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Meretrices

"La desgracia de Don Quijote no fue su fantasía, sino Sancho Panza” (Franz Kafka) 

La primera vez que vi a Falcao con la camiseta del Atlético de Madrid todavía me dolía esa víscera tan en desuso en los tiempos modernos que algunos llaman corazón. Me ocurrió lo mismo cuando vi por primera vez a Forlán o a Courtois o a Agüero. No piensen por tanto que hablo exclusivamente del colombiano. Mientras a mi alrededor el grueso de aficionados entiende perfectamente ese nutrido ramillete de tesis que explican “perfectamente” la salida de los ídolos del Atleti, a mí se me tacha, con una socarrona y soberbia sonrisa en la mayoría de los casos, de romántico. De ingenuo. De estúpido. Sólo un estúpido puede al parecer mezclar amor y sentimientos en la putrefacta ecuación del fútbol. Intento asimilar la razón de que aficionados de fidelidad ciega, que llevan décadas pagando el abono de un equipo que durante todo ese tiempo no ha jugado ni a la taba, me intenten convencer de que es “normal” eso de irse del Atlético de Madrid para “mejorar”, pero no lo entiendo. ¿Cómo puede decirme un colchonero que es mejor estar en un sitio que no es el Atlético de Madrid? ¿Qué hacemos nosotros entonces que no nos vamos allí también? 

Aclaran que yo soy aficionado y los jugadores son profesionales, como si eso lo explicase todo. Y yo tiro de referencias. De las de todo el mundo, porque todo el mundo es también profesional en algún sitio. ¿Qué es eso de ser profesional? ¿Realizar fríamente un desempeño en función de la remuneración? ¿Ceñirse a lo que se ha establecido en un acuerdo contractual llamado contrato? ¿Deberíamos entonces acordarnos de los familiares de los profesionales cada vez que fallan un gol cantado? ¿Retirarles la nómina si no cumplen objetivos? ¿Pitarles hasta la extenuación cada vez que tienen un mal partido o fallan un penalti? ¿Ignorarles fuera del estadio? Resulta que no. Resulta que nosotros entendemos que son jugadores del Atlético de Madrid con nuestro escudo al pecho y que como tales entran directamente en nuestros corazones y en nuestros sentimientos. Y claro, es diferente. Ahí sí cuenta la emoción. Cuando fallan les aplaudimos para animarles porque son de los nuestros. Y ellos se emocionan, claro, y nos devuelven los besos. Y nos quieren. Y les queremos. Y dicen exactamente las cosas que queremos escuchar creyendo además, nosotros, que lo dicen de corazón. Y resulta que consiguen un contrato publicitario porque un montón de personas que se identifican con el Atlético de Madrid, por ende, se identifica con ellos. Y compramos lo que nuestros ídolos nos dicen que hay que comprar pero lo compramos no por ser excelentes profesionales sino porque son el Atlético de Madrid. Somos ese equipo que dobla los socios cuando baja a segunda o que aplaude a sus jugadores cuando pierden la Copa del Rey. Aptitudes, nada profesionales, que sin embargo los “profesionales” aceptan gratuitamente como suyas. Entienden perfectamente nuestra causa cuando se besan el escudo o regalan almibaradas declaraciones que planeando lentamente delante de nuestro subconsciente aterrizan con fuerza en la parte sensible que todos y cada uno de nosotros tenemos dentro. Lo saben también cuando se suben a la grada a demostrar su amor por los colores o a pasear su colchonerismo por las calles de Madrid subidos en un autobús. 

Pero llegado el momento, normalmente años antes de lo que marca ese contrato que como profesionales han firmado, deciden “mejorar”. Ese concepto tan sumamente ambiguo y maleable que se moldea según las circunstancias. “¿Tú no te irías a otro sitio si te pagaran más?”- me preguntan. Mi respuesta es lógicamente negativa. “Claro, pero tú eres aficionado y ellos profesionales”. ¿Profesionales? Hagamos un ejercicio de ficción. Supongamos que Falcao (o el que quieran) el día de su presentación hubiese dicho, con sus propias palabras, que venía al Atlético de Madrid porque era el equipo que más le pagaba y además porque en un par de años podría conseguir un contrato mejor en otro equipo más grande. Supongamos que Falcao hubiese metido los mismos goles y hubiese jugado todavía mejor pero cada vez que le hubiesen preguntado por el Atleti, su historia o su afición, hubiese dicho que no sabe de qué le están hablando y que es un tema que ni le va ni le viene. Que él sólo se pone la camiseta del Atleti por dinero y no por gusto. Que él es un profesional y que está de paso hacia otros equipos. Que ojalá pudiera algún día, como profesional, jugar en el Real Madrid porque es el mejor equipo del mundo y dónde más pagan. Que no hubiese aplaudido nunca a la grada, ni hubiese tenido esos entrañables gestos de “colchonero”, etc… Hubiese sido igual de honesto y profesional (probablemente incluso todavía más) pero me temo que su vida, emocional y económicamente hablando, hubiese sido muy diferente en Madrid. ¿Por qué no hizo todo lo anterior entonces? ¿Ha sido profesional? ¿Ha sido honesto? ¿Merece mi cariño? 

El fútbol se ha convertido en un pastiche tramposo. Un parque temático construido sobre medias verdades en el que se aplican las reglas pragmáticas y mercantiles del capitalismo más furibundo mientras se pretende vender sentimientos, pasiones, amor irracional y fantasía a través de packs homologados. Mentira. Por supuesto que mezclo los sentimientos con el fútbol. Todos los aficionados (junto con los periodistas enamorados de su profesión) deberíamos hacerlo. Acepto que de forma racional y lógica pero no aparcando el corazón en el vertedero como algo de lo que sentirse avergonzado. De otra forma que no cuenten conmigo. Si todos los agentes del fútbol nos guiásemos por las reglas del pragmatismo y la profesionalidad tan sólo un puñado de equipos tendrían aficionados. El Atleti no tendría sentido. Los aficionados al fútbol lo somos a unos colores, a unas siglas, a unos valores indeterminados, a una tradición o a algo intangible y mágico que cada uno de nosotros vemos en nuestro equipo. Fe inquebrantable de difícil explicación que desata pasiones y calidez incluso entre las personalidades más frías que pueblan la tierra. Pido a los aficionados que actúen como tales, como aficionados y no con la mentalidad de empresarios o directores deportivos que no son. El poder no nos quiere auténticos porque entonces somos imprevisibles. Mejor respondemos al cliché. Somos una cohorte de humanos que de forma irracional, reconozcámoslo, hemos decido voluntariamente regalar nuestra pasión y nuestro dinero a unos colores a través de reglas ingenuas, románticas y si quieren peregrinas. Por eso no deberían intentar explicarme los sueños con ecuaciones, integrales, escuadra y cartabón. Es estúpido. Es tramposo. Que les aplique a ellos. A mí no. 

No pido tampoco que los jugadores de mi equipo sean como un aficionado entregado a la causa si no lo son o no lo sienten, pero al menos exijo que no me engañen. Que sean coherentes y consecuentes con sus propias decisiones. Si quieren ser profesionales que lo sean siempre y desde el principio, dejando claras las dudas, los objetivos y los sentimientos. Sin insultar mis creencias ni mis emociones, que son también las de otros cientos de miles, porque eso es lo que ha mantenido viva esta institución más de cien años. Si los jugadores quieren entender el club, y llevarlo tatuado en su ADN serán bienvenidos, adorados y elevados a la categoría de héroes pero eso tiene un coste y no pueden bajarse en marcha a su antojo, explicándome la realidad entonces a través de números, resultados, cifras o títulos porque no es esa la escala en la que se mide la afición, ni el amor ni los sentimientos. Eso es humillarme. Mentirme. Despreciarme. O una cosa o la otra. Si son putas que se ahorren los besos en la boca. 

