Muchas gracias a todos los que os habéis pasado por aquí durante todos estos años.

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¡Un abrazo!

Baile de gala

Athletic Club de Bilbao 1 - At. Madrid 2

Era un baile de gala y tenían invitación. La habían ganado merecidamente a base de esfuerzo, de criterio, de trabajo y de buen hacer. Nadie podía reprochar nada con el reglamento en la mano pero ya sabemos la nobleza es clasista e hipócrita por naturaleza y que pocas veces si fijan en las reglas que aplican a los demás. Los hidalgos del poder estaban esperando lejos, marcando claramente la distancia. Evitando el hedor a limpio de la plebe, prefiriendo esperar ocultos, sin dar la cara. En el interior de un salón que consideran suyo y exclusivo. Cuchicheando por las esquinas. Tapándose la boca con abanicos de pedrería y dorados. Esperando el tropezón del recién llegado. Preparándose para reírse de unos vestidos que a todas luces serían vulgares y baratos. Deseando la llegada del momento en el que, con la música de orquesta, los plebeyos se tropezaran con sus propios tobillos. Impacientes por disfrutar de esa humillación. Poniendo los focos en el inevitable error que tenía que llegar. Pero no llego. Los recién llegados entraron con humildad y orgullo. Mirando a la cara. Sin miedo. Sin la sensación de deberle nada a nadie. Convencidos de no tener que dar explicaciones. Conscientes de ser quienes son y de estar donde están. Y bailaron. Convenciendo. Y se fueron por el mismo lugar por el que habían entrado. Ganando. Con el traje impoluto y la invitación intacta. La nobleza, miserable o no, tendrá que esperar mientras siguen acunándose de forma endogámica en su propia decadencia.

El partido que se marcó el Atlético de Madrid en el nuevo San Mamés fue digno de recordar. Uno de esos encuentros que trascienden el limitado cerco de los tres puntos para convertirse en una referencia. Un punto de inflexión. La línea de separación entras las dudas y la evidencia. El equipo de Simeone demostró, por si quedaba alguna duda, que es una escuadra de elite. Capaz de cualquier cosa y posesora de muchos más recursos y aristas de los que algún que otro rapsoda, engreído, desubicado y desgraciadamente bastante estúpido también, quiere ver. El encuentro comenzó mal para los madrileños a pesar de que habían saltado al césped totalmente metidos en la disputa y perfectamente plantados sobre el terreno de juego. Pero los de Valverde acertaron a hilar una buena jugada que había comenzado con un balón largo en vertical. Cierta relajación de Godin, Courtois que sale tarde y Muniain que eleva el balón por encima del portero con esa clase que ya conocemos, acaban poniendo el 1-0 en el marcador. Pero sinceramente creo que el gol le vino bien al Atleti. Obligados a jugar, a pesar de esa excentricidad de haber puesto a Sosa en el once titular, los rojiblancos se hicieron dueños del partido cerrando la salida de los vascos, robándoles la pelota y saliendo con esa verticalidad que se clava en el equipo contrario como un cuchillo. En ese nuevo escenario apareció Diego Costa, como una especie de semidiós griego capaz de lo posible y lo imposible. El hispano-brasileño se marcó un partido soberbio. Espectacular. Ganando todas las batallas a una defensa que soñará muchos días con él. Abriendo el campo, ofreciendo salidas, convirtiendo en fútbol cualquier melón que cayese desde el cielo y metiendo goles. A punto estuvo varias veces de hacerlo hasta que un robo de Koke habilitó una de sus clásicas cabalgadas. El empate no menguó un ápice la ambición colchonera que siguió siendo dueño y señor del partido. A punto estuvo de irse al descanso con la remontada completada si Raúl García no hubiese marrado en boca de gol un gran pase de Filipe Luis desde la izquierda, tras otra excelente jugada de Diego Costa que habilitó al lateral brasileño con el tacón, dentro del área.

La segunda parte siguió por los mismos derroteros. Los bilbainos tenían que recurrir al pelotazo en largo como único recurso para llegar a la portería rival porque la presión y rigor táctico de los del Cholo era absolutamente brutal. Hasta el punto de que durante muchos minutos el Atleti sólo jugó en campo contrario, moviendo el balón con criterio y haciendo fútbol. Sí, señores periodistas. Fútbol. El 2-1 definitivo llegó tras gran jugada de Koke y Filipe Luis por la izquierda. Gran partido de los dos, por cierto. El canterano abrió a la banda para que el lateral metiera el balón en el área y el propio Koke se tirara con el alma para de cabeza poner el balón en la red. El Atleti pudo haber ampliado la renta en los minutos posteriores pero no fue así y según se acercaba el final la gasolina de los madrileños se fue acabando. Ahí apareció el Athlétic. Colgando balones, más con el corazón que con los pies. Pero la realidad es que los de Valverde tuvieron algunas ocasiones de empatar el partido. Especialmente dramático fue un remate de cabeza que Courtois sacó de la escuadra tras estirada prodigiosa.


Tres puntos más y una jornada menos. Por lo demás todo sigue como estaba. O no. Ahora ya saben los incrédulos que el Atlético de Madrid puede ganar en cualquier sitio. Por mucho que marquen en rojo determinadas fechas del calendario. El Atleti, por supuesto, no piensa renunciar a la invitación. Tampoco van a cambiar su traje. Partido a partido. 

200 temas de mecánica

At. Madrid 1 - Granada 0

La asignatura de Mecánica del segundo curso de la antigua carrera de Ingeniería Industrial tenía un contenido de más de 200 temas. Cada uno de ellos era una farragosa y generalmente complicada demostración matemática de fenómenos físicos, como el péndulo de Foucault o la curva braquistócrona, que requiere un esfuerzo de abstracción y conocimientos de cálculo avanzado. En el examen, el pomposo catedrático sacaba un número aleatorio que se correspondía con alguno de esos temas y esa era la mitad del ejercicio. Completar la demostración de forma perfecta. Valía 5 puntos y la alternativa, no completarla con éxito, equivalía a obtener un cero. Ahí estaba la clave para aprobar la asignatura dado que los otros 5 puntos venían de un problema práctico que generalmente era imposible de resolver incluso para premios Nobel de Física. No resultaba una asignatura fácil y el número de alumnos que se acumulaban en sus listas era de proporciones bíblicas. Fue una pesadilla, pero saqué una gran lección de todo aquello que no es precisamente el puñado de nociones de dinámica Newtoniana ni la elegante aplicación del principio de Hamilton. Fue la forma de enfrentarme a los retos complicados. Había alumnos que veían los 200 temas en bloque y directamente pensaban que era imposible aprenderse todo aquello. Se convencían en un vistazo de la inutilidad de enfrentarse a algo que parecía evidente. Muchos dejaron incluso la carrera en ese punto. Ver esa montaña de papeles en bloque y pensar que tenías que metértelo de forma razonada en tu cabeza era algo impresionante que provocaba un miedo al abismo que impedía incluso empezar a mover los pies para andar. Resultó mucho más efectivo aplicar entonces el “partido a partido”. Esa técnica sencilla y antigua que sin embargo tiene más calado de lo que muchos iletrados que ocupan nuestros medios de comunicación (algunos rozando incluso el analfabetismo), son capaces de entender. La técnica se basa en concentrar los esfuerzos exclusivamente en el siguiente paso, como forma definir retos factibles y evitar escuchar el ruido aterrador del premio imposible. El único objetivo era aprender lo mejor posible el siguiente tema y nada más, sin reparar nunca en cuánto duraría aquello o en si lo más fácil o lo más difícil estaba o no por venir. Así, uno detrás de otro. Concentrándose en llegar vivo al siguiente paso. Sin levantar la vista ni especular con cosas que no estaban al alcance. Aprobé, claro, lo que me hizo ser un furibundo creyente de esa religión. Simeone lleva meses tratando de inculcar la misma filosofía en los aficionados colchoneros. También ha tratado de explicársela a los periodistas pero o no lo quieren entender o realmente no tienen capacidad intelectual para hacerlo. No caigamos nosotros en el error de imaginar cuentas. De hacer de videntes. No hagamos lo mismo. No escuchemos los cantos de Sirena. Pensemos exclusivamente en el siguiente partido porque, como siempre dice el propio Simeone, eso nos va bien y nos hace fuertes. Olvídense del calendario. Olvídense de las salidas o del último partido y concéntrense en el Athletic Club de Bilbao. Lo sé, pero nadie dijo que fuera fácil.

