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¡Un abrazo!

Mostrando entradas con la etiqueta Diego Costa. Mostrar todas las entradas
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Presente.

Como bien predijo Maslow en su famosa teoría de la pirámide, los anhelos humanos varían significativamente en función de las necesidades básicas que tengas satisfechas. Simeone heredó hace años una institución en ruinas. Bueno, una institución instalada en la mediocridad que es probablemente mucho peor. Entonces, el grupo de humanos que conformábamos la afición del Atlético de Madrid, teníamos unas carencias demasiado significativas como para poder pensar en otras más elevadas. Cuando el argentino debutaba en Málaga recuerdo que mi mayor ilusión no era la Champions sino que el Atleti no volviese a hacer el ridículo. 

Es evidente que cuando quieres salir de una agujero lo mejor que puedes hacer es dejar de seguir cavando. Simeone, tipo listo, decidió parar la máquina de los los sueños megalómanos y preocuparse exclusivamente del día siguiente. Convenció a los suyos de que la solución nunca llegaría de fuera por más que la esperaran. Que si existía estaba dentro. Que existía. Nos abrió los ojos y nos hizo ver que los rivales no estaban viendo al Atlético de Madrid de nuestros corazones sino a un equipo al que podían ganar fácilmente. Veían eso porque nosotros mismos nos mostrábamos así. Líquidos. Llenos de dudas. Conocedor de la peculiar idiosincrasia colchonera, sabedor también de que suelen ser más generosos precisamente los que no tienen nada, decidió plantar ahí su primer pilar. En la gente. En ese espíritu legendario del que solemos sacar pecho. Sí, quizá con un punto demagogo pero funcionó. Aisló su pequeña república del imperio mediático que tanto mal nos hacía, miró al suelo y se puso a trabajar. 

Simeone construyó su imperio con lo que tenía y no con lo que pidió. Construyó un búnker en el campo porque una de las reglas del fútbol más sólidas dice que si no te meten goles no pierdes. Encontró laterales que no eran. Hizo buenos futbolistas con los que antes eran malos simplemente haciéndoles jugar como equipo. Los jugadores, tan perdidos y humillados como los aficionados, se entregaron en cuerpo y alma viendo que aquello podía funcionar. Apareció la magia. Apareció un equipo. Un equipo que hizo de la necesidad virtud. Que convertía cada marcha de una de sus estrellas en una oportunidad para reinventarse. Un equipo que tenía sólo tres cosas pero que esas tres cosas las hacía de maravilla. 

Algunos años después el Atlético de Madrid es uno de los grandes de Europa. En espíritu y en números. En ese tiempo lo hemos ganado “todo” y si no puedo quitar las comillas para que el concepto sea literal es únicamente por una anécdota y porque, en el fondo, esto es fútbol. 

Algunos años después todo ha cambiado. ¿Todo? Lo mismo ese es el problema. 

Hemos pasado de hacer de la necesidad virtud a hacer de la virtud necesidad. Cuando Falcao se marchó para hacerse millonario el equipo se adaptó al juego de Diego Costa (jugador que ya estaba, que había estado a punto de salir y que había estado cedido antes en mil equipos). Costa rompió en crack. Hoy queremos que Gameiro (que llegó tras un desembolso multimillonario porque así lo exigía una afición que cada vez tendemos más al canibalismo) sea Diego Costa. Antes el Atleti montaba una roca delante de la portería de cualquier estadio del mundo y a todos (menos a los listos de la radio) nos parecía el tercer movimiento de la novena sinfonía de Beethoven. Hoy exigimos jugarle abierto al Bayern de Munich y ganar con solvencia. Antes no había problema por jugar replegado contra nadie pero hoy todos los equipos (menos los dos de la galaxia corrupta) se cierran como lapas cuando juegan contra el Atleti. Dentro y fuera del Calderón. Antes un empate podía no ser tan mal resultado visto en perspectiva. Hoy no hay perspectiva y un empate es siempre el infierno. 

Alguien pensará que estoy haciendo apología del pasado. Nada más lejos de la realidad. Estoy haciendo apología del presente que es lo que nos ha hecho grandes. El Atleti nunca volverá a ser ese equipo humilde que cogió Simeone. Nunca podrá volver a jugar igual. Ni aunque volvieran Raúl García y Diego Costa. Tampoco será nunca la fotocopia barata del Real Madrid o del Barcelona que pretende ver el aparato mediático (y sus locos seguidores). Una especie de marca blanca que funciona con las mismas instrucciones, los mismos esquemas y los mismos reflejos. 

Ninguna formula es eterna. Simeone nos ha hecho grande sabiendo reinventarse cada día con lo que tenía y eso es lo que hoy hecho de menos. Creo que el manido “cambio de estilo”, tan cacareado en los medios de comunicación, no responde a un capricho estético de nadie sino a una necesidad de guión. Es imposible jugar como antes (si quieres ganar, claro) frente a equipos que, como el Español, plantan ocho jugadores en el área todo el partido. Y no es el Español. Es el noventa por ciento de los partidos que nos vamos a encontrar. Desde el PSV al Leganés. 

Creo que Simeone lo sabe pero que no encuentra la tecla. Resulta que es humano. También creo que el primer pilar sobre el que plantó su proyecto, nosotros, está cediendo. Necesitamos ser conscientes de ello. 

Paciencia.

@enniosotanaz

Elegir la combinación

Explicar lo que ocurre en un campo de fútbol es a veces tan fácil como intentar racionalizar el resultado de tirar un dado de seis caras. Es por ejemplo lo que ocurrió en los últimos tres minutos del Atleti-Alavés que abría la temporada 2016-2017 en el Calderón. Siempre existirá algún avezado ilusionista que creerá ser capaz de explicarlo mediante la lógica cartesiana o su infalible sabiduría (a posteriori, claro) pero no es desde luego mi caso. El equipo de Simeone gana y pierde (empatar en casa es perder) en tres minutos de locura que para mí sólo pueden explicarse desde ese concepto abstracto que entendemos como azar. 

Otra cosa es lo que ocurrió en el resto del partido y si me apuran, del verano. 

Hace tiempo que no creo en los encuentros de pretemporada así que lo que pasase en ellos (que no lo sé) personalmente me da igual. Me preocupa bastante más la planificación del equipo o lo que se ha buscado desde el club y la dirección deportiva en ese tiempo. Los expertos (y el propio Simeone) hablan de una plantilla mejor (mucho mejor, he llegado a escuchar) que la del año pasado. Yo francamente no veo diferencias muy significativas. 

Al equipo, además de claridad para mover el balón frente a defensas cerradas, le faltaba el gol y creo que seguimos teniendo las mismas carencias. En ese 4-4-2 que parece inamovible la solución al problema de la fluidez pasa por Koke, Saúl, Carrasco y Gaitán pero los dos primeros tienden cada vez más al medio centro y los otros dos son jugadores que normalmente miran a la portería en vertical. Ninguno es hoy “ese” jugador. Podrían serlo (son cuatro jugadores excelentes) pero hay que decidir construirlo. Hará falta en muchos partidos (pero sabemos que no en todos ni en los más importantes). 

El tema del gol es menos racional y más preocupante. El Atleti ha vivido muchos años gracias a un 9 de referencia que ganaba partidos marcando la diferencia pero ese 9 ya no lo tenemos y no lo vamos a tener. Diego Costa era ese jugador pero el hispano-brasileño decidió clavarnos un puñal por la espalda hace un par de años y el club jamás estuvo a la altura de su escudo para evitar la herida. Aquel traspaso nos destrozó por dentro y todavía hoy seguimos pagando las consecuencias pero toca olvidar. Hubiese sido un gran acierto recuperarlo ahora pero creo honestamente que era imposible. Los clubes de Champions no son tan pusilánimes en estas cosas como lo somos nosotros. 