“El sentimiento es una flor delicada. Manosearla es marchitarla” (Mariano José de Larra)

Mi primera copa


La primera final de Copa del Rey que yo recuerdo no fue un partido contra el Real Madrid sino contra el Athlétic de Bilbao. Mi primer recuerdo de esa competición no es por tanto una efervescente tarde en algún flamante estadio patrio, rodeado de banderas colchoneras y desgarradores gritos que loaban el combativo espíritu rojiblanco, sino una silenciosa noche de verano pegado al regazo de mi padre en un lugar concreto del Puente de Vallecas. No sé si es muy espectacular o no (no lo parece, desde luego) pero esa es la primera final de copa que recuerdo. Lo será además para siempre. 

Uno era entonces lo suficientemente pequeño como para que acudir al estadio no fuese algo de obligado cumplimiento ni una necesidad imperiosa. Tenía la edad temprana en la que la vida es exclusivamente eso que ocurre al otro lado de la puerta que te abren tus padres. Ese maravilloso momento de la existencia en el que te levantas todos y cada uno de los días sin tener ni puñetera idea de lo que te va a ocurrir después. Y podía ser cualquier cosa. Ir al colegio, bajar al parque, quedarte viendo una del Oeste, salir al cine, ir a comer en casa de los abuelos,… o quedarse en casa porque el Atlético de Madrid juega la final de la Copa del Rey. 

Recuerdo verlo con mi padre, sentado en un sofá tricolor de una espuma tan blanda y quebradiza que hacía que todos los allí sentados (más de dos era hablar de una arriesgada quimera) resbalarán hacia el más pesado de los presentes. Aquel sillón barato y malo venía de nuestra casa anterior pero también nos acompañaría hasta la siguiente. De hecho no tengo certeza de que haya desaparecido. Estábamos allí, piel con piel, en esa habitación al lado de la puerta que hacía las veces de “cuarto de estar” y en el que teníamos la televisión mala. ¿Por qué estábamos allí? No lo sé. Puede que fuese una decisión fetiche de mi padre, algo que de ser así explicaría el origen de una de mis más absurdas debilidades, o puede que mi madre hábilmente se hubiese hecho fuerte en la zona noble de la casa antes que nosotros. No lo sé. Lo que sé es que el que no estaba en aquel pequeño cuarto era mi hermano, por mucho que cuando lea esto me diga que si que estaba (que ya nos conocemos). Por mucho que lo niegue es así. El insigne, furibundo y epidérmico colchonero que es hoy en aquel entonces era sobre todo un impredecible rebolera, que cuando yo calzaba la rojiblanca, él, para sorpresa de todos, se enfundaba el traje de portero de la Real Sociedad. Arconada, ya saben. 

Recuerdo ver el partido casi en penumbra y con la luz apagada. La legendaria aversión de mi progenitor por los rigores del calor estival en Madrid era ya por entonces patológica más que legendaria. Tan pintoresca "enfermedad" sólo ha ido a peor desde entonces. Su mítico ritual anti-calores, depurado posteriormente hasta límites infinitos, no era por tanto negociable. Ventana abierta, luces apagadas, pantalón corto y pecho descubierto. Por eso sé que ese día debió hacer bastante calor. Porque me acuerdo de esa imagen. El volumen de la televisión estaba apagado (ya entonces la televisión tenía un problema con los narradores de fútbol) así que escuchábamos el encuentro a través de un pequeño transistor negro, que tenía la opción de recibir Onda Corta, pero que entonces debía tener sintonizada Radio Intercontinental o Radio España o alguna de esas emisoras adultas que me encontraba sonando en el baño cuando me levantaba por la mañana. Apenas hablábamos. Cuando enfocaban a las gradas podíamos observar aquella inmensidad de felices bilbaínos que por la tarde habíamos visto dando colorido al Paseo de la Castellana volviendo a casa. No sé si nos doblaban en número pero a mí me lo parecía. Recuerdo como en la radio decían que la afición colchonera “había fallado”. Recuerdo también como en ese momento volví a sentir una incómoda sensación que tenía entonces, cuando viendo partidos en el Calderón me rodeaba el cemento y era raro llegar a la media entrada, pero que no  he vuelto a tener después. La de sentir que los aficionados al Atleti éramos muy pocos. Ingenuo. 

Y llegó el primer gol. Landaburu sacaba un córner de forma magistral y entre el larguero y el brazo de un tal Urtubi conseguían que el balón no entrara en la red. El árbitro pitó penalti y el entonces glorioso Hugo Sánchez nos deleitaba con la primera de sus características “palomas”. Un gesto que, quién me lo iba a decir entonces, llegaría a odiar con todas mis vísceras. Salté del sillón gritando gol mientras dejaba a mi padre con los brazos en alto y el culo al ras del suelo repitiendo su mantra clásico - muy pronto, muy pronto... han marcado muy pronto. - Para mi padre un gol antes de la media hora en una partido de eliminatoria era (y es) marcar demasiado pronto. ¿Por qué? No lo sé. Dijo lo mismo cuando Salinas marcó en el Bernabéu en un mítico 0-4 y dijo lo mismo cuando Falcao hizo el primero del 0-3 en Bucarest. Sé además que lo volverá a decir la siguiente vez que ocurra. 

El sol se escondía tras la ventana y la oscuridad se hacía cada vez más fuerte. Mientras los ardorosos jugadores vascos trataban de remontar el partido, cuidando que los colchoneros no destrozaran definitivamente la final en uno de sus característicos contrataques, lo único que se veía en aquel cuarto era la  luz lechosa que emitía el tubo de rayos catódicos y la punta incandescente de los cigarrillos que mi padre iba enlazando. Uno detrás de otro. Tres Carabelas, sin filtro. Y llegó el segundo gol al poco de empezar la segunda parte. De contrataque, claro. Hugo Sánchez de nuevo, batiendo a un joven Zubizarreta tras pase de Landaburu. Y volví a gritar gol todavía más fuerte. Y mi padre ya no decía nada ni ejercía de cenizo. Se limitaba a sonreír. Y apareció mi madre, que viendo la sonrisa estúpida que teníamos los dos en la cara no pudo reprimir una parecida en la suya. El Athlétic logró recortar distancias a falta de un cuarto de hora del final con una buena jugada de Sarabia que culminó un espigado y prometedor joven llamado Julio Salinas, pero no recuerdo que sufriéramos demasiado a pesar de lo que hoy cuenta mi padre y las crónicas. 

Cuando el árbitro pitó el final nos levantamos los dos y nos fundimos en un abrazo. Simple. Natural. Precioso. A continuación me puse a saltar chillando y salí corriendo para recuperar la bufanda de mi habitación y sacarla por la ventana. Quería gritar a los muermos de mis vecinos que el Atleti acaba de ganar la Copa del Rey. ¡Qué se enteren! Nadie me dijo que no pudiera hacerlo a pesar de la hora que era por lo que deduzco que los adultos querían hacer lo mismo. Mi hermano se apuntó, por supuesto. A esas cosas siempre se apuntaba. De camino, en mitad del pasillo, mi madre me pegó un beso en la cara dándome la enhorabuena como si yo fuese Hugo Sánchez, acabase de marcar dos goles y en lugar de correr por el pasillo estuviera dando la vuelta a un estadio Santiago Bernabéu lleno de aficionados vascos. Pero yo no era Hugo Sánchez. Ni antes ni después. Yo me pedía ser Rubio, que era extremo izquierda como yo. Mi padre nos seguía a mi hermano y a mí agarrado a esa radio de Onda Corta que nunca soltaba y que no dejaba de emitir los sonidos de la victoria. Del presidente, de los jugadores, de los analistas, de los aficionados… De repente un locutor de voz aflautada, de esos que entiende que la información deportiva siempre tiene que ir redactada para oídos del equipo del poder (y que hoy copan las redacciones de los principales medios de comunicación) dijo de repente no sé que de la Universidad de Méjico y de que Hugo Sánchez estaba fichado por el Real Madrid. La sangre se me congeló por un momento. Me acordé con toda la mala educación que pude de la familia de aquel locutor de voz aflautada y me dirigí a mi padre con histérica retórica. - Eso no puede ser, ¿verdad?- Le dije. Mi padre, prudente él y con muchos años ya de colchonerismo militante a la espalda prefirió no engañarme. - Quién ha ganado hoy la Copa del Rey es el Atlético de Madrid. Que no se te olvide. – Me contestó. Y tenía razón. 

