At. Madrid 1 - FC Barcelona 0
“yo me voy al
Manzanares, al estadio Vicente Calderón…”
Decía Erasmo de
Rotterdam que la felicidad consiste principalmente en querer ser lo que uno es.
Tenía razón. Los aficionados al Atlético de Madrid, al menos, lo entendemos
así. Me consta. Somos del Atleti porque no entendemos que se pueda ser de otra
manera y además nos parece una solemne estupidez tener que explicarlo. Si no lo
entiendes es evidente que no eres de los nuestros. Somos del Atleti porque
somos felices. Porque somos exactamente lo que queremos ser. Porque además
estamos generalmente orgullosos de serlo. Independientemente de si la pelota
entra o no. Porque anclamos los pilares de nuestra razón de ser en cosas que no
se pueden comprar con dinero, por mucho que los pragmáticos monstruos que
mueven los hilos del mercado quieran convencernos de otra cosa. Voy al
Manzanares porque allí soy feliz. Porque, independientemente de lo que ocurra,
seguiré siendo feliz por el simple hecho de sentirme parte de esa cosa etérea e
indefinida que denominamos Club Atlético de Madrid. No miren al marcador para
entenderlo. Miren al escudo. No busque explicaciones en el presupuesto ni en
nombres rimbombantes con origen en lugares exóticos. Para entenderlo observen
mejor la sonrisa sincera y natural de un jugador de fútbol profesional
enfundado en la casaca rojiblanca mirando a una grada que lo ha transportado en
volandas hasta conseguir llegar a la semifinal de la Champions League.
“…donde acuden a
millares, donde gustan del fútbol de emoción”
Llevo toda la
vida acudiendo al estadio Vicente Calderón pero no recuerdo muchas noches
iguales. El Manzanares ha estado abarrotado otras veces. Otras veces hemos
hecho mosaicos y otras veces la gente se ha dejado la garganta pero lo de este
partido contra el Barça ha sido otra cosa. No sé cómo se vería a través de la televisión pero cualquiera de los que allí hemos estado sabemos que hemos
asistido a algo especial. Único. El ambiente era exagerado. La presión brutal.
La emoción extrema. Pero a diferencia de lo que puede ocurrir con equipos
perdedores, en nuestro caso los nervios, que los había, se transformaban en
energía positiva que llegaba al campo. ¡Desde luego que llegaba! El Equipo
salió a comerse al Barcelona. Con una intensidad, unas ganas y una forma de
jugar al fútbol que nadie podía imaginar. Los primeros quince minutos del
Atleti fueron soberbios. Rozando la excelencia. Una apisonadora que aplastó a
todo un FC Barcelona. Mordiendo en el mismo área blaugrana y obligando a los
del Tata a parecer un equipo vulgar, incapaz de saber qué hacer con la pelota. Amagó
Raúl García con un tiro lejano pero eso no era nada. En una jugada que luego se
repetiría mil veces, balón largo la cabeza del navarro que prolonga a la
espalda de Dani Alves, Adrián se plantó delante de Pinto para empotrar el balón
en la cruceta. Mala suerte para el asturiano, señalado por Simeone en la previa
en otro de esos gestos del Cholo que lo reivindican como entrenador excelso,
que no empaña sin embargo un gran partido por su parte. Si Simeone es capaz de
recuperar para la causa a un excelente jugador como Adrián, el tema de la
canonización habría que ir empezándolo a mover. Pero la jugada no terminó ahí.
El Atleti, enchufadísimo, siguió mordiendo y Villa, otro que demostró ser un
magnífico profesional y todavía un jugador muy aprovechable, consiguió colgar
el balón al área con la izquierda. Adrían, otra vez, dejó los fantasmas a un
lado para elevarse a los cielos en un salto portentoso, ganando la partida al
defensor catalán y mandando el balón al otro palo por donde apareció Koke para
marcar el 1-0. El éxtasis en la grada. En mi vida me he abrazado a más gente desconocida
en tan poco tiempo.