Perdonen esa introducción tan larga pero es que del partido contra el Granada se puede hablar mucho de emociones y muy poco de fútbol. Ni la insultante hora elegida por la mafia que domina la liga española fue capaz de retirar del Vicente Calderón esa mística y ese sonido que se ha instalado esta temporada en el coliseo rojiblanco. Una entrada bastante decente, para lo indecente de la hora, que estuvo con su equipo desde el principio. Un equipo que saltó al campo demasiado consciente probablemente de lo que había en juego. Bien colocado, mandando y dominando el juego, pero con la sensación de tener la zapata del freno echada. Con cierta aprensión a cometer errores. Tampoco ayudó mucho una alineación que desde mi punto de vista no se correspondía con las necesidades del encuentro. Comprensible la salida de un errático Insúa en lugar del sancionado Luis Filipe pero el acompañamiento en banda del Cebolla es algo que se escapa a mi entendimiento. Decían que podía tener la misión de tapar la incertidumbre que provoca el bueno de Insúa pero para mí el uruguayo no recorta la incertidumbre sino que la amplifica. Pero no creo que sea él el principal responsable del mediocre partido que hicieron los colchoneros. Mucho más responsabilidad tuvo la escuadra rival, un Granada muy bien plantado en el campo que había estudiado al enemigo con gran acierto. Tapando a Diego Costa y dejando a Villa que se perdiera en su propio bosque, cerrando las puertas de Arda (el único capaz de cambiar el sentido de las agujas del reloj) y obligando a los medios centros a tener que jugar muy atrás. Desgraciadamente para los andaluces, su sistema era puramente defensivo y en ataque todo lo dejaban a la inspiración improvisada de sus hombres de arriba, pero ahí tenían un par de puntales (El-Arabi y sobre todo Brahimi) que pusieron las cosas difíciles a la defensa colchonera en varias fases. La primera parte fue eso, centrocampismo estéril que moría en las inmediaciones del área. Salvo un gol anulado a Costa y las jugadas a balón parado, no hubo mucho más.

La segunda parte fue muy parecida de inicio pero con la salvedad de que el Atleti se fue descaradamente hacia arriba para tratar de meter un gol por lo civil o lo criminal. Con muy poco fútbol, eso sí, lo que me hace volver a intentar entender por qué no estaba Diego Ribas en el campo. Pensamiento que se hizo todavía mucho más fuerte cuando Sosa entró por Cebolla como primer refuerzo. Probablemente sea de los pocos que reclama a Diego de titular y por su puesto esto no supone ni un átomo de merma en mi confianza en Simeone, pero no entiendo que no juegue cuando es el tipo de jugador que tiene precisamente aquello de lo que adolece el equipo. El Principito tuvo sin embargo buenos detalles en el campo. Sigue mostrando una indolencia que asusta y le falta entrar más en juego pero poco a poco intuimos porque está jugando en este equipo. Suyo fue de hecho el saque de esquina que motivo el único gol del partido. Balón al área que esa bestia llamada Diego Costa remató a la red. 1-0. La grada respiraba aliviada pero consciente de la dificultad de lo que estaba pasando en el césped se puso a alentar a su equipo. Un equipo que se echó para atrás a defender el resultado provocando el pánico entre los que nos congelábamos en la grada. Realmente el Granada no tuvo una sola ocasión de gol pero la sensación hasta que terminó el encuentro fue la de que en cualquier momento podía ocurrir lo peor. Pero no, lo que ocurrió fue que el Sevilla marcaba en su estadio y ganaba al Real Madrid. Dato que provocó el delirio del respetable y que nos recordó lo bonito que es el fútbol cuando los partidos de liga se juegan a la vez.


Tres puntos más. Somos todavía más líderes y quedan 8 partidos. Estamos casi en abril, falta poco para que acabe el fútbol de clubes, está todo por decidir y el Atleti está en la pomada. Hace ocho meses soñar con esta situación se asemejaba bastante a estudiar 200 temas de Mecánica. Tenemos la suerte de vivir un milagro, un sueño, que se puede tocar y sentir. Paladear y degustar. Aprovechémoslo. No seamos tan estúpidos de sufrir por cosas por las que no merece la pena sufrir. Especialmente porque ni siquiera han ocurrido.

@enniosotanaz 

La teoría del avestruz

Real Betis 0 - At. Madrid 2

El avestruz es un animal que cuando se siente amenazado, cuando no entiende lo que ocurre alrededor o cuando las cosas no son “como tienen que ser”, decide por precaución meter la cabeza en un agujero. Es en ese agujero, inmenso, galáctico y con equipamiento de lujo, en el que vive el inmenso avestruz que conforman los medios de comunicación de este país. Ese puñado de profesionales distribuidos en empresas de comunicación, también profesionales, que sirven de nexo entre la “realidad” y el ciudadano medio. Mientras la semana pasada media Europa hablaba del Atlético de Madrid en términos elogiosos, situándolo, lógicamente, a la misma altura que los otros siete equipos con los que se está jugando el máximo torneo europeo, pero destacando por el camino el mérito especial que eso tenía en el caso del equipo madrileño (¡¡sí, madrileño!!), en este bendito país el trato recibido se asemeja más, en el mejor de los casos, a un miserable desprecio. TODO el espacio de todos los medios, todos los recursos, todas las luces y todos los focos se gastan sin reparo, ni átomo de vergüenza, en el duopolio tramposo y artificial que al parecer domina los designios del mundo. Siguiendo los predicamentos de la nueva religión del dinero, mientras los dos monstruos económicos se jugaban tres puntos correteando por el césped, en una suerte de desfile de modelos top, peinados galácticos y millones tirados a la basura, no lejos de allí, a dos horas y cuarto en AVE, el Club Atlético de Madrid se colocaba primero de la liga española. Una anécdota que por supuesto pasó y pasará desapercibida para los notarios de la realidad, que, como vulgar avestruz, prefieren seguir calentitos en su agujero.

