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Artículo 2011/12,
prensa
Reconozco que no soy muy partidario de abrazar esa ola de estoico pragmatismo que parece rodear el mundo del fútbol últimamente. Aun así, no soy tan ingenuo como para pensar que las estrellas rutilantes del balón se juegan el menisco por amor irracional a los colores con los que se viste un equipo creado hace un siglo a miles de kilómetros del lugar donde nacieron. Soy consciente del valor de las cosas, de las reglas de un mercado profesional, de la hipocresía, de las debilidades humanas para con el poder, del irrefrenable efecto seductor del dinero y de todo lo que ustedes quieran pero me niego a entender el mundo del fútbol desprovisto de conceptos como la empatía, el orgullo, el agradecimiento, el compromiso, el cariño o, qué coño, el romanticismo. Me niego por una simple razón: es algo que también está ahí y que cuando no lo está, pero interesa, se juega con ello como si realmente lo estuviese.
No sé cómo será en Wisconsin o en Dakota del Norte pero en Bravo Murillo o en la Arganzuela la gente no va al Calderón a ver un “espectáculo”. Ni siquiera tengo muy claro que vayan a ver “un partido de fútbol”. Van a ver al Atlético de Madrid que es una cosa bien distinta. Aunque lo conozco menos, me temo también que los señores que se meten en un autobús de Ciudad Real y se chupan unas cuantas horas para acudir al Bernabéu no lo hacen para ver un “espectáculo” sino para ver ganar al Real Madrid. Hasta es cuestionable, visto lo visto, que importe demasiado el cómo.
Los aficionados sacan pecho, sudan, lloran, sufren, ríen y se cabrean con lo que hace su equipo. Generalmente lo hacen independientemente de los jugadores que en ese momento vistan la camiseta. No vemos once “profesionales”. Vemos al Atlético de Madrid (o al West Ham o el Racing de Avellaneda). Esto lo sé yo y lo sabe usted pero también lo saben los periodistas, los jugadores, los directivos, los representantes y por supuesto las agencias de Marketing. Cuando un jugador declara amor eterno a unos colores o realiza determinados gestos “sinceros” para con sus aficionados sabe que ese “sacrificio” lleva implícito el que luego fallar un penalti pueda no ser tan grave. Ese acto reprobable para un profesional, el de cometer un terrible error ejerciendo su profesión, es entendible y perdonable para alguien que “siente el equipo”. Para alguien identificado como “de los nuestros”. Cuando un señor dice delante de un micrófono que jamás vestirá la camiseta del máximo rival (lo cual, evidentemente, no parece un acto muy profesional, independientemente de si es verdad o no) sabe no sólo que se ha ganado el corazón de miles de ingenuos aficionados sino que el número de camisetas vendidas en la tienda oficial crecerá de forma exponencial. Sabe igualmente que es fácil el que las marcas comerciales lo elijan como referente para liderar las campañas publicitarias de fidelización con ese club. Con esa “marca”. El jugador en ese momento no es un profesional que hace su trabajo y cobra. Es la representación física de un equipo y el sentimiento que lleva detrás. Lo que quiera que eso signifique.
En el ultra-profesionalizado mundo del fútbol resulta que todos los que especulan y/o viven de él son conscientes de que el amor a los colores, el seguidor irredento y el amor irracional son parte consustancial del mismo. Es más, si no fuese así no existirían aficionados del Atlético de Madrid, del Athletic de Bilbao, del Málaga, del Sevilla, del Valencia o del Betis y tendríamos que ser todos de los únicos dos equipos en torno a los que gira el circo de los medios de comunicación. Por fortuna no es así. Pasan los años, los jugadores o los torneos y los aficionados seguimos en el mismo sitio. En primera o en segunda. No es cuestión de resultados, ni de dinero, ni de profesionalidad. Es una cuestión de sentimiento. Todo el mundo lo sabe y el mercado lo aprovecha en beneficio propio. Bien, admito que sea así pero seamos coherentes. No me vale utilizar el argumento de la profesionalidad solamente cuando un supuesto profesional tira de recién estrenada sinceridad para cambiar de equipo. Mucho menos todavía cuando, con el mismo objetivo de fondo, sirve para insultar la fe y la ilusión los aficionados que todavía pagan su sueldo. O vale para todo o no vale para nada. Si usted, jugador de extrema profesionalidad, acepta los abrazos de la gente, los piropos y el cariño irracional de seres irracionales que se mueven por impulsos irracionales, tendrá que aceptar, con la misma sonrisa, el irracional linchamiento cuando su extrema profesionalidad y usted deciden traicionarles. No me venga entonces con argumentos peregrinos supuestamente ligados a la racionalidad humana porque los dos sabemos que será hipócrita.