El viernes que viene, en una decisión voluntaria no estaré en el Bernabéu. Veré el partido atenazado por los nervios en algún rincón de alguna casa en la que se respire colchonerismo. Hay muchas formas distintas de sufrir y disfrutar con el Atleti y cada uno probablemente tenemos la nuestra. Sé que ocurra lo que ocurra hablaré esa misma noche con los otros tres protagonistas de esta historia. Por eso, por cómo y con quién lo veré, por el momento, por las sensaciones que tengo y por muchas otras razones que no vienen al caso me he acordado hoy de mi primer recuerdo de Copa del Rey.

Lord Jones no ha muerto

Decía Chesterton que el periodismo consiste en decir que Lord Jones ha muerto a gente que no sabía que Lord Jones estaba vivo pero también es verdad que Chesterton murió en 1936 y que no pudo ver como la evolución del periodismo viajaría años más tarde hasta esas cotas insospechadas en las que la noticia de la muerte de Lord Jones se publicaría incluso con el noble vivo y que la gente, incluso desconociendo su existencia previa, lo daría igualmente por muerto. Por mucho que el propio Jones hiciera escuerzos ímprobos por desmentirlo. Tal es el poder de los medios de comunicación en el siglo XXI. No los subestimen. 

Al igual que todos los colchoneros, el pasado domingo me invadió un incómodo enfado cuando el equipo empató en Getafe. Yo también vi el juego áspero de los colchoneros, la falta de tensión en defensa en esos momentos clave, la acuciante (y legendaria) falta de calidad en la construcción, el nulo acierto de Falcao cara al gol con su consiguiente estado de ansiedad,… Todo eso me provocó un cabreo lógico al ver como se escapaban dos puntos en nuestra esperanzadora búsqueda por las posiciones altas de la tabla. Posiciones, por cierto, en las que vivimos con placer desde el principio de liga y que al contrario de lo que podría parecer escuchando a ciertos gurús, hacía mucho tiempo que no disfrutábamos. ¿Alguien recuerda qué año fue el último en el que el Atleti estaba tercero a estas alturas? Y es que ese fue el contrapunto que me hizo poner los pies en la tierra. Acordarme de lo que éramos y de lo que somos. Entonces fui consciente de que el Atleti había saltado al campo esa tarde a ganar, que había dominado el partido, que el rival había estado a merced nuestra, que en las ruedas de prensa ya no se dice eso de que vamos a “intentar sacar algo positivo” sino el mucho más reconocible “vamos a ganar”. Ahora los fines no se pierden en los pliegues del eufemismo con aquello tan manido de decir que el objetivo era “Europa”. Ahora los jugadores dicen que quieren ser segundos. Ya no queremos “hacer una buena competición”. Ahora queremos ganarla. Así que reflexionando sobre todo ello, respiré, miré la clasificación y me fui a dormir. 

Pero no todos los colchoneros hacen lo mismo. Algunos necesitan seguir la actualidad periodística que protagonizan esos autodenominados analistas deportivos que, aupados en un cuestionable poder tan legítimo como el derecho de pernada, marcan a fuego la línea que debe seguir la “actualidad”. Y resulta que allí relacionan el bajón del equipo con la renovación de Simeone. Y se habla de fracaso y de hecatombe y de problemas y de nervios y de negligencias. Lo que es peor, se habla de incoherencias con el legado Atlético o el honor histórico de la institución. De vergüenza. De ridículo intolerable. Y el mensaje cala en el grueso del aficionado, ese con el que al día siguiente yo me topo en el café y me transmite su “desazón” hablando de “hacer el ridículo en Getafe” o de la “vergüenza” de perder dos puntos. Conceptos y discursos que obviamente no son suyos y que sospechosamente se parecen a tanto. 

Y uno se estremece. ¿Ridículo? ¿Vergüenza? Uno que lleva décadas sentándose en el Calderón y que hace bien poco veía como salíamos a cualquier campo a encerrarnos en nuestra propia área, que vio como jugábamos contra el Bolton al patadón (y nos eliminaba, claro) o como una cuarta plaza (¡y hasta la quinta!) se celebraba por fervor por unos medios que vendían la gesta como éxito. Durante una década si hemos estado haciendo el ridículo en mitad de la tabla, jugando a la nada, faltos de personalidad, faltos de criterio, faltos de autoestima, faltos de ritmo y llegando al final de liga haciendo el esfuerzo de los malos estudiantes para entrar por la puerta de atrás a eso que genéricamente se llamaba Europa. Se asumía además como natural esa situación en la que siempre estábamos mirando la espalda a equipos que por historia y por presupuesto deberían estar generalmente detrás del Atleti. En esa tesitura yo recuerdo haber ido a Getafe a quedarnos en el área achicando agua (con Forlán y con Agüero y con Simao y con Maxi y…), habernos pasado por encima un rival que no nos guardaba ningún respeto y haber sacado un empate sin merecerlo. Pero entonces milagrosamente el punto resultaba ser oro entre los mismos “expertos” que hoy nos anuncian el día del juicio final. Los mismos periodistas que nos vendían como caviar esas soporíferas campañas dirigidas por entrenadores dóciles (y amigos) que nos dejaban en una “honrosa” cuarta (¡o quinta!) posición. Proyectos sin alma, sin fondo y sin futuro que se basaban en el especulativo humo de la mentira aparecían entonces, por parte de los mismos rapsodas de la pluma y las ondas, como el camino recto por el que seguir. ¿Se acuerdan? 

Que el Atleti no está como antes es evidente, pero no existe una única causa que lo explique y que se pueda imprimir en un titular. Es un cúmulo de varias circunstancias que se dan la mano ocurriendo a la vez. Plantilla cogida por los pelos y desequilibrada, falta de motivación por la situación, baja forma de jugadores clave, mala suerte en momentos en los que antes teníamos buena suerte y también, muy importante, motivación extra en un rival que ahora si entiende que ganarnos supone un hito reconocible. La diferencia con otros años es sin embargo que hoy conocemos los problemas y están acotados. Por primera vez durante décadas tenemos un plan, un diseño y una línea que seguir. Un futuro en el que creer. Sabemos que nos hemos desviado algo de la línea ideal pero sabemos dónde está esa línea y lo que es más importante, por donde se llega. Por eso no estoy preocupado por el equipo ni por Simeone. Por lo que estoy preocupado es porque esa impaciente afición “todo corazón”, alimentada ideológicamente por los eruditos del papel y las ondas, decida cualquier día linchar de repente a tipos que no lo merecen. Entonces si tendremos un problema. Suena exagerado pero piénsenlo dos veces y verán que no lo es tanto. Cualquier ídolo en el Atlético de Madrid es susceptible de ser echado a patadas por linchamiento público de la afición. Desgraciadamente la historia de este club está plagada de ejemplos que lo confirman. Los colchoneros tenemos una tendencia natural a exagerar y viajar hacia los extremos que a veces nos hace únicos pero que no siempre nos sienta del todo bien. No somos precisamente famosos por elegir bien los protagonistas de nuestras iras. 

