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¡Un abrazo!

Gota China

Athletic Club de Bilbao 1 - At. Madrid 2

Aparecía Simeone con este rostro curtido y serio con el que afronta las ruedas de prensa normalmente. Escondido tras esa mirada que parece transmitir el cansancio de sus jugadores y envuelto en ese sonido discreto, monótono, del que se sabe ganador. Del que es muy consciente del trabajo bien hecho, muy bien hecho, pero que aún así procura por todos los medios guardar, bien oculto, cualquier reducto de petulancia o soberbia que pudiera quedar pegado por algún sitio. El Atlético de Madrid acababa de clasificarse para las semifinales de la Copa del Rey en un partido complicado, frente a un rival en un gran momento y en un estado que hasta ese instante estaba inédito para los equipos visitantes. Pero Simeone se rindió. Prescindió de esa coraza fría que usa para los periodistas, olvidó por un momento el mantra de vivir el momento pensando en el partido siguiente y se rindió. Se rindió a sus jugadores. Con honestidad y admiración. Felicitó a los once jugadores que habían saltado al campo como si estuviese felicitando a once héroes que logran llegar a un terreno para el que no estaban destinados. Se rindió momentáneamente para reconocer, a su manera, que lo que está haciendo este equipo es sobrenatural. Imposible. Inexplicable. Como si hubiese llegado a un punto que sobrepasara incluso al propio Simeone. Pero ahí está el Atleti. Como una roca, sólida y robusta, que no deja de girar y que jamás se aparta del camino. Como una gota china que cada cinco minutos golpea.

Pero no fue fácil. El partido se presentaba complicado, a priori, debido a una serie de agentes internos y externos que no beneficiaban a los rojiblancos. La realidad no defraudó. Los del Cholo se presentaban en el campo con una serie de bajas más que significativas y enfrente aparecía una Athletic crecido tras sus últimos resultados, confiados en utilizar el factor campo como un elemento más con el que competir. El plan parecía claro: contener a los vascos para salir en vertical y a punto estuvo de salir enseguida. Hasta el punto de poder haber resuelto el partido ya en el primer minuto. Una diagonal que deja a Diego Costa delante del portero pero que sin embargo el hispano-brasileño tiraba contra Herrerín. Mal síntoma para el delantero, que volvía a mostrar esa ansiedad frente al gol que ya habíamos observado en los últimos partidos. Pero esa primera jugada fue un espejismo. El Atleti, muy lejos de su mejor versión, hizo una primera parte muy pobre. Una primera parte que levantó las señales de alarma en los seguidores colchoneros, que durante muchos minutos no reconocieron a su equipo. Defendiendo excesivamente atrás y totalmente a merced del conjunto bilbaíno que, con buen manejo de balón, rapidez y ayudas en ataque, controlaban completamente el partido. Me gusta mucho Valverde. La cosa se puso todavía peor cuando Filipe Luis se rompió el aductor peleando un balón en banda y tenía que abandonar el campo dejando su sitio a Insúa. Irónicamente esa fue una de las notas positivas del partido ya que el argentino completó un partido muy serio en todos los aspectos, disipando así las dudas que probablemente habían empezado a surgir respecto a su fichaje y levantando las esperanzas sobre su futuro en rojiblanco. Hay jugador. 

Pero el partido seguía igual, no por problemas defensivos, sino por lo poco que le duraba el balón a los de Simeone y la mediocridad con la que lo utilizaba cada vez que eran capaces de recuperarlo. La razón, para mí, estaba clara. Formar una línea de tres cuartos con Cebolla, Adrián y Raúl García es regalar el balón y el control del partido al equipo contrario. El primero brega y trata de salir en vertical pero rara vez combina con criterio y no está llamado para la creación. El segundo, aunque se le vio más que otras veces, sobre todo en la segunda parte, no está y cada vez son menos los que le esperan. El tercero, que además estaba colocado como delantero dejando la banda a Diego Costa, es un portento en el remate y la segunda jugada pero pobre en la combinación y bastante flojo en la creación. La presión no salía, las dos líneas de 4 se juntaban muy atrás y el equipo se limitaba a achicar agua. Enfrente los de Valverde se gustaban mientras poco a poco se lo creían. Los últimos 15 minutos fueron de pesadilla para el Atleti con un par de remates de Mikel Rico bastante peligrosos y finalmente el gol de Aduriz tras remate de cabeza a la espalda de Godin (muy parecido, e igual de falta, que el que el uruguayo les metió en la ida). A partir del gol el Athletic crecía de forma proporcional al hundimiento colchonero, pero en ese momento volvió a aparecer, por enésima vez, el bueno de Courtois. Un auténtico crack sobre el que no redundara más que para reconocer que es un pilar sobre el que se cimentan muchos de los éxitos del equipo.

La segunda parte fue otra cosa. El Atleti, consciente de que necesitaba marcar para pasar la eliminatoria, salió con otro tono al campo. Cambió el esquema (Costa recuperaba su posición en punta), empezó a presionar mucho más arriba y se fue a por el partido. A los 5 minutos el Atleti había hecho más con el balón que en toda la primera parte. Había estado también a punto de empatar con un remate de Costa de cabeza que Herrerín sacó de la misma línea de gol. A los 10 minutos un nuevo ataque por la izquierda coloca el balón en el segundo palo para que Raúl García lo remate bien de primera sin demasiada fortuna. El rechace vuelve a la misma zona del campo, se vuelve a colgar al segundo palo y Raúl García lo vuelve a rematar de primera, pero esta vez en semifallo. Lo que son las cosas, esta vez el balón entró en la portería. 

Con el 1-1 los equipos volvieron a asumir el papel que habían interpretado en la primera parte pero el guión era ahora otro y lo escribía el Atlético de Madrid. El Athletic volvía a tener el balón pero ya no llegaba, chocando una y otra vez con el muro de Simeone. El Atleti volvía a ponerse la camiseta de la especulación pero esta vez con sentido y criterio. Cerrando huecos, tirando de ayudas y teniendo la portería contraria en la cabeza cada vez que robaban el balón. Así, sin demasiados sobresaltos, estuvimos muchos minutos hasta que un soberbio pase de Koke dejaba a Diego Costa encarando completamente solo al portero rival, regateándolo y haciendo el segundo gol. Justo premio para el hispano-brasileño que completaba una segunda parte soberbia de brega, fijación de la defensa, protección de balón y tirada de diagonales. Costa es un jugadores excepcional al que sin embargo no le duele en prenda bajar al barro si hace falta. Chapeu, a esa versión del jugador. Poco más tras el gol. El Atleti contemporizó con mayor inteligencia mientras el Athletic abandonaba sus esperanzas con la misma celeridad que sus aficionados abandonaban las gradas del nuevo San Mamés.


El Club Atlético de Madrid volverá a disputar una semifinal del título del que es vigente campeón. Espera un Miura como el Real Madrid pero esa es otra historia que abordaremos en su momento. Hoy prefiero quedarme con ese guiño del destino, ese favor a la historia, que hace que el primer equipo que gane al Athletic Club de Bilbao en su nuevo estadio sea precisamente el Athletic Club...de Madrid.   

