Juguetes rotos
Athletic Club 3 - At. Madrid 0
El tema de las rotaciones es recurrente, lo sé, pero desgraciadamente sigue estando de moda. Ni lo entendí cuando alguien decidió que esa era la mejor forma de gestionar una plantilla de fútbol profesional, ni lo entiendo ahora cuando parece ser práctica común en los equipos grandes, ni lo entenderé en el futuro cuando algún “experto” me explique las razones. Uno mira de reojo el resto de deportes profesionales, la exigencia física y los niveles de los entrenamientos respectivos, y no entiende la razón por la que el fútbol tenga que ser diferente. ¿Dos partidos por semana es algo difícil de aguantar para un multimillonario deportista de elite? Me resulta muy difícil de entender. Pero la realidad es que está ahí y al parecer es algo con lo que, por alguna razón, tenemos y tendremos que lidiar. El Cholo Simeone está sacando un rendimiento muy por encima de sus posibilidades de una plantilla cogida con alfileres, eso creo que hay poca gente que lo ponga en duda, pero de ahí a que podamos jugar a creernos que tenemos 22 jugadores que pueden salir al campo en cualquier momento francamente media un abismo. Resulta de hecho absurdo pensar así. La descompensación y la falta de calidad en el Atleti (especialmente en el centro del campo) es exagerada para un equipo con aspiraciones y eso es algo que los que seguimos al equipo, llueva o truene, sabemos desde hace tiempo. Lo sabemos desde hace décadas. No se trata de ser pesimista en la derrota sino de afrontar la realidad ganando y perdiendo. El éxito de este Atleti (que no tiene porque dejar de serlo) se basa en el nivel de intensidad que práctica Simeone, un esquema táctico definido que se ajusta a la plantilla, el concurso de cinco o seis jugadores clave, un puñado de jugadores de equipo que están asentados en una buena dinámica y poco más. El efecto activador y motivador del entrenador y su buen hacer táctico provoca que esa dinámica de equipo robusta y aceptada aguante bien la inclusión de un elemento ajeno. Entra Raúl García puntualmente y hace goles. Entra el Cata por lesión de los titulares y da el pego. Sale Emre en un partido intrascendente y hasta marca de falta. Puede entrar Adrián en baja forma y hasta Cisma sin que el equipo se resienta demasiado. Eso lo estaba haciendo muy bien la dirección técnica del equipo pero por alguna razón la visita a San Mamés (por última vez) ha provocado un cierto delirio que ha hecho abandonar la senda del juicio y la lógica asumiendo un planteamiento ciertamente escalofriante. No pueden salir todos la vez. Es una broma que transforma un equipo de elite en una escuadra mediocre. Cuando minutos antes del partido he conocido la alineación uno ya intuía que la noche podía depararnos un disgusto. Al termino del primer tiempo, con empate a cero en el marcador, estaba ya seguro de ello. Simeone había despreciado el partido jugando con unos juguetes de equipo matón y poderoso que no nos corresponden. Los jugadores entendieron el discurso y dejándose llevar asumieron ese mensaje. El partido no importaba. El resultado es que los juguetes han terminado rotos.
Mi teoría particular es que el argentino, consciente del colchón de puntos que tenemos con los que están arriba y con los que están abajo, ha decidido olvidarse de momento de la liga y centrarse en la copa. Iniciar un partido en San Mamés con el Cata Díaz, Emre, Cebolla y Raúl García juntos es dar demasiadas facilidades. Es de hecho una osadía impropia de alguien tan prudente como el argentino. Evidentemente todos sabíamos que con esos jugadores el equipo no tendría ninguna salida. Ni desde los centrales, ni desde el mediocentro ni desde la media punta. Así ha sido. El Athletic, necesitado de puntos y de confianza, saltó al terreno con ambición y ganas. Por una vez los rojiblancos de Madrid no hicieron lo mismo y las sensaciones del equipo dejaban bastante que desear. Tras un inicio fulgurante de físico e intercambio de golpes, los de Bilbao se hicieron fácilmente con el balón mientras los madrileños se echaban atrás con indolencia. Ni rastro de la presión, ni rastro de la intensidad, ni rastro de esa verticalidad ambiciosa que nos ha caracterizado toda la liga. Los leones tocaban en la frontal y trataban de abrir la poblada defensa rival. El Atleti robaba muy atrás y además perdía enseguida el balón en pelotazos ridículos. Únicamente el renacido Filipe Luis hacía algo que recordara al fútbol por la banda izquierda y a punto estuvo de marcar gol en un remate desde dentro del área. El resto a verlas venir. Tiago intentaba armar algo de juego (sin éxito) y Arda, nuevamente desdibujado, trataba de aportar algo de ingenio pero a su lado el resto del equipo desaparecía. El Cebolla correteaba sin rumbo, Emre dejaba claro que no tiene el nivel suficiente para jugar en este equipo y Raúl García recordaba sus limitadísimos recursos jugando en el centro del campo.
