Diez años
En Los Renglones Torcidos de Dios del señor Luca de Tena (y recomiendo saltar al siguiente párrafo si alguien tiene intención de leer el libro) la protagonista de la novela se pasa cientos de páginas investigando un extraño crimen dentro de un internado psiquiátrico para descubrir al final que su razonada verdad era mentira y que la verdadera realidad consistía en que ella misma no era una detective como creía ser sino otra enferma psiquiátrica del propio internado.
Así es como me sentí yo poco después de asumir la enésima derrota del Atleti en el antiguo derbi madrileño. Una vez disipada la adrenalina que este tipo de partidos provocan en mi cuerpo y extinguidos los sentimientos encontrados que sufro al ser semiconsciente de la insultante mediocridad de mi equipo pero ser también incapaz de frenar el deseo incontrolable de derrotar con honor ese concepto que detesto con todas mis fuerzas y que tan bien representa el Real Madrid y sus circunstancias, me tope con otra realidad. Con la realidad, probablemente. Tras miles de batallas dialécticas en internet, miles de sinsabores defendiendo el honor colchonero que mis antepasados me inculcaron, después de cientos de artículos intentando descubrir y desgranar la esencia de lo que significa el Atlético de Madrid como idea, el sábado después de las diez, en el Calderón, me tope con algunos indicios que me hicieron sospechar que la realidad no es la que yo quiero ver sino la que los demás, la cuerda mayoría, ve.
En 1996, en ese mismo campo, vi como un equipo humilde condenado a descender como el Albacete se veía superado por las circunstancias y a sus jugadores les temblaba las piernas de miedo ante el ambiente que provocaba el campeón de liga en el Calderón. Me pareció normal en esas circunstancias y con un equipo pequeño frente a uno grande pero la cara de aquellos jugadores del Albacete era la misma cara que vi en los jugadores del Atleti el sábado pasado con la diferencia de que estos estaban en su campo, la gente estaba con ellos y que se suponía que el Atleti no es el Albacete. La cara de los jugadores del Atleti era la misma cara de los jugadores del Atleti (cualesquiera) que se han enfrentado al Madrid (cualesquiera y dondequiera) en la última década. Es la cara del miedo, de la humillación, de la mediocridad del que se sabe inferior.
El sábado también vi como las arrogancias, los desplantes, los gestos vehementes, los desprecios y las infinitas faltas violentas de los madridistas (muchas de las cuales debieron ser firmadas con tarjetas en un mundo con árbitros honrados) eran asumidas y soportadas con rigor castrense por tipos humildes y cercanos a la cobardía que se saben inferiores y van vestidos de rojo y blanco. Ni una presión al árbitro, ni una palabra más alta que la otra, sabedores de que cualquiera de estos gestos sería despreciado y reprobado no sólo por la infinita opinión pública monocolor sino también por el presidente y el consejero delegado de su propio club. Vi como ante las repetidas y exageradas acciones de pérdida de tiempo por parte del rival ni un solo jugador colchonero se acercó al trencilla para recriminar la trampa como estoy seguro hubiese ocurrido al contrario. Nadie. Cuando terminó el partido vi también como los jugadores blancos levantaban los brazos al cielo alegres y extenuados, festejando el resultado como si hubiesen derrotado a un equipo grande mientras que los sonrientes miembros del equipo “grande” tenían la ingenua desfachatez de ir al centro del campo a aplaudir con el candor del que cree que no ha pasado nada o que simplemente ha pasado lo que tenía que pasar. Entonces sospeché algo que corroboré pocos minutos después.
Pocos minutos después, en una de esas jabonosas y mamporreras entrevistas que cualquier emisora del régimen realiza a diario, un presunto periodista le pregunto a Casillas, tipo que nos había destrozado con sus paradas, la razón de que siempre se le diera tan bien el Atleti. Las palabras de Casillas tocaron mi corazón atlético más que las palabras de cualquier jugador del Atleti de la última década. Dijo algo así como que a él de pequeño le habían ensañado lo que significaba un derbi, lo que era el Atleti, lo especial que era para los aficionados un Madrid-Atleti y que eso le hacía fácilmente concentrarse, prepararse y motivarse para esa clase de partidos. Me sentí identificado. Entonces me di cuenta de que lo que sentía Casillas en sus carnes para mi equipo no lo sentía ni un solo jugador del Atlético de Madrid, ni un solo trabajador del club de los que tienen poder y por supuesto no lo siente el Consejero delegado cuyo padre era del Athletic de Bilbao y al que de pequeño no le gustaba el fútbol (desconozco si le gusta ahora de mayor). Casillas, tratándonos como el rival de altura que cree que somos y haciéndonos perder el partido, tenía más respeto y cariño por el Atlético de Madrid que cualquiera de los que hoy están cerca de ese escudo.
Pero es que cuando Casillas era pequeño sus amigos del Atleti (y mucho más sus padres) todavía eran aficionados de un club grande que se creía y se sentía grande. Cuando Casillas tenía 11 años el Atleti le ganó al Madrid la Copa del Rey en el Bernabéu y supongo que en su cole se lo recordarían. Cuando Casillas tenía 15 años el Atleti ganó la liga y la copa y en Madrid, dónde él vivía, salían colchoneros de debajo de las piedras. Cuando De Gea tenía 11 años el Atleti estaba en segunda y ese año no logró ascender. Cuando tenía 15 años el Atleti hacía el ridículo quedando en el puesto décimo primero con el archiconocido Ferrando en el banquillo. Cuando Domínguez tenía 15 años el Atleti hacía el mismo ridículo sólo que esta vez quedando el décimo. De Gea y Domínguez, seguramente más atléticos que nadie y nuestros máximos estandartes de colchonerismo en el banquillo, no recuerdan haber visto ganar al Atleti un Derbi en su vida.
Es fácil de entender. Casillas veía en su día a día que lo que le contaban del Atleti era verdad. De Gea y Domínguez no. Ellos vivieron agarrados a una leyenda mágica a la que nunca pudieron ponerle cara y ojos. Es más fácil estar convencido que tener fe. Es muy difícil convencer a nadie de algo que tú no has visto pero mucho más cuando los que lo han visto no sólo no están sino que se procura que no se acerquen y se sustituyen por “profesionales” ajenos al sentimiento atlético. Imaginen como debe sentir el Atleti Forlán, Perea o Elías si se lo tiene que contar Amorrortu, Pitarch, Cerezo o Calamidad o tienen que leerlo en AS y MARCA. Casillas nació en 1981 y De Gea y Domínguez 10 años después. Diez años de estulticia, sequía, tristeza y mediocridad. Diez años sin ganar al Madrid. Diez años para convertir una realidad en leyenda y una leyenda en esperpento. Diez años de nuevo-gilismo en estado puro (sin las zafias formas de un Gil padre enfrentado con el mundo, con la prensa mentirosa comiendo de la mano y con la administración cómplice calladita) que han transformado la entidad definitivamente en otra cosa. Un equipo menor, por y para gente menor en el que sobramos los nostálgicos que como a Casillas o a mí una vez nos contaron y vimos lo que era y significaba un derbi. Que una vez vimos y sentimos lo que era el Atlético de Madrid.