Gameiro (al que le deseo todo lo mejor) es seguramente un buen jugador pero no es ese jugador. Su debut contra el Alavés ha sido desolador pero sería injusto juzgar su concurso por un único partido y dos semanas de preparación. Cruzando presupuestos y opciones reales su fichaje muy probablemente es el más lógico que estaba al alcance pero para mí dista bastante de ser el deseado. Con todo, el problema del gol no es exclusivo del delantero centro. Hubo años en los que el Atleti hacía gol cada vez que llegaba a puerta pero frente al Alavés (y así llevamos dos años) hubo dos postes, fallos clamorosos cara a puerta, resbalones en el momento más inoportuno y todo un catálogo de infortunios. ¿De verdad es sólo mala suerte? 

Los mentideros que rodeaban el Calderón eran ayer muy optimistas antes de comenzar el encuentro pero a la vez era fácil detectar en el ambiente esos ramalazos de cierto espíritu ansioso, intransigente, quejoso e impaciente (y un poco soberbio también) que parece existir últimamente en parte de la afición rojiblanca. Un sector peligrosamente optimista, de actitud altiva, que brinda con testosterona y que exige un discurso triunfalista y vehemente de la entidad y su entorno. No me gusta un pelo. 

Ayer escuché en la grada como se “exigía” de muy malos modos un cambio de sistema, olvidando que eso no ha ocurrido en cinco años y que los experimentos previos no han salido demasiado bien. Noté como se criticaba enfurecidamente a Simeone por “tirar” la primera parte con la alineación que puso, olvidando que era prácticamente la misma alineación de siempre. La misma que nos ha llevado donde estamos. Vi como se le insultaba por dejar a Gaitán en el banquillo olvidando lo escrupuloso que es el Cholo con las jerarquías y lo bien que esa política ha funcionado hasta ahora. Escuché como se le culpaba de salir al campo a contemporizar el partido olvidando que el Alavés no pasó del medio campo y que el porcentaje de posesión a favor debió ser de esos que utilizan los rapsodas de las ondas para practicar onanismo. Incluso llegué a escuchar la queja amarga de no poner a Correa de mediocentro (juro que lo escuché). En un alarde de sofisticación los hubo incluso que entre esputos confesaban directamente estar “hartos” de Simeone. 

No estoy en absoluto de acuerdo con nada de lo anterior (y mucho menos con las formas) pero no tengo claro que mi opinión sea mayoritaria en estos momentos entre la parroquia rojiblanca. Con la inteligentzia esperando de uñas al argentino, la sobredosis de detritus mediático cayendo todos los días en cascada y la avidez del graderío colchonero por devorar unos medios de información de los que luego no hacen más que quejarse, me da miedo pensar en lo que puede venir. 

Es decir, que el Atleti empieza muy mal la Liga (el resultado es pésimo, lo mires por donde lo mires), existen varias dudas planeando sobre la estructura del equipo y parte de la grada se ha disfrazado de aficionado fast food al fútbol moderno. No es desde luego el inicio soñado pero es lo que hay. 

Pensando con algo de raciocinio no deja de ser sólo eso, un inicio. Todo está todavía por escribir y creo que hay motivos para ser optimistas pero en un mundo de opiniones líquidas y geometrías variables me temo que el raciocinio no es algo que funcione. Tampoco la paciencia. Deberíamos quizá ayudar a perfilar el guión desde la grada plantando los pies en el suelo, delimitando claramente dónde está el enemigo, ampliando el foco, haciendo piña y siendo generosos en la fe pero quién soy yo para recomendar nada. Como decía Kant la impaciencia es la debilidad del fuerte y la paciencia la fortaleza del débil. Es cuestión de elegir la combinación. 

@enniosotanaz

(Foto extraída de El Confidencial)

Que nadie vuelva a olvidarse

Chelsea FC 1 - At. Madrid 3

No eran todavía las once de la noche pero el día ya se había terminado. Había pasado todo lo que tenía que pasar. En la calle los viandantes disfrutaban de una temperatura magnífica pero el salón de mi casa parecía un horno de pirólisis. Daba igual. Las sensaciones y los sentimientos estaban en otro sitio. Dos adultos, responsables y provechosos para la sociedad, nos abrazábamos torpemente dando saltos anárquicos que podrían parecer ridículos a ojos ajenos. Sudando euforia. Intentando emitir gritos guturales que, al menos en mi caso, no conseguían salir porque la garganta no daba ya para más. Oliendo a felicidad. Una felicidad que lo impregnaba todo y que salía a borbotones desde una pantalla de plasma en la que podíamos ver lo que en ese mismo momento estaba pasando a orillas del Tamesis, en el acomodado barrio de Chelsea (¿o era Fulham?). Un grupo de deportistas, de atletas, de atléticos, de amigos, un puñado de grandes profesionales, un señor equipo, alzaba los brazos al cielo londinense delante de miles de colchoneros entregados que parecían su prolongación en la grada. No lo parecían, lo eran. Matizado todo con esa pasión enfermiza, densa, intensa y muchas veces incontrolable que no todo el mundo es capaz de comprender. En ese momento, con el planeta tierra poniendo los ojos en el equipo de mis amores, con los jugadores correteando por el césped de Stamford Bridge, con los valientes de la grada disfrutando de su momento histórico, con el móvil si parar de pitar, recibiendo mensajes de felicitación desde cualquier esquina del mundo, con mi hermano (¡y el Richy!) al teléfono, mi padre gritando en su casa, mi tío celebrando la victoria en Abu Dhabi, con el recuerdo de mi abuelo en la cabeza, los amigos de los 50 lanzando whatsapps sin parar y abrazado a mi amigo Teno, recordé una frase de Séneca con la que algún día tendré que hacerme una camiseta: un hombre sin pasiones está tan cerca de la estupidez que sólo le falta abrir la boca para caer en ella.

La noche empezó con nervios. No podía ser de otra forma. Por mucho que el insoportable rodillo mediático con el que tenemos la mala suerte de convivir los madrileños se hubiese encargado de hacernos recordar lo insufrible que va a ser vivir en esta ciudad con el equipo de TODOS, el “único” que para la prensa existe en este país y en esta ciudad, alcanzando la final de Champions, según se acercaba la hora del pitido inicial todo se olvidaba y la temperatura de la sangre que corría por las venas colchoneras se acercaba peligrosamente al punto de ebullición. Empezó el partido y el Chelsea impuso desde el principio su criterio. Ritmo pausado, pocos espacios y ningún riesgo. El Atleti, desposeído de las obligaciones de jugar en casa, aceptó el reto y se adaptó a esa forma de hacer fútbol que, en mi opinión, tan poco le conviene. Juego táctico en el que ganó Mourinho. El Atleti sin intensidad ni velocidad es una versión reducida de si mismo y aunque la situación estaba controlada, el balón dominado y los espacios cerrados, las posibilidades de ser diferente o de morder también eran limitadas. Mourinho lo sabía, pero el ya había apostado en la ida por esa versión del fútbol en la que el primero que falla, pierde. Koke estuvo a punto de dar la sorpresa nada más comenzar el encuentro lanzando un balón al larguero en eso que antes se llamaba centro-chut, pero ahí se acabaron las ocasiones.