Por favor

Rayo Vallecano 2 - At. Madrid 4

Hay uno de esos dichos castellanos que explican un montón de cosas sin necesidad de necesitar muchas palabras y que dice que aquí el que no se queja es porque no quiere. Verán por qué lo digo. Cuando el partido en el Nuevo Estadio de Vallecas trazaba ya su recta final, apenas quedaba un cuarto de hora, debo reconocerles que un servidor estaba nervioso. Parece difícil de creer porque el Atleti marchaba dos goles por encima, sí, pero el Rayo, enfundado en ese traje de Kamikaze tan elogiado por muchos que no son del Rayo, estaba totalmente volcado en el área rival y daba la sensación de que la plácida tranquilidad podía desbordarse en cualquier instante. Me daba miedo un final eufórico de ida y vuelta. En ese momento me acordé de tantos y tantos partidos durante la última década en los que, en la misma situación, hubiese estado seguramente mucho más tranquilo. ¿Por qué? Fácil. La diferencia es que entonces no teníamos nada que perder o como mucho, simplemente tres puntos que nos acercaría a las posiciones que dan acceso a Europa por la puerta de atrás. Parecía que mi salud prefería aquellos tiempos a estos, lo cual es ciertamente absurdo. Pero es que uno trataba de buscar consuelo echando un ojo a las redes sociales y el tema se ponía todavía peor. Quejas y más quejas por parte de las huestes colchoneras. Que si Manquillo, que si los centrales, que si el equipo se desangra, que si defendiendo muy atrás, que si Gabi, que si Koke, Que si Costa, que si Villa, que si qué hace el Cholo, que si la cagaba no sé quién, que si la cagaba no sé cuantos,... ¿Qué está pasando? ¿Estamos locos? Parece ser que sí. 54 puntos. Un único partido perdido en toda la temporada. 52 goles a favor y sólo 14 en contra. En Copa, el Champions, en Liga,... y las huestes colchoneras enfurruñadas con 2-4 en el marcador. insisto: ¿Qué está pasando?

El partido de hoy tenía trampa, sin duda. El Rayo es un equipo en posiciones de descenso pero es un equipo peculiar. Es un equipo con una plantilla muy justa pero que engaña en su rendimiento por la forma de jugar que tiene. Una forma de jugar atrevida, que se acerca al límite del suicidio, en la que puede llevar a que ocurra cualquier cosa, casi siempre imprevisible. Para el Atleti es una bendición jugar contra un equipo que deja espacios, que saca la pelota jugada y que tiene un sistema defensivo francamente mejorable pero por otro lado no está acostumbrado a defender a equipos que acumulan tantos jugadores en ataque, que juega tan bien la pelota entre líneas y que juega con ese espíritu combativo, independientemente de lo que ponga en el marcador. La cuestión era quién se llevaba el ascua a su sardina. Para variar, el ascua se la llevó el equipo que entrena Diego Pablo Simeone. Y puede que esto le aburra a más de uno pero a mí no.

Los primeros 20 minutos del Atleti, para mí, fueron bastante buenos. Conscientes del juego del rival, salieron muy intensos y muy arriba. Presionando la salida de balón de los vallecanos y metiendo un plus de tensión en la zona medular. El Rayo trataba de tener el balón pero era incapaz de superar la presión colchonera, que por otro lado aplicaba esa mentalidad vertical tan poderosa que le ha hecho llegar al lugar que está. A los 7 minutos esa presión asfixiante dio sus resultados. Villa roba un balón en la frontal del área, cede a Diego Costa que con tanta habilidad como generosidad devuelve la pelota al asturiano para que el Guaje inaugure el marcador. El partido entraba así en el escenario perfecto para los de Simeone, que sin recular demasiado acercó las filas, atrasó un poco la línea de presión y controló el partido como le gusta. El Rayo trataba de desperezarse y llevar el balón a la zona de tres cuartos, lugar en el que el equipo crece y se transforma en otra cosa, pero no era capaz. El centro del campo comandado por Gabi, buen partido del capitán otra vez, lo impedía. El Atleti robaba y salía, dando mayor sensación de peligro que su rival. Pero en una de las pocas llegadas de los franjirojos, jugada absurda, el árbitro pitó penalti de Manquillo. Para mí no es penalti, pero dada la sensibilidad a flor de piel que últimamente tienen los colegiados con todo lo que signifique Atlético de Madrid mejor no discutirlo porque hasta el Papa Francisco demostrará deportes Cuatro que por supuesto lo fue. Afortunadamente en la portería sigue estando uno de los mejores porteros que han vestido la camiseta de este club (sí, sé lo que acabo de escribir y lo creo de veras) para detener el lanzamiento de Jonathan Vieira. El Rayo quedó por este lance un poco noqueado anímicamente pero fue mucho peor después, cuando una diagonal que vuelve a ganar Diego Costa de forma prodigiosa (es impresionante esa faceta del hispano-brasileño) acaba con el balón dentro del área y en los pies del Principito Sosa. El argentino, mejor que otras veces pero para mí sin aportar nada relevante, decide amagar y ceder el balón a Turan que venía por la izquierda en lo que sería su mejor lance del partido. El Turco, a pesar del estado del campo, que provocó un extraño en el balón, puso el 0-2 en el marcador.

El Atleti tuvo entonces uno de esos momentos de desequilibrio y relajación, tan impropios del equipo del Cholo, pero tan reconocibles en las últimas fechas. Un par de pérdidas de balón absurdas en zona peligrosa (con Sosa de protagonista), acabaron con contrataques de los vallecanos y en uno de ellos, tras una toque de primera de Trashorras que es digno de genio, dejaba a Jonathan Vieira delante de Courtois para poner el 1-2 en el marcador. Pero cuando todo hacia pensar que el partido se pondría raro, que el Rayo ganaría en poder anímico y que al Atleti le costaría volver a la dinámica de la pelea, apareció la enésima jugada a balón parado que resuelve la papeleta a los rojiblancos. Balón al área, Saúl que forzada toca de cabeza, pelota que llega peinada al segundo palo y pierna de Turan que aparece para hacer el tercero.

El 1-3 dejaba mucho crédito al Atlético de Madrid para afrontar el segundo tiempo y pesó como una losa al Rayo Vallecano. Otra vez buenos primeros minutos de los del Cholo pero de duración mucho menor que en la primera parte. En seguida Paco Jémez dio salida a esa apuesta suicida de acumular jugadores arriba a la que no tiene ningún problema en recurrir, y en seguida el partido tomó el tinte que ya no abandonaría hasta el final. Todo previsible salvo la respuesta de un Atleti que especuló más de la cuenta, reculó más de lo esperado y sobre todo tuvo muy poco criterio a la hora de usar el balón las veces en las que caía a sus pies. Aun así, los de Simeone no sufrían y aunque la sensación era la de que los vallecanos jugaban demasiado cerca del área colchonera, la realidad es que no aparecieron demasiadas ocasiones. Lo que si llegó fue, por fin, un contrataque bien tirado por el Atleti que acababa con Filipe Luis ganando la línea de fondo y dando un pase de la muerte para que Diego Costa en semifallo junto a la bota de Saúl hicieran el cuarto de la noche. Faltaba quince minutos, así que el gol apuntaba a un final tranquilo de partido pero nada más lejos de la realidad. Los de Jémez, fieles a ese carácter indómito del que hacen gala, siguieron exactamente igual y dos minutos después, tras un buen balón colgado al área al que entraron varios jugadores a rematar, Larrivey hacía el segundo para los suyo. A partir de ahí asistimos a los mejores minutos del equipo local y los peores del visitante. El Atleti defendiendo muy abajo, con cierto desorden y muestras de cansancio frente a un Rayo volcado en ataque que movía el balón en la zona de tres cuartos como los ángeles. Pero no pasó nada más. Llegaron las ocasiones pero en la portería estaba Courtois para beneficio de la salud de muchos aficionados colchoneros. También tuvimos ocasión de ver algún otro buen contrataque del los del Cholo pero, probablemente por cansancio, generalmente bastante mal resuelto.


Tres puntos que mantienen al equipo en lo más alto de la tabla clasificatoria y que deja todo exactamente igual que estaba. Es evidente que existe toda una cohorte de analistas, de esos que escriben las crónicas antes de que ocurran, que están esperando desde hace meses el bajón de este equipo milagro pero “desgraciadamente” ese bajón no llega. No caigamos en ese espíritu cenizo prefabricado que parecen querernos imponer ni seamos tan inocentes de empezar a juzgar a nuestro equipo con las reglas, elementos y herramientas que gentilmente nos fabrican desde los poderosos medios de comunicación para que lo hagamos. Tiremos de personalidad. Disfrutemos del momento. Disfrutemos de ganar. Disfrutemos de las cosas buenas. Por favor.  