La victoria colchonera en Sevilla fue sufrida y áspera, pero tiene un mérito incalculable. No me daba buena espina el partido ya en la víspera. Suelo ser esquivo y refractario respecto a los partidos postapocalípticos. Esos que vienen después de un supuesto esfuerzo titánico con gran desgaste físico y anímico del rival. Ese tipo de situaciones límite puede tener también consecuencias límite, pero nadie asegura que sean en uno u otro sentido. De hecho, el partido comenzó con un Betís metidísmo y una grada ejemplar, tratando de hacer olvidar a su equipo el lugar del que vienen y lo que es peor, el lugar al que van. Tanta intensidad había en el césped que prácticamente era imposible jugar. Un Betis muy ofensivo, con dos extremos y dos laterales, que además salió mordiendo. El Atleti trató de contener las emociones, empatar con el rival en lo que a derroche físico se trataba y fiel a su esencia, no complicarse la vida con el balón. Todo esto motivó que no se jugase prácticamente nada y que el esférico estuviese más tiempo en el aire que en el suelo.

Pero poco a poco las cosas volvieron a su cauce. Arda Turan se cambió de banda buscando entrar en juego y por ahí el Atleti recuperó el balón y el dominio del partido. Durante una buena parte de la primera mitad se jugó entonces en campo andaluz y sin que llegasen con ello claras ocasiones, sí que se mantuvo el peligro y la sensación de que el Atleti iba a por el partido. En ese escenario apareció también un soberbio gol de Diego Costa, con pase al segundo palo que remata con la zurda, que sin embargo fue anulado por el colegiado, aplicando ese nuevo reglamente del fútbol que sólo le aplica al Atleti en los partidos en los que puede hacer sombra a los dos únicos equipos de este país. Gol mal anulado que, coincidiendo con la lesión de Amaya, supuso un punto de inflexión en el partido. El Betis, apoyado por una grada que se encendía por momentos, sin que los televidentes supiésemos bien el por qué, elevó el nivel de tensión y de faltas con lo que el dominio del partido cambió de dueño y el fútbol dejó otra vez de ser visible. Y es una pena, porque creo que el Betis es un equipo que juega muy bien al fútbol y al que únicamente le falta gol. Pero también es verdad que su situación no está precisamente como para buscar sutilezas estéticas. Y hablando de sutilezas, antes del descanso el árbitro, con el reglamento ordinario en la mano, debería haber expulsado a un tal  Paulao, que gracias a esa constante campaña mundial por convertir a Diego Costa en el anticristo debió sentirse habilitado para arrancarle la rodilla mediante entrada salvaje.

La segunda parte comenzó con los mismos protagonistas y las mismas sensaciones pero con el Betis aumentando todavía más el grado de implicación, intensidad y protestas y con un Atleti que empezaba a mostrar síntomas de sentirse verdaderamente incómodo en el campo. Juankar pudo haber cambiado la historia quedándose completamente solo delante de Courtois pero su remate golpeó en el palo en lugar de caer en la red. Bendita suerte. El ambiente era tan extremo para los sevillanos que uno de sus protagonistas más pendencieros, Braian, se pasó de la raya. El bético cometió un error de principiante al llevarse claramente el balón con la mano cuando ya tenía una tarjeta amarilla. Segundos después de la expulsión el capitán colchonero, ese excelente profesional que siempre sabe estar en su sitio, dentro y fuera del campo, decidió echarse el equipo a la espalda y lanzar un soberbio zapatazo desde la frontal del área que se coló en la portería de Adán para poner el 0-1. El partido acababa de morir. Los de Calderón se fueron disolviendo como un azucarillo mientras los de Simeone se ponían en modo fútbol-control para cerrar el encuentro. El buen gol de Diego Costa, tras asistencia magistral de Koke de cabeza, no hizo más que acelerar los acontecimientos y sellar un pacto de no agresión para los minutos que quedaban.

Seguramente el lunes tengan que utilizar un lupa de precisión para leerlo en los medios de comunicación o necesitarán extremar la atención para escucharlo en algún sitio pero la realidad está siempre por encima de lo que, supuestamente, vende o da dinero a los que ya tienen dinero. La realidad dice que el Club Atlético de Madrid es ahora mismo, a falta de pocas jornadas, el líder de la liga española. Es decir, por muy grande y confortable que sea el agujero del avestruz no deja de ser eso, un agujero.




Ecosistema

At. Madrid 1 - RCD Español 0

El funcionamiento del fútbol es bastante parecido al de cualquier ecosistema. En contra de lo que pudiera parecer, si uno tuviese la poca inteligencia de dejarse llevar por las reglas baratas y simplificadas que imponen los medios de comunicación, ni es algo binario, ni es sencillo de entender ni es sólo cosa de dos. Una cosa es que todo este montado para que el beneficio, las loas y los euros, se repartan escrupulosamente entre Real Madrid y Barcelona (que es así) y otra que el fútbol, como deporte, como competición o como fenómenos social, sea tan sumamente mediocre que se pueda explicar simplemente con una moneda que cae de cara o de cruz. No lo es. A la espalda de los focos conviven cientos de formas de jugar, cientos de objetivos distintos, cientos de formas diferentes en las que encontrar alegría y cientos de desgracias de diferente pelaje. Ahí está la esencia del fútbol  y no en peinados de fantasía, en circenses celebraciones ofensivas, en peleas mediáticas por ver quién la tiene más grande, en lavados de cara para pateadores de cabezas con madre compungida, o en luchas denodadas por robar jugadores que tengan la “desgracia” de corretear fuera de la galaxia.

En ese contexto sobreviven también tipos como Javier Aguirre, uno de esos entrenadores (no es el único) que conocedor de este complejo sistema, tira de inteligencia callejera para fundamentar su fútbol en una suerte de discreto elemento parásito, que con habilidad picaresca vive de los demás. Haciéndose fuerte en los márgenes del reglamento. Su fútbol, conocido muy bien por la ribera del Manzanares (desgraciadamente), vive detrás de las fuerzas motrices que mueven el sistema. Nunca sale a conseguir ningún objetivo concreto sino que, agazapado en la sombra, espera a roer cualquier cosa de valor que caiga en la batalla. Aguirre nunca sale a ganar un partido. Él sale a sobrevivir. A mantenerse agarrado al palo cuando sopla el viento. A esperar a que los otros pierdan. Las premisas son sencillas: total desprecio por el balón y prohibido construir. El equipo debe jugar muy junto y compacto para llevar a cabo su principal misión que consiste en asesinar al ritmo. Acabar con el fútbol y su despreciable necesidad de continuidad. Rompiendo las intenciones del rival. Preferiblemente siguiendo las propias reglas pero recurriendo a otras posibilidades si fuese menester. En ese caldo de cultivo, el jugador debe estar pendiente siempre del error del rival porque ahí está la clave y para lo que el equipo está entrenado. Aguirre gana sólo cuando los demás pierden. Una forma de entender el fútbol que, lejos de lo que alguno piensa, no es una cuestión de jugadores ni de presupuesto. Es filosofía de vida. Aguirre jugó de esa forma como un equipo formado por los mejores Maxi, Simao, Forlán y Agüero. Demoledor. El juego de Aguirre no funciona para intentar ganar títulos o éxitos en los que sólo puede quedar el mejor. Sirve exclusivamente para éxitos menores en los que no gana el mejor sino el menos malo. Y por cierto, para ese puñado de aficionados de simplificada mente y que sólo distingue entre jugar como el Barça o jugar al contrataque, cualquier parecido entre lo que hace Aguirre y lo que hace Simeone es mera coincidencia.