Mediada la segunda parte pudimos darnos cuenta, por fin, de que el Chelsea es un equipo que triplica el presupuesto al Atleti y que eso le permite tener en su plantilla a jugadores como Hazard o William, capaces de vivir entre las rígidas ecuaciones de su entrenador e inventar cosas. El belga fue el que más talento puso por parte de los blues y el único capaz de buscar las cosquillas a la defensa atlética, especialmente por el lado de Juanfran, pero fue William el que realmente la lío, precisamente por el lado contrario. Jugada imposible en la que consigue marcharse de dos defensores, Filipe y Godin que no es cualquier cosa, para meter un balón al área que remata Fernando Torres, da en la pierna de Mario Suarez y entra en la portería de Courtois. El madrileño no celebró el gol pero a mí eso me daba igual. 1-o. Mal asunto.

Los cuervos negros aparecieron en lontananza y los buitres empezaron a volar en círculos salivando ante la presa que se avecinaba. Mourinho tenía el partido que quería y lo que hasta ese momento había mostrado el Atleti no parecía demasiado como para dar la vuelta al partido. En ese instante todos reparamos en que lo que estaba en juego era nada menos que una final de Champions. Palabras mayores. Pero es precisamente ahí, en esas circunstancias, dónde se mide a los equipos sobresalientes y el Atleti volvió a demostrar, en el mejor de los escenarios y con la mejor de las formas, que es un equipo sobresaliente. Levantó el pie del freno, dio un paso adelante, se adueño del balón y agarrado al escudo se fue a por el partido. Empezó a jugar en campo contrario con personalidad y sin complejos delante de un Chelsea que sí, se dejaba “querer”, pero que no sabía lo que se le venía encima. Antes de llegar al descanso los del Cholo ya habían dado la vuelta a la eliminatoria en una jugada prodigiosa que quedará en los anales de colchonerismo. Iniciada por un Koke que ayer se revalido como uno de los mejores centrocampistas del mundo, tirándose con rabia al suelo para recuperar un balón que se marchaba. El balón acabó en Tiago que realizó un cambio de juego hacía el lado derecho por el que entraba Juanfran. El lateral, nervioso en algunas fases del partido pero que nunca perdió la cara, consiguió tocar la pelota en la misma línea de fondo para meter un balón cruzado al segundo palo por donde llegaba Adrián. El asturiano había sido la gran sorpresa de la alineación. Simeone buscaba desborde e improvisación frente a una defensa cerrada como la londinense, lógico, pero las garantías que ofrecía el jugador eran muy pocas a tenor de la pésima temporada que había realizado. Pero Simeone es un hombre de fe y fe es lo que tiene en un jugador que él mismo cataloga de diferente. Adrián respondió realizando un partido más que decente y marcando probablemente el gol más importante de su carrera hasta el momento. Con la derecha, rematando con la espinilla, consiguió meter la pelota cercana a la escuadra y subir el empate a 1 al marcador. El Club Atlético de Madrid estaba en la final de la Champions League en ese momento. Y ahí se quedó.

La segunda parte fue sencillamente un tratado de fútbol contemporáneo por parte del Atleti. Opino que el debate sobre el mejor estilo para jugar al fútbol, esa bobaba de la posesión frente al contrataque, es una solemne estupidez. Una simplificación barata de algo mucho más complicado. De la misma forma que creo también que el futuro del fútbol pasa por equipos capaces de manejar varios registros en el mismo partido. De jugar replegado cuando hace falta, de manejar el balón si es necesario, de atacar y de defender. Eso es lo que hizo el equipo de Simeone. En lugar de colocar el autobús sacó al equipo del área y presionó arriba. En lugar de ceder el balón al Chelsea se lo quitaba cada vez que estos pretendían tenerlo en zonas de peligro. En lugar de jugar asustados prefirieron hacerlo con alegría. Con la valentía de un equipo que no se siente inferior a nadie. 

Diego Costa llegó con habilidad a un balón bombeado en el área del Chelsea teniendo la picardía de meter el pie antes de que lo hiciera Eto’o. El camerunés, impropio de un jugador de su talla, cometió un error digno de principiantes, regalando un penalti que resultaba definitivo. Esas son las cosas que pasan cuando los 22 futbolistas están en tu área y obligas al delantero centro a tener que defender. Ni los penaltis fallados ni el nefasto estado del césped en el punto fatídico fueron capaces de desconcertar a un Diego Costa que marcando la pena máxima ponía el partido franco y mataba los fantasmas del pasado. El abrazo con Simeone en la grada segundos después confirmaba todo eso. Desde ese momento hasta el final del partido el Atleti siguió dando una lección de fútbol que debería proyectarse en todas las escuelas pero especialmente en las de nuestro propio club. Si los de Mourinho parecían entregados ya a esas alturas lo parecieron todavía más después del tercer tanto. Un gol de el más grande. El genio de Bayrampasa. El gurú del ardaturanismo. Un tipo que remató de cabeza al larguero para recoger el rechace y marcar con el pie. Así es Arda Turan. Y yo me alegro.


Todavía no soy capaz de asimilarlo pero tengo tiempo para hacerlo. El Atleti, cuarenta años después, está en una final de la máxima competición de clubes del mundo. Mi equipo. Soy muy feliz por ello pero lo soy todavía más porque me siento totalmente identificado con esa plantilla, con ese entrenador y con esa forma de enfrentarse a la vida. Con humildad pero sin miedo. Con respeto pero con orgullo. Con ambición pero sin soberbia. Como fue, es y debería ser siempre el Club Atlético de Madrid. Que nadie vuelva a olvidarse de ello.

A flor de piel

Getafe 0 - At. Madrid 2

A los seguidores colchoneros nos suelen agraciar con descripciones bastante reconocidas para definirnos, como ese socorrido sufridores o el manido pupas. Estupideces. Espacios comunes creados sin querer por un presidente Atlético que una vez tuvo un arranque de ira, pero recogidos por la prensa carnívora para estereotipar aquello que no puede controlar ni entender. No voy a perder ni un solo segundo en justificar ese anacronismo pero si que voy a reconocer que la historia nos ha hecho muchas veces tener que cabalgar por el filo de la emoción. Vivir a flor de piel. Ganar peleando hasta el final, teniendo que ser emocionalmente fuertes. Me temo que lo que tenga que pasar esta temporada tendrá seguramente la misma música: emoción y drama. Escribo, de hecho, estas líneas con la sangre paralizada en mi cuerpo, sin poder disfrutar todavía de una victoria que huele a histórica. Y eso que el Club Atlético de Madrid acaba de hacer oficial la noticia de que lo de Costa no ha sido más que un susto. Demasiado para mí corazón sensible. Pero vayamos por partes.

El partido de Getafe era para el Atlético de Madrid una final. La misma final que será cualquier partido que dispute el equipo de Simeone desde aquí a que termine la temporada. Los getafenses se jugaban el descenso y los colchonero la liga, así que no había mucho espacio a la especulación. Los del Cholo están ya a estas alturas acostumbrados a este tipo de partidos pero quedaba la duda de como podía afectar al equipo el brutal desgaste, físico y anímico, del pasado miércoles en Champions. Enseguida vimos que las sospechas eran fundadas. El equipo apareció colocado en el césped y con una alineación de garantías (con Diego Costa en el once inicial) pero enseguida se pudo observar que el nivel de velocidad, presión e intensidad no era, ni de lejos, el que nos tiene acostumbrados. Algo no sólo lógico desde cualquier punto de vista sino que además sirve para demostrar que los jugadores del Atleti son humanos. Enfrente aparecía un Getafe muy nervioso, demasiado ocupado por defender, que confundía intensidad con marrullería. Personalmente creo que la plantilla de Contra es mucho mejor que lo que propone en el césped pero tampoco creo que sea fácil ser uno mismo con la segunda división acechando en cualquier esquina. Lo cierto es que el Getafe no jugó nada y que su principal objetivo parecía ser únicamente sacar de quicio a los jugadores colchoneros sabiendo que algunos de ellos, como sabemos, no necesitan tampoco demasiado.