A medio gas

At. Madrid 1 - Ath. Bilbao o

La Copa del Rey es una competición muy bonita, dicen (decimos) los que sienten cierta añoranza por el fútbol épico e intenso que se da en esas competiciones en las que te juegas la vida a un solo partido. Ese fútbol que recuerda a los orígenes del fútbol y esas reglas concretas e implacables que no perdonan un mal día y que son también caldo de cultivo para historias épicas en las que David, para variar, puede ganar a Goliat. Pero eso era antes, como diría mi progenitor. La realidad contemporánea es mucho más aséptica y nos presenta un panorama bien distinto. El Campeonato de España, la Copa del Rey, desgraciadamente empieza a ser cada vez más tarde una verdadera competición emocionante y mágica. Las tercas leyes del mercado, que parecen aplicar a todo, han convertido la competición en un espacio con muchas aristas, interés relativo y múltiples grados de aproximación. Los humildes desparecen antes de que lleguen los poderosos, la clase media pisa el freno cuando mira el cuadro y ve que es absurdo quemarse ahora, a las diez de la noche frente a cuarenta personas en la grada, cuando te van a eliminar en la ronda siguiente y los grandes reservan fuerzas para empresas mayores. En los cuartos de final de la presente edición vemos, por ejemplo, como muy pocos equipos afrontan los partidos con su alineación titular lo cual, teniendo en cuenta que de pasar la eliminatoria significaría estar en semifinales, es cuando menos significativo y bastante descorazonador.

Teniendo esa lectura en mente, sorprende menos observar la alineación con la que el Atlético de Madrid encaró el partido. Cuatro reservas con pocos minutos (Alderweireld, Guilavogui, Cebolla y Adrián) más el jugador número 12 de la plantilla (Raúl García) eran de la partida inicial. Y se notó. El equipo salió al campo más o menos con su esquema táctico habitual y con las señas de identidad reconocibles pero no era lo mismo. Lógicamente. La intensidad estaba pero era de un grado menor. La línea de presión aparecía desajustada y su efecto se diluía demasiado fácil. La conexión entre líneas no existía y una vez más había que recurrir con demasiada frecuencia al pase largo. Los falsos interiores estaban demasiado estáticos en banda con lo que cerraban el camino a los laterales y hacían que se perdiese cierto control en el centro del campo. Y así podríamos seguir relatando toda una sucesión de pequeños detalles, ninguno verdaderamente dramático por si sólo, que hacían que el juego fuese espeso, lento y poco vertical. Enfrente un Athlétic bien plantado en el campo, gracias al excelente entrenador que tienen, con mayor y mejor trato del balón, que tenía más fácil que otras veces parar el juego del rival y que se veía también con mayores posibilidades de llegar al área contraria, algo que en su anterior visita al Calderón no fueron capaces de hacer. Pero los vizcaínos tienen un problema en la parte de arriba y sus posibilidades de gol se diluyen según se acercan al área contraria. Me temo que son muy dependientes de que el partido se rompa, se desequilibre y se ponga en modo épico, para que así sus posibilidades de gol aumenten. Tan es el caso que las mejores ocasiones fueron siempre del Atleti, el de Madrid. La primera parte (y en realidad durante todo el encuentro) la sensación era que el partido estaba encendido, con las alarmas puestas, con los mínimos niveles de intensidad, rigor táctico y preocupación, pero sin soltar del todo el pie. A medio gas.

El partido sirve también para comprobar que esa reticencia de Simeone a realizar cambios de peso en la plantilla tiene bastante lógica. Adrían, en la enésima oportunidad que tiene, volvió a dejar claro que tendrá mucho pero que da muy poco. Su aportación fue mínima, siguió con las mismas dosis de nerviosismo e imprecisión de siempre y para colmó falló un mano a mano que le había regalada un Koke que volvía otra vez por sus fueros. En el otro lado el Cebolla Rodríguez se solidarizaba con su compañero. Luchador y empático pero intrascendente y errático. Perdido, desconectado y con cierta tendencia a liarse en su propia trampa. Raúl García volvió a dar credibilidad a esa tesis que dice que sus aportación es mucho mejor cuando sale desde el banquillo que haciéndolo de inicio. Pero la palma se la lleva un Guilavogui que en ningún momento se hizo con su posición. Una posición clave además en el esquema de Simeone. Estático, con fallos sistemáticos de colocación y desesperadamente lento, lo cierto es que no veo al francés este año  jugando demasiado en el equipo. Me temo que la llegada de Mario le va a regalar numerosos minutos de inactividad. Sólo un Alderweireld serio y comprometido se puede salvar de la quema (aunque dejó algunas dudas en el tramo final del partido). Pero el belga tiene difícil jugar también con las alimañas que tiene delante. Ayer le tocó a Godín demostrar el excelente estado de forma, siendo además la baza ofensiva más peligrosa de su equipo. Suyo fue el único gol del partido, tras remate de cabeza brutal a otro pase magistral de Koke, y suyo podría haber sido el siguiente si en la segunda parte hubiese acertado a rematar, también de cabeza, otro centro desde la izquierda tras una jugada a lo Beckenbauer que él mismo había iniciado.

Me preocupa Diego Costa. Ha perdido chispa y ha ganado ansiedad. Vuelve a tirarse en exceso y vuelve a buscar la provocación del rival como recurso recurrente. Vuelve a preocuparse más del continente que del contenido y está siendo poco inteligente a la hora de lidiar con esa evidente (y bochornosa) campaña que hay también en su contra. Es patético ver como los focos están siempre puestos en su persona pero él debería ser consciente de ello y dedicarse a ser simplemente un buen jugador. Es patético como los árbitros vienen al Calderón a demostrarle al mundo que son bastante más chulos que Diego Costa pero si al final de la primera parte lo expulsan por un plantillazo estúpido, esa tarjeta (la otra es discutible) hubiese sido justa y nadie podría haber protestado de su expulsión.

La segunda parte empezó con Gabi en el campo y eso empezó a poner las cosas en su sitio, que se terminaron de completar con la salida de Arda minutos después. El Atleti tomó así algo más de control, el Athletic empezó a sufrir mayores dificultades en su juego y el partido se murió entre esporádicas ocasiones colchoneras (poco claras, para ser sinceros) y tiros de lejos de los bilbaínos que no conseguían despeinar a Courtois.


Espadas en todo lo alto, que dirán los amigos de las frases hechas. El resultado es bueno pero no definitivo y se espera un partido complicado en el nuevo San Mamés donde el equipo local será capaz de llevar el partido a esos niveles de adrenalina y testosterona en el que se sienten tan superiores. Debemos confiar en el equipo de Simeone, curtido ya en batallas de este tipo. Simeone, como los jugadores (y como nosotros), será consciente de que un gol nuestro obligaría a los vascos a tener que meternos tres. Algo que todavía no ha hecho nadie en esta temporada. 


Casualidad

At. Madrid 1 - Sevilla 1

La casualidad quiso que un señor colegiado, de esos llamados malos pero cuya pericia decide casualmente el destino del fútbol español, decidiese aplicar el reglamento, tal y como es, justo a 20 minutos del final del partido (y no antes ni después), con el equipo local agotado pero a punto de ponerse líder de una liga en la que ese mismo equipo, por el bien del espectáculo, no debería serlo y mientras el visitante no había sido capaz (ni lo sería después) de tirar un solo tiro a puerta. Decía Voltaire que lo que llamamos casualidad no es ni puede ser sino la causa ignorada de un efecto desconocido. Debe ser mi formación en ciencias puras o este cinismo emergente que me supura y que me hace dudar de las corrientes masivas pero yo, como Voltaire, tampoco creo en las casualidades.