“…porque luchan
como hermanos…”
Pero el Atleti no
se quedó ahí. Henchido de furia, sintiéndose poderoso, con un nivel de
concentración sobrehumano y disfrutando de jugar fútbol, el equipo colchonero
siguió dominando, a su manera, y poniendo en dificultades a un equipo blaugrana
que parecía grogui. Impidiendo a base de presión y entrega que el rival pudiera
jugar el balón, pero defendiendo como la roca que acostumbra cuando el Barça
cruzaba el centro del campo. Una vez más (y van…) un excelente planteamiento
táctico de Simeone que es para enseñarlo en las escuelas de fútbol. El Atleti pudo
haber resuelto en esa primera media hora pero los palos de la portería se lo impidieron.
El bueno de Villa se topó por dos veces con el larguero, tras dos buenas jugadas
verticales de los madrileños. Sólo al final del primer tiempo el Barça tomó
consciencia de lo que se jugaba y rondó con cierto peligro la portería de
Courtois, pero nunca con demasiada presencia y siempre a base de balones
colgados.
“…defendiendo sus
colores….”
La segunda parte
siguió el mismo guión que habían tenido los últimos minutos de la primera. Un
Atleti algo más replegado y un Barça con mayor posesión que sin embargo seguía huérfano
de ideas para atacar la tela de araña diseñada por Diego Pablo Simeone.
Mientras Messi, Iniesta, Cesc, Neymar, Xavi y el resto de superestrellas del
Barça se hundían en el imaginario pozo del ostracismos (de hecho Iniesta fue
sustituido en una decisión difícilmente interpretable para un admirador de
Iniesta como yo) los que vestían de rojiblanco se fundían cada vez más en un
solo concepto. En una sola forma. En un equipo. EL equipo. Porque si hay algo
que caracterice a este sueño firmado por el Cholo es precisamente eso. La
capacidad de ser un todo. Único e indivisible. Capaz de hacer un partido
excelso cuando sus dos máximas estrellas, Diego Costa y Arda Turan, estaban en
la grada. Por eso me cuesta tanto destacar jugadores concretos en partidos como
este. Pero tengo que hacerlo. Si los once que saltaron al campo estuvieron a
una altura máxima, quiero quedarme especialmente con dos nombres. Koke, que
volvió a dar una lección de futbolista total. De los que atacan, defienden,
marcan goles, ordenan las filas, dan el último pase, equilibran y
desequilibran. Un jugador 1o que además es de la cantera y es del Atleti. Y
Tiago, que volvió a dar una lección magistral de lo que es jugar de
mediocentro. Pero sería injusto desmerecer a una defensa que a fuerza de jugar
siempre rondando la perfección olvidamos lo buena que es. O de ese Gabi que
representa el escudo colchonero en un jugador. O de Raúl García que, pese a
quién pese, es cada día más importante en este equipo. El partido transcurrió con
la emoción propia del evento y con los gritos desaforados de una grada que
volvió a ser el duodécimo jugador rojiblanco pero pensándolo en frío, tampoco
se paso especialmente mal. El Barça tuvo sus opciones, sí, pero fueron
puntuales. Fruto de balones colgados y con remates de cabeza que salieron
desviados. Su mejor jugada fue una internada de Neymar que desbarató Courtois tirándose
como una gacela a sus pies. Los últimos cinco minutos los vivimos de pie,
abrazados en la grada y sufriendo pero en el ambiente podíamos notar, desde
hacía ya muchos minutos, el delicioso olor de la victoria. El árbitro pitó el
final y se desató la euforia.
“…con un juego
noble y sano…”
50.000 adultos sonreímos
como niños en ese vetusto cemento que sostiene el Vicente Calderón. Reímos,
lloramos, nos abrazamos sin conocernos y buscamos la forma de expulsar la
adrenalina que se había acumulado hasta saturar nuestro cuerpo. Los jugadores,
rotos físicamente, hacían lo mismo sobre el césped antes de volver a los
vestuarios. Pero allí no se marchaba nadie. No queríamos que ese delicioso
momento, ese cenit de la felicidad que supone ser seguidor del Atlético de
Madrid, acabase todavía. A base de ruido y pasión obligamos a los jugadores a
volver al césped para disfrutar de una fiesta de la que por supuesto formaban
parte. Como héroes anónimos que, altruistamente o no, habían dado todo lo que tenían
por una idea. Por un símbolo. Por un equipo. Por el Club Atlético de Madrid.
Todavía no habíamos reparado en ello entonces pero en ese momento éramos semifinalistas
de la Copa de Europa. Después de 40 años.
“…derrochando
coraje y corazón.”