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¡Un abrazo!

Mizaru, Kikazaru, Iwazaru



Hace unos años tuve la suerte de visitar el santuario de Toshogu en Nikko, un pequeño pueblo de montaña al norte de Tokio. En una soleada pero fría mañana de invierno en la que no había nadie alrededor pude por fin dejarme envolver por el extraño misticismo de los templos japoneses que añoraba desde hacía mucho tiempo. En concreto me quedé absorto delante de los tres monos que dan fama al templo y su no menos mítica leyenda: Mizaru, Kikazaru, Iwazaru. No ver, no oír, No decir.

En estas semanas en las que el equipo hace tiempo que ha caído de las competiciones del KO (humillado, sin gloria y sin que nadie se acuerde de que las ha jugado) y se arrastra con cuestionable brillantez por el lado más mediocre de la liga de los mediocres, en estos días en los que los movimientos populares contra el legado gilista se recrean en un probablemente forzado pero igualmente incomprensible y desalentador silencio, mientras cualquier atisbo de oposición organizada se ningunea en prensa y se desprestigia con agresiva vehemencia en los mismos foros de dónde salieron, en estos momentos en los que el tan esperado Godot musulmán prefiere bailar la danza del vientre con un “pequeño” Getafe en lugar de con un “histórico” club que se presenta con el patrimonio de 170 millones de deuda (que no se sabe a quién se debe), una caja negra como estructura empresarial y la música de los Payasos de la Tele como símbolo de su credibilidad, en estas horas de desesperanza y desesperación uno se acuerda más que nunca de los monos de Nikko.

¿En qué sentido?

La elite japonesa de la época interpretaba el místico significado de la escultura en el sentido positivo de no dejarse afectar por el mal. Hacerse fuerte lejos del maligno e interactuando lo menos posible con él. No ver la papilla radioactiva cargada de mentiras, falsas verdades, interpretaciones interesadas y un gran número de estupideces de carácter estupefaciente que a diario se escupe desde las rotativas “oficiales”. No escuchar las leyendas de princesas con las que el prestidigitador jefe del Club Atlético de Madrid (el nuevamente condenado señor Calamidad) junto a su ejército de empalagosos mercenarios nos deleita últimamente con inusual periodicidad desde los púlpitos con acceso directo al Agora. No hablar con esa recién aparecida Guardia Suiza que disfrazada de presuntos “desencantados” del gilismo parece irónicamente estar diseñada para proteger el Papado Gilista en el campo de Batalla de Internet y dinamitar así el epicentro de los escasos e inocuos sismos acaecidos en la última década.

Pero el pueblo llano japonés, en su elegante sabiduría, interpretaba también el significado de los tres monos, en un sentido muy diferente, como la representación de la rendición al sistema. Aceptación sumisa de la realidad como la única manera posible de sobrevivir. Para seguir “disfrutando” del Atleti sería entonces mejor no ver la clasificación de los últimos años, ni los puntos negros en las operaciones de capitalización o descapitalización, ni el soporífero y miserable juego desplegado por el equipo en los últimos años (salvo cortas y esporádicas excepciones) ni el espíritu o la forma de pensar de nuestra dirección deportiva. No escuchar las psicodélicas explicaciones del presidente en activo, más propias de un casting privado del club de la comedia que de otra cosa, ni los insultos que desde el otro lado de la frontera nos profesa todo el mundo sin que un solo indirigente levante la voz para evitarlo. No habría que escuchar tampoco esos “históricos” objetivos del “histórico” club. Ya saben, todo eso de “hacer una buena competición”, “entrar en Europa”, “crecer socialmente”, si al final entramos en Europa la temporada “no ha estado mal” y demás eufemismos para estúpidos. Por supuesto tampoco hablar. Ni en internet, ni en la calle ni en el estadio. Aplaudir, sonreír y pagar. Muchos lo hacen y al parecer son felices.

Es evidente cuál es la interpretación más popular.

Es evidente también cuál es la mía.

Cada día que pasa tengo más claro que el cambio en el Atlético de Madrid tendrá que ser por motivación popular o no será, pero no tengo nada claro que alguna vez pueda ocurrir. Como Atlético que soy me resulta complicado vivir al margen de esto a lo que le tengo un amor tan febril e irracional como el Atleti pero como Atlético que soy me resulta imposible vivir teniendo los ojos, los oídos y la boca cerrados. Eso al menos es lo que yo pensaba. El colchonero que a mí me enseñaron a ser era inconformista, fiel a sus principios, orgulloso (casi siempre en exceso), nadador a contracorriente, independiente de lo que digan o hagan los demás, apasionado, respetuoso, alegre y sobre todo contrario a lo establecido. Especialmente si es injusto. Pero hoy uno levanta la cabeza y ve otra cosa alrededor. ¿Mejor? ¿Peor? ¿Más inteligente? ¿Más moderna? No lo sé. Me temo que todas esas cualidades que yo pensaba indisolubles con ser colchonero son ahora voluntarias y casi siempre incompatibles con ese nuevo diseño de aficionado atlético que ha creado el multimillonario fútbol profesional.

Si es así (aunque todavía me resisto a creerlo) tengo clara la solución y también se puede leer a través de los monos de Nikko: no ver fútbol, no escuchar nada que tenga que ver con este deporte (al menos en este país) y por supuesto no hablar con nadie ni de fútbol ni del Atleti. Que no me esperen de otra forma. O estoy con el Atleti en el que creo, con los pilares que lo trajeron hasta aquí, o no estoy.

1 comment

Anónimo 4 may 2011, 12:52:00

Ennio, yo como muchos otros pensamos como tú, así que te animo "a estar", porque es lo único a lo que nos podemos agarrar. Yo también paso por momentos en que parece que pierdo la ilusión, pero hay que seguir luchando contra estos sinvergüenzas.
Saludos.
Miguel Ángel.