Simeone, un tipo que ha demostrado como pocos entender dentro y fuera esto que genéricamente denominamos fútbol, no es ningún ingenuo. Cuando el año pasado sorprendió a propios y extraños convocando a un juvenil con el primer equipo, sabía que probablemente estaba escribiendo el prologo de la historia de alguien llamado a ser especial. Es más que probable que ni Enrique Cerezo, el que dice ser presidente del Atlético de Madrid, ni La Mano Que Mece la Cuna, el poliédrico MA Gil, ni probablemente tampoco el florido orador de la barba creciente que sin tener razones para ello dice ser el director deportivo de este bendito club, el señor Caminero, tuviesen entonces la más remota idea de que en el club existía un muchacho llamado Óliver Torres. ¿Por qué tendrían que saberlo? Hay tantos chicos, que diría el talentoso productor.
Pero los acontecimientos se precipitaron. En ese galimatías oscurantista y caótico que es el actual club Atlético de Madrid, en el que nada es lo que parece, en el que la verdad de su cruel realidad está guardada en la caja fuerte legal que idearon sus máximos accionistas y en el que sus mal llamados dueños tienen intereses absolutamente divergentes con los históricos intereses deportivos de la institución, han tejido este año, por enésima vez, un pastiche de plantilla asimétrica y desequilibrada. Especial mérito tiene esta nueva revisión del tradicional desbarajuste teniendo en cuenta que el final de la anterior campaña dejó, casi por casualidad, un bosquejo bastante aparente de equipo. Una base interesante sobre la que construir.
Pero no. El actual equipo tiene los mismos defectos que el año pasado con el especial agravante (muy especial) de la ausencia del único futbolista con capacidad regular para crear fútbol que hemos tenido en los últimos años. Simeone lo sabe. Todos lo sabemos, pero el colchonerismo tira de paciencia esperando el milagro de San Gil, ese que dará una nueva cesión del brasileño Diego. Pero el milagro no llega, los ceños se fruncen y el ambiente se espesa. Es el momento de tirar de los amigos de la prensa para aplacar la furia y que empiecen a aparecer los tradicionales publirreportajes estivales de propaganda. Que si el equipo está a tope, que si Raúl García ahora se parece a Zidane, que si Simeone está probando un sistema ultra-ofensivo de toque,… chistes de verano que no parecen contener el magma de una afición antiguamente volcánica y ahora aletargada, pero de la que nunca se está completamente seguro de si es realmente un volcán inactivo o no.
Entonces en la televisión ponen el europeo sub-19 y los colchoneros observamos con estupor que el cerebro de esa selección es un muchacho con cara de tener la mitad de los 17 años que realmente tiene pero hechuras futbolísticas de haber vivido el doble. Brillante, inteligente, técnicamente notable y con una capacidad única para mover al equipo y fabricar fútbol. Una perla. En un equipo normal ese jugador hubiese hecho la pretemporada discretamente con el primer equipo sin hacer demasiado ruido. Hubiese disputado desde la sombra el puesto al titular de esa posición y muy probablemente se hubiese asentado a lo largo de la temporada en la primera plantilla hasta hacerse titular. Sin presión. Sin prisas. Llegando desde atrás con poderío y rapidez como la estrella que puede llegar a ser pero con la salvaguarda de que si vienen mal dadas se puede volver en cualquier momento al lugar donde estaba sin con ello hipotecar el futuro y sin que nadie se tire de los pelos por ello. 17 años. Hay margen. Mucho.
Pero el actual Atleti no es un equipo normal y mucho menos sus conductores que ven en el barbilampiño, de casualidad, el ejercicio de distracción que estaban buscando. A falta de estrellas colchoneras que vender, como todos los veranos, los amigos de la prensa entran a la muleta que el club les ofrece y fabrican un globo sonda con un jugador juvenil que todavía ni ha debutado. La gran masa colchonera, laminada en sus aspiraciones, hastiada de mediocridad, aburrida de estar aburrida, ávida de ilusión y de sueños, se lo come enterito hasta el empacho, comenzando así a deambular por enormes castillos mediáticos construidos sobre pilares de algodón. El Club, por supuesto, encantado con el devenir de los acontecimientos. ¿Quién habla ahora de la deuda, de la devaluación de la plantilla o de la falta de criterio deportivo?
Y comienza la liga. Y estamos igual que siempre. Un equipo aguerrido y plano que no sabe qué hacer con la pelota. Un equipo con el mejor delantero centro del mundo y nadie capaz de darle un pase desde la medular. Entonces todo el mundo mira al tal Óliver a pesar de que la plantilla tiene en teoría otros seis mediocentros (Gabi, Mario, Raúl García, Tiago, Emre y Koke). Se ha especulado tanto con el canterano que ya es parte de la realidad. Está ahí. Es nuestro. Es muy bueno. ¿Por qué no? Despejado el humo de agosto y sintiendo la realidad del primer partido de liga nos topamos con la cruel realidad de que Óliver Torres es titular indiscutible en este equipo por la sencilla razón de que no tenemos cerca otro jugador de esas características para una posición que, como sabíamos, se antoja fundamental para el equipo. Jugada maestra de los de siempre. ¿Quién es ahora el culpable? El “cobarde” de Simeone. Un Simeone que fue el primero en ver lo que nadie había visto, que lo sube al primer equipo, que lo hace debutar y que cuyo primer cambio en el primer partido de liga, teniendo el banquillo lleno de mediocentros y alguno recién fichado, es Óliver Torres. Simeone, un tipo que ha demostrado como pocos entender dentro y fuera esto que genéricamente denominamos fútbol.
Óliver Torres debuta en primera división en una posición que no es la suya y atenazado por los nervios como él mismo reconoce en su cuenta de twitter en un gesto que lo honra. El carnívoro imperio mediático afila los dientes y saliva. Es la hora. ¿Es su sino?