Pero el Atleti tampoco jugó mucho, no se crean. Nada, para ser sinceros. Dominaban, tenían el balón y lo jugaban más o menos hacia delante pero con demasiada lentitud y abusando todavía más de la cuenta de ese pelotazo sin ton ni son que no es tan familiar. Solamente durante el último cuarto de hora el esférico rodó por el césped el tiempo suficiente como para que se pudiera hilvanar alguna jugada de peligro. Como muchas otras veces, las mejores ocasiones llegaron a balón parado. El uruguayo Godín avisó primero, rematando a pocos metros de la portería pero a los pies del cancerbero rival. Pocos minutos después no fallaría. Un balón lateral de Juanfran con Codina quedándose a media salida y un Godín ganándole el salto a su marcador para meter el balón en la red. El Atleti se marchaba al descanso por encima en el marcador, sin haber hecho una primera parte y sin tan siquiera haber tenido que hacer un derroche físico importante. 

La segunda parte comenzó igual que había terminado la primera, con un Atleti dominando con parsimonia y un Getafe demasiado constreñido e indeciso. Poco a poco el Atleti fue reduciendo el nivel de riesgo en el juego lo que provocó que poco a poco a también fuese perdiendo el balón y que el equipo de Contra tuviese que hacer algo con él. De hecho, a falta de media hora, el entrenador rumano decidió ir a por el partido y puso un segundo punta, Colunga, que puso algo más de mordiente por la izquierda. También llegó un remate claro desde el área pequeña que, como no, Courtois repelió como si tal cosa. Fue la única ocasión del Getafe en todo el partido. De nuevo a balón parado el Atleti tuvo una clara ocasión de gol que si no subió al marcador fue simplemente porque Lafita agarró con furia a Miranda para no dejarlo rematar. Penalti y expulsión que parecía cerrar el partido pero que, porque así es el fútbol, resultó en todo lo contrario. Codina paró por dos veces los remates colchoneros, primero a Costa y después a Raúl García, y al Getafe le sirvió como aliciente para, ahora sí, irse a por el partido. El problema es que tenía un jugador menos en el campo y sobre todo que enfrente tenía al líder la liga española. Un especialista en colocarse en el campo y cerrar los espacios al rival. Así que el partido fue muriendo lentamente, sin grandes sobresaltos, hasta que un robo en la línea de tres cuartos acababa con Adrián en el área cruzando el balón al segundo palo para que Costa se tirase como una alimaña, como siempre, e hiciese el segundo.

Pero en lugar de celebrar el gol a grito pelado, como corresponde, nos quedamos helados deglutiendo las imágenes que nos llegaban. Primero el brutal golpe que la espinilla de Costa se da contra el palo de la portería. Después los gritos desesperados del hispano-brasileño y sus gestos evidentes de dolor. Después las caras demacradas de sus compañeros que viendo el panorama sólo alcanzaban a tocarse la sienes. Especialmente escalofriante es la imagen de un Filipe Luis llevándose la manos a la cara y mirando al cielo. El partido acabó poco después pero el dato casi quedó en anécdota. TODO el mundo se temía lo peor y yo reconozco que pensé que el mundial se había esfumado para el bueno de Diego Costa. En ese momento, lo único que se me pasaba por la cabeza es que ese jugador profesional se había arriesgado ir a jugar a un mundial por primera vez en su vida a cambio de que mi equipo ganase tres puntos. Y me sentí muy orgulloso. Me sentí muy Costa.

Minutos después las cuenta oficial de Twitter del Atleti (por cierto, antes de que se me olvide,   gran trabajo en este sentido del club) informaba que el golpe era sólo eso, un golpe. Respiramos, volviendo a recuperar el resuello y relajando un espíritu que, una vez más, estaba a flor de piel.


5 partidos. 5 finales como acaba de decir Simeone. No hay más. Ni cuentas de la vieja, ni apuestas, ni suposiciones, ni leyendas de Nibelungos. 5 finales. Partido a partido. Final a final.

Baile de gala

Athletic Club de Bilbao 1 - At. Madrid 2

Era un baile de gala y tenían invitación. La habían ganado merecidamente a base de esfuerzo, de criterio, de trabajo y de buen hacer. Nadie podía reprochar nada con el reglamento en la mano pero ya sabemos la nobleza es clasista e hipócrita por naturaleza y que pocas veces si fijan en las reglas que aplican a los demás. Los hidalgos del poder estaban esperando lejos, marcando claramente la distancia. Evitando el hedor a limpio de la plebe, prefiriendo esperar ocultos, sin dar la cara. En el interior de un salón que consideran suyo y exclusivo. Cuchicheando por las esquinas. Tapándose la boca con abanicos de pedrería y dorados. Esperando el tropezón del recién llegado. Preparándose para reírse de unos vestidos que a todas luces serían vulgares y baratos. Deseando la llegada del momento en el que, con la música de orquesta, los plebeyos se tropezaran con sus propios tobillos. Impacientes por disfrutar de esa humillación. Poniendo los focos en el inevitable error que tenía que llegar. Pero no llego. Los recién llegados entraron con humildad y orgullo. Mirando a la cara. Sin miedo. Sin la sensación de deberle nada a nadie. Convencidos de no tener que dar explicaciones. Conscientes de ser quienes son y de estar donde están. Y bailaron. Convenciendo. Y se fueron por el mismo lugar por el que habían entrado. Ganando. Con el traje impoluto y la invitación intacta. La nobleza, miserable o no, tendrá que esperar mientras siguen acunándose de forma endogámica en su propia decadencia.

El partido que se marcó el Atlético de Madrid en el nuevo San Mamés fue digno de recordar. Uno de esos encuentros que trascienden el limitado cerco de los tres puntos para convertirse en una referencia. Un punto de inflexión. La línea de separación entras las dudas y la evidencia. El equipo de Simeone demostró, por si quedaba alguna duda, que es una escuadra de elite. Capaz de cualquier cosa y posesora de muchos más recursos y aristas de los que algún que otro rapsoda, engreído, desubicado y desgraciadamente bastante estúpido también, quiere ver. El encuentro comenzó mal para los madrileños a pesar de que habían saltado al césped totalmente metidos en la disputa y perfectamente plantados sobre el terreno de juego. Pero los de Valverde acertaron a hilar una buena jugada que había comenzado con un balón largo en vertical. Cierta relajación de Godin, Courtois que sale tarde y Muniain que eleva el balón por encima del portero con esa clase que ya conocemos, acaban poniendo el 1-0 en el marcador. Pero sinceramente creo que el gol le vino bien al Atleti. Obligados a jugar, a pesar de esa excentricidad de haber puesto a Sosa en el once titular, los rojiblancos se hicieron dueños del partido cerrando la salida de los vascos, robándoles la pelota y saliendo con esa verticalidad que se clava en el equipo contrario como un cuchillo. En ese nuevo escenario apareció Diego Costa, como una especie de semidiós griego capaz de lo posible y lo imposible. El hispano-brasileño se marcó un partido soberbio. Espectacular. Ganando todas las batallas a una defensa que soñará muchos días con él. Abriendo el campo, ofreciendo salidas, convirtiendo en fútbol cualquier melón que cayese desde el cielo y metiendo goles. A punto estuvo varias veces de hacerlo hasta que un robo de Koke habilitó una de sus clásicas cabalgadas. El empate no menguó un ápice la ambición colchonera que siguió siendo dueño y señor del partido. A punto estuvo de irse al descanso con la remontada completada si Raúl García no hubiese marrado en boca de gol un gran pase de Filipe Luis desde la izquierda, tras otra excelente jugada de Diego Costa que habilitó al lateral brasileño con el tacón, dentro del área.

