La letra escarlata
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La semana pasada este país y este bendito “mundo del fútbol” se ha retrotraído a la Nueva Inglaterra del siglo XVII, esa sociedad casposa, chismosa, puritana y sobre todo hipócrita. Hipócrita y cínica hasta decir basta. Esa sociedad que tenía sus propias reglas, unas reglas marcadas por un concepto personal de rigor religioso y que metían en un mismo crisol conducta, pensamiento, acto, derecho, justicia, apariencia, realidad y ficción.
Una sociedad con una insoportable facilidad para excomulgar, condenar y quemar no sólo a quien tuviese la desfachatez de osar actuar en contra de las “normas” divinas sino también a cualquiera que sin haber actuado en contra de nada el divino tribunal inquisidor determinase que lo había hecho. Todo era controlado por la mano severa de los puritanos que marcaban con una Letra Escarlata a los repudiados por el sistema del señor para escarnio público, como acto aleccionador y para preservar la pureza del resto de vecinos sanos, puros y bondadosos.
Tomas Ufjalusi, un checo de origen húngaro que es profesional del fútbol y que llevaba un par de años en nuestro país sin causar demasiado revuelo, ha sido agraciado con La Letra Escarlata. Así lo han decidido los pastores calvinistas que definen e imponen la moral correcta que debe imperar en nuestro fútbol. Estos pastores, tipos inmaculados e intachables autoerigidos en paladines de la justicia, la ética y la estética que debe imperar en la sociedad, han decidido también que este profesional del fútbol debe portar humillado y con vergüenza esa Letra Escarlata para el resto de sus días. Esa marca humillante que lo significa a ojos de cualquiera como miembro repudiado de la sociedad.
Tomas Ufjalusi tuvo la mala suerte de estar en el sitio incorrecto en el momento inadecuado. Si las cosas hubiesen pasado al revés, un balón disputado en carrera, el checo que llega antes, Messi que no alcanza a dar el balón y en la caída pisa con violencia el tobillo del rival, estaríamos viviendo una realidad diferente pero muy distinta de la que conocemos hoy. Si esa jugada hubiese ocurrido tres días antes contra el Aris o siete días antes en Bilbao o quince días antes contra el Sporting las realidades también hubiesen sido diferentes pero estas tres últimas no diferirían mucho entre si. El partido del Barça era diferente porque allí sí que está la jurisdicción de los pastores de la verdad. Tomas Ufjalusi estaba en el sitio incorrecto en el momento más inadecuado. No es una cuestión de trascendencia. Es una cuestión de que los pastores calvinistas sólo actúan a favor de los miembros de su congregación y para estos pastores Sporting, Athletic, Aris… y Atleti, son implemente indios. Indios de las colonias sin ética, ni estética. Sin derechos ni justicia. Sin corazón ni sentimientos. Salvajes sin modales que atentan contra la tranquilidad de la congregación elegida por Dios, aquella que vive dentro de las fronteras imaginarias que marca el universo Madrid-Barça.. El hombre blanco, Madrid-Barça, es incorruptible, puro y cristalino por naturaleza. Representa el pueblo elegido, la integridad, la honradez, la belleza,… el fútbol. El resto somos indios sin civilizar o “blancos”. Esclavos del sistema condenados a barrer y soportar los escupitajos del señor o aceptar para la eternidad el llevar una Letra Escarlata bordada en el pecho.
Si un honorable y puritano miembro de la sociedad como Luis Figo le destroza la carrera futbolística a un rival anónimo en una entrada difícilmente defendible desde ningún punto de vista y siendo incapaz no ya de pedir perdón sino tan siquiera de preocuparse por el estado de su víctima seguro que existe una razón divina para ello que la plebe no puede comprender. Entonces Luis Figo vio tarjeta amarilla, siguió jugando siempre que quiso y hoy sigue siendo un admirado, respetado y querido miembro de la sociedad. Zidane es un representante de la ONU, ejemplo para grandes y pequeños para el que una embestida con la tonsura a un rival sin balón de por medio en un partido intrascendente como la final de la copa del mundo no es más que una anécdota. Nada de esto no ocurrirá con un repugnante indio maleducado que ha osado saltar la valla del mundo civilizado y jugar a ser como los demás. A Diego Simeone, otro indio sin civilizar, le bastó hacerle una profunda herida al futurible fichaje del Real Madrid para cargar con la Letra Escarlata el resto de su vida. A partir de entonces, hiciera lo que hiciera, fue un indeseable y violento leñero, igual que ahora lo será Ufjalusi. López nunca lesionó a nadie pero eso no es óbice para que el subconsciente colectivo asuma que fue el mayor carnicero a este lado del Ebro. ¿Qué importa la realidad?
Independientemente de la trayectoria anterior del jugador en una larga carrera intachable, de la periodicidad de casos similares, de los condicionantes de la profesión que desempeña, del partido, de las explicaciones que pueda dar, …¡de tocar el balón!, Ufjalusi ha sido acusado de encarnar el mal y de practicar brujería y así quedará para siempre. Los “padres” de la criatura culpable, los conductores del Club Atlético de Madrid, están tan asustados de la ley imperante en las colonias y le deben tantos favores a los pastores que asumen con humillación los designios mostrándose ante la sociedad con la nueva “biblia” bajo el brazo y encargándose ellos mismos de bordar la denigrante letra en la solapa. No luchan porque le retiren el injusto San Benito que portará ya para siempre sino que piden, agachando la mirada con humildad, algo de caridad para el que ya la lleva asumiendo que así tiene que ser.
En un mundo normal Tomas Ufjalusi hubiese sido expulsado ante las protestas del público. Los pastores han cambiado la realidad a base de contar mentiras con eso de que era una entrada que no venía a cuento, olvidando en su fervor religioso que el partido estaba a punto de acabar, que el equipo de la bruja Ufja iba perdiendo, que un solo gol cambiaba el resultado, que Messi estaba en pleno contrataque y que el checo toca el balón. Si en esas condiciones entrar con todo no viene a cuento es que no estamos hablando de fútbol o que, como efectivamente se insinúa, en esta liga sobramos todo lo que no sea Madrid-Barça.
La acción en directo deja dudas. Yo la protesté en el campo. La repetición no. Es expulsión. En un mundo normal Ufjalusi hubiese sido sancionado con una sanción justa (un partido, dos, los que tengan que ser…en el fondo da lo mismo) y cuando el jugador volviese al campo nadie recordaría una desafortunada acción consustancial al fútbol como otras tantas. Todos sabemos que eso no ocurrirá y que la letra permanecerá visible para siempre con todo lo que lleva asociado: las pedradas, los insultos y desmanes del civilizado hombre blanco. Ya se encargarán los pastores de que nadie se olvide nunca.
Recemos todos como buenas ovejas del rebaño. Escondámonos en la intimidad de nuestros hogares para que no nos vean. Como indios que se dan polvos de arroz en la cara para ocultar lo que somos imitemos a los que nos conducen. Recemos porque no nos pase a nosotros. Es lo que toca.