Cualquiera que lea de vez en cuando esta humilde bitácora sabe que no suelo recrearme en exceso en los errores arbitrales. Me encantaría seguir en esa línea y así procuraré hacerlo en el futuro pero permítanme hacer hoy una excepción. Lo que ocurrió en el Atleti-Sevilla que inauguraba la segunda vuelta no entra además, según mi opinión, en la categoría de error arbitral. Es otra cosa. Otra cosa sin la que lamentablemente es imposible explicar el partido y menos el resultado. El reglamento que regula el fútbol es tan antiguo como ambiguo. Lo sabe todo el mundo. Está muy condicionado a la interpretación del colegiado, que tiene que juzgar en segundos cuestiones tan etéreas como la intención del jugador,  lo que provoca que sea una tarea francamente difícil. También lo sabe todo el mundo. Pero cualquiera que alguna vez haya estado en un terreno de juego sabe cómo funcionan estas cosas. El árbitro impone en cada partido unas reglas y un criterio y los jugadores se adaptan. Y no estoy hablando de cómo deberían ser las cosas sino de cómo son. Es decir, hay árbitros que permiten el diálogo e incluso que les griten y no pasa nada. Lo tienen controlado. Otros sin embargo al primer reproche te sacan tarjeta. En el primer caso todos los jugadores protestan, más o menos, dentro de los límites que el propio colegiado permite mientras que en el segundo no protesta ni Cristo. ¿Qué forma es la buena? Las dos. O ninguna. No depende de eso. El problema viene cuando, casualmente, el árbitro cambia el criterio en un momento dado, de forma puntual y sin razón aparente, para después volver al lugar en el que estaba. El Sevilla, sobre todo a partir del 1-0, planteó un partido bronco, de mucho contacto, mucho roce y mucha falta táctica. El árbitro lo permitió y los dos equipos, el Atleti también, jugaron a ello. Y se vieron agarrones y patadas y piques. Diego Costa, cansado de un marcaje que rallaba lo legal, se tiró repetidas veces al césped cuando sentía que lo tocaban o agarraban de la camiseta pero el colegiado no pitó nada para desesperación de la grada. Lógico, era su criterio. Los córners, todos, eran una constante ensalada de empujones, agarrones y desafíos, pero entraba también dentro de las reglas. En la dos áreas. Raúl García era abrazado en el área y empujado por el férreo defensor cuando quería rematar pero eso para el árbitro era parte del fútbol porque es lo que estaba pasando en el resto del campo. Y tenía razón. Gabi rascaba el tobillo rival cada vez que el Atleti perdía el balón con la misma precisión que lo hacían los mediocentros sevillanos en las mismas circunstancias. Fútbol. Nada más. Cualquiera de esos lances, en otro partido, con el reglamento en la mano, podrían haber sido castigadas con falta, tarjeta o penalti pero ayer no lo eran porque ese era el criterio que había impuesto el árbitro y todos lo sabían. Jugaban con ello. Hasta ahí todo perfecto. Pero entonces llega ese minuto fatídico en el que un balón bombeado al área se pierde por el fondo. Juanfran y Bacca pelean la posición exactamente igual que lo han estado haciendo todo el partido. El lateral colchonero en el fragor de la batalla agarra la camiseta del rival por puro instinto, como ha hecho todo el partido. Como han hecho también con él todo el partido. El buen delantero sevillano siente la mano y, como ha hecho Diego Costa unos minutos antes, decide tirarse al suelo. Casualmente, desafiando a la física newtoniana, cae en dirección contraria de aquella en la que Juanfrán está empujando pero eso no lo escucharán en alguno de esos medios que, directa o indirectamente, ustedes pagan por consumir. Una jugada entre un millón. Una jugada que nadie hubiese recordado nunca si el árbitro pita saque de puerta, que era lo lógico según la interpretación del código que él mismo estaba imponiendo. Pero no. En ese preciso momento, casualmente, el árbitro decide sacar esa jugada de contexto y aplicar “el reglamento”. Apoyados en las tesis de los periodistas del movimiento, que lógicamente están calentitos en su casa y no pasando frío en la grada, sacarán entre todos la jugada de su entorno para aplicar, ahí y sólo ahí, el rigor del catecismo ecuménico. El fariseísmo mediático, conscientes de la alegría que provocarán entre los hooligans de la galaxia, los verdaderos consumidores de su producto, nos explicarán en cámara superlenta y a través de esa superioridad moral que sacan a pasear cada vez que tienen ocasión, la lógica de lo ilógico y todos nos lo comeremos agachando la vista por riesgo a quedar como lloricas antisistema. Evidentemente el registro del Ministerio de la verdad archivará el caso como penalti claro y empate merecido y nadie lo rechistará. Ni siquiera los profesionales de orientación colchonera, que lógicamente mantendrán esa pose cool que les permite mantenerse vivos en territorio hostil. Lo admito, no tiene sentido que yo siga hablando de ello sin salir damnificado. Aquí lo dejo, lo prometo, pero tenía que decirlo. Afortunadamente yo no vivo de esto y todavía puedo decir tranquilamente lo que sinceramente pienso.

Hablemos ahora de fútbol. Poco, la verdad. El Atleti salió al campo muy bien. Sí, muy bien. Con el poderío marca de la casa y mandando en el campo. El Sevilla, dejando claro que estaban entrenados por Emery, se parapetaba cerca del área esperando al rival y viéndolas venir. Lo normal.  Rakitic era su jugador más adelantado con lo que renunciaban a su poder creador, dejando clara cuál era la intención del equipo. El Atleti movía rápido el balón y transmitía unas buenas sensaciones que cada vez eran mejor. Hasta que poco antes del minuto 20 un rechace tras la salida de un córner es aprovechado, por fin, por el Guaje Villa para abrir el marcador. 1-0. A partir de ahí comenzó otro partido.

Primero porque los de Emery tenían que salir de la cueva y no se les ocurrió otra cosa para ello que recurrir al cuerpo a cuerpo. Rompiendo el ritmo del rival a base de faltas y llevando el juego a su vertiente más bronca. Les salió bien, pero mucho tuvo que ver en ello un Atleti que aceptando el reto levantó el pie del acelerador (lo lleva haciendo en los últimos partidos de forma preocupante), que abusó de forma excesiva (incuso para los estándares de este equipo) del pelotazo en largo  y que entró en ese juego atroz, con el estilo barriobajero del “y tú más”. Faltas, condazos, agarrones, protestas, provocaciones,… y nada de fútbol. Ni en el Sevilla ni en el Atleti. Así acabó la primera parte y continuó la segunda. Así hubiese seguido probablemente hasta el final del partido si no hubiese sido por la iluminación de un colegiado que poseído por un “espontaneo” espíritu regenerador de la labor arbitral, decidió explicarnos a la humanidad lo que es el fútbol. Ese minuto de gloria que tanto celebra el Establishment. Tras el penalti convertido por el croata Rakitic, el partido subió un grado más en eso que se llama “el otro fútbol” y que tanta pasión despierta en tipos como Emery. No se jugó nada, pero es que además el Atleti ya no era equipo ni tenía pinta de que lo pudiera ser. Probablemente cansado, los del Cholo fueron incapaces de crear juego, tal y como había ocurrido desde que Villa inaugurara el marcador. Balones colgados sin gracia y poco más, al tiempo que los sevillanos perdían tiempo con total impunidad, muy al estilo Emery.