La segunda parte siguió por los mismos derroteros. Los bilbainos tenían que recurrir al pelotazo en largo como único recurso para llegar a la portería rival porque la presión y rigor táctico de los del Cholo era absolutamente brutal. Hasta el punto de que durante muchos minutos el Atleti sólo jugó en campo contrario, moviendo el balón con criterio y haciendo fútbol. Sí, señores periodistas. Fútbol. El 2-1 definitivo llegó tras gran jugada de Koke y Filipe Luis por la izquierda. Gran partido de los dos, por cierto. El canterano abrió a la banda para que el lateral metiera el balón en el área y el propio Koke se tirara con el alma para de cabeza poner el balón en la red. El Atleti pudo haber ampliado la renta en los minutos posteriores pero no fue así y según se acercaba el final la gasolina de los madrileños se fue acabando. Ahí apareció el Athlétic. Colgando balones, más con el corazón que con los pies. Pero la realidad es que los de Valverde tuvieron algunas ocasiones de empatar el partido. Especialmente dramático fue un remate de cabeza que Courtois sacó de la escuadra tras estirada prodigiosa.


Tres puntos más y una jornada menos. Por lo demás todo sigue como estaba. O no. Ahora ya saben los incrédulos que el Atlético de Madrid puede ganar en cualquier sitio. Por mucho que marquen en rojo determinadas fechas del calendario. El Atleti, por supuesto, no piensa renunciar a la invitación. Tampoco van a cambiar su traje. Partido a partido. 

Allá ellos

At. Madrid 4 - AC Milan 1

Si ustedes hacen el gran esfuerzo visual de enfocar la vista en el escudo del Club Atlético de Madrid, observarán, para su asombro, que en el mismo aparece el Oso y el Madroño. Si además disponen de unos conocimientos básicos del común acervo cultural, podrán relacionar, fácilmente también, que ese es precisamente el emblema de la ciudad de Madrid, villa y corte de España, lo que hace indicar que el Club Atlético de Madrid es un equipo madrileño y español. Les digo esto, que puede parecer de Perogrullo, porque no es tan evidente si ustedes viven en esa bendita ciudad, viendo la televisión, escuchando la radio y leyendo los periódicos. Para entender lo que les digo, basta echar un vistazo a la portada de los dos principales diarios “deportivos” madrileños en el día en el que el Club Atlético de Madrid se jugaba su pase a cuartos de la Champions League (después de casi 20 años) y frente a un equipo histórico, de esos que dan lustre a cualquier estadio de fútbol, como el AC Milan. El diario MARCA, en su esforzada búsqueda por aumentar la felicidad de lo que han entendido que es su único cliente, dedicaba su primera página a las cuitas y dramas de un tal Messi. El diario AS, en esa lucha denodada por los mismo objetivos de su rival (que básicamente consisten en obtener respuestas reflejas tipo Pavlov en lo que quede de cerebro en su cliente de referencia),  iba un paso más allá en ese paseo por las cloacas más inmundas de la manipulación y las artes de la desestabilización que normalmente practica. Los aficionados al Atlético de Madrid estamos acostumbrados a estas alturas a vivir al margen del poder, a desconfiar de los vendedores de crecepelo y a sacar pecho viviendo en un mundo en el que al parecer molestamos. Hemos aprendido a sobrevivir entre zarzas y elementos hostiles. Hemos desarrollado una coraza natural para evitar que el desdén tóxico que nos rodea nos afecte, así como para conseguir que la escoria resbale de forma innocua por nuestra epidermis. Sólo puedo hablar por mí, evidentemente, pero tengo la sensación que toda esa pelota de mierda ya nos da igual. Nos hemos acostumbrado a sus formas de matón y su pestilente hedor así que podemos convivir con ello. Pero eso no quita para que los insultos sigan siendo insultos, las puñaladas sigan siendo puñaladas y que los dardos envenenados se claven de vez en cuando extendiendo su veneno. Tiene narices, pero también cierta lógica, que se me venga todo esto a la cabeza precisamente ahora, cuando acabamos de pasar por encima del AC Milan y colocarnos entre los 8 mejores equipos de Europa. Después de asistir a una preciosa fiesta del fútbol en directo y de disfrutar de un sentimiento y de una emoción que lamentable quedará reducida al fabuloso ostracismo de los que nos sentimos aficionados al Club Atlético de Madrid y tenemos la suerte de poder acceder al epicentro del fenómeno. Allá ellos. Los que manipulan los hilos y los que comen mentira. Los que pisan al que tengan que pisar con tal de seguir chupando y los que, incapaces de mirar más allá de la punta de su nariz, siguen pensado que lo que sale en los periódicos es verdad. Allá ellos. Yo en cualquier caso soy seguidor del Club Atlético de Madrid. Con todo lo que eso implica. Es más, lo seguiré siendo.

El partido amaneció precioso. Con un Vicente Calderón lleno, coloreado con furia de rojo y blanco, sonando a fútbol de élite y oliendo a fecha histórica. Un nutrido grupo de tifossi milanistas se apelotonaba en el fondo norte mientras otras tantos se mezclaban en la grada general. Cerca de mí podía ver a varios. Ello, lejos de suponer una amenaza o un inconveniente, como probablemente intuyan los periodistas profesionales que escriben sus crónicas desde la redacción al abrigo de la calefacción central, impregnaba todavía más el ambiente de fútbol. De puro fútbol, el de verdad. De fútbol en directo, que es el único que puede sentirse en la piel. El Atleti salió como uno bisonte al campo. Presionando con furia, intenso y consciente de lo que había en juego. Raúl García era de la partida inicial en detrimento de Villa y Diego (mi opción favorita) en una decisión que no comparto pero que evidentemente respeto con toda el alma. Enseguida el partido se rompió por el marcador. Gabi robó el primer balón de los millones de balones que robaría después y se la pasó a Koke para que el canterano metiera el balón en el área y Diego Costa estirara su gadchetopierna, conectando con el esférico y metiéndolo en la red. 1-0. La cosa pintaba bien. La euforia se desató en una grada que adornaba la permanente sonrisa que tenemos desde que llegó Simeone con las banderas rojiblancas que alguien había dejado en nuestros asientos.

Entonces ocurrió el único borrón de la noche. El Atleti suele ser un equipo que lee muy bien los partidos, con gran capacidad para controlarlos y llevarlos al terreno que más le conviene. Especialmente cuando va por delante en el marcador. Esta vez no fue así. Si en esas circunstancias el equipo normalmente defiende fuera del área y se mantiene muy presionante en zona de tres cuartos, ahora se echaban unos metros más atrás, demasiado cerca del área y bajaban la intensidad. Para más Inri, cada robo de balón (siempre muy atrás) iba acompañado de una pelotazo sin criterio que provocaba que el Milan siguiese en campo colchonero perfectamente colocado. Esa forma de actuar supuso una invitación al rival para que se sumara al partido y el Milan, que es el Milan, lo hizo. Se adueñó del balón, se plantó en la frontal del área, empezó a jugar y empató el partido. Lo hizo Kaká, de cabeza, con un balón colgado a la espalda de Juanfrán, que es uno de los puntos más vulnerables del equipo. Los gritos de los aficionados italianos empastaban con cierto runrún que flotaba en el ambiente y que invocaba a los fantasmas del pasado. El Atleti sacó de centro tratando de animarse pero parecía aturdido. Los de Seedorf lo vieron, sus aficionados también, entendiendo que su oportunidad de remontada pasaba por ahí y ahí estuvieron durante varios minutos. Hasta que llegó el elegido, el grande, el genial Arda Turan. El único capaz de salirse del guión castrense de Simeone con una sonrisa y el aplauso enfervorecido de su propio entrenador. El turco, que cuajó un buen partido, disparó desde la frontal del área un balón que rebotó en la pierna de un rival para colarse en la portería de Abbiatti poco antes del descanso.

La segunda parte fue ya otra cosa. El Atleti volvió a su guión habitual y ahora sí controló el partido como sabe. Asfixiando la salida del rival, compactándose en el repliegue y llevando el balón hasta campo contrario para quedarse a jugar allí. En ese contexto brilló Diego Costa, que volvió a deslumbrar a toda Europa demostrando el inmenso jugador que es y brilló también Raúl García que si bien su labor es más bien discreta en casi todas las facetas del juego, a la hora de rematar es un auténtico killer. Casi mete por la escuadra un remate de chilena que de entrar hubiese abierto todos las televisiones del mundo (menos las españolas, evidentemente) pero  tiró de modestia sin necesidad de trascender para meter el tercero de cabeza, tras saque a balón parado marca de la casa. Pero si brillaron Costa y Arda y Raúl García, me van a permitir que yo me quede con nuestro capitán. Don Gabriel Fernández Arenas. Un líder dentro y fuera del campo. Una referencia para el colchonerismo. Un futbolista ejemplar, discreto y humilde. Un símbolo de entrega, superación y compromiso. Un orgullo para cualquiera que se considere no sólo del Atleti sino amante de este deporte. El capitán completó un partido soberbio (y lleva varios últimamente) iniciando la presión, tapando los errores de los compañeros, equilibrando el equipo en defensa y en ataque, robando, construyendo y hasta llegando a la portería rival. Grande Gabi. Muy Grande. La guinda al pastel la puso de nuevo Diego Costa en la enésima jugada de combinación desde que Diego Ribas había saltado al campo y que acabó con un derechazo al poste que besó finalmente la red. 4-1 al AC Milan en octavos de Champions League. Repitan la frase y piensen sobre ello.


¿Y ahora qué?, preguntarán. Pues lo que venga, opino yo. Llegados a este punto la complicaciones se multiplican y factores como la suerte o el momento exacto en el que tengas que jugar un partido son elementos clave que pueden definir el futuro. Quedarán 8 equipos, casi todos grandes monstruos económicos y alguna anomalía extraña que en principio podría parecer asumible. Qué sé yo. No me gusta jugar a adivinar el futuro así que no voy a empezar a hacerlo ahora. Lo único que tengo claro es que, venga lo que venga, lo tomaré como lo que es, como una fiesta. Como un éxito. Como un triunfo. Digan lo que digan los demás. Los otros. Allá ellos. 

Gota China

Athletic Club de Bilbao 1 - At. Madrid 2

Aparecía Simeone con este rostro curtido y serio con el que afronta las ruedas de prensa normalmente. Escondido tras esa mirada que parece transmitir el cansancio de sus jugadores y envuelto en ese sonido discreto, monótono, del que se sabe ganador. Del que es muy consciente del trabajo bien hecho, muy bien hecho, pero que aún así procura por todos los medios guardar, bien oculto, cualquier reducto de petulancia o soberbia que pudiera quedar pegado por algún sitio. El Atlético de Madrid acababa de clasificarse para las semifinales de la Copa del Rey en un partido complicado, frente a un rival en un gran momento y en un estado que hasta ese instante estaba inédito para los equipos visitantes. Pero Simeone se rindió. Prescindió de esa coraza fría que usa para los periodistas, olvidó por un momento el mantra de vivir el momento pensando en el partido siguiente y se rindió. Se rindió a sus jugadores. Con honestidad y admiración. Felicitó a los once jugadores que habían saltado al campo como si estuviese felicitando a once héroes que logran llegar a un terreno para el que no estaban destinados. Se rindió momentáneamente para reconocer, a su manera, que lo que está haciendo este equipo es sobrenatural. Imposible. Inexplicable. Como si hubiese llegado a un punto que sobrepasara incluso al propio Simeone. Pero ahí está el Atleti. Como una roca, sólida y robusta, que no deja de girar y que jamás se aparta del camino. Como una gota china que cada cinco minutos golpea.

Pero no fue fácil. El partido se presentaba complicado, a priori, debido a una serie de agentes internos y externos que no beneficiaban a los rojiblancos. La realidad no defraudó. Los del Cholo se presentaban en el campo con una serie de bajas más que significativas y enfrente aparecía una Athletic crecido tras sus últimos resultados, confiados en utilizar el factor campo como un elemento más con el que competir. El plan parecía claro: contener a los vascos para salir en vertical y a punto estuvo de salir enseguida. Hasta el punto de poder haber resuelto el partido ya en el primer minuto. Una diagonal que deja a Diego Costa delante del portero pero que sin embargo el hispano-brasileño tiraba contra Herrerín. Mal síntoma para el delantero, que volvía a mostrar esa ansiedad frente al gol que ya habíamos observado en los últimos partidos. Pero esa primera jugada fue un espejismo. El Atleti, muy lejos de su mejor versión, hizo una primera parte muy pobre. Una primera parte que levantó las señales de alarma en los seguidores colchoneros, que durante muchos minutos no reconocieron a su equipo. Defendiendo excesivamente atrás y totalmente a merced del conjunto bilbaíno que, con buen manejo de balón, rapidez y ayudas en ataque, controlaban completamente el partido. Me gusta mucho Valverde. La cosa se puso todavía peor cuando Filipe Luis se rompió el aductor peleando un balón en banda y tenía que abandonar el campo dejando su sitio a Insúa. Irónicamente esa fue una de las notas positivas del partido ya que el argentino completó un partido muy serio en todos los aspectos, disipando así las dudas que probablemente habían empezado a surgir respecto a su fichaje y levantando las esperanzas sobre su futuro en rojiblanco. Hay jugador. 

Pero el partido seguía igual, no por problemas defensivos, sino por lo poco que le duraba el balón a los de Simeone y la mediocridad con la que lo utilizaba cada vez que eran capaces de recuperarlo. La razón, para mí, estaba clara. Formar una línea de tres cuartos con Cebolla, Adrián y Raúl García es regalar el balón y el control del partido al equipo contrario. El primero brega y trata de salir en vertical pero rara vez combina con criterio y no está llamado para la creación. El segundo, aunque se le vio más que otras veces, sobre todo en la segunda parte, no está y cada vez son menos los que le esperan. El tercero, que además estaba colocado como delantero dejando la banda a Diego Costa, es un portento en el remate y la segunda jugada pero pobre en la combinación y bastante flojo en la creación. La presión no salía, las dos líneas de 4 se juntaban muy atrás y el equipo se limitaba a achicar agua. Enfrente los de Valverde se gustaban mientras poco a poco se lo creían. Los últimos 15 minutos fueron de pesadilla para el Atleti con un par de remates de Mikel Rico bastante peligrosos y finalmente el gol de Aduriz tras remate de cabeza a la espalda de Godin (muy parecido, e igual de falta, que el que el uruguayo les metió en la ida). A partir del gol el Athletic crecía de forma proporcional al hundimiento colchonero, pero en ese momento volvió a aparecer, por enésima vez, el bueno de Courtois. Un auténtico crack sobre el que no redundara más que para reconocer que es un pilar sobre el que se cimentan muchos de los éxitos del equipo.

La segunda parte fue otra cosa. El Atleti, consciente de que necesitaba marcar para pasar la eliminatoria, salió con otro tono al campo. Cambió el esquema (Costa recuperaba su posición en punta), empezó a presionar mucho más arriba y se fue a por el partido. A los 5 minutos el Atleti había hecho más con el balón que en toda la primera parte. Había estado también a punto de empatar con un remate de Costa de cabeza que Herrerín sacó de la misma línea de gol. A los 10 minutos un nuevo ataque por la izquierda coloca el balón en el segundo palo para que Raúl García lo remate bien de primera sin demasiada fortuna. El rechace vuelve a la misma zona del campo, se vuelve a colgar al segundo palo y Raúl García lo vuelve a rematar de primera, pero esta vez en semifallo. Lo que son las cosas, esta vez el balón entró en la portería. 

Con el 1-1 los equipos volvieron a asumir el papel que habían interpretado en la primera parte pero el guión era ahora otro y lo escribía el Atlético de Madrid. El Athletic volvía a tener el balón pero ya no llegaba, chocando una y otra vez con el muro de Simeone. El Atleti volvía a ponerse la camiseta de la especulación pero esta vez con sentido y criterio. Cerrando huecos, tirando de ayudas y teniendo la portería contraria en la cabeza cada vez que robaban el balón. Así, sin demasiados sobresaltos, estuvimos muchos minutos hasta que un soberbio pase de Koke dejaba a Diego Costa encarando completamente solo al portero rival, regateándolo y haciendo el segundo gol. Justo premio para el hispano-brasileño que completaba una segunda parte soberbia de brega, fijación de la defensa, protección de balón y tirada de diagonales. Costa es un jugadores excepcional al que sin embargo no le duele en prenda bajar al barro si hace falta. Chapeu, a esa versión del jugador. Poco más tras el gol. El Atleti contemporizó con mayor inteligencia mientras el Athletic abandonaba sus esperanzas con la misma celeridad que sus aficionados abandonaban las gradas del nuevo San Mamés.


El Club Atlético de Madrid volverá a disputar una semifinal del título del que es vigente campeón. Espera un Miura como el Real Madrid pero esa es otra historia que abordaremos en su momento. Hoy prefiero quedarme con ese guiño del destino, ese favor a la historia, que hace que el primer equipo que gane al Athletic Club de Bilbao en su nuevo estadio sea precisamente el Athletic Club...de Madrid.   

A medio gas

At. Madrid 1 - Ath. Bilbao o

La Copa del Rey es una competición muy bonita, dicen (decimos) los que sienten cierta añoranza por el fútbol épico e intenso que se da en esas competiciones en las que te juegas la vida a un solo partido. Ese fútbol que recuerda a los orígenes del fútbol y esas reglas concretas e implacables que no perdonan un mal día y que son también caldo de cultivo para historias épicas en las que David, para variar, puede ganar a Goliat. Pero eso era antes, como diría mi progenitor. La realidad contemporánea es mucho más aséptica y nos presenta un panorama bien distinto. El Campeonato de España, la Copa del Rey, desgraciadamente empieza a ser cada vez más tarde una verdadera competición emocionante y mágica. Las tercas leyes del mercado, que parecen aplicar a todo, han convertido la competición en un espacio con muchas aristas, interés relativo y múltiples grados de aproximación. Los humildes desparecen antes de que lleguen los poderosos, la clase media pisa el freno cuando mira el cuadro y ve que es absurdo quemarse ahora, a las diez de la noche frente a cuarenta personas en la grada, cuando te van a eliminar en la ronda siguiente y los grandes reservan fuerzas para empresas mayores. En los cuartos de final de la presente edición vemos, por ejemplo, como muy pocos equipos afrontan los partidos con su alineación titular lo cual, teniendo en cuenta que de pasar la eliminatoria significaría estar en semifinales, es cuando menos significativo y bastante descorazonador.

Teniendo esa lectura en mente, sorprende menos observar la alineación con la que el Atlético de Madrid encaró el partido. Cuatro reservas con pocos minutos (Alderweireld, Guilavogui, Cebolla y Adrián) más el jugador número 12 de la plantilla (Raúl García) eran de la partida inicial. Y se notó. El equipo salió al campo más o menos con su esquema táctico habitual y con las señas de identidad reconocibles pero no era lo mismo. Lógicamente. La intensidad estaba pero era de un grado menor. La línea de presión aparecía desajustada y su efecto se diluía demasiado fácil. La conexión entre líneas no existía y una vez más había que recurrir con demasiada frecuencia al pase largo. Los falsos interiores estaban demasiado estáticos en banda con lo que cerraban el camino a los laterales y hacían que se perdiese cierto control en el centro del campo. Y así podríamos seguir relatando toda una sucesión de pequeños detalles, ninguno verdaderamente dramático por si sólo, que hacían que el juego fuese espeso, lento y poco vertical. Enfrente un Athlétic bien plantado en el campo, gracias al excelente entrenador que tienen, con mayor y mejor trato del balón, que tenía más fácil que otras veces parar el juego del rival y que se veía también con mayores posibilidades de llegar al área contraria, algo que en su anterior visita al Calderón no fueron capaces de hacer. Pero los vizcaínos tienen un problema en la parte de arriba y sus posibilidades de gol se diluyen según se acercan al área contraria. Me temo que son muy dependientes de que el partido se rompa, se desequilibre y se ponga en modo épico, para que así sus posibilidades de gol aumenten. Tan es el caso que las mejores ocasiones fueron siempre del Atleti, el de Madrid. La primera parte (y en realidad durante todo el encuentro) la sensación era que el partido estaba encendido, con las alarmas puestas, con los mínimos niveles de intensidad, rigor táctico y preocupación, pero sin soltar del todo el pie. A medio gas.

El partido sirve también para comprobar que esa reticencia de Simeone a realizar cambios de peso en la plantilla tiene bastante lógica. Adrían, en la enésima oportunidad que tiene, volvió a dejar claro que tendrá mucho pero que da muy poco. Su aportación fue mínima, siguió con las mismas dosis de nerviosismo e imprecisión de siempre y para colmó falló un mano a mano que le había regalada un Koke que volvía otra vez por sus fueros. En el otro lado el Cebolla Rodríguez se solidarizaba con su compañero. Luchador y empático pero intrascendente y errático. Perdido, desconectado y con cierta tendencia a liarse en su propia trampa. Raúl García volvió a dar credibilidad a esa tesis que dice que sus aportación es mucho mejor cuando sale desde el banquillo que haciéndolo de inicio. Pero la palma se la lleva un Guilavogui que en ningún momento se hizo con su posición. Una posición clave además en el esquema de Simeone. Estático, con fallos sistemáticos de colocación y desesperadamente lento, lo cierto es que no veo al francés este año  jugando demasiado en el equipo. Me temo que la llegada de Mario le va a regalar numerosos minutos de inactividad. Sólo un Alderweireld serio y comprometido se puede salvar de la quema (aunque dejó algunas dudas en el tramo final del partido). Pero el belga tiene difícil jugar también con las alimañas que tiene delante. Ayer le tocó a Godín demostrar el excelente estado de forma, siendo además la baza ofensiva más peligrosa de su equipo. Suyo fue el único gol del partido, tras remate de cabeza brutal a otro pase magistral de Koke, y suyo podría haber sido el siguiente si en la segunda parte hubiese acertado a rematar, también de cabeza, otro centro desde la izquierda tras una jugada a lo Beckenbauer que él mismo había iniciado.

Me preocupa Diego Costa. Ha perdido chispa y ha ganado ansiedad. Vuelve a tirarse en exceso y vuelve a buscar la provocación del rival como recurso recurrente. Vuelve a preocuparse más del continente que del contenido y está siendo poco inteligente a la hora de lidiar con esa evidente (y bochornosa) campaña que hay también en su contra. Es patético ver como los focos están siempre puestos en su persona pero él debería ser consciente de ello y dedicarse a ser simplemente un buen jugador. Es patético como los árbitros vienen al Calderón a demostrarle al mundo que son bastante más chulos que Diego Costa pero si al final de la primera parte lo expulsan por un plantillazo estúpido, esa tarjeta (la otra es discutible) hubiese sido justa y nadie podría haber protestado de su expulsión.

La segunda parte empezó con Gabi en el campo y eso empezó a poner las cosas en su sitio, que se terminaron de completar con la salida de Arda minutos después. El Atleti tomó así algo más de control, el Athletic empezó a sufrir mayores dificultades en su juego y el partido se murió entre esporádicas ocasiones colchoneras (poco claras, para ser sinceros) y tiros de lejos de los bilbaínos que no conseguían despeinar a Courtois.


Espadas en todo lo alto, que dirán los amigos de las frases hechas. El resultado es bueno pero no definitivo y se espera un partido complicado en el nuevo San Mamés donde el equipo local será capaz de llevar el partido a esos niveles de adrenalina y testosterona en el que se sienten tan superiores. Debemos confiar en el equipo de Simeone, curtido ya en batallas de este tipo. Simeone, como los jugadores (y como nosotros), será consciente de que un gol nuestro obligaría a los vascos a tener que meternos tres. Algo que todavía no ha hecho nadie en esta temporada. 


Bendito sufrimiento

At. Madrid 3 - Levante 2

Tengo serias dificultades para deslizar los dedos por las teclas del ordenador porque todavía me tiemblan. Ese es el efecto que me ha dejado el Atleti-Levante de hace un rato. Por circunstancias de esas fechas tan señaladas en las que nos encontramos, no he podido acudir al Calderón y he tenido que ver el partido en un lugar público, precisamente en tierras levantinas. Reconozco que me dan tradicionalmente mucho miedo los partidos pre-navideños y me temo que ese complejo va a seguir vivo en mi interior, al menos otro año más. Son partidos raros en los que el equipo, al igual que yo, estamos tradicionalmente fuera de sitio. El Atleti hoy no ha sido ese equipo robusto, rocoso, impenetrable y mandón al que estamos acostumbrados. Lo ha pasado mal, ha mostrado destellos de zonas oscuras de las que ahora podemos hablar pero prefiero quedarme con otra cosa. Con esa forma de irse a por el partido sin reservar un átomo de esfuerzo. Con la cara de Godin tras marcar el primer gol. Una cara que me parece una fotografía excelente de lo que es ese equipo y de lo que es ese vestuario. Me quedo con el derroche físico brutal e inconsciente que más tarde pagarían. Y me quedo con el resultado. Una victoria, la enésima, que nos mantiene en lo más alto de la tabla justo antes de acabar el año y brindar por lo que dejamos atrás. El partido ha sido tenso y he tenido que masticar más nervios y tensión de lo que estaba previsto pero el sufrimiento sabe mucho mejor cuando vale para algo. Bendito sufrimiento. Bendito año 2013.

El partido empezó con sorpresa. El Levante de Caparrós salía al campo con un nivel de intensidad muy superior a los colchoneros, y eso son palabras mayores, lo que les permitió dominar con creces los primeros segundos. El equipo granota llevó la iniciativa, asustó con una primer acercamiento y silenció al estadio con un gran gol. No habían pasado ni dos minutos. El Atleti, poco acostumbrado a nadar en estas aguas, se quedó aturdido. Raro, muy raro, en el equipo de Simeone pero la realidad es que los rojiblancos parecían sonados y el Levante un equipo con las ideas muy claras. Se habían cambiado los papeles. Durante diez minutos ese fue el guión del partido y en el aparecían con inusitada intensidad muestras de nerviosismo, imprecisión y errores en una zaga, la colchonera, que llevaba meses rozando la excelencia. Gran trabajo de los de Caparrós que sin embargo, tengo la duda que si orientados por su entrenador o no, decidieron defender demasiado atrás echando el guante al equipo madrileño. Y ese fue su error. El Atleti, aupado en un orgullo y una ambición que no estaba aquí hace poco pero que ha venido con su entrenador, se fue a por el partido y aunque aparecieron signos evidentes de ansiedad, malo, junto a varias imprecisiones que podían haber resultado en un efecto letal, malo, desarrollaron un derroche físico y emocional fabuloso. Poco a poco fueron cerrando al equipo rival a base de empeño y fuerza y empezaron a sucederse jugadas de ataque, fundamentalmente a balón parado. Sinceramente es muy difícil no sentir empatía con el equipo que se vio en esos minutos. Muy difícil no sentirse colchonero en esos momentos, independientemente de lo que ponga en el marcador. A pesar de un Villa que cada partido que pasa está más cerca de ser una rémora que un jugador fundamental y a pesar de un Tiago que en estos partidos de entrega y derroche físico se pierde para aparecer vulnerable y fallón. Pero ahí estaban los demás, especialmente oh rey Arda Turan y sobre todos un Juanfran soberbio. Suyo fue el pase a la cabeza de Godin que el uruguayo  remató con el corazón para hacer el 1-1. El Atleti siguió empujando y Villa pudo haber dado la vuelta al partido antes del descanso pero los levantinos se fueron vivos al vestuario.

Pero duró poco ese empate. Al poco de volver al césped un balón colgado al segundo palo es empalado con la zurda de Diego Costa de forma imposible para hacer el segundo. Soberbio gol del hispano-brasileño que es evidente que no tiene límite. Hoy volvió a desesperar a la defensa rival y volvió a ser letal en el área. Ya no hay dudas de que en todo lo bueno que le pasa al Atleti en los últimos tiempos él tiene bastante culpa. Los de Simeone levantaron entonces el pie del acelerador. Era imposible mantener ese nivel mucho más tiempo y enseguida se vio que las reservas estaban tocadas. Que el equipo pagaría en algún momento las consecuencias. El balón seguía en campo levantino y la iniciativa parecía seguir correspondiendo al Atleti pero la chispa no era la misma. Algo completamente comprensible, por otro lado. Estoy convencido de todas formas de que el partido hubiese muerto de seguir con esa dinámica unos minutos más y que lo más probable es que hubiese llegado el tercero de los del Cholo más temprano que tarde pero lo que ocurrió fue algo casi inédito, un fallo de Koke, que propicio una genial cabalgada de XXXX para que de forma valiente se plantara delante de Courtois y resolviese de forma magistral. El Levante empataba y el partido se complicaba de manera importante. Casi insalvable. Los rojiblancos tenían el balón y querían atacar pero ya no tenían velocidad ni frescura ni fuerza. La cara de los jugadores mostraban evidentes signos de agotamiento y las ideas se agolpaban en jugadas demasiado previsibles. La cosa pintaba mal pero los jugadores siguieron buscando recursos donde no los tenían y siguieron mirando hacia delante, una de las premisas de Simeone: nunca girar la mirada. Siempre hay que seguir. Y siguieron. Y lo intentaron por izquierda y por derecha, hasta que llegó el enésimo pase diagonal a la espalda de la defensa valenciana que Juanfran recogió dentro del área. Es cierto que el defensor levantino llega tarde y lanza la pierna pero a mí, incluso viendo la repetición, me cuesta ver que eso sea penalti. Pero lo pitó y Diego Costa lo transformaba aupándose a lo más alto de la tabla de goleadores, aupando a su equipo al primer puesto de la clasificación por el camino. Los últimos minutos fueron de agonía extrema. De esa que no habíamos vivido esta temporada. El levante se fue a por un partido sintiendo que el marcador no hacía justicia a lo que había pasado (y tenía razón) mientras el Atleti se desangraba tirando de las últimas trazas de energía que todavía le quedaban. Pero lo consiguieron. Ganaron el partido y siguen invictos en casa.

El Atleti despedirá el año en lo más alto de la tabla, con un equipo compacto, robusto, unido y convencido de que puedan ganar a cualquiera, algo tan difícil de