Aficionados colchoneros, abran los ojos y tomen perspectiva de la realidad pero sobre todo, aunque vean publicada su esquela en los medios más “prestigiosos” del periodismo deportivo, sean conscientes de que Lord Jones no ha muerto. No preparemos su funeral antes de tiempo.

Enfadado, triste y melancólico

Según escribo estas líneas acabo de ver la convocatoria de Simeone para el partido de vuelta en Moscú (que no Kazán) frente al Rubín, y según escribo esto me sube por la espina dorsal una mezcla letal de enfado, tristeza y melancolía. 

Enfado por comprobar que tenía razón cuando decía que no sólo Simeone sino también la directiva y la afición de este bendito club habían despreciado la Europa League. Era evidente. Es evidente. Una competición que nos ha dado las únicas alegrías de la última década. Una competición que no ganamos en los 100 años anteriores. Una competición que tiene en sus vitrinas Madrid y Barça (cuando de hecho era incluso menos importante al no incluir la recopa) por mucho que ahora los periodistas del régimen decidan olvidarse del disco duro de la historia. Una competición por cuyo visionado los colchoneros hemos pagado además un abono especial, nada desdeñable, que ahora entendemos como un sofisticado timo. Enfado por sentirse estafado. Engañado. Confundido. Enfado por sentir que esa especie de soberbia pragmática que hoy perfuma el escudo del oso y el madroño no corresponde a un equipo verdaderamente especial como es el Atlético de Madrid. 

Tristeza por no poder repetir mi viaje a Hamburgo, ni esos abrazos con desconocidos en la fría ciudad alemana, ni esas llamadas a mi hermano que estaba en Mónaco, ni esos gritos con mis amigos en la plaza de Neptuno. Todo eso, al parecer, no encaja en el nuevo Atlético de Madrid de balances negros y contables asépticos. No vale nada. No da dinero. No entran en unos presupuestos que ignoran que eso es precisamente lo que a mí me mueve a pagar el dichoso abono. 

Melancolía por acordarme de esos aficionados al fútbol que defendían a su equipo y que lo querían era verlo jugar bien y ganar. Siempre. En todos los campos. En todas las ocasiones. Sin dobleces. Obviando si interesaba o no económicamente vender a un jugador o tirar una competición europea. ¡Menuda estupidez! Aficionados que ponían el nombre y la historia del club rojiblanco por encima de todo pero fundamentalmente por encima de lógicas de instituto de negocios y ecuaciones de bachillerato. Que no podían entender que un jugador quisiera irse del Atleti igual que no podían entender que interesase perder un partido. Yo no soy de esos aficionados modernos que “entienden” el  fútbol moderno. De hecho yo no los llamaría aficionados. Tampoco fútbol. Es otra cosa. Es como un seguidor del mundo de los toros que entiende como humano que el torero no se arrime porque el toro le puede hacer daño. Absurdo, ¿verdad? Pues es lo que estamos haciendo. Entender que el Atleti no se arrime para que no se haga daño. Así es posible vivir sano. Si, pero así es imposible tener oreja. Ser especial. Así es imposible ser torero. Yo no quiero tener un Atleti sin corazón y con dinero. No me vale. 

Enfadado, triste y melancólico. Así me deja la convocatoria para Moscú y así seguiré también después. Seamos o no capaces de remontar. Porque en contra de lo que mucho enterado piensa en mi caso no es una cuestión de números. No tiene que serlo. Yo no soy presidente, ni entrenador, ni jugador, ni periodista, ni gano dinero con esto. Gano otra cosa que no se puede contar en euros. Por mucho que se empeñen en convencerme de lo contrario. Yo soy aficionado del Atlético de Madrid y como tal funciono con otras reglas. Con las reglas de aficionado. 

Sólo me queda una duda. Saber de dónde parte una directriz tan lamentable. 

Es broma. No tengo ninguna duda. Sé de dónde sale. Y usted también.

Los tártaros de Rusia


(Artículo escrito originalmente para forzaAtleti.com)

Cuando a uno de joven le enseñaban geografía en la escuela, el límite oriental que definía Europa estaba localizado en los montes Urales. Esto chocaba luego con la lógica cuando en la misma clase nos decían que Rusia era un país europeo y en el mapa los Urales caían en mitad de ese enorme “país” que llegaba hasta el océano pacífico. Quizá esa confusión venía dada por la propia definición de Rusia que manejábamos entonces, que es la misma confusión con la definición de Rusia que manejábamos ahora. Entonces URSS hoy Federación Rusa. La confusión se traslada también al fútbol, lógicamente, y por eso cuando aparece la noticia de que el Atlético de Madrid se enfrentará en la Europa League con un equipo “ruso” uno inmediatamente visualiza esas lejanas ciudades, de minaretes ortodoxos, de muchachas y muchachos de tez pálida y ojos azules que hablan en ruso, de carteles en caracteres cirílicos y de gentes que se confiesan con los popes. Pero luego uno ve que en Kazan no todo está escrito en cirílico (el propio escudo del Rubín Kazan puede verse ahora en caracteres latinos), que hay mezquitas por doquier y que la estrella más reciente del Rubín, un señor turcómano llamado Berdiev que hace las veces de entrenador, se encomienda a Alá antes de los partidos mientras se aferra al masbaha, el rosario musulmán. Algo está fallando. ¿Dónde está realmente localizada esa parte de Rusia? ¿Por qué no escriben en cirílico y hablan otro idioma que no es ruso? ¿De dónde sale el Rubín? ¿Por qué hay musulmanes? ¿Qué sabemos de Kazan más allá de ser el lugar de nacimiento de Gala, la mítica musa de Dalí? 

Tartaria era el nombre genérico con el que los occidentales europeos denominaban en la edad media esa recóndita región asiática que va desde los Urales hasta el océano pacífico y allí dentro, junto al cauce del Volga, es dónde se situaba un asentamiento de búlgaros bastante bien organizado que lo que los libros de historia denominan la Bulgaria de Volga. Hasta allí llegaron en torno al año 1000 los misioneros musulmanes para convertir toda la población a la nueva religión y hasta allí llegaron años después las Hordas Doradas mongolas para incorporar la zona a su imperio e imponer con el paso del tiempo el idioma tártaro. Así surgían los Tártaros del Volga que poco después conformaban cierta independencia administrativa situando su epicentro a más de 100 km de la ciudad devastada que antes fue capital de los búlgaros originales. Nacía de esa manera el Kanato de Kazán pero no duró mucho. En el siglo XVI llegaron para quedarse las tropas de Iván el terrible, que con los consiguientes destrozos incorporaron definitivamente el territorio al imperio ruso. Hasta hoy. Pero muy a pesar de los repetidos intentos por “rusificar” a la población lo cierto es que nunca lo han conseguido. En la actualidad los musulmanes tártaros de Tartaristán (que es como se llama a la república que ahora se integra la federación rusa) son mayoría, rezan a su Dios, hablan su idioma, tienden a escribir en caracteres latinos pero no tienen ningún problema aparente para convivir en armonía con el 40% ciudadanos de etnia rusa y religión ortodoxa que hay en la misma ciudad. Hasta el punto de ser considerado por muchos un ejemplo de convivencia entre religiones. Con la caída de la URSS los territorios se reorganizaron, surgieron nuevas repúblicas y algunas decidieron hacerse independientes de la federación gracias a las facilidades que para ello se ofrecía desde Moscú. La República de Tartaristán (de la que es capital Kazán) se constituyó en 1990 y dos años más tarde realizó un referéndum ganando la opción secesionista pero en este caso Moscú no lo aceptó. La razón es simple. Se trata de un territorio rico en yacimientos de gas y petróleo (que justifica también la riqueza de la zona). Aunque sin violencia, el estatus político actual es por lo tanto complejo pero se asemeja al de una república independiente asociada a la federación rusa. 