La indolencia ganaba la batalla en paralelo a los balones que ganaba un Athletic Club, que tuvo una clara ocasión en remate a bocajarro desde la derecha que Courtois desbarató. Los vascos merecían ir ganando al descanso aunque irónicamente el que más cerca estuvo de hacerlo fuera el Atleti gracias a un disparo de Emre casi desde el área pequeña que Iraizoz despeja con categoría.
El empate a cero dejaba cierta ilusión en muchos miembros de la parroquia colchonera pero yo no era uno de ellos. No me había gustado nada lo que había visto. Más allá de un tema de jugadores limitados y con bajo rendimiento personalmente no había reconocido en ningún momento lo que eran las señas de identidad del Atlético de Madrid contemporáneo hasta ayer. Todo lo contrario. Demasiados fantasmas del pasado se pasaban por mi cabeza.
El inició de la segunda parte confirmó mis temores cuando vimos que el escenario era exactamente el mismo que habíamos dejado. Un equipo, el madrileño, lento, especulativo, incapaz de querer el balón, abusador del pelotazo y encerrado en su área frente a otro equipo, el vasco, que intentaba ganar el partido a base de fútbol y corazón. Y llegó lo que tenía que llegar. Courtois había salvado ya un par de llegadas cuando vino un córner bien sacado, Godín que pierde su marca y gol de San Jose.
Pero entonces vimos algo que pegó un pellizco en el lugar del corazón en el que guardo mi orgullo rojiblanco. Entonces, lamentablemente, vimos que el Atleti, ahora si, quería jugar para ganar. Ahora si, cambiaba de actitud, de intensidad, de línea de presión... otra cosa es que le saliese bien. No le salió, para nada, pero no deja de ser ruin el tener que esperar a ir por detrás en el marcador para ver a tu equipo. Rémoras de tiempos pasados que pensé estaban extintas pero que hoy han vuelto. ¿Para quedarse? El equipo se estiró y con muy poco consiguió meter al Bilbao en su área. Los recambios hicieron que apareciesen futbolistas válidos sobre el césped e incluso el equipo estuvo a punto de marcar (especialmente tras remate de Raúl García) pero la realidad es que ocurrió todo lo contrario cuando Susaeta hacía el segundo tras gran pase de Ander Herrera. Courtois, por cierto, había hecho varias paradas de mérito poco antes. Cuando tras un contrataque frenético De Marcos hizo el tercero, y a pesar de que quedaban muy pocos minutos, muchos pensamos que la derrota podía ser todavía más escandalosa.
Terrible borrón de este ilusionante atleti que de forma prácticamente estúpida deja ahora demasiadas interrogaciones en el aire. El partido se podía haber perdido de muchas maneras y nadie hubiese dicho nada porque todos somos conscientes de quienes somos y dónde estamos en cada una de las competiciones, pero lo que se ha visto hoy en San Mames deja una poderosa sensación de incertidumbre. De resquemor. De rabia. Nos han desnudado y hemos visto con estupor lo poco que tenemos por dentro. Y no me gusta. Alguien pensó que hoy era un día para jugar tranquilamente con juguetes y volver a casa a dormir. Lo que no esperaban es que volviésemos con los juguetes rotos.