Por cosas como lo descrito anteriormente el partido contra el Español fue muy complicado. Los periquitos salieron con las premisas de su entrenador grabadas a fuego y con el nivel de intensidad suficiente como para no sentirse superados en esa faceta por su rival. Olvidándose del balón, depreciando la construcción de juego y rompiendo cualquier atisbo de circulación propia o ajena. Y es una pena porque creo que el Español tiene mejor plantilla de lo que su entrenador desearía. Lo demostró al final del partido, cuando liberado de las cerril armadura de Aguirre, el equipo decidió tratar de ganar el partido jugando. La primera parte fue sin embargo una coraza pétrea que rompía el ritmo de un Atleti bien plantado, con buenas ideas, con ganas y sentido que sin embargo se tropezaba con la rocosidad del rival. Bueno y con el árbitro, que siguiendo la consigna de las últimas semanas, volvió a ofrecer un gran ejemplo de cómo perjudicar claramente a un equipo sin que se note demasiado. Tarjetas que no aparecen y que provocan el juego al límite del rival, constantes rupturas del ritmo (también) que desquiciaban a los locales, diferencias de criterio, faltitas que no veo… pero claro, el Atleti juega y llega al área y Diego Costa puede fácilmente ser pateado dentro del área. No pasa nada. No se pita el penalti y punto. Total, ¿quién se va a enterar? Salvo estas "minucias" y un par de remates de cabeza de Villa, la primera parte acabó sin pena ni gloria.

La segunda parte apuntaba por los mismos derroteros pero tras diez minutos de “más de lo mismo” apareció la magia. Gran giro de Villa en zona de tres cuartos que consigue colocar un pase al hueco para Diego Costa que, aguantando las tarascadas e intentos de desequilibrio del rival, fue capaz de encarar la portería y marcar con la zurda. 1-0. En esa tesitura el Español se vio perdido. Incapaz de ir a por el partido, no sabía cómo atacar a un Atleti que, liberado de la necesidad de ir desaforadamente a por el partido, se dedicó a fijar las líneas y minimizar la necesidad de riesgo. Así que fueron pasando los minutos sin pena ni gloria y con muy poco que contar. Los de Aguirre tiraban desde 50 metros y el Atleti llegaba de vez en cuando en contrataques que no eran tales porque el Español rara vez atacaba con más de dos o tres efectivos. Aun así, Costa pudo marcar en una soberbia jugada personal en la que se fue de todos y falló delante de la portería por puro agotamiento. Sólo a falta de quince minutos el cuadro periquito decidió quitarse el corsé y jugar el balón en campo contrario. Fue cuando vimos que lo saben hacer. Metieron al Atleti en su área y consiguieron que los locales acabaran pidiendo la hora. Más cuando un brutal rodillazo de Cordoba a Courtois dejó KO al belga para aparecer completamente ido en las siguientes jugadas. Dando la sensación de que cualquier tiro de los catalanes sería imposible de atajar. No ocurrió así.


Tres nuevos puntos que dejan al Atleti en el mismo lugar en el que estaba. En lo más alto, a tres puntos de la cabeza en vísperas de un Madrid-Barça. No esperen encontrar esa lectura sin embargo en ningún medio de comunicación profesional. Faltan diez jornadas, es decir, estamos ese último tercio de liga del que siempre hablaba Don Luis Aragonés. Ya es oficial, la campaña del Atlético de Madrid, ocurra lo que ocurra, ha sido un éxito. Olvídense de lo que cuenta el telediario o esos señores tan ordinarios que ladran por las noches en la televisión. Piensen que a efectos mediáticos vivimos en Corea del Norte. Sólo existe una verdad y el pueblo hace bailes al unísono repitiendo lo que dice el elegido. El Atleti es ahora mismo un equipo respetado y admirado por los medios de comunicación de todo el mundo… menos los españoles. Echen un vistazo ahí fuera y verán que no les miento. Es reconfortante hacerlo. 

Allá ellos

At. Madrid 4 - AC Milan 1

Si ustedes hacen el gran esfuerzo visual de enfocar la vista en el escudo del Club Atlético de Madrid, observarán, para su asombro, que en el mismo aparece el Oso y el Madroño. Si además disponen de unos conocimientos básicos del común acervo cultural, podrán relacionar, fácilmente también, que ese es precisamente el emblema de la ciudad de Madrid, villa y corte de España, lo que hace indicar que el Club Atlético de Madrid es un equipo madrileño y español. Les digo esto, que puede parecer de Perogrullo, porque no es tan evidente si ustedes viven en esa bendita ciudad, viendo la televisión, escuchando la radio y leyendo los periódicos. Para entender lo que les digo, basta echar un vistazo a la portada de los dos principales diarios “deportivos” madrileños en el día en el que el Club Atlético de Madrid se jugaba su pase a cuartos de la Champions League (después de casi 20 años) y frente a un equipo histórico, de esos que dan lustre a cualquier estadio de fútbol, como el AC Milan. El diario MARCA, en su esforzada búsqueda por aumentar la felicidad de lo que han entendido que es su único cliente, dedicaba su primera página a las cuitas y dramas de un tal Messi. El diario AS, en esa lucha denodada por los mismo objetivos de su rival (que básicamente consisten en obtener respuestas reflejas tipo Pavlov en lo que quede de cerebro en su cliente de referencia),  iba un paso más allá en ese paseo por las cloacas más inmundas de la manipulación y las artes de la desestabilización que normalmente practica. Los aficionados al Atlético de Madrid estamos acostumbrados a estas alturas a vivir al margen del poder, a desconfiar de los vendedores de crecepelo y a sacar pecho viviendo en un mundo en el que al parecer molestamos. Hemos aprendido a sobrevivir entre zarzas y elementos hostiles. Hemos desarrollado una coraza natural para evitar que el desdén tóxico que nos rodea nos afecte, así como para conseguir que la escoria resbale de forma innocua por nuestra epidermis. Sólo puedo hablar por mí, evidentemente, pero tengo la sensación que toda esa pelota de mierda ya nos da igual. Nos hemos acostumbrado a sus formas de matón y su pestilente hedor así que podemos convivir con ello. Pero eso no quita para que los insultos sigan siendo insultos, las puñaladas sigan siendo puñaladas y que los dardos envenenados se claven de vez en cuando extendiendo su veneno. Tiene narices, pero también cierta lógica, que se me venga todo esto a la cabeza precisamente ahora, cuando acabamos de pasar por encima del AC Milan y colocarnos entre los 8 mejores equipos de Europa. Después de asistir a una preciosa fiesta del fútbol en directo y de disfrutar de un sentimiento y de una emoción que lamentable quedará reducida al fabuloso ostracismo de los que nos sentimos aficionados al Club Atlético de Madrid y tenemos la suerte de poder acceder al epicentro del fenómeno. Allá ellos. Los que manipulan los hilos y los que comen mentira. Los que pisan al que tengan que pisar con tal de seguir chupando y los que, incapaces de mirar más allá de la punta de su nariz, siguen pensado que lo que sale en los periódicos es verdad. Allá ellos. Yo en cualquier caso soy seguidor del Club Atlético de Madrid. Con todo lo que eso implica. Es más, lo seguiré siendo.