Los orígenes del Rubín hay que buscarlos en los años 30 del siglo XX y en Gorbunov, la factoría de aeronáutica militar asentada en la ciudad. Allí, entre aficionados al nuevo deporte que además eran trabajadores del complejo, se formó un equipo de fútbol que enseguida se convirtió en uno de los más importantes de la zona del Volga y que desde 1936 disputó como parte de la asociación deportiva Dinamo los campeonatos nacionales organizados por la URSS. Después de años de altibajos en 1949, tras quedar último en la competición, el equipo se deshace y deja de competir a nivel “profesional”. Durante ese tiempo el nombre del equipo estuvo en constante cambio dado el carácter militar del equipo y cierto código de silencio que debían mantener por razones de inteligencia: “Lenin District Team”, “Krylia Sovetov”, “Iskra”,… Hasta 1958 el equipo de fútbol de la fábrica sólo disputará entonces competiciones amateur pero con bastante éxito, lo que unido a la ampliación del campeonato nacional en su división B y el número de jugadores tártaros que abrazaban ya el fútbol de elite, hizo surgir la posibilidad de la creación de un nuevo equipo, con el nombre de Iskra Kazan, que representará a la ciudad en la liga soviética. Ese año, el de 1958, es el considerado oficialmente como el de la fundación del club aunque será poco después, en 1964, cuando la directiva, en su intento de encontrar un nombre más atractivo, decidirá modificarlo por el de Rubin. En 1965 logra subir por primera vez a la segunda competición de la liga soviética pero el devenir del equipo en las últimas décadas del comunismo es bastante pobre, siempre navegando entre el segundo y tercer nivel del fútbol soviético. Tras la caída del régimen y el colapso de la URSS, el Rubin queda entonces enmarcado en la zona central de la Primera División Rusa (un escalón detrás de la Premier) pero sus resultados siguen siendo muy pobres, incluyendo descensos, que se justifican sobre todo en los fuertes problemas financieros, que ya venían desde atrás, pero que se acrecentaron con la pérdida del histórico patrocinio de Gorbunov en 1993. 

El punto de inflexión en la historia del Rubin aparece en el “año del doblete”, en 1996, cuando con el equipo en la segunda división (tercer nivel) el entonces alcalde de la ciudad se hace con los mandos del equipo garantizando conexiones de financiación y tranquilidad institucional. Dos años después consigue ascender a primera y en 2002, ya con Berdiev como entrenador, asciende por primera vez en su historia en la premier rusa. Una acertada política de fichajes (apareció entonces el ahora rayista Chory Domínguez) y el fuerte carácter de su entrenador que impone un esquema de potente rigor defensivo combinado con verticalidad letal, hacen que el equipo se consolide en la máxima competición rusa e incluso juegue en Europa. Siguiendo la misma línea consigue en 2008 ganar de hecho el título de liga. Era el tercer equipo no moscovita que lo hacía en toda la historia. Al año siguiente el Rubin revalidaba el título consolidándose como uno de los equipos más potentes de la liga rusa. 

Su desempeño ha bajado ligeramente en los últimos tiempos pero el año pasado conquistó, por primera vez, la copa de Rusia y siempre son un equipo incómodo y competitivo. Plagado de jugadores españoles (Orbaiz, Cesar Navas y Marcano) el equipo suele girar en torno al israelita Ratkho y el turco Karadeniz, un estilete que puede jugar en banda o detrás del delantero. A ellos se sumará el recién fichado a M'Vila y arriba espera el venezolano Rondón. Digno rival para los colchoneros en el que esperamos sea triunfante paso por la Europa League 2012/2013.

Siervos de la gleba

El pasado lunes la jet-set del balompié galáctico se daba cita en Zurich para realizar el anual ejercicio de onanismo y placentero masaje de soberbia por el cual los mandamases del fútbol se votan a sí mismos para que, “democráticamente”, la pléyade se dé cuenta de quién es el que dirige el mundo. Un engendro, eso que llaman Balón de Oro, que lejos de ser el acontecimiento futbolístico de importancia y rigor universal que nuestros amigos de la prensa quieren hacernos ver, acumula todos los elementos posibles para que cualquier ser humano con un básico nivel de inteligencia sea capaz de vislumbrar que entre los fuegos artificiales y el lujo zafio hay poco más que un simple circo de masas, que como la Lucha Americana del inefable Hulk Hogan tiene mucho de espectáculo y poco de verdad. ¿Imaginan que ustedes en su empresa tuviesen que evaluar a su jefe pero que su voto fuese público? ¿Qué harían? ¿Cómo creen que saldría parado? Pues eso es más o menos lo que ocurre en esta pantomima. 

Sin entrar a valorar la dudosa necesidad de descifrar quién es el “mejor” jugador dentro de un juego en el que con evidencia aritmética ganan colectivos de al menos once jugadores, ni esa necesidad por personalizar en sujetos de carne y hueso unas amores y empatías que deberían recaer colectivamente en equipos o escudos, sin entrar a discutir sobre los criterios que se utilizan para comparar defensas con porteros y delanteros con centrocampistas o sin cuestionar la cualificación que reúnen determinados personajes con derecho a voto, me parece estúpido sacar conclusiones sobre una lista en la que se vota puramente por filias y fobias. Que Messi es un excelente jugador hoy en día, el mejor probablemente, es evidente. Tan evidente como que jamás hubiese ganado ese mismo trofeo, haciendo la misma temporada (u otra infinitamente mejor) jugando en el Atlético de Madrid, el Sporting de Portugal, el Olympique de Lyon o el Tottenham. En esta obra teatral de trajes con solera, sonrisas plastificadas y peinados imposibles lo que verdaderamente se mide es la capacidad mediática de sus personajes pero sobre todo de las instituciones-carrozas en las que dichos personajes están subidos. Nada más. 

Pastel para "todos"

“La gente generalmente confunde lo que leen en los periódicos con las noticias.” (Abbott Liebling, periodista estadounidense) 

Si usted es un ser vivo contemporáneo que vive en el siglo XXI y se considera aficionado al Atlético de Madrid debe ya saber a estas alturas que no existe. No está. No cuenta. Las encuestas no están hechas para usted. El mundo no está pavimentado para que usted deambule por donde desee sino que existe un espacio confinado y discreto en el que tímidamente podrá desperezarse a la hora establecida para ello. Es, en el mejor de los casos, una anomalía cuando no una figura de atrezzo. Un discreto papel de figurante bidimensional y perfectamente trazado que se oculta al final del escenario. Como seguidor de una supuesta entidad deportiva usted, como yo, tratará inocéntemente de verse reflejado por las mañanas en la diaria información “deportiva” que allí se da pero no lo logrará. Pase lo que pase. Rara vez se verá citado y si lo hace, Dios no lo quiera, será por alguna tragedia que evidentemente estará redactada para otros. Le ocurrirá lo mismo por la tarde y por la noche. Por la noche será incluso peor, se lo aseguro. Le ocurrirá lo mismo a través del papel o a través de los pixeles de la pantalla. El domingo y el lunes. Mañana y pasado. Está todo perfectamente engrasado. 