Y va por ustedes también, señores periodistas. Los argumentos eufóricos, las grandes declaraciones de amor que ustedes elevan a categoría de titular siempre que surgen (y no me hagan tirar de hemeroteca), deben estar descritos con el mismo espíritu y rigor que esas frases que luego, disfrazadas de profesionalidad, sirven para insultar a los aficionados. Esas palabras que ustedes “entienden” con un sospechoso y tamizado concepto de la lógica. ¿Qué lógica señores periodistas?
4 comments
Se ha salido todo de madre, D. Ennio. Todo el romanticismo del fútbol se ha desmoronado en pos del negocio.
Ya hay muy pocos profesionales que sientan los colores. Si acaso el de los billetes. A esos si que se profesan amores eternos...
Un saludo.
Tiene usted razón cdelrui, pero que no nos tomen por estúpidos. O galgos o podencos.
Me temo que si al suculento circo del fútbol le quitas la "tontería" se termina también la rentabilidad.
Un saludo,
No lo había visto. He estado un poco desconectada...ya sabía yo q entrábamos en un debate largo. Tienes razón cuando hablas de todo o nada, o nunca o siempre pero sobre todo, tienes razón cuando pides coherencia en los futbolistas y ahí, nuestro debate personal. Admiro y envidio muchísimo ese romanticismo que todavía te queda, ese seguir creyendo, pero a mí se me gastó hace tiempo, mucho tiempo, quizá demasiado y decidí q era mejor así. Como bien dices, no voy al Calderón a ver a 11 profesionales, voy a ver al Atleti, a mi Atleti, y punto. Ellos se irán, unos mejor y otros peor, pero se irán y yo seguiré. Y como yo seguiré, quiero lo mejor para el Atleti y ahí, prefiero Forlanes o Vieris q admitieron q no eran del Atleti pero q se dejaron todo en el campo a Maniches o Patos Sosas q hablan de q ésto es el sueño de su vida y se rien de todos nosotros.Incluso, si me apuras y con todo el rencor q le guardo al pequeño argentino, creo q prefiero 5 años de pasión y de magia aunque luego acabe fatal q 2 años de relación tranquila y de mucho cariño q no me aportan nada. Sé q hay jugadores q pueden querer al Atleti y otros q no, pero q juegan muy bien; lo ideal sería la combinación de las dos cosas pero desde q se nos fue el último mohicano ( Torres ) y puestos a elegir, me quedo con lo 2º.
PD: Gracias, es un placer debatir contigo :-) Algún día seguiremos el debate en los alrededores del Calderón.
PD2: Si se tratara sólo de "querer", jugaría yo, pero tampoco crea q soy tan fria. Aunq no quiera, me encanta escuchar a Juanfran q la camiseta del Atleti es la camiseta de su vida...
Acepto que el fútbol lo sostengan en el campo de juego los mercenarios, o profesionales, pero no concibo mi posición (la del aficionado) sin el romanticismo. Ni la mía ni la de nadie. Eso si, mi romanticismo, al que yo me refiero, es por la camiseta, por el escudo y por los valores del club. Jamás (o muy pocas veces y cada vez menos) por el que hoy los sostiene. Creo que ese es un matiz importante.
Yo no quiero ni Maniches ni Patos Sosas ni Forlanes (Vieri fue otra cosa). Que un tipo como Maniche declare su amor irredento no deja de ser un insulto a mí equipo del mismo calibre que el explícito desprecio del rubio uruguayo. Me sobran los dos. Vieri vino, metió goles y se fue. Igual que Maxi o Galleti o Simao o Alemao. Perfecto. No es mi opción favorita pero es una opción perfectamente lícita que respeto. Sin aspavientos en uno u otro sentido. Yo no cambio goles o buen juego porque puedas insultarme. Ni metiendo el doble de goles aceptaría que el señor Forlán dijese, con evidente mala leche, que él no jugaba en un equipo grande. A partir de ahí, para mí, el jugador muere. Sea quien sea. Igual que muere todo lo que hizo ese desgraciado que ahora cobra del City en el momento en el que hizo lo que hizo. Si es para salir así prefiero que no vengan. Por muy buenos que sean.
Y ojo, yo no soy un gran defensor de Torres. Más bien lo contrario. Lo defiendo en lo que se refiere al ataque que la prensa nacional-madridista hace injustamente sobre él pero su salida del Atleti me generó muchas dudas emocionales que todavía no han cicatrizado.
El placer es mío. Ojalá podamos prolongar el debate en las inmediaciones del Calderón. ¡Qué mejor sitio!
Abrazos,
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