El partido amaneció precioso. Con un Vicente Calderón lleno, coloreado con furia de rojo y blanco, sonando a fútbol de élite y oliendo a fecha histórica. Un nutrido grupo de tifossi milanistas se apelotonaba en el fondo norte mientras otras tantos se mezclaban en la grada general. Cerca de mí podía ver a varios. Ello, lejos de suponer una amenaza o un inconveniente, como probablemente intuyan los periodistas profesionales que escriben sus crónicas desde la redacción al abrigo de la calefacción central, impregnaba todavía más el ambiente de fútbol. De puro fútbol, el de verdad. De fútbol en directo, que es el único que puede sentirse en la piel. El Atleti salió como uno bisonte al campo. Presionando con furia, intenso y consciente de lo que había en juego. Raúl García era de la partida inicial en detrimento de Villa y Diego (mi opción favorita) en una decisión que no comparto pero que evidentemente respeto con toda el alma. Enseguida el partido se rompió por el marcador. Gabi robó el primer balón de los millones de balones que robaría después y se la pasó a Koke para que el canterano metiera el balón en el área y Diego Costa estirara su gadchetopierna, conectando con el esférico y metiéndolo en la red. 1-0. La cosa pintaba bien. La euforia se desató en una grada que adornaba la permanente sonrisa que tenemos desde que llegó Simeone con las banderas rojiblancas que alguien había dejado en nuestros asientos.

Entonces ocurrió el único borrón de la noche. El Atleti suele ser un equipo que lee muy bien los partidos, con gran capacidad para controlarlos y llevarlos al terreno que más le conviene. Especialmente cuando va por delante en el marcador. Esta vez no fue así. Si en esas circunstancias el equipo normalmente defiende fuera del área y se mantiene muy presionante en zona de tres cuartos, ahora se echaban unos metros más atrás, demasiado cerca del área y bajaban la intensidad. Para más Inri, cada robo de balón (siempre muy atrás) iba acompañado de una pelotazo sin criterio que provocaba que el Milan siguiese en campo colchonero perfectamente colocado. Esa forma de actuar supuso una invitación al rival para que se sumara al partido y el Milan, que es el Milan, lo hizo. Se adueñó del balón, se plantó en la frontal del área, empezó a jugar y empató el partido. Lo hizo Kaká, de cabeza, con un balón colgado a la espalda de Juanfrán, que es uno de los puntos más vulnerables del equipo. Los gritos de los aficionados italianos empastaban con cierto runrún que flotaba en el ambiente y que invocaba a los fantasmas del pasado. El Atleti sacó de centro tratando de animarse pero parecía aturdido. Los de Seedorf lo vieron, sus aficionados también, entendiendo que su oportunidad de remontada pasaba por ahí y ahí estuvieron durante varios minutos. Hasta que llegó el elegido, el grande, el genial Arda Turan. El único capaz de salirse del guión castrense de Simeone con una sonrisa y el aplauso enfervorecido de su propio entrenador. El turco, que cuajó un buen partido, disparó desde la frontal del área un balón que rebotó en la pierna de un rival para colarse en la portería de Abbiatti poco antes del descanso.

La segunda parte fue ya otra cosa. El Atleti volvió a su guión habitual y ahora sí controló el partido como sabe. Asfixiando la salida del rival, compactándose en el repliegue y llevando el balón hasta campo contrario para quedarse a jugar allí. En ese contexto brilló Diego Costa, que volvió a deslumbrar a toda Europa demostrando el inmenso jugador que es y brilló también Raúl García que si bien su labor es más bien discreta en casi todas las facetas del juego, a la hora de rematar es un auténtico killer. Casi mete por la escuadra un remate de chilena que de entrar hubiese abierto todos las televisiones del mundo (menos las españolas, evidentemente) pero  tiró de modestia sin necesidad de trascender para meter el tercero de cabeza, tras saque a balón parado marca de la casa. Pero si brillaron Costa y Arda y Raúl García, me van a permitir que yo me quede con nuestro capitán. Don Gabriel Fernández Arenas. Un líder dentro y fuera del campo. Una referencia para el colchonerismo. Un futbolista ejemplar, discreto y humilde. Un símbolo de entrega, superación y compromiso. Un orgullo para cualquiera que se considere no sólo del Atleti sino amante de este deporte. El capitán completó un partido soberbio (y lleva varios últimamente) iniciando la presión, tapando los errores de los compañeros, equilibrando el equipo en defensa y en ataque, robando, construyendo y hasta llegando a la portería rival. Grande Gabi. Muy Grande. La guinda al pastel la puso de nuevo Diego Costa en la enésima jugada de combinación desde que Diego Ribas había saltado al campo y que acabó con un derechazo al poste que besó finalmente la red. 4-1 al AC Milan en octavos de Champions League. Repitan la frase y piensen sobre ello.


¿Y ahora qué?, preguntarán. Pues lo que venga, opino yo. Llegados a este punto la complicaciones se multiplican y factores como la suerte o el momento exacto en el que tengas que jugar un partido son elementos clave que pueden definir el futuro. Quedarán 8 equipos, casi todos grandes monstruos económicos y alguna anomalía extraña que en principio podría parecer asumible. Qué sé yo. No me gusta jugar a adivinar el futuro así que no voy a empezar a hacerlo ahora. Lo único que tengo claro es que, venga lo que venga, lo tomaré como lo que es, como una fiesta. Como un éxito. Como un triunfo. Digan lo que digan los demás. Los otros. Allá ellos. 

