntoma). No salía nada y todo parecía un desastre pero me gustó ver al equipo tirar de corazón. Mucho más cuando ese jugador espectacular que es Griezmann se sacó un disparo de la nada que se coló por la base del poste. Golazo de esos que pagan por sí mismo una entrada. El partido se abrió y podía haber acabado de cualquier manera pero no pasó nada más.

El empate es un resultado pésimo pero es justo. El partido, con todo, ha sido además muy divertido. Una bofetada amistosa a esa estirpe de rapsodas, los talibanes del peloteo estéril, que me parece tan nociva para el fútbol. 

Sí, sé que no he hablado del árbitro pero ha sido aposta. Creo que hoy nos perjudica igual que en Eibar nos ayudó. Normal. Fútbol. De eso no merece la pena hablar. Lo que no es fútbol (ni suerte, ni casualidad, ni irrelevante), de lo que sí merece la pena hablar, es de lo que pasa en cada partido del otro equipo de la capital. El equipo de todos, ya saben. 

Culminada la primera vuelta, a punto de iniciarse el tramo final de las competiciones de copa no se me ocurre mejor momento para dejar de experimentar, agarrarse a lo que tenemos con fe, olvidarse de la histeria posmoderna y subirse, más que nunca, al genuino: partido a partido. No hay otra. Toca caminar por el asfalto porque en el asfalto (que no fuera de la carretera) es donde estamos. Toca arremangarse y alcanzar al que va delante porque no queda otra. Pero no pasa nada por tener que hacerlo. 

@enniosotanaz

(Foto: La Vanguardia)

Niños malcriados

Los niños malcriados no piden. Exigen. No quieren. Necesitan. No sueñan. Consumen. Los niños malcriados creen que todas las cosas son suyas. No comparten con los demás porque los demás son imbéciles. No conocen pasado ni futuro porque ellos se dedican a masticar el presente para tirarlo al vertedero cuando pierde sabor. No dan crédito porque no tienen memoria. Los niños malcriados sólo dan besos si es a cambio de regalos. Cuando no hay regalos los besos se cambian por insultos, patadas y pataletas. Los niños malcriados no aman. Negocian. No hablan. Chillan. No opinan. Insultan. No razonan. Imponen. Desprecian lo que no les sirve. Da igual si es un apósito o un familiar cercano. Los niños malcriados creen tener muchos derechos y pocos deberes. Confunden criterio con ladrido. Pensamiento con queja. Los niños malcriados lo quieren todo y lo que quieren ya, pero ni siquiera saben para qué lo quieren. 

Acudir al Calderón se está convirtiendo en un sacrificado ejercicio de paciencia. Paciencia para acompañar al equipo en esa sacrificada transición que ha emprendido hacia un lugar del que no debió marcharse, y MUCHA paciencia para soportar a esa tribu de niños malcriados que poco a poco están conquistando la grada del coliseo colchonero. 

El partido contra el Betis ha sido malo. Soporífero en muchos momentos. Y es una pena porque el equipo salió bien al campo. Dueño del balón, con actitud, con ganas y con Gaitán jugando en manga corta bajo el relente madrileño. Al argentino se le veía con ganas y eso le hizo estar en el momento justo y el lugar adecuado. Corría sólo el minuto ocho cuando enganchó un rechace en el área para meter el balón en la portería. Fueron los mejores diez minutos del Atleti. Los únicos realmente. A partir de ahí, obsesionado por la referencia de Torres en el ataque, el equipo se limitó a cerrar filas y mandar absurdos balones en largo que por supuesto perdíamos. Desapareció el centro del campo, desapareció el control y desapareció el juego. El Betis, que había salido con cierto complejo de inferioridad, empezó a creérselo. Aupado en un excelente jugador llamado Ceballos (¡partidazo!) se fue a comerse al rival. Y casi se lo come. Si en el fútbol hubiese justicia es probable que los sevillanos se debieran haber ido al menos con un empate, aunque, para ser justos, apenas tuvo ocasiones de gol y esa es una buena noticia para los rojiblancos. 

El Atleti no está bien pero eso ya lo sabíamos. Simeone sigue haciendo experimentos y la falta de confianza se ha instalado peligrosamente en los engranajes más importantes del equipo. Insisto, ya los sabíamos. También sabíamos que una situación así sólo se revierte con resultados favorables y no con tacones o pases de filigrana. Con resultados recuperaremos la contundencia y la personalidad granítica de antaño. Después vendrá todo lo demás. Y ojo, no perdamos el norte. Incluso cuando ganamos la liga jugando bien resultó que jugábamos mal. 

Pero nada de esto parece entenderlo esa cohorte de nuevos atléticos, algunos muy viejos, que asimilan esto del fútbol de una forma completamente antagónica a la mía. Tengo por ejemplo una colección de señores en la fila de atrás que se pasan el partido insultando a Gabi. ¡A Gabi! Vrsaljko es cojo, Juanfran está acabado, Saúl es una mierda, Moya un inútil, Koke un vago (¡Koke!), Griezmann un niñato y mejor me ahorro los insultos racistas que le soltaban el año pasado a Jackson Martínez porque me da vergüenza hasta reproducirlo. ¿Son mayoría? No, pero son a los únicos que escucho. Se han hecho fuertes y, como niños malcriados que son, están convencidos de ser los dueños del espacio y del tiempo. Creen que dar su opinión en un país democrático es eso. 

¿Y el resto de la gente? El resto discutimos entre nosotros y nos dividimos entre los que se van asqueados, los que se gastan en causas menores y los que no quieren ver lo que está pasando.

Algún representante de esa fauna invasora pero con cierta capacidad para construir frases, me justificaba luego en Twitter que si el “juego” del equipo era tan espantoso ellos tenían derecho “a decir algo”. Que tienen derecho a “exigir”. A “quejarse”. A “dar su opinión”. Que hay que “tirar lo que no vale”. Vuelvan a leer el primer párrafo. 

La solución sólo puede pasar por la educación pero Papá club está a sus cosas quedándose tarde en la oficina, ganando dinero y pasando de todo. El maestro periodista tampoco ayuda. Fascinado por la luz fluorescente del fútbol moderno y rehén de su propia manutención, les dice encima que hacen bien. Que potencien su histerismo porque eso genera información. Que esa es la actitud. Que hablen como ellos. Que piensen como ellos. Que todas las aficiones son iguales. Que sigan las enseñanzas de esa homeopatía llamada “prensa deportiva”. 

Al final, sedimentado el cabreo, lo único que me queda claro es que yo no me pienso ir. Esperaré a que se marche ellos. Sé que lo harán en cuanto se les rompa el juguete.

@enniosotanaz