Ángel blanco, ángel negro
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copa del rey
Están ahí, no se van y cada vez me chillan más fuerte. Por más que agito la cabeza no soy capaz de evitar seguir escuchando esas dichosas voces retumbando dentro. Es la eterna lucha entre el bien y el mal, lo blanco y lo negro, el Atleti y el Atleti. El Ángel Blanco me cuenta una cosa y el Ángel negro me cuenta otra y encima los dos tienen razón. Los dos saben que recuerdo haber vivido ya siete finales de copa y cuatro de ellas en vivo… pero no siempre fue la misma final de Copa. ¿Qué hago? Más de una década desde la última final y no sé qué hacer…
El Ángel Blanco me lleva a al año 1992 cuando mi hermano y yo bajábamos la castellana de la mano de mi padre y lo hacíamos henchidos más que nunca de llevar al cuello los colores rojos y blancos. Algunos coches nos pitaban con júbilo mientras otros cerraban las ventanas de sus autos con caras de pocos amigos pero sin poder decir nada. Yo intentaba no cerrar nunca los ojos para intentar almacenar la mayor cantidad de imágenes consciente de que no sería fácil repetir aquello pero irónicamente de lo que más me acuerdo es de mi hermano pequeño, que era muy pequeño, repitiendo cada cien metros con un balón imaginario el magnífico zurdazo de Futre que había supuesto uno de los dos goles que le endiñamos aquella tarde al Real Madrid. Recuerdo también aquel puñado de colchoneros anónimos y felices que bajaban la castellana sonrientes y que volvían a gritar gol cada vez que mi hermano daba un puntapié al aire…
El Ángel Negro me lleva al año 1999 y la playa de Cádiz el día después de perder 0-3 contra el Valencia. Mis primos, el Forza y yo bajamos a la playa por aquello de aprovechar la oportunidad de estar en tierras tan lejanas pero no teníamos muchas ganas de fiesta. Después de un día espectacular por la calles de Sevilla nos llevamos el varapalo de la inapelable victoria valenciana. Aquella noche el pequeño comando colchonero que habíamos creado para la ocasión mal dormimos en Cádiz porque fue imposible encontrar sitio en Sevilla. Yo llevaba mi bufanda escondida en la mochila porque no tenía la sensación de que fuese precisamente el mejor día para presumir de colores pero estando sentado en la arena mirando a ninguna parte advertí como alguien venía paseando con la camiseta del atleti puesta y reluciente. Aquel chico, que era más o menos de mi edad y lucía con orgullo la remera colchonera a pesar de todo, paso cerca de donde estábamos consiguiendo ver los flecos de color rojiblanco que asomaban de mi bolsa así que sin mirarme a los ojos enseguida supo a quien pertenecía mi corazón. Pocos minutos después los cinco estábamos en la playa cantando: “la-la-la-lá, la-la-la-lá…Radomir te quiero” que es lo que pocas horas antes cantábamos todos los atléticos desde detrás de la portería al acabar el partido pero que no sirvió para que ese genio de la gestión deportiva alternativa llamado MA Gil decidiese no destituir a Radomir Antic, cosa que hizo esa misma noche.
El Ángel Blanco ahora me lleva al año 1991, 29 de Junio, a una esquina del fondo norte de un Santiago Bernabéu donde estoy mordiéndome las uñas y sin poderme sentar gracias a los nervios que me atenazan minutos antes de que empiece la prologa de la final de la copa del rey de aquella temporada. Los mallorquines que están sentados en la otra punta del campo intuyo que se sienten igual que yo pero ni me sorprende ni me preocupa. Lo que me preocupa y me sorprende es ver a un señor anciano, arrugado y con cara de felicidad, que está sentado al lado de mi padre y que mientras todos sudamos como surtidores lamentándonos de no haber marcado gol todavía, pesarosos por lo que pueda ocurrir, él está impertérrito en su silla disfrutando del ambiente. A pesar de patente juventud y mi timidez congénita me sale del alma preguntarle cómo puede estar tan tranquilo ante una situación así a lo que el hombre me responde sin perder la sonrisa: “tranquilo hijo que hoy ganamos”. Alfredo Santaelena se encarga pocos minutos después de dar la razón a aquel hombre.
Pero el Ángel Negro me lleva a rastras al año 2000 y a ese aciago momento en el que en otra final de copa Tamudo le quita con la cabeza a Toni Jiménez un balón que está botando tranquilamente en el área y que para escarnio de todos los telediarios del mundo acaba en su propia portería segundos más tarde. Ese genio de la gestión deportiva alternativa llamado MA Gil había fichado ese año a un portero en alza y de futuro como Toni para competir en el puesto con un Molina internacional y en la cima de su carrera consiguiendo en el camino el desquicie de ambos y el fin de la carrera de uno de ellos. Aquella misma noche tomo de verdad conciencia que gracias a la ejemplar campaña del tipo que MA Gil había fichado cuando echó a Antic (Ranieri) pero sobre todo a los devaneos de su querido padre por el lado salvaje y oscuro de la vida, el Atlético de Madrid es a esas horas equipo de segunda división. Las lágrimas de un Toni Jiménez correteando desolado por el césped no son capaces de calmar las mías ni sobre todo calmar el inmenso odio que se instala ya para siempre en el corazón hacia los culpables de todo aquello.
He decidido abofetear a los dos ángeles y volverlos a guardar donde estaban porque ahora ya lo tengo claro: disfrutaré la final de copa como ese niño con bufanda rojiblanca que no he dejado de ser y aunque soy demasiado joven como para ser el anciano arrugado que diga: “tranquilo hijo que hoy ganamos” trataré por todos los medios de encontrar ese hombre en la grada porque sé que estará allí. Eso sí, antes y después, ocurra lo que ocurra, el odio a los culpables de tanta tristeza pasada, presente y futura seguirá bien agarrado a mi corazón. Ocurra lo que ocurra.
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