1-1 que deja todo como estaba en la cabeza y al Real Madrid a un punto. Buena noticia para los inventores de portadas, que durante unos días no tendrán que recurrir a la ciencia ficción para vender su mercancía. Creo en cualquier caso que haber alcanzado el liderato en esta jornada hubiese entrado en la categoría de anécdota porque sigo pensando que el Atleti, por fútbol, plantilla y presupuesto, no es capaz de disputar esta liga. Pero lo anterior no es óbice para que no la pelee o para que servidor deje de estar cabreado y me parezca injusto. Tampoco cambia nada este empate sobre lo que pensaba a principio de liga o hace dos meses sobre la plantilla. El equipo es corto, está descompensado y es muy difícil que podamos mantener el nivel en las tres competiciones. Pero hay que intentarlo y ese es el objetivo de Simeone. Y yo estoy muy orgulloso de ello y de estar a este lado del mundo. Independientemente de la realidad. Partido a partido.


Ejercicio de empatía

At. Madrid 2 - Valencia 0

La forma de interpretar lo que ocurre en un terreno de juego durante un partido de fútbol, como ocurre con cualquier otro aspecto de la vida, depende significativamente de la perspectiva con la que te acercas a ello. Sí, sé que existe mucho profesional estirado que saca pecho respecto a una supuesta objetividad razonada, que todavía no sé en qué debería justificarse, pero nunca les he tomado en serio. Es más, mi subconsciente enciende las señales de alarma cada vez que escucho hablar a alguien desde su supuesta objetividad. El que esto escribe trata de hacerlo con perspectiva amplia, pulsaciones bajas y sin dejarse llevar en exceso por unos colores que por otro lado son evidentes, pero sé que es una tarea imposible y que a veces la distancia respecto a la situación ideal es significativamente amplia. Lo sé y no me importa convivir con ello. Ni en mi caso ni en el de los demás. Pero igual que los colores del ADN tienen un peso fundamental en la cadena de raciocinio, también lo tiene la trayectoria reciente y el estado anímico actual. El espíritu, las fuerzas, las esperanzas, el entorno,… Todo esto me vino de repente a la cabeza cuando saliendo del Vicente Calderón escuchaba la rueda de prensa de Pizzi y a los analistas de la órbita valenciana comentando el partido. No estaba de acuerdo ni con uno ni con otros, pero el hecho me sirvió para hacer un interesante ejercicio de empatía. En el primer caso escuchaba simplemente una sesión de prestidigitación, bastante poco elaborada, para desviar la atención a otro sitio. Para evitar poner los focos sobre la evidencia, iluminando con luz artificial recónditas zonas oscuras de dudosa validez. Un ejercicio tan viejo como el propio fútbol, que desgraciadamente he visto repetido un millón de veces en tiempos no tan lejanos, en la misma sala de prensa del Calderón, protagonizado por el entrenador del equipo local. Me dio bastante pena y me recordó tiempos que quiero borrar de mi memoria. Creo que Pizzi se equivoca si pretende construir los cimientos del futuro Valencia diseñando su discurso sobre si un árbitro se equivoca o no al conceder un saque de esquina (¡¡un saque de esquina!!). En el segundo caso, el de los periodistas, vi la frustración de un puñado de aficionados que aturdidos y desmotivados por la trayectoria errante de su equipo veían que su equipo caía eliminado tras jugar sus dos mejores partidos de la temporada, frente a un equipo que no había mostrado su mejor versión, que había rematado menos, que había tenido menos el balón y que le había metido tres goles en tres saques de esquina, casi todos por errores de la propia defensa. Ese discurso, sin compartirlo en su esencia, sí que lo entendí porque ha sido el mío otras tantas veces. Me lo quedo como válido. También escuché y leí a gañanes, con y sin carnet de periodista, pero esos, que desgraciadamente no son patrimonio exclusivo de ningún equipo, no me interesan.

El partido comenzó muy frío. Como la noche. El lamentable horario empleado con los especuladores que están llevando la competición de la Copa del Rey a una muerte prematura, hacía que el aspecto del estadio no se correspondiese con la ocasión. El Atleti salió como el propio ambiente y aunque aparecía más o menos bien colocado en el campo y no sufrió en exceso durante los primeros 45 minutos, no se parecía mucho a esa máquina que habíamos visto en el mismo sitio apenas tres días antes. Daba incluso la sensación de que la Copa no inspiraba la misma motivación que otros años. No sé, esa era la sensación. Enfrente un Valencia bien colocado también, pero al que no se le veía con la misma intensidad feroz con la que saltó a Mestalla la semana pasada. Sin ir descaradamente a por el partido y como esperando a ver qué pasaba. En el campo colchonero estaba el principito Sosa, recién llegado de Ucrania, que nos ofreció una actuación bastante decepcionante. Lento, apático, perdido y muy desafortunado (incapaz incluso de sacar un córner bien, algo que aseguro que sabe hacer perfectamente porque lo he visto). Es evidente que está fuera de forma y que es injusto valorarlo por un simple partido pero se me antoja que su debut fue algo precipitado. La primera parte trascurrió así, con dominio ficticio del Valencia (ficticio porque no tiró una vez a puerta salvo un tiro de Bernat, creo) y pequeños arañazos de los colchoneros, casi siempre a balón parado.

La segunda parte no cambió mucho el panorama hasta que a los 5 minutos Gaita sacó la mano a un tiro bombeado de Gabi por encima del larguero. No he visto la repetición pero a mí en el campo me pareció córner. Al árbitro también. A los jugadores del Valencia, al línea y a Pizzi no. Una jugada entre un millón que en la mayoría de ocasiones pasa sin pena ni gloria. El problema es que después Gabi lo sacó, Guaita volvió a cantar y Godin hizo el 1-0. Saquen ustedes sus conclusiones. El gol sí que sirvió como modificador de los elementos. El Valencia dejó esos miramientos defensivos que tenía antes (y que enseguida vimos que no le hacían falta) para irse, ahora sí, a por el partido. Abrió el campo en horizontal, puso muchos jugadores en campo contrario y empezó a llegar por las bandas. El Atleti se dejaba querer, pero para mi gusto demasiado. Una cosa es defender juntos fuera del área presionando y robando arriba y otra echarse atrás y despejar el balón para que Diego Costa corra a por ella, que es lo que hizo. Pero probablemente el equipo, después de la paliza contra el Barça, no tenía fuerzas para hacer nada más. Los jugadores levantinos empezaron a creerse que podían marcar y comenzaron a intentarlo. Y llegaron las ocasiones, como en la ida, con el ocaso del encuentro. Y como en la ida también apareció Courtois para, en calidad de cedido, seguir haciendo leyenda en el Club Atlético de Madrid. Sin realmente pasar verdaderos apuros la sensación era la de que el conjunto Che podría marcar en cualquier momento para llevarnos a la prorroga, pero la duda se disipó poco antes del final cuando, otra vez, un córner sacado por Gabi es rematado por Raúl García para poner el 2-0. ¿Rutina?


El Valencia deberá completar esta pesarosa temporada peleando únicamente en la liga por todavía no se sabe qué. No les envidio. Me recuerda tanto al Atleti de hace pocos años que me duele mirar. Por otro lado los de Simeone ya están en cuartos de una de las tres competiciones en las que compite. La diferencia es que cuando ahora hablamos de competir, con el Cholo de por medio, es evidente que hablamos de competir de verdad. Ni un paso atrás. Difícil, todo. Imposible, nada.


    

¡Qué siga la fiesta!