En Francia, Inglaterra, Alemania e Italia sus respectivas ligas son un espectáculo “paquete” que se vende como tal. En Francia la mitad de los ingresos que se generan se reparten de forma igualitaria entre los miembros. En Italia es el 40%. En Alemania el equipo mejor pagado cobra 28 millones de euros mientras que el peor cobra 14. En Inglaterra, la liga que más dinero genera, el 70% de los beneficios se reparte de forma igualitaria entre los 20 equipos, asegurando un mínimo de 46,5 millones. En España somos más chulos. La liga no existe y prefieren que cada equipo se busque la vida por su cuenta. Así Barça y Madrid ganaban el año pasado 140 millones de euros cada uno mientras el Rayo Vallecano 14. Sin entrar a valorar la justicia de todo esto o el evidente deterioro de una competición injusta miremos más allá. 

Todo este dinero sale de eso que eufemísticamente denominamos “televisiones” pero una definición más acertada debería hablar de unos grandes medios de comunicación que lógicamente no son grandes samaritanos, ni simples aficionados al fútbol, ni elogiosas ONGs. Son empresas con un lícito ánimo de lucro y como tales necesitan recuperar y rentabilizar unas inversiones multimillonarias cuyo negocio está fuertemente cuestionado casi desde el principio. Estos grupos de comunicación, Canal + y Mediapro en España, no han comprado una liga de fútbol que a modo de NBA puedan ir vendiendo por el mundo, no. Lo que han comprado, básicamente, es la poderosa dupla Madrid-Barça y lo saben. Gastando simplemente algo más de “calderilla” se aseguran además que los sparrings, quienes quieran que estos sean, no podrán poner pegas legales. No han comprado una competición sino a los Harlem Globetrotters. Un ”producto” que quieren enseñar lo máximo posible para vender entradas y merchandising aunque para poder enseñarlo, eso si, necesitan el alquiler barato de un puñado de rivales de pega que no puedan hacer sombra. La liga es ese sitio donde juegan Madrid y Barça los domingos. Nada más. A estos grupos no les interesa lo que nos podría interesar a los aficionados al fútbol sino obviamente rentabilizar sus millones. Para ello necesitan que Madrid y Barça estén diferenciados y llenen todos los poros del imaginario colectivo desde la posición del todopoderoso ganador. De galáctico líder. De centro del universo. De referencia incluso política y social. De tamiz con el que interpretar la “realidad”. A todas horas. No puede existir nada que distraiga. No pueden existir más opciones. ESO es lo que hay que vender. 

El periodista Jose Miguelez entrevistaba hace pocos días a Alfredo Relaño director del diario AS en la revista SportYou y podíamos leer esto: “¿contento entonces con la etiqueta de que el AS es un periódico del Madrid?”, preguntaba el periodista. “Pues si, no estoy disgustado. (…) Tenemos una mirada madridista” contestaba el líder mediático. Sin embargo esa “mirada madridista” de la que habla el señor Relaño, ya saben, eso de que la portada del día de la Supercopa que gana el Atleti sea para Modric, que cada vez que el equipo merengue entra en crisis se venda la estrella colchonera del momento, que el Atleti esté indefectiblemente asociado con la imagen desaliñada y circense del tal Manolete o que el tono intelectual del diario lo ponga un tipo tan… asequible y ecuánime como el tal Roncero no es genuina de un diario con solera. No al menos ese tipo de mirada basada en réditos económicos más que en filias deportivas. Un diario AS que en 1967 salió al kiosko por primera vez con, que cosas, Manolo Santana y el boxeador “sombrita” en la portada. Alfredo Relaño es director de AS desde 1996 momento en el que el periódico es comprado por el grupo PRISA. Canal +, uno de los dueños del fútbol, qué casualidad, también es PRISA. Igual que El País o la SER. Y PRISA está también emparentada con Telecinco y Cuatro. Y con Santillana. Y con Alfaguara. Y gestiona la publicidad de una infinita lista de diarios y medios de comunicación. Tantos y tantos sitios en los que sacar rentabilidad a la inversión. 

Pero no piensen que esto es monopolio de un único grupo. Más bien deberíamos entenderlo como un totum revolutum del que todos salen ganando o al menos en el que todos se ven obligados a chapotear. Mediapro, el otro “dueño” del pastel, es un misterioso grupo que además de emparentado con La Sexta o Gol Televisión, curiosamente, posee los canales de televisión de Madrid y Barça. También coproduce junto al grupo Unidad Editorial el canal Marca TV. ¡Albricias! Por ahí aparecen los protagonistas que faltaban a la fiesta: Marca, El Mundo,… Pero es que si tiran de La Sexta llegarán a Antena 3 y de ahí a Onda Cero o La Razón y si siguen tirando verán que es raro el medio que no tenga una patita metida dentro del pastel. Mejor ponerse de acuerdo, entonces. Por eso todos se parecen tanto en fondo y forma. En lo que “la gente” entiende que es “noticia” y en lo que no. Por eso las diferencias se reducen casi siempre a una cuestión de matices. Por eso todo gira en torno a dos supuestas ideas aparentemente opuestas que conceptualmente y en el fondo son de hecho la misma. Por eso usted no existe ni yo tampoco. 

“Entiendo que existan periódicos barcelonistas y madridistas, porque el 70 o 60 por ciento de su público es de ese color. No hay que llevarse las manos a la cabeza porque los diarios sean partidistas. Para periódico imparcial ya está L’Equipe”. (Josep María Casanovas Editor de Sport)

Anónimo interlocutor

Hace unos cuantos años, aprovechando la cercanía y la distancia que ofrece esto de la red de redes, alguien me llamó “gilista”. Me lo han vuelto a llamar un montón de veces después, en muy diferentes contextos y por muy diferentes motivos, pero nunca me ha llegado a afectar como aquella primera vez. Mi interlocutor lanzaba el epíteto con toda la carga negativa que puede tener, y que tenía, pero más que el impacto de un supuesto insulto arrojado con rabia, me dolió el hecho de que aquel tipo me situase exactamente en el lado contrario del que yo moralmente me encontraba. Que entendiese exactamente lo contrario de lo que yo quería decir. Con el tiempo aprendí a no tomar en consideración esas voces, cada vez más frecuentes, que tienden a etiquetar y categorizar todas las opciones del mundo exclusivamente en torno a dos ideas aparentemente antagónicas, la suya y la del resto, pero hoy no he podido evitar acordarme de aquello. El Atlético de Madrid es un concepto bastante más difícil de abarcar de lo que muchos pretenden y que, como cualquier idea relacionada con los sentimientos o que es compartida por un importante número de individuos, tendrá diferentes caras e interpretaciones dependiendo de la perspectiva.

El anónimo interlocutor me llamó aquel día “gilista” como consecuencia de mis críticas a la labor del entrenador de entonces. Desdeñando todas mis teorías sobre la escasez de valentía, la falta de discurso, la falta de concepto, la incoherencia con la realidad histórica del club, la tergiversación del concepto “objetivo” y demás batallas que yo achacaba al entrenador de entonces, mi interlocutor argumentaba que todo aquello era básicamente irrelevante. El fútbol era un efecto secundario de la “gran realidad” y aquel entrenador era simplemente una “víctima” inocente, que no culpable, de todo lo que yo estaba diciendo (y que por otro lado tampoco entraba a valorar). El “verdadero” y “único” culpable de todo estaba más arriba y se llamaba Gil. Yo trataba demostrar que mi opinión sobre la gerencia y propiedad de mi equipo era clara y rotunda pero que eso no tenía nada que ver con querer que mi equipo ganase, jugase lo mejor posible o con entender que aquel entrenador no sólo lo estaba haciendo rematadamente mal sino que estaba deteriorando el ya cuestionado y muy tocado espíritu colchonero. Intentaba separar las cosas. Entender un punto de vista que en esencia compartía pero separando los elementos de la ecuación en parcelas de responsabilidad que aunque coordinadas y entrelazadas eran distintas. Intentaba por todos los medios matizar la diferencia entre culpabilidad y responsabilidad y trataba de subrayar una realidad más compleja que la que él me ofrecía y en la que existían diferentes tipos de aficionado con diferentes puntos de vista y diferentes relaciones para con el Atlético de Madrid. Fue imposible. En un momento de flaqueza argumenté también que esa forma de actuar, tan sumamente binaria e intolerante, lo que hacía era crear barreras dónde no las había. Entonces fue cuando me llamó “gilista”.

