Por el camino
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La rueda de prensa que precedió al Atleti-Bayern fue muy clarificadora. Uno de los entrenadores más laureados y con más ascendencia del planeta hablaba con respeto y admiración de su rival. Una rival que cinco años antes era eliminado por el Albacete en la Copa del Rey y para el que entrar en la previa de Champions se consideraba entonces un sueño casi inalcanzable. Decía Guardiola, contestando a la enésima pregunta impertinente de algún mercenario de la cochambre que andaba por allí, que es injusto decir que el Atleti es un equipo que sólo defiende bien. Que un equipo que pelea todos los años por la Liga y la Champions y lo hace además contra equipos que le cuadruplican su presupuesto, tiene por narices que saber hacer algo más que defender. Lo decía Guardiola, que no creo que sea un tipo que presente dudas sobre su concepción estética del fútbol o que tenga un imperdonable pasado colchonero. Xabi Alonso, otro icono rojiblanco, se expresó en términos muy parecidos. Mientras los carroñeros del micrófono (mediocres soldaditos del Mainstream mediático) preguntaban estupideces que buscaban el titular zafio (“¿tiene miedo de que aparezca un segundo balón desde el banquillo?), Guardiola y Xabi Alonso daban una lección de educación y profesionalidad frente a los medios pero a la vez, más importante, dejaban claro algo a lo que no estamos acostumbrados escuchar aquí. el Club Atlético de Madrid es un grande de Europa. Lo es, sin duda, y parece que no sólo lo sabemos nosotros. Aunque tengamos que localizar Radio Moscú en un aparato de onda corta para poder escucharlo.
Llegar al Calderón fue otra vez una odisea. Una odisea preciosa, eso sí. Las calles alrededor del coliseo estaban infestadas de rojo y blanco desde un par de horas antes y el fantástico ambiente era tan denso que se podía masticar. Cualquier que haya cogido el coche o paseado por Madrid durante estos días se habrá cansado de ver el “Nunca dejes de creer” colgado en cualquier parte. Desde una pancarta en la M-30 a la factura de una panadería de barrio. Señales proscritas de esa comunidad secreta y fascinante que conformamos los seguidores colchoneros de base. Alimento para nuestra fe. Gasolina para esa alegría constante que vivimos cada día por ser del Atleti porque eso es ser del Atleti. Disfrutar del camino. Nos lleve a donde nos lleve.
Todas esas sensaciones se agolpaban en la cabeza durante los minutos previos y de ahí se trasladaron al campo. En esa frecuencia clandestina que no puede sintonizar nadie más que nosotros (y los jugadores). Y se notó. El equipo salió al campo como una exhalación. Con personalidad, con intensidad y con fútbol. Ganando la batalla en el centro, cerrando la creación rival y jugando muy bien el balón. Los primeros 20 minutos fueron una exhibición de un grupo de futbolistas coordinados que estaban mostrando su mejor versión. Esa en la que deberían basarse los analistas para juzgar lo que es el juego del Atleti. La presión crecía en la grada y en el césped pero todo cambió cuando un muchacho de la cantera llamado Saúl decidió fabricar una prodigiosa obra de arte. Cogió un balón en el centro del campo, encaró el área desde allí y según aparecían rivales que tapaban las posibilidades de combinación él fue sacando de su chistera del talento todas las variaciones posibles de regate. Como una bailarina del Bolshoi se plantó en el área sorteando rivales para una vez allí, tras el enésimo requiebro, decidirse a armar su potente pierna izquierda en un par de milésimas de segundo. El balón dio en el poste (el único sitio que dejaba libre la envergadura de Neuer) pero después entró en la portería. La grada entró en éxtasis. Yo me quedé ronco.
A partir de ahí el Atleti quedó como aturdido por haber alcanzado el plan tan rápido y el Bayern se recompuso. Acabó la primera parte con cierta incertidumbre pero la primera mitad de la segunda fue un monologo del equipo bávaro. Jugando muy bien, dio además la sensación de tener muy estudiado al rival. Encerrando al equipo, ganando la espalda de los laterales y jugando al Atleti como nadie le ha jugado en el Calderón este año. Hay mucho equipo ahí. También mucho entrenador. Pero los de Simeone aguantaron con cabeza y testosterona. A falta de un cuarto de hora para el final del partido el Atleti había contenido, más o menos, el empuje rival y quedaban todavía minutos para resolver el encuentro en la portería contraria. Tengo la sensación de que faltó fuelle para ello. Aun así Torres estuvo a punto de redondear la noche pero el poste lo impidió. Minutos antes el larguero de Oblak había parado también un obús de Alaba, lanzado casi desde el barrio de Schwabing en Munich, así que mejor un 1-0 que un 2-1.
He visto, estudiado, leído y sobre todo vívido décadas suficientes como para defender delante de cualquier foro que el actual Atlético de Madrid es un milagro (y lo dice alguien que no cree en los milagros). Es tal el grado de eficiencia y compromiso de este equipo, tan impresionante su nivel de preparación, tan increíble el rendimiento que se saca de unas piezas contadas, tan prodigiosa la forma que tiene de darle la vuelta a sus propios hándicaps y tan incontestable el grado de identificación entre grada, equipo y club que, sinceramente, lo más racional que se me ocurre para explicarlo es recurrir a lo irracional.
Está todo por decidir pero disfruten del camino. Nos lleve donde nos lleve.
@enniosotanaz