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¡Un abrazo!

Ojeras que ya estaban (At. Madrid 0 - Málaga 3)




Si alguno de ustedes ha tenido como yo la mala suerte de pasar hoy la tarde en el Vicente Calderón habrá asistido a una auténtico, completo y gráfico baño de realidad. Por el precio de su entrada no sólo ha podido ver los tres goles de un Málaga que sellaban su asentamiento definitivo en la división de honor del fútbol español sino que habrá observado, resumida en noventa minutos, la realidad del actual Atlético de Madrid. Esto ha sido y es el Atlético de Madrid de la presente temporada. Un equipo sin identidad, sin espíritu, sin plan, sin ambición, sin objetivo, sin referencia y sin personalidad. Un equipo tremendamente descompensado, diseñado con el orificio rectal, mal dirigido pero a pesar de ello aguerrido de forma inexplicable a un rígida forma de jugar al fútbol que paradójicamente se basa en no jugar. Un equipo que no sabe jugar a este deporte, que se siente perdido con el balón, incapaz de crear juego, carente del centro del campo, obsesionado por la verticalidad barata basada en el pelotazo, penalizado deportivamente por la negligente labor de los que confeccionaron la plantilla pero igualmente penalizado por las guerras internas de un entrenador tratando de demostrar su superioridad moral a la hora de entender las entrañas de este deporte y de este equipo.

El partido pintaba mal desde el principio cuando ya veíamos a un equipo, el andaluz, metido completamente en el partido, disputando cada balón al límite del reglamento, perfectamente colocado en el campo y presionante. Sobre todo si lo comparábamos con lo que tenía enfrente que era precisamente todo contrario. Los madrileños intentaban seguir la estela de los últimos partidos pero parecía un sueño del pasado. Algo no cuadraba y eso tenía su epicentro en un centro del campo liderado por Raúl García, es decir sin centro del campo. El navarro, como desde el mismo día en que se le fichó, naufragaba una vez más tomando la responsabilidad del mediocentro creativo, algo que ni es, ni ha sido, ni será. El jugador está una situación muy por debajo de su peor versión y eso lo caracteriza delante de su afición que lo despidió, otra vez, con pitos. Raúl García debería abandonar el Atleti por su propio bien. El ritmo lento el jugador de tajonar era extendido al resto de la plantilla y así una perfecta presión de los malagueños bastó para desactivar a un Atleti incapaz de hacer fútbol. Unos mediocentros que se olvidaban de proveer una salida digna, un Reyes muy marcado incapaz de conectar, un Elías que sigue siendo tan intrascendente o más que cualquiera de los minutos que ha jugado y una delantera que no conectaba. Al cuarto de hora el balón paso a ser del Málaga y ya no lo soltó.

El baño táctico de Pellegrini a Quique en la primera parte es como para que muchos, incluidos los protagonistas, reflexionen. Los andaluces desactivaron con facilidad a un Atleti mal colocado cuyo once inicial presentaba mayores excentricidades de las que un equipo así puede permitirse. El balón estaba normalmente en los pies del Málaga siendo distribuido con criterio y calidad pero si no estaba ahí se podía encontrar en los pies de los centrales colchoneros que lo lanzaban lejos de contundente puntapié. Esa de hecho era la mejor opción posible puesto que la alternativa, jugarlo, era peor dada la mala disposición de los medios y la nulidad de otras salidas. Gracias a ello llegó el primer gol. El Atleti es incapaz de salir, comete error, los blanquiazules se van por la banda y un certero centro de Jesús Gámez es rematado de forma magistral Rondón.

Mal siguieron las cosas cuando el Málaga decidió seguir igual teniendo el balón y jugando. Se demostraba así que esa miserable y ruin forma de jugar de encerrarte en tu área con el marcador a favor, esa que práctica el Atleti gracias a la última pleyade de entrenadores valientes que hemos tenido, no sólo está más pasada de moda que los vaqueros descoloridos sino que ya ni la practican los equipos metidos en el descenso. El Málaga llevaba el tempo del partido y el Atleti se desesperaba. El Málaga lo hacia todo fácil y el Atleti era incapaz de dar dos pases. El Málaga se estiraba con peligro cada vez que podía y el Atleti era incapaz de tirar a puerta. Al poco de terminar la primera parte llegó el segundo casi de idéntica factura que el primero pero por la banda contraria y con Sebas Fernández y Baptista como protagonistas.

Nadie creía en la remontada al principio de la segunda parte. Quique corrigió el error de Elías por Keko pero mantuvo el error de Raúl García. El canterano aportó como siempre dinamismo, salidas, movilidad y ganas pero no fue suficiente. El Málaga salió al campo mucho más especulativo y eso complicaba las cosas. Al cuarto de hora Raúl García dejaba el campo entre silbidos dejando el sitio a un, otra vez, apagadísimo Forlán dejando un extraño dibujo en el campo parecido a un 4-3-3 asimétrico.

De nada sirvió. El equipo parecía algo más voluntarioso pero se perdía entre las líneas de un cuadro andaluz replegado y muy bien plantado y las ganas de los rojiblancos de resolverlo todo en solitario. Entre tiros absurdos de Forlán, escarceos estériles del Kun, eslalons inútiles de Reyes pasaba el tiempo con un equipo malacitano cada vez más seguro de su victoria y unos madrileños cada vez más convencidos de su derrota. Maresca ponía el fin virtual a esa dicotomía con un tercer gol que nuevamente venía de una garrafal error en la salida del balón, nuevamente provocado por no saber que hacer con el. A partir de ahí el público desapareció del campo, los gritos anti Gil fueron más tímidos y escasos que nunca y la sensación de mediocre resignación lo impregnaba todo.

El grandilocuente objetivo de nuestro presidente, la eufemística “europa”, está ahí. Casi en el mismo sitio, pero el tema es algo más profundo. A veces un lavado de cara como este lo que hace es simplemente enseñar las ojeras que ya estaban.