Hoy, años después, me levanto por la mañana con mi equipo en lo más alto de la tabla empatado a puntos con el Barça y sin perder un solo partido en lo que va de liga. No sólo eso. Hoy, a diferencia de entonces, vemos un equipo valiente, respetado por los rivales, orgulloso, humilde, con un concepto definido, un objetivo claro y un discurso realista, atrevido e ilusiónante pero sobre todo coherente con su afición y su historia. ¿Qué ha ocurrido? Si uno trata de buscar las diferencias entre esta maquinaria de precisión y la broma macabra que inició la temporada pasada (que no dejaba de ser una extensión natural de las diferentes bromas macabras que se habían sucedido durante años) verá que todo es exactamente igual a excepción de una cosa: el Cholo Simeone. El entrenador. Hoy parece que nadie discute que sea el argentino la piedra filosofal en la que se fundamente todo este nuevo ciclo, pero no parece descabellado pensar que en este mismo contexto pueda aparecer (y aparecerá) otro anónimo interlocutor que por la misma razón y en los mismos términos que aquel otro, decida argumentar que el éxito del “nuevo” Atleti tiene un “único” y “verdadero” culpable. El mismo y por las mismas razones que antes. ¿Por qué ahora debería ser diferente?

Servidor tenía entonces una opinión sobre la propiedad y trayectoria gerencial de mi club tan clara y formada como la que puedo tener hoy. No ha cambiado un ápice porque no ha ocurrido nada que me haga tener que cambiarla, pero a diferencia de mi beligerante interlocutor no he tenido que cambiar el discurso con los resultados de mi equipo. Pienso que el concurso de ciertos entrenadores fue nefasto para mi equipo igual que ahora creo que Simeone, independientemente de los resultados, ha devuelto al Atlético de Madrid señas de identidad y valores que yo pensaba que se habían extinguido por completo del imaginario colectivo. Creo que la selección de Simeone por parte de la directiva (como en su día la de otros nombres de los que prefiero no acordarme) responde más que a aspectos deportivos a razones egoístas, fortuitas, coyunturales, de búsqueda del beneficio económico o de comodidad para controlar a prensa y afición, pero eso, afortunadamente, es independiente de que Simeone sea un crack.

Seamos sensatos. Aprendamos la lección. Centremos el mensaje y el discurso. El Americano Robert Lee Frost decía que a la pista de tenis se va a jugar al tenis y no a ver si las líneas son rectas. Seamos coherentes con nuestros sentimientos. Veamos el tenis y fijémonos en las líneas sólo cuando la pelota salga fuera. Juzguemos al ladrón por robar en lugar de por poner la música alta. Alegrémonos de la alegría y lloremos las penas con la misma intensidad sin dejar de criticar con vehemencia, en cualquier caso, los atropellos y las atrocidades. Somos el Atlético de Madrid. Aunque no lo ponga en ningún sitio.

FLASH: Colaboración con FORZAATLETI

Tras una semana bastante extraña que me ha impedido el acceso a la red, el blog vuelve a la normalidad (o eso espero). 

La semana pasada me fue imposible anunciarlo pero este año, como novedad, las buenas gentes de FORZAATLETI me han ofrecido la posibilidad de escribir en su web y eso es lo que he hecho. Mi debut fue con una extensa previa del partido contra el HAPOEL, que reflejaba el origen y las conexiones políticas y sociales del equipo Israelí. Lo puedes leer en el siguiente enlace:



Casualidades y enemigos

Hitler decía que si los judíos no hubiesen existido tendrían que habérselos inventado y ese concepto creo que refleja muy bien el estado de histerismo en el que está sumido el periodismo deportivo de nuestros días. Nada más lejos de mi intención que frivolizar con un tema mayor, créanme, pero me van a perdonar el mal gusto de la comparación y modestamente apelaré a la inteligencia del lector para aislar el concepto del contexto. Lo que Hitler quiso explicar con aquella frase es que un régimen monocolor y autoritario como el suyo necesitaba un enemigo definido que aglutinase filas y fijase objetivos. Sin fisuras. Sin matices. Existiese de verdad o no existiese. Un enemigo claro y evidente que trazase una línea divisoria entre el “nosotros” y el “ellos”. La desgracia ajena es el beneficio propio. Sus derrotas nuestros triunfos. Y así podemos seguir.

El periodismo ya no es una ciencia con una misión clara y vital dentro de la sociedad civil. Aunque sigan jugando con ese disfraz, los implicados parecen asumir sin rubor que ahora se trata únicamente de un negocio frío y aséptico que participa en un mercado agresivo y violento igual que el resto de mercados. Una guerra. Una guerra con contendientes autoritarios que, atendiendo exclusivamente a la inmensidad de los números y con la excusa de la supervivencia, han definido de forma binaria su espacio dejando fuera a las minorías o los débiles que suponen un lastre. Han trazado la línea. Nosotros y ellos. El resto o no existe o también son ellos. El enemigo. Así de sencillo. A partir de ese momento será además el único espacio posible y los matices serán tratados como signos de debilidad. La realidad es la mía o no existe. La realidad se construye y la construyo yo.

Ayer Joseba Larrañaga decía una verdad como un templo cuando en su programa de la COPE contaba que hay veces que los personajes que rodean a los jugadores hacen el trabajo de los periodistas. Lo que no tengo claro es en qué consiste ese trabajo. El locutor se refería a las torpes palabras del padre de Radamel Falcao, un señor que ni es futbolista, ni es representante y que, desconozco en qué contexto, conversaba con una emisora local colombiana. ¿Es ese el trabajo de los periodistas deportivos? ¿Preguntar a los padres de los mejores jugadores del mundo en qué equipo querían jugar sus hijos cuando eran pequeños? ¿Seleccionar sólo aquellas entrevistas de entre cualquier personaje relacionado con el fútbol que resalte sus ganas de jugar en el Real Madrid? ¿Hubiesen abierto los telediarios unas declaraciones de amor pronunciadas por el mismo sujeto a favor del Rayo Vallecano o lo que es incluso peor, a favor del equipo que le paga, el Atlético de Madrid? ¿Es entonces labor periodística hacer de gratuito gabinete de prensa de la galaxia? ¿Matizar lo evidente para que se entienda lo que hay que entender? ¿Relacionar la supercopa de Europa con el equipo de "todos" (¡el único!) aunque éste no participe? ¿Reescribir la historia desde el punto de vista del “mejor equipo del mundo”? ¿Contener la euforia del “enemigo”?