El equipo del diablo

En 1891 Herbert Kilpin, un inglés nacido en Nottingham que trabajaba de asistente en uno de los numerosos almacenes de encajes de la ciudad británica y que también actuaba de esforzado defensa en el Notts Olympic local (y más tarde en el equipo de la parroquia de St. Andrews), decidió aceptar la propuesta que le hizo Edoardo Bosio, un empresario italo-suizo especializado en la industria textil y muy bien conectado con los productores de encajes locales. La idea era trasladarse a Turín para ayudar a la implantación en Italia de los telares mecánicos que ya funcionaban en Inglaterra y que él conocía. Muchos aficionados del AC Milan probablemente no lo sepan pero con la respuesta afirmativa del señor Kilpin, comenzaba la leyenda rossonera. Una de las más importantes del balompié europeo y mundial.
Edoardo Bosio, que había sido residente en Londres durante años, era ya para entonces un gran aficionado al incipiente deporte del foot-ball y junto al bueno de Kilpin se llevó de Inglaterra un balón de cuero, una delicatesseen entonces para el resto de Europa, con la intención de extender el nuevo deporte por tierras turinesas. Con ese balón y en ese mismo año (1891), Bosio fundó el Internazionale Torino que, según se cree, fue el primer club de fútbol de Italia y que tuvo a Kilpin como uno de sus jugadores. Pero años más tarde, en 1897, Kilpin decidió abandonar Turín para asentarse más al este, en la pujante ciudad industrial de Milán. Allí, en la Fiaschetteria Toscana (una taberna situada en el número 1 de la Via Giovanni Berchet, muy cerca de las Galerías Vittorio Emanuele) se fue formando con el paso del tiempo un improvisado espacio dedicado a la tertulia para expatriados ingleses, aficionados al Cricket en su mayoría y minoritariamente al Foot-ball. Poco a poco se fue pergeñando la idea de organizarse para jugar a los añorados deportes patrios y así, un grupo de aquellos ingleses, reunidos en alguna sala del entonces Hotel du Nord (hoy Hotel Principe di Savoia en la Piazza de la Repubblica), decidieron en diciembre de 1899 fundar un nuevo club deportivo denominado Milan Cricket & Football Club, cuya primera sede sería la misma taberna en la que venían reuniéndose regularmente. Kilpin fue el jugador-entrenador y principal baluarte de aquel primer equipo, dirigido en su vertiente futbolística por su compatriota Alfred Edward, al que, por ser más veteran,o le cedió la presidencia. El equipo nació ya entonces con los colores actuales, el rojo y el negro, que la historia (o la leyenda, nunca se sabe) atribuye a las propias palabras de Kilpin: “rojo porque seremos del diablo y negro porque daremos miedo a todo el mundo” ("rosso perchè saremo dei diavoli e nero perchè dovremo metter paura a tutti"). El club sigue respetando actualmente el nombre original con su acepción inglesa (Milan) y no italiana (Milano), en honor al origen británico de la institución.
En pocos meses el equipo fue inscrito en la Federación Italiana de Fútbol y tan sólo unos días después de disputar su primer partido oficial (perdiendo contra el FC Torinese) consiguieron ya ganar su primer título oficial: La Medalla del Rey (Medaglia del Re). Un año más tarde, en 1901, consiguen también su primer Campeonato de Italia, el antecedente de la actual Serie A, ganando al Genoa (monopolizador de los primeros años del torneo) con 3 goles del propio Kilpin. Rápidamente la sección de fútbol del club despertó un gran interés entre los italianos locales, generando un nutrido grupo de socios y aficionados al equipo. Pero en 1907, una controvertida decisión de la federación italiana, claramente influenciada por las corrientes políticas de la época, obligó a que el torneo nacional tuviese que ser disputado exclusivamente por jugadores italianos. Aquello provocó una importante revuelta en el fútbol local que levantó numerosas protestas y de la que surgieron torneos alternativos (como la Copa Spenley) que evitaban esa absurda norma. El Milan no estuvo de acuerdo con la nueva reglamentación pero formalmente la aceptó y siguió inscribiéndose también en el torneo de la federación, algo que algunos socios interpretaron como una traición al propio origen de la entidad. Por ello, un grupo de 43 disidentes reunidos ese mismo año en el restaurante Orologio decidieron escindirse para crear una entidad independiente que no distinguiese entre nacionales y extranjeros. Nacía de esa forma el Internazionale Milano y por ende el derby della Madonnina, la histórica rivalidad Milan-Inter, bautizada así en honor a la estatua de la Virgen María que corona la catedral de Milan. Durante décadas esta rivalidad llevó aparejada una componente social (potenciada durante los años de Musolini en los que los contactos políticos favorecieron la fusión de Inter con el otro rival histórico del Milan, la Unione Sportiva Milanese, para crear la Ambrosiana) que asociaba a los aficionados al Inter con la burguesía y las clases altas mientras que el Milan lo hacía con el proletariado. Esa división, que algunos siguen citando actualmente, se ha difuminado considerablemente y no se corresponde ya con la realidad actual.
El inicio de la primera guerra mundial paralizaría todas las competiciones nacionales e iniciaría un periodo bastante negro durante casi cuatro décadas. En 1919, dado que la sección de Cricket había quedado prácticamente reducida a la anécdota, se modificaría el nombre oficial por el de Milan FC hasta que los estragos del fascismo, que no tenía especial simpatía por los orígenes británicos del club, obligasen a modificar de nuevo el nombre por el de Associazione Calcio Milano en 1938. Antes, en 1926 se inauguraría el estadio de San Siro, que compartiría con su máximo rival, y que aunque en 1980 cambiaría su nombre oficial por el de Giuseppe Meazza, en honor a la figura del fútbol italiano, los aficionados milanistas, debido lógicamente al reconocido pasado interistas del señor Meazza, han preferido seguir denominando su estadio con el mismo nombre del barrio en el que se ubica, San Siro. Concluida la segunda guerra mundial, el club puede recuperar en su nombre el origen inglés de la institución así que a partir de 1945 pasa a denominarse AC Milan ya definitivamente.
No es hasta la década de los 50, con cinco jugadores suecos en sus filas, cuando vuelve la gloria al Milan y lo hace ganando la Serie A italiana en 1951 (sería su cuarto título) y la Copa Latina (segunda competición europea más importante de la época por detrás de la Copa Mitropa). En 1955, tras volver a ganar el Scudetto, participa en la primera edición de la Copa de Campeones de Europa (antecedente de la Champions League), siendo el primer equipo italiano que lo hace y título que ganaría menos de una década después. Antes tuvo que aterrizar en el club el legendario Nereo Rocco, para muchos el pionero del Catenaccio en Italia y uno de los grandes héroes de la historia milanista. Con él en el banquillo y su filosofía en el campo, lograban en 1963 alzar el máximo tornero europeo, imponiéndose al Benfica de Eusebio en el estadio de Wenbley. Rocco permaneció un total de 8 temporadas en el equipo (separadas en dos periodos) en los que además de varios “Scudettos” conquistaron la primera Recopa de Europa (1968), una nueva Copa de Europa (1969, en el Bernabéu y frente al Ajax de Cruyff) y Una Copa Intercontinental (1970, frente a Estudiantes de La Plata).
El equipo siguió una rutina más o menos regular, aunque no tan exitosa, hasta los fatídicos primeros años de la década de los 80 en los que el club es descendido a la serie B por demostrarse la implicación de su presidente, Felice Colombo, en la trama de corrupción, apuestas y amaño de partidos conocida como Totonero. El Milán entra así en una fase inestable y compleja hasta que en 1986 Silvio Berlusconi toma el mando del club y un año más tarde ofrece la dirección del equipo a un prometedor entrenador que venía de Parma y que se llamaba Arrigo Sacchi. La innovadora forma de jugar al fútbol del nuevo entrenador, a base de reducción inteligente de espacios, movimientos en bloque, defensas en zona,… junto a un puñado de jugadores, bautizados como: Gli Immortali di Sacchi, que asimilan el sistema a la perfección (hablamos de Maldini, Baresi, Ancelotti, Van Basten, Gullit,..) revoluciona el fútbol y vuelve a poner al Milan en lo más alto de la elite con dos Copas de Europa consecutivas pasando por encima del resto de equipos europeos (especialmente del Real Madrid con aquel famoso 5-0). A Sacchi, le sucede Capello en otro periodo exitoso que junto a sus Gli Invincibili, culmina con la quinta orejona en Atenas frente al FC Barcelona. El tercer gran periodo de los milaneses se da entre 2002 y 2009, de la mano de uno de sus antiguos jugadores, Acelotti, con el que ganan su sexta y séptima copa de Europa frente a la Juventus (por penaltis) y Liverpool respectivamente.

A partir de 2011, año en el que el Milan ganó su último Scudetto (el decimoctavo) pero en el que ya venía siendo patente un cierto declive respecto a los años de gloria, el club entra en un periodo de crisis y renovación que afecta a lo deportivo (edad avanzada de la platilla) y lo económico (crisis financiera que obliga a vender a jugadores estrella). Ese es el Milan actual, al que se enfrenta el Atleti. Un equipo en transición, inestable y complejo pero con un legado poderoso, jugadores de primer nivel y un ADN de primera categoría. Sería francamente estúpido menospreciarlo o auparse como favoritos. El Milan es el Milan, el equipo del Diablo. Muy pocos pueden presumir de una historia parecida.