At. Madrid 0 - FC Barcelona 0

Hace unos pocos años, ustedes lo recordarán bien, el Atlético de Madrid aparecía en el campo como un equipo del montón. De esos que pelean en mitad de la tabla todo el año, en muchos casos pasando sin pena ni gloria por la competición, hasta que en los últimos partidos no les queda más remedio que decidir si el club debe pelear por Europa, eufemismo que su usaba mucho y bien para referirse a la Europa League o la UEFA, o por el contrario se tenía que ver obligado a coquetear con la lucha por evitar el descenso. En esos tiempos, los entrenadores que llevaban la manija del equipo aparecían en rueda de prensa, con mejor o peor verbo, con mejor o peor sonrisa, para tirar de tópicos y frases manidas mientras escupían, menospreciaban y dilapidaban el legado histórico del Club Atlético de Madrid, algo que dudo que conocieran, con un discurso que además era tramposamente incoherente con la realidad que marcaba el presupuesto. Cuando entonces esos entrenadores del montón se encogían de hombros y dejaban caer que con lo que tenían entre manos no podían aspirar a más, se me encogía el estómago y me fermentaba el alma. Detesto recurrir al victimismo pero es lo que esta gente hacía, de forma además totalmente gratuita. Un equipo que tenía el tercer mejor presupuesto de la liga pero que se movía en la sexta posición de la tabla no podía vender que esa era su pelea y que, por ejemplo, acabar cuartos en la tabla tras una temporada lamentable era un éxito pluscuanperfecto. No lo era, aunque entonces me criticasen por decirlo. Hace unos minutos, el Cholo Simeone ha dicho en rueda de prensa que entre el Barcelona y el Atleti hay una "pequeña" diferencia de 400 millones de euros. Algún petulante salvador de la patria calificará la frase de victimista y desde esa premisa se llenara de estiercol alguna que otra tertulia de esas que están tan de moda, pero yo creo que no lo es. No sólo la frase refleja fielmente la realidad sino que además aparece después de un partido en el que su equipo, el Atleti, ha empatado con el primero de la liga, club con el que empata a puntos, en un partido que le ha jugado de tú a tú, mirando siempre a la cara y exigiendo el máximo del rival. Un partido que ha jugado para ganar y que además ha podido ganar. En ese escenario, con el resultado en tablas y ambos equipos sentados en el mismo lugar del Olimpo real, el que marcan los puntos, Simeone especifica cuál es la diferencia entre ambas escuadras y lo hace básicamente para contestar a toda esa cohorte de plumillas rapsoda que luego le achacarán haber planteado el partido de un modo defensivo y poco vistoso. Es una sutil y elegante forma de decir, señores, denme 400 millones más y después pidanme que un alguno de mis jugadores pueda ganar el solo el partido, que pueda dejar a mis dos mejores delanteros en el banquillo para que estén frescos en la segunda parte, que el delantero titular del equipo con el que me juego la liga sea precisamente un jugador que a mí me sobraba y en definitiva que juegue como el Barça. Pero si no lo hacen, dejenme al menos jugar como yo sé porque yo, con millones o sin ellos, quiero ganar todos los partidos y necesito otros 50 puntos a partir del domingo si quiero ganar la liga.

El partido, para mí, que lo vi en el Vicente Calderón enfundado a una elástica rojiblanca, fue precioso a pesar del 0-0 final. Entiendo que no piense lo mismo un aficionado al West Hamm que vive en Cornualles pero curiosamente, a diferencia que esa cohorte de rapsodas a la que me refería antes, estoy seguro de que él también lo habrá disfrutado. El Estadio presentaba un aspecto espectacular con un colorido, un sonido y un sabor digno de las grandes ocasiones. Uno de esos momentos que se guardan en la memoria para tirar de ellos cuando alguien hace cuestionarte tu afición a este deporte. El Atleti salió, para mi gusto, muy bien. Disipando las pequeñas dudas que había generado en los últimos partidos en los primeros segundos. Presión asfixiante, verticalidad, agresividad e intensidad extrema. La marca de la casa. El Tata Martino había dejado a Messi y Neymar en el banquillo en una decisión que asombró a todos pero que yo creo entender. El Barça necesitaba jugadores más físicos para trabajar las subidas de los laterales e interiores colchoneros y esa era una batalla, tan exigente físicamente gracias al ritmo que impone el Atleti, en la que dos estrellas como Messi y Neymar podían perderse. Los primeros 15 minutos fueron prácticamente un acoso y derribo de los del Cholo que tuvieron algunas ocasiones como una llegada por la línea de fondo de Oh rey Arda Turan y un remate flojo de Costa. Uno se frotaba los ojos para ver que se estaba jugando solamente en el campo del Barça y que aquello no era un sueño.

Pero pasados los primeros minutos el Atleti bajó el pistón y el Barcelona aprovechó para recuperar la pelota y quedarse con ella. Moviéndola, durmiéndola y pausando el vertiginoso ritmo de su rival hasta ese nivel de pulsaciones estable y lento en el que se manejan mejor. Pero fueron incapaces de hincar el diente a un rival que tácticamente volvió a dar una lección de defender fuera de su área. El Barça era incapaz de tirar a puerta y, también hay que decirlo, aparecían síntomas de juego especulativo y falto de ambición. Pero los robos del Atleti no conseguían tampoco fructificar, debido fundamentalmente a la incapacidad de un Villa que no está. Cumple en defensa, lo entrega todo físicamente pero en ataque es absolutamente nulo. Hoy, me duele decirlo, ha sido una rémora y desgraciadamente no es la primera vez. Aun así, antes del descanso, Costa casi logró conectar un balón al segundo palo que hubiese podido ser gol.

La segunda parte puso a Messi en el terreno de juego pero el argentino seguía prácticamente inédito cuando 45 minutos después el árbitro pitaba el final. El Atleti no cambia el esquema ni por Messi ni por nadie así que el crack blaugrana, que dejó sólo algún apunte de lo que es, se estrelló, como sus compañeros, en la tupida defensa rojiblanca (aunque suya fue también la mejor ocasión con un mal remate de cabeza). Pero no se crean que los del Cholo se dedicaron simplemente a defender. Nada de eso. Se quitó la presión de encima rápidamente y gracias a un Arda Turan sobrenatural, comenzó también a tener el balón y crear peligro. El partido que ha realizado el jugador turco es de los de enmarcar. Demostrado ya que es imposible quitarle la pelota, ha dado todo un recital de parar el balón, esconderlo, tocarlo en corto y en largo. De ver el pase, de jugar con el cuerpo y aprovechar la inteligencia para moverse por un campo de fútbol. Arda Turan es un crack mundial pero no de los que marca la moda histriónica de gomina y soberbia sino de los que no necesitan decirlo. Un jugador excelente, que proyecta una forma de entender la vida y el fútbol con la que un nutrido grupo de aficionados, entre los que me yo me incluyo, se sienten identificados. El Atleti tuvo dos o tres periodos de arreón, espoleados además por una grada que hoy ha vuelto a ser esa temida afición de la que hablan los libros, en los que ha podido marcar. Sobre todo en una de las típicas diagonales de Diego Costa que remató mal con la izquierda y otro remate desde la frontal de Arda Turan que paró Valdés sin dificultad. Los últimos minutos, con los dos equipos exhaustos, prueba de la exigencia que había provocado en el Barça los de Simeone, fueron sobre todo para los blaugranas que entonces sí, dieron la sensación de peligro aunque se quedó exclusivamente en eso, en una sensación.


El partido pone fin a una primera vuelta de ensueño, casi milagrosa, que deja al Atleti en lo más alto de la tabla con 50 puntos. Algo tan difícil de creer, tan difícil de conseguir y tan difícil de repetir que no pienso caer en esos cantos de sirena que resuenan desde las rotativas o las redacciones deportivas y que nos quieren endiñar una presión absurda que no estoy dispuesto a soportar. Esto, para mí, es una fiesta y nadie me la va a estropear. ¡Qué siga la fiesta!

Ni cenizo ni aplaudidor.

Valencia 1 - At. Madrid 1

El oficio de periodista, a veces, no es más que una especie de arte que anticipa lo que va a ocurrir… pero una vez que ya ha ocurrido. Análisis que se realizan como si se partiera de las mismas circunstancias del que se ha equivocado pero que se realizan siempre a toro pasado. En esa zanja caemos también los aficionados cuando, una vez terminado el partido, encontramos siempre explicaciones lógicas y evidentes para todo lo que ha ocurrido. Todo esto no es malo, en esencia, si sirve para abrir debates interesantes y enriquecedores, pero el drama aparece cuando el análisis huye del debate sosegado o matizable y la paleta de colores se reduce básicamente a dos extremos supuestamente antagónicos. Sumidos como estamos en una sociedad que navega a toda la velocidad hacia la simpleza y la vulgaridad, en lo que todo tiene que ser rápido, visual y divertido o no ser, en la que pensar es de tristes y dudar de cobardes, en la que todo lo que se explique con más de 140 caracteres está destinado a la basura, esa sociedad podrida que aparece dominada por políticos que jamás reconocen un error, ni suyo ni de su partido ni ahora ni nunca, es fácil entender que el virus de la simpleza barata se extienda también a todos los rincones. También a la pequeña familia colchonera en la que, por supuesto, todo se tiene que dividir en posturas también antagónicas y categóricas en las que no pueden existir matices. Gilista o antigilista. Cholista o anti-cholista. O se es cenizo y profeta del apocalipsis que está a punto de ocurrir o se aprietan las filas en torno a un símbolo ficticio sin posibilidad alguna de crítica. Cualquier desliz sobre las férreas directrices que marca el partido le harán a uno ser automáticamente expulsado del paraíso para ser lanzado al enemigo. El Atleti ha empatado a uno en Mestalla en el partido de ida de la eliminatoria de Copa del Rey en un mal partido de los colchoneros, probablemente el peor en lo que va de liga. Si siguen leyendo se toparán con críticas al equipo que más o menos intentan ser razonadas (igual que otras veces habrán leído en el mismo sitio encendidos elogios). Puede que no sean acertadas y puede que estén o no de acuerdo. Les invito a que discrepen pero si su interés principal es únicamente descubrir si el que escribe es cenizo o aplaudidor o si su religión les impide salirse de la disciplina de partido, les sugiero que no sigan leyendo y así todos nos ahorraremos el disgusto.

El partido de ida de los octavos del Campeonato de España era un partido complicado ya a priori por varios motivos. A vuela pluma se me ocurre por ejemplo un Barça que vendrá al Calderón en unos días, un Valencia especialmente motivado por el cambio de entrenador y la necesidad de unos jugadores señalados de agarrarse al último clavo ardiendo que les queda en la temporada o un evidente bajón físico en algunos jugadores colchoneros (Koke, Filipe Luis, Arda,…). Seguro que hay todavía más. Simeone, consciente de lo exigente de una temporada en la que el aficionado, mal acostumbrado, ha elevado el nivel de exigencia por encima probablemente de las posibilidades, decidió hacer cambios esenciales en el once titular reservando piezas de la columna vertebral para empresas mayores, pero el experimento no salió bien. Quizá sea demasiado pronto para aventurarse a decir que el tan cacareado fondo de armario que nos habían vendido no es tal pero yo, a día de hoy, tiendo a pensar que es exactamente así. El Valencia salió muy bien al campo. Con ganas de tener el balón y dominar pero sobre todo con un nivel de intensidad muy superior al colchonero. Creo que a partir de ahora debemos acostumbrarnos a que los rivales nos jueguen con ese nivel de exigencia porque es la única manera de meterle mano al actual Atleti pero ese no es el problema. El problema es que el Atleti de Mestalla, por alguna razón,  no fue tan intenso y con tanta personalidad como estamos acostumbrados. Jugó siempre a merced del rival, bien es verdad que fue un rival que apenas tiró a puerta en toda la primera mitad, y eso es algo a lo que no estamos acostumbrados. Para mí la clave estuvo en dos puntos. Por un la lado el flojo mediocentro que llegaba siempre tarde a la presión y que obligaba a tener que defender muy atrás. En especial un Guilavogui que no termina de convencerme. Sé que en algunos foros se dice que destacó en la primera parte. No es mi caso. El francés me pareció lento con el balón, falto de recursos con un rival exigente, flojo tácticamente, apareciendo muchas veces descolocado y tendente a meterse entre los centrales en lugar de tapar la zona de creación rival. Gabi trataba de compensar el déficit de su compañero pero lejos de conseguirlo abandonó muchas veces su posición natural y también dejó de ser la punta de lanza de la defensa del equipo. A este defecto táctico hay que sumarle la incapacidad para retener el balón y la nula creación. Con Gabi tapado y Guilavogui siendo incapaz de desmarcarse para recibir y tocar hacia línea de tres cuartos, la defensa tuvo que abusar, más de lo que normal, del pelotazo. Si a eso se le une una línea de tres cuartos aletargada con Koke exhausto (apenas entró en juego en labores de creación), Raúl Garcia (que es muy buen llegador pero muy flojo a la hora de construir, conectar líneas o dar el último pase) y un Adrián que está incluso peor que Villa (la falta de confianza del asturiano es alarmante), la realidad es que el Atleti no existió en ataque. Apenas un par de buenos contrataques cocinados desde muy atrás y con muy pocos efectivos. Pero lo cierto es que el fogonazo inicial del Valencia se moderó pasados 20 minutos y el Atleti fue capaz de controlar con tranquilidad el ataque rival gracias sobre todo a la pareja de centrales y en especial a un sobresaliente Alderweireld

La segunda parte comenzó igual que lo había hecho la primera, con un Valencia desatado y un Atleti encogido y especulativo. Mal pintaba la cosa cuando pasado un cuarto de hora Arda salió por un Guilavogui. El equipo, metido en esa dinámica de dedicarse exclusivamente a defender muy cerca de su área, no cambió demasiado pero sí logró quitarse la presión y tener algo más de balón. Y así llegó el gol colchonero. No por mérito de los de Simeone sino por demérito de los de Pizzi. En especial de su portero, Guaita, que en un rechace garrafal le dejó el balón en la cabeza de Raúl García para que el navarro hiciera el primero. El gol hizo que el Valencia tirara de orgullo (buen síntoma de los che) y el Atleti recurriese a ese modo especulativo que hacía tiempo que no veíamos (mal síntoma de los nuestros). Las salidas de Feghouli, Canales y Piatti (para mí tres grandes jugadores) abrieron mucho el ataque valencianista que empezó dominar de cabo a rabo a un Atleti que ya básicamente se dedicaba exclusivamente al achique de agua. Es en ese momento, el último cuarto de hora, (y no antes como algún eufórico hooligan pretende ver) fue cuando el Valencia pudo hacer una escabechina. No ocurrió porque en la portería estaba San Courtois. No sé el dinero que ahora mismo quedará en las espoleadas arcas colchoneras pero si de mí dependiese debería ir destinado a comprar a ese pedazo de portero. Un jugador excelente, ejemplar y para muchos años. El belga hizo al menos tres paradas antológicas que en circunstancias normales hubiesen sido probablemente gol. Con el tiempo concluido el Atleti seguía ganando, quizá de forma injusta, pero el equipo levantino seguía percutiendo y así, a base de tesón y fútbol, obtuvo su recompensa cuando Helder Postiga metía en la red un balón mal rematado por Feghouli.


Atendiendo al resultado, sin ver el partido, el 1-1 es un buen resultado. A los colchoneros nos queda sin embargo esa sensación de derrota porque estamos acostumbrados a ganar, por como fue el partido (el Atleti no existió) y porque el empate llegó cuando pasaban tres minutos del tiempo reglamentario. Pero el empate, insisto, es un buen resultado. El Valencia tiene que ganar o empatar a más de dos goles en el Calderón, algo que este año todavía no ha conseguido nadie. Este equipo tiene mucho crédito y por tanto hay que ser optimistas. Yo lo soy.  

Carpe Diem

Málaga 0 - At. Madrid 1

Leí una vez a un escritor americano de ciencia ficción llamado Steven Brust decir que la lucha siempre merece la pena si el fin merece la pena y si los medios son honestos. Me he acordado de ello hoy, viendo jugar al Atleti, porque la línea del equipo es exactamente esa. La lucha diaria con honestidad. El momento. Dar ahora todo lo que tienes como si no hubiese mañana, pero no como una suerte de caparazón defensivo, que te impide ver el universo que te rodea, sino como una forma sólida y efectiva de aferrarte al camino que te has trazado. Esa preciosa meta que vista desde la línea de salida da vértigo y que es preferible no mirar desde la distancia para no tropezar con lo más próximo que tienes bajo los pies. Mientras los periodistas cortos de entendederas (o saturados de mala hostia) siguen su campaña de ridiculizar la filosofía impuesta por el entrenador, queriendo demostrar que las palabras de Simeone son una farsa barata o una excusa ruin para esconder no sé que aspiración peregrina que está gente pretende intuir, el que suscribe cada vez lo tiene más claro. Cada vez entiende mejor ese mantra del Partido a Partido como una verdad absoluta a la que aferrarse. La única forma, para aquellos que no son beneficiarios del poderío mediático ni sobre todo del económico, de no perder el norte. De ser conscientes de tu pasado, de tu legado, de tu fuerza y de lo que eres. De intentar conquistar lo que tienes a la vista, independientemente de lo que venga detrás. Porque al final el tiempo le da la razón y esto de jugarte el honorífico título de campeón de invierno en tu casa, frente al Barça y habiendo perdido un único partido, no deja de ser un pequeño milagro construido a base de trabajo, esfuerzo y confianza. Un milagro que no debe distorsionar nuestra razocinio, el de los colchoneros, llevándonos hacía esos debates tramposos que propone la prensa tramposa y que pretenden alejarnos de esta zona de confort que tanto esfuerzo nos ha costado construir y en la que vivimos con tanta placidez. Señoras y señores, olvidense del cuento de La Lechera y disfruten del momento. Nada más. Carpe Diem.

El partido contra el Málaga se presentaba complicado, como lo serán todos a partir de ahora, y con ciertas dificultades añadidas por las bajas de jugadores clave. Complicado porque enfrente teníamos un buen equipo que si bien mermado en su plantilla y con ciertas dudas al inicio del campeonato venía de completar una buena racha en los últimos partidos. Pero el equipo malacitano me ha decepcionado. Sí, sé que mi opinión no es compartida con la de mucha gente con criterio que piensa que los de Shuster han hecho un partido muy serio, pero es lo que yo pienso. El equipo andaluz ha saltado al césped con un planteamiento ultra-defensivo al que le ha faltado fútbol y ambición. Nunca quiso ganar y se limitó a no perder, lo que nunca puede ser una opción. Saltaron al campo muy bien, es cierto, con una defensa de cinco y dos mediocentro defensivos que dinamitaban el centro del campo y con altas dosis de intensidad y agresividad que complicaron mucho la salida de balón madrileña. Los del Cholo, muy a lo campeón, salieron dominando, llevando la iniciativa y tratando de llevarse el partido pero sin profundidad ni capacidad de creación. La primera media hora siguió más o menos ese espeso guión en en el que el Atleti tenía el balón sin demasiada profundidad y sus creadores se estrellaban con la agresividad malacitana. Arda lo intentaba pero se perdía entre las piernas rivales. Lo de Óliver, tremendamente apagado toda la primera mitad, era todavía peor. Fuera de sitio fue incapaz de encontrar su momento ni su lugar. El muchacho dio signos de valentía y de querer entrar en juego pero desgraciadamente también iban acompañados de errores de esos que no se perdonan en el fútbol de elite. Mal primera parte del canterano que le costó quedarse en la caseta tras el descanso. Pero el resto del equipo tampoco estuvo espectacular, precisamente. Koke, con preocupantes signos de fatiga, no conseguía mover al equipo desde su posición en el centro del campo. Diego Costa se peleaba con todos pero estaba bien cerrado y desasistido. Villa, como viene siendo habitual, ni estaba en el campo no se le esperaba. Es incomprensible que siga siendo titular en el equipo. Solamente Tiago, para mí el mejor del partido, y Juanfran parecían estar un punto por encima de los demás. Suya, de Juanfran, fue de hecho la mejor jugada de la primera parte en una diagonal personal que paró Caballero. Una pena esa absurda amarilla que recibió en un dudoso lance y que le impedirá jugar contra el Barça. El Málaga se estiró algo en los últimos minutos pero apenas una llegada por la derecha con tiro fácil para Courtois fue lo único que hicieron ofensivamente en todo el partido.

Tras el descanso Simeone puso en el campo a Adrián, que recibía así una nueva oportunidad de su entrenador y así volvía a desperdiciarla. Flojo partido otra vez del asturiano al que le sigo viendo lento de cabeza y sin chispa. Pero el Atleti seguía queriendo ganar el partido. De hecho era el único equipo en el césped que parecía querer ganar. Como fuese. Haciendo lo que hiciese falta hacer. Arda se colocó algo más centrado para intentar organizar el ataque pero pocos minutos después Simeone también lo sentó. Incomprensible cambio desde mi punto de vista. Especialmente cuando Villa seguía en el campo. El Cebolla puso algo más de ímpetu y velocidad a la cruzada colchonera. El Atleti no estaba haciendo un buen partido pero para un seguidor colchonero, que ha vivido con estoicismo las últimas décadas, era un placer y un orgullo ver a su equipo irse a por el partido en el campo de un contrario con el que hace cuatro días nos peleábamos en la tabla de la clasificación. Y así, por empuje y tesón, llegó el gol. Arranque de Diego Costa desde la izquierda hasta el lateral del área que tiene la inteligencia de pausar. El hispano-brasileño mete un buen pase entre líneas pero el remate de primeras de Adrián es repelido por el cancerbero que sin embargo no logra atajar un balón que sale rechazado y que recoge Koke para empalarlo a la red.

Los espectadores que habíamos estado viendo el partido sabíamos que con el 0-1 se había terminado. El planteamiento ultra-ofensivo del Málaga dejaba poca esperanza de que las cosas fuesen a cambiar en poco tiempo y aunque su entrenador trató de cambiar los mimbres a la desesperada, poniendo más talento ofensivo en el campo, la realidad es que no era un problema de jugadores sino de planteamiento. De mentalidad. El Málaga había salido a otra cosa y normalmente cuando sales a empatar pierdes. Que se lo digan a Aguirre o a Ferrando o a Manzano. Que nos lo digan a los colchoneros. La única duda era si el orgullo del equipo andaluz, a base a de algún balón o jugada a balón parado, sería capaz de inquietar a los rojiblancos, cosa que no ocurrió. Los del Cholo son auténticos expertos en el arte de la defensa y tienen normalmente el nivel de concentración suficiente como para que no ocurran sorpresas. No las hubo. Ni un solo remate a puerta. El Atleti ganó el partido.


Así que falta de una jornada para terminar la primera vuelta el equipo colchonero está en lo más alto de la tabla. Algún aficionado atlético, de memoria frágil y minúscula capacidad de raciocinio, empieza a quejarse de estupideces que ha escuchado de algún gañán o leído en algún sitio. A vociferar cánticos y lemas que no se corresponden con un Club como el nuestro. Odas al engreimiento y la petulancia que no nos sientan nada bien y que de hecho apestan. Les pido desde lo más profundo de mi ser que no se dejen llevar por esta moda del histrionismo y que no piensen en galaxias del futuro ni en cantos de sirena. Les pido que disfruten del momento de su equipo. Nada más. Carpe Diem.