Pero entonces me acordé de la portada del diario AS el día de la supercopa de Europa. Ya saben, esa que a toda página nos informaba de la felicidad de un tal Modric el mismo día que se disputaba el importante torneo europeo. Lo entendí todo. Desde el rotativo madrileño justificaban dicha portada argumentando que era sólo para la edición nacional pero que la edición madrileña tenía otra distinta con el Atleti en portada. ¿Debo entender entonces que las noticias deportivas son distintas en Madrid y en Zamora? ¿Por qué? Al parecer las ventas de periódicos en el resto del país descienden cuando se habla del Atleti y aumentan cuando se habla del Madrid. Desde luego es un dato del que no tengo porque dudar pero, ¿qué tiene que ver eso con lo que es o no es noticia? ¿Qué tiene que ver eso con el periodismo? ¿Me están diciendo que el usuario de información lo es en función de si la noticia le gusta o no le gusta? ¿Debería interpretar por tanto que la “información” se elige a gusto del consumidor? Es decir, que la información se gestiona en función del rendimiento económico que se pueda sacar de ella ya que si no le gusta no la compra. ¿A qué me recordará esa forma tan “original” de utilizar la información para obtener beneficio?

Las declaraciones del padre de Falcao son verdad. Supongo que lo son, vamos, porque no lo sé ni me importa. Otra cosa es que sean noticia o que sean importantes. Todo es relativo, claro, pero la cosa cambia cuando llueve sobre mojado. Casualmente los tres últimos delanteros centros del Atlético de Madrid, casualmente estrellas mundiales en el equipo equivocado, han tenido un padre, un tío, un cuñado, un suegro, un representante, un vecino o un amante bandido que ha declarado a toda página que el susodicho acabaría jugando en el Real Madrid. Casualmente y en todos los casos, las explosivas declaraciones coincidían siempre con episodios de efímero éxito colchonero y/o brevísimas crisis dentro de la casa blanca. Casualmente vuelve a ocurrir con el actual delantero, casualmente otra estrella mundial en el equipo equivocado, y casualmente coincidiendo con un “efímero” éxito colchonero y/o brevísima crisis dentro de la casa “blanca”. Lo dicho, si el enemigo no existiese habría que inventárselo. Es incluso probable que ya esté ocurriendo.

Óliver o la fuerza del sino

Simeone, un tipo que ha demostrado como pocos entender dentro y fuera esto que genéricamente denominamos fútbol, no es ningún ingenuo. Cuando el año pasado sorprendió a propios y extraños convocando a un juvenil con el primer equipo, sabía que probablemente estaba escribiendo el prologo de la historia de alguien llamado a ser especial. Es más que probable que ni Enrique Cerezo, el que dice ser presidente del Atlético de Madrid, ni La Mano Que Mece la Cuna, el poliédrico MA Gil, ni probablemente tampoco el florido orador de la barba creciente que sin tener razones para ello dice ser el director deportivo de este bendito club, el señor Caminero, tuviesen entonces la más remota idea de que en el club existía un muchacho llamado Óliver Torres. ¿Por qué tendrían que saberlo? Hay tantos chicos, que diría el talentoso productor. 

Pero los acontecimientos se precipitaron. En ese galimatías oscurantista y caótico que es el actual club Atlético de Madrid, en el que nada es lo que parece, en el que la verdad de su cruel realidad está guardada en la caja fuerte legal que idearon sus máximos accionistas y en el que sus mal llamados dueños tienen intereses absolutamente divergentes con los históricos intereses deportivos de la institución, han tejido este año, por enésima vez, un pastiche de plantilla asimétrica y desequilibrada. Especial mérito tiene esta nueva revisión del tradicional desbarajuste teniendo en cuenta que el final de la anterior campaña dejó, casi por casualidad, un bosquejo bastante aparente de equipo. Una base interesante sobre la que construir. 

Pero no. El actual equipo tiene los mismos defectos que el año pasado con el especial agravante (muy especial) de la ausencia del único futbolista con capacidad regular para crear fútbol que hemos tenido en los últimos años. Simeone lo sabe. Todos lo sabemos, pero el colchonerismo tira de paciencia esperando el milagro de San Gil, ese que dará una nueva cesión del brasileño Diego. Pero el milagro no llega, los ceños se fruncen y el ambiente se espesa. Es el momento de tirar de los amigos de la prensa para aplacar la furia y que empiecen a aparecer los tradicionales publirreportajes estivales de propaganda. Que si el equipo está a tope, que si Raúl García ahora se parece a Zidane, que si Simeone está probando un sistema ultra-ofensivo de toque,… chistes de verano que no parecen contener el magma de una afición antiguamente volcánica y ahora aletargada, pero de la que nunca se está completamente seguro de si es realmente un volcán inactivo o no. 

Entonces en la televisión ponen el europeo sub-19 y los colchoneros observamos con estupor que el cerebro de esa selección es un muchacho con cara de tener la mitad de los 17 años que realmente tiene pero hechuras futbolísticas de haber vivido el doble. Brillante, inteligente, técnicamente notable y con una capacidad única para mover al equipo y fabricar fútbol. Una perla. En un equipo normal ese jugador hubiese hecho la pretemporada discretamente con el primer equipo sin hacer demasiado ruido. Hubiese disputado desde la sombra el puesto al titular de esa posición y muy probablemente se hubiese asentado a lo largo de la temporada en la primera plantilla hasta hacerse titular. Sin presión. Sin prisas. Llegando desde atrás con poderío y rapidez como la estrella que puede llegar a ser pero con la salvaguarda de que si vienen mal dadas se puede volver en cualquier momento al lugar donde estaba sin con ello hipotecar el futuro y sin que nadie se tire de los pelos por ello. 17 años. Hay margen. Mucho. 

Pero el actual Atleti no es un equipo normal y mucho menos sus conductores que ven en el barbilampiño, de casualidad, el ejercicio de distracción que estaban buscando. A falta de estrellas colchoneras que vender, como todos los veranos, los amigos de la prensa entran a la muleta que el club les ofrece y fabrican un globo sonda con un jugador juvenil que todavía ni ha debutado. La gran masa colchonera, laminada en sus aspiraciones, hastiada de mediocridad, aburrida de estar aburrida, ávida de ilusión y de sueños, se lo come enterito hasta el empacho, comenzando así a deambular por enormes castillos mediáticos construidos sobre pilares de algodón. El Club, por supuesto, encantado con el devenir de los acontecimientos. ¿Quién habla ahora de la deuda, de la devaluación de la plantilla o de la falta de criterio deportivo? 

Y comienza la liga. Y estamos igual que siempre. Un equipo aguerrido y plano que no sabe qué hacer con la pelota. Un equipo con el mejor delantero centro del mundo y nadie capaz de darle un pase desde la medular. Entonces todo el mundo mira al tal Óliver a pesar de que la plantilla tiene en teoría otros seis mediocentros (Gabi, Mario, Raúl García, Tiago, Emre y Koke). Se ha especulado tanto con el canterano que ya es parte de la realidad. Está ahí. Es nuestro. Es muy bueno. ¿Por qué no? Despejado el humo de agosto y sintiendo la realidad del primer partido de liga nos topamos con la cruel realidad de que Óliver Torres es titular indiscutible en este equipo por la sencilla razón de que no tenemos cerca otro jugador de esas características para una posición que, como sabíamos, se antoja fundamental para el equipo. Jugada maestra de los de siempre. ¿Quién es ahora el culpable? El “cobarde” de Simeone. Un Simeone que fue el primero en ver lo que nadie había visto, que lo sube al primer equipo, que lo hace debutar y que cuyo primer cambio en el primer partido de liga, teniendo el banquillo lleno de mediocentros y alguno recién fichado, es Óliver Torres. Simeone, un tipo que ha demostrado como pocos entender dentro y fuera esto que genéricamente denominamos fútbol. 

Óliver Torres debuta en primera división en una posición que no es la suya y atenazado por los nervios como él mismo reconoce en su cuenta de twitter en un gesto que lo honra. El carnívoro imperio mediático afila los dientes y saliva. Es la hora. ¿Es su sino?