Oficio

RC Celta de Vigo 0 - At. Madrid 2

Durante todos esos años de hibernación y casposa mediocridad que desgraciadamente tuvimos la desgracia de sufrir no hace tanto, uno veía los partidos de los demás equipos con cierta distancia y bastante resignación. Afectado por la sombra de esa nube negra que pululaba por encima de nuestras cabezas, observaba los partidos del Real Madrid y pensaba que ese equipo tenía una suerte injusta y galáctica que hacía que ganase muchos partidos sin aparentemente merecerlo. Les veía salir a cualquier campo, plantarse como una piedra y en un momento dado meter un par de goles que acababan con todo. Uno estaba convencido en esos días de que aquello debía ser una especie de conjura por parte de los dioses antiguos para que el equipo poderoso ganara siempre. Pero recuerdo una vez, viendo un partido en un decadente bar en un pueblo de Ávila, en el que un señor mayor que estaba por allí, escuchó mi discurso y me dijo algo que se me quedó clavado. Muchacho, cuando todas las veces ocurre lo mismo deja de ser suerte y pasa a ser otra cosa. Y tenía razón. Llámenle poderío, grandeza o superioridad. Llámenle incluso, si quieren, oficio. Llámenlo como quieran llamarlo pero eso es exactamente lo que le pasa a los equipos grandes y eso es exactamente lo que tiene ahora mismo el Atlético de Madrid. Un equipo sólido, rocoso y unido, que tiene muy claro hacia dónde mirar, hacia dónde correr y hacia dónde soñar.

El partido fue malo y aburrido. Decir otra cosa, en mi opinión, sería faltar a la verdad. Aparecieron los dos equipos dando la sensación de que se habían estudiado convenientemente y los primeros minutos dejaron claro que así era. El Atleti, con las ausencias de Arda y sobre todo Diego Costa, dejaba dudas respecto a su capacidad de mantener ese juego vertical y letal que lo ha caracterizado durante toda la temporada y los primeros 45 minutos no fueron precisamente una buena prueba para contradecir que el equipo de Simeone no se desangra con los cambios. Según avanzaba el tiempo el Atleti se transformaba en un equipo plano, lento y con una terrible alergia a manejar el balón, al que pateaba sin consideración cada vez que tenía oportunidad. Enfrente aparecía un Celta con hechuras de equipo bien construido. Tratando de jugar siempre en campo contrario, adelantando la defensa, presionando, sacando el balón jugado, casi siempre muy bien y manteniendo por el camino intensidad suficiente como para molestar al Atleti. Diego, demasiado escorado en banda, no era capaz de recibir un balón en condiciones y se perdía corriendo por detrás de la pelota, algo para lo que no está dotado y que mucho iluminado confunde con falta de “huevos”. Me repugna ese discurso de la testosterona y el “echarle ganas” al que mucho rapsoda recurre con demasiada frecuencia. Me pone de muy mala leche además, cuando si algo le sobra a este equipo es precisamente “huevos” y si hay algo que le falta es precisamente fútbol, que es, también precisamente, lo que tiene Diego. Mario cumplía mal que bien en defensa pero era una tabla rasa en la construcción. Raúl García no conectaba, Koke se desfogaba en defensa y Villa se perdía entre los centrales. Afortunadamente la defensa seguía sería y sólida con un gran Alderweirdeld, del que ya podemos decir que ha sido un buen fichaje. La primera parte moría sin apenas ocasiones, con el público muerto de aburrimiento y con un Celta que, a los puntos, había sido mejor o al menos había sido el único que quiso convertir en un partido de fútbol, aquello que estaba pasando en la hierva.

Pero la segunda parte fue otra cosa. El Atleti salió adelantando filas, aumentando la presión y, lo más importante, haciendo una gestión del balón mucho más honesta e inteligente. Los centrales y mediocentros en lugar de patear el balón a la mínima, lo jugaban en corto buscando pasar por el centro del campo con lo que conseguían llegar a zona de tres cuartos con posibilidades de hacer fútbol. Lógicamente, ahí sí aparece Diego. Pidiendo el balón, abriendo, distribuyendo, pensando... Fútbol. El Atleti era ya otro cuando Sosa salió al campo por un Koke que parecía agotado, pero mejoró con el Principito en el campo. Buenos minutos del argentino, los mejores desde que se puso la elástica colchonera. Y así apareció finalmente el Atleti letal y de intenso perfume italiano que conocemos, para abrir y cerrar el partido en cinco minutos, por mediación de un renacido David Villa. La brutal e incansable presión de Gabi provocó una perdida de balón del equipo gallego que aprovechó con habilidad y esa inteligencia que no ha perdido, ni perderá el delantero asturiano, para encarar a Yoel y batirle por bajo. Gran noticia la vuelta de un Villa al que el equipo necesita como agua de mayo. No me pregunten por qué, pero me gusta el portero del Celta, Yoel. Pocos minutos después una buena jugada y pase de Sosa desde la banda de derecha, junto a un soberbio arrastre de Raúl García al primer palo, habilitó a Villa en la frontal del área para que el Guaje convirtiese su segundo gol. Fin del partido. A partir de ahí el Atleti adoptó su posición de equipo replegado y eso son palabras mayores. El Celta tocaba hasta el campo rival pero ahí morían. Ni una ocasión tuvieron de batir a Courtois mientras que los colchoneros se recreaban en contrataques que no acertaban a convertir.


Tres nuevos puntos que nos sitúan ahora mismo como líderes de la liga, a falta de lo que el Real Madrid haga mañana. Jornada 27 y 64 puntos. Números que hablan por si mismos. Cada uno es muy libre de enfadarse o alegrarse de lo que quiera, criticar o admirar lo que le de la gana, pero cuestionar la labor de este equipo (al descanso leía cosas en twitter que me ponían los pelos de punta) es tan injusto como falto de perspectiva. Hasta osado, diría yo.




PD. Aunque no siempre lo ponga por escrito agradezco mucho los comentarios y las entradas anónimas a este blog. Tengo la sensación de que esta temporada será la última en la que escriba crónicas de todos los partidos. Tengo algunas razones para ello y está última semana ha sido especialmente reveladora pero les aseguro que ustedes no son ninguna de ellas. Todo lo contrario. Muchas gracias.

Distopía

At. Madrid 2 - R. Madrid 2

Escojan la distopia que quieran, 1984, Un mundo feliz, Nosotros, Matrix,... cualquiera vale. En todas hay un mundo perfecto con los protagonistas elegidos de antemano, en todas hay una masa complaciente que dice sí, en todas hay apuestos seres a los que venerar y en todas hay un Ministerio de Propaganda que se encarga de pulir, crear y mantener la verdad. Escojan la distopía que quieran sí, porque cualquiera les valdrá para entender como funciona el fútbol español. Un mundo fantástico, perdón, quise decir galáctico, en el que los apuestos protagonistas aparecerán todos los días a todas horas y por todas las vías posibles, siempre siguiendo las directrices del Ministerio de Propaganda y Verdad. Un mundo en el que todos debemos venerar siempre y nada más que al Becerro de Oro. El único. Ese que, según en qué latitud nos encontremos, tiene color blanco o blaugrana. El resto de individuos que compone la masa amorfa, pétrea y prescindible, se dedica a comer alfalfa, aplaudir y disfrutar del espectáculo, reduciendo la actividad cerebral a mínimos sólo alcanzables por algunos protozoos dopados. Sí, sé que me dirán que hay blogs, tipos que viven al margen de la “verdad” e incluso (sí, me dicen que alguien ha visto alguno) periodistas con cerebro e integridad que tratan de combatir desde dentro, con sus pequeñas armas, la gran red mentirosa en la que vivimos, pero creo que todos esos están (estamos) fuera de la ley. Somos insignificantes. No contamos. No salimos en las estadísticas. No existimos. No somos. Por eso cuando en la ecuación perfecta, esa que mueve trillones de trillones de euros, se cuela una anomalía incómoda, compleja y dolorosa, como el Atlético de Madrid del Cholo Simeone, el sistema tiene que hacer todo lo posible por expulsarla. Anularla. Desautorizarla. Humillarla. Ocultarla. En ello está y lo conseguirán, tarde o temprano, pero les cuesta mucho, es evidente, y en el camino uno disfruta con la pelea. Mucho.

El derbi de hoy es un derbi como los de antes. Como los de siempre. Con pelea, emoción, resultado apretado y arbitraje favorable al Real Madrid. Hasta ahí nada nuevo. La nota discordante la pone el hecho de que ese equipo muerto y acabado que, siempre según el Ministerio de Propaganda y Verdad, era el Atleti, pareció tener algo más de fuelle del que se le suponía. Se presentaba el Real Madrid en el Calderón crecido, aupado en los últimos resultados espectaculares y sobre ese trono de equipo insuperable y pluscuamperfecto que con gustó y dedicación habían creado prematuramente los amigos de la prensa, la única. Se permitían el lujo incluso de quitar de la alineación titular al nuevo mejor jugador de todos los continentes y de todos los tiempos: Jesé. El Calderón estaba lleno, el ambiente era espectacular y el tifo quedó precioso, pero todo eso no parecía más que cortinas de atrezzo para el paseo militar del equipo de todos, el Real Madrid, iba a realizar. Cuando en el primer minuto una falta sacada desde la derecha y un error garrafal, que recordaba tiempos pretéritos, hacían que Benzemá pusiese el primer gol en el marcador, las personas de bien respiraron tranquilas. Coser y cantar, se escuchaba en las mesas de redacción. Los ministros del poder se palmeaban entre ellos, los grandes empresarios del mundo chocaban sus copas de Don Perignon y los notarios de la realidad respiraban aliviados. La normalidad de imponía una vez más... no contaban con esa anomalía que viste a rayas rojiblancas. Craso error.

Porque el equipo ese que en su escudo, irónicamente, lleva el emblema de la ciudad de Madrid, tiró de raza, de orgullo y de fútbol para vender cara su derrota. Sí, de fútbol. Repasen el video. El Madrid, fiel a la cuna de su entrenador, tiró de especulación, paró el ritmo y se puso en ese modo de jugar a esperar tan suyo, pero se le fue la mano. O quizá no contaba con un rival encendido y orgulloso que robó el balón y se dispuso a meterlo, por las buenas o las malas, en la portería contraria. A punto estuvo Diego Costa, genial todo el partido, cuando ganando la partida a Sergio Ramos entró en el área para encarar la meta. El sevillano desbordado lo derribó clarísimamente pero el árbitro se acordó entonces de dónde vive, de qué color viste el Becerro de Oro y de quienes son los buenos. Ninguna duda al respecto de si era o no penalti en el propio campo. Vista la repetición tampoco tengo duda de que no fue un error arbitral. Su actitud, su criterio y sus acciones durante todo el partido deja evidencias de por donde van los tiros.

La rabia que supuraba a miles colchoneros, que recordábamos por qué somos de nuestro equipo y no del equipo que estaba jugando enfrente, era la misma rabia de tantas y tantas generaciones de otros colchoneros. Era la rabia de los jugadores que defendían hoy la camiseta y es la rabia por tanto que acompañaba cada jugada a partir de entonces. Cada triangulación. Cada cambio de juego. Mario Suarez seguía perdido y descolocado. Raúl García, que sin rematar sigo pensando que es un jugador intrascendente, tampoco estaba demasiado fino, pero el Atleti era un equipo. Un equipo que jugaba con la cabeza levantada y que miraba de tú a tú al rival. Y que quería ganar. Así que una jugada de Turan pasados los 25 minutos puso justicia en el marcador. Hacía tiempo que sólo había un equipo en el campo. El turco se paseó entonces por la frontal del área, con la delicadeza de los artistas imprevisibles, para abrir el balón a la derecha y dejar a Koke de cara a la portería. El canterano, que ha vuelto a realizar un soberbio partido, pegó al balón sumando la fuerza de todos los que estábamos en la grada para empatar el partido. El Calderón estallaba de júbilo pero los jugadores se abrazaban sólo tímidamente. Parecían querer decirse entre gestos, chicos, nos falta otro gol. Y fueron a por él. Los últimos minutos fueron un vendaval de juego, poderío y ganas por parte de unos colchoneros que encerraron al Real Madrid en su campo. Un Real Madrid que acusó su bajada de ritmo y que para cuando quiso reaccionar, estaba ya metido en la dinámica de un rival que lo superaba. Los de Simeone bordeaban el área constantemente, pero fue en el último minuto cuando vino el gol, con un saque a balón parado que llega a Gabi muy lejos de la portería. El capitán decidió entonces encarar la portería y desde muy lejos lanzar un zapatazo brutal que Diego López no ve salir y que por tanto no puede parar. 2-1. Final de la primera parte. La felicidad.

Había dudas respecto a como encararía la segunda parte el Atleti y si los de Ancelotti serían capaces de volver a ser el equipo de las últimas fechas pero el guión no se movió un átomo. El Atleti volvió intenso, fuerte, guerrero y mandón. El Madrid trataba de cerrarse tácticamente esperando su oportunidad pero durante muchos minutos el Atleti siguió dominando y tuvo sus ocasiones, pero entre el árbitro y el equipo blanco trataron de campear el temporal. La ocasión más clara llegó en la cabeza de Arda tras buena jugada por la derecha de Juanfran, pero Diego López sacó bien un balón que se colaba. Desgraciadamente a falta de 20 minutos, más o menos, el Atleti, que había hecho hasta entonces un esfuerzo físico brutal, se quedó sin fuelle y el Madrid, que es mucho Madrid, las cosas como son, empezó a salir a la superficie. Y tuvieron alguna ocasión que Courtois solventó como en él es habitual. El bajón de los locales era evidente. Algunos miraban al banquillo pero supongo que Simeone volvía la cabeza y no veían nada que pudiera mantener el nivel. Yo tampoco, lo reconozco. La salida de Marcelo (increíble que no fuese de la partida inicial) puso más peligro al ataque merengue pero el Atleti se resistía con rigor sin pasar excesivos problemas. Hasta que llegó un terrible error de Mario Suárez que no acertó a despejar, el balón acabó en el centro del área donde apareció Cristiano Ronaldo para rematar a red. 2-2. El Atleti tuvo una última oportunidad, con un error de la defensa madridista que ni Costa ni Raúl García fueron capaces de acertar a resolver, pero la sensación era de que el Madrid estaba más fuerte y cerca del gol.

Empate que deja sensación de derrota en la grada, lo cual es una estupenda señal, especialmente teniendo en cuenta los últimos años de historia de nuestro equipo y teniendo presente el lugar de dónde venimos, pero que técnicamente deberíamos entender como algo positivo. Seguimos a 3 puntos de la cabeza y tenemos ganado el gol average con el Real Madrid. Así que en contra del Ministerio, de sus voceros, de las galaxias, de los galácticos y demás mentiras, seguimos soñando. Pese a quién pese. Partido a partido.