Valencia 2 - At. Madrid 0
El Valencia acababa de marcar su segundo gol. Un contrataque con el Atleti volcado que acababa en la red. Era probablemente la segunda vez que tiraban a puerta. El realizador, supongo que aupado en esa corriente periodística tan elegante y tan de moda que se basa en buscarle las cosquillas al Atlético de Madrid para demostrarle que esta estorbando en la única y verdadera historia del fútbol español, la del Madrid-Barça, decidió mostrar la cara de Simeone. Buscaba carnaza, evidentemente. El argentino sin embargo mostraba en ese rostro rabia, contención, orgullo herido, impotencia, cabreo, enfado,... todo lo que en mi persona no podía quedarse dentro y salía por mis labios o mis dedos pero ni un solo gesto de reproche. Ni una palabra. Mientras uno discutía contra los energúmenos que poblaban el bar en el que vi el partido, energúmenos a los que el partido les interesaba tanto como la realidad del pueblo macedonio, no podía contener unos dedos que lanzabas tweets incendiarios a diestro y siniestro. Simeone no movía un músculo. No hacía falta. Tampoco perdió el decoro en la rueda de prensa tras las insidiosas preguntas de la calaña. No hizo falta. Tampoco se arrugó. Dijo lo que había que decir mientras todos sabíamos lo que pensaba. Era lo mismo que pensábamos nosotros. Ni siquiera perdió los papeles comentando la estupidez de ese irreverente siniestro que hace las veces de presidente del Valencia. Simeone nos volvió a dar una lección a todos. Esta vez en la derrota. El Cholo no aceptó hace días las caricias envenenadas de esa estirpe de gladiadores de la verdad, de su verdad, que por esa misma razón lo tachaba de áspero. Él sabia lo que hacía. Sabía que conceder un átomo a la cosa nostra que domina el fútbol patrio era pagar un precio demasiado alto, la dignidad. Y ahora están esperando. Ya lo estaban. Iban a estarlo de todas formas. Pero yo me agarro a esa expresión del Cholo. Sabía que teníamos clase en las victorias. Ahora sé que también la tenemos en la derrota. Vienen tiempos difíciles pero no estamos solos ni desvalidos.
El Atleti sacó una alineación valiente pero algo extravagante al césped de Mestalla. La segunda línea ofensiva por detrás de Falcao (Adrián, Emre, Arda) contrastaba con la increíble ausencia del centrocampista más en forma de la plantilla: Mario Suárez. El experimento no salió bien. Tiago dejaba bien claro que no es el jugador que llegó hace un par de temporadas y le venía grande el centro del campo colchonero. Gabi, bastante flojo en las últimas fechas, amplificaba sus carencias ante la falta de apoyo y Emre directamente no jugó. La actuación del turco, para mí, fue lo más decepcionante de la noche. Con el centro del campo cogido con alfileres su misión fue puramente defensiva y a eso se aplicó el equipo con rigor y disciplina. El Valencia manejaba bien el balón y trataba de darle dinamismo pero no podía contra la roca colchonera. El Atleti intentaba salir de la cueva de vez en cuando pero se perdía en la transición. Solamente un renacido Adrián, lo mejor del Atleti, trataba de encarar al equipo rival con técnica y descaro. El partido estaba como tantas otras veces, correoso e igualado. Entonces ocurrió la jugada clave.
Uno de los miles de balones parados lanzados por el Atleti a lo largo del partido llega a la frontal del área y un remate de tacón de Miranda es repelido milagrosamente por Diego Alves. En paralelo a esta jugada Falcao, que llevaba siendo agredido y agarrado por los defensas valencianos desde casi antes de que empezara el encuentro, es derribado en el área. Cuando el colombiano estaba en el suelo un sucio Soldado le clavaba los tacos en la frente. En directo me pareció fortuito. Con la primera repetición me entraron las dudas. Con la declaraciones del propio Soldado disculpándose con ese desdén zafio y macarra propio de la mafia rusa tuve claro que la jugada no había sido fortuita. Soldado, un tipo resentido que se hace desagradable por momentos. La jugada podía haber acabado de muchas maneras: gol del Atleti, penalti a favor, expulsión de Soldado,... pero no pasó nada. Minutos después, el mismo Soldado empalaba una volea que venía desde prácticamente ningún sitio, resolviendo con calidad y haciendo en 1-0. Golazo del 9 che, todo hay que decirlo.
A partir de ahí asistimos a otro partido. El Atleti, que había especulado en exceso hasta ese momento, se desperezó y decidió apostar por el balón. El Valencia, que había sido mejor hasta entonces y que había jugado al fútbol medianamente bien, decidió apostar por el otro fútbol. Ese eufemismo que se utiliza para definir esa costumbre tan extendida de tratar de no jugar y que nadie juegue. Es una postura lícita, desde luego. Es una apuesta que salió bien, es evidente, pero yo lo he criticado demasiadas veces en mi equipo como para no hacerlo ahora con el rival. Repugnante.
Poco más historia tiene el partido. El Atleti seguía muy espeso en el manejo del balón hasta que no realizó los cambios. Con Mario, Raúl García y Arda mas centrado, el Atleti empezó a jugar mucho mejor pero para entonces el partido estaba ya muy trabado. Era imposible dar dos pases sin recibir una patada rival y sobre el césped había más codazos que paredes. Más insultos que fútbol. El árbitro podía haber parado esa tendencia finalizando la primera parte cuando el equipo che decidió apostar por no jugar. No lo hizo y para cuando se hizo evidente ya era tarde. El Atleti se fue definitivamente arriba con todo y sin que realmente llegase ocasiones claras, seamos sinceros, el acoso era total. No hubo otro equipo en el campo durante la segunda parte pero cuando el equipo está tan volcado y no marca lo que suele ocurrir es lo que contaba al inicio de la crónica: un contrataque en ventaja y gol en contra. Partido finiquitado.
Personalmente meto la derrota en el cajón de la anécdota. Podría haber ocurrido en San Sebastián o en cualquier otro sitio y aunque ha tenido que pasar en uno de los escenarios en los que menos me apetece, no debería ocurrir nada. Las hordas de la desestabilización, que ya campaban a sus anchas cuando estábamos en la cúspide, sacarán sus garras más afiladas para devolvernos a ese lugar que según ellos nos corresponde. Eso si me preocupa. Apretemos filas. Cuando sientan flaquear, acuérdense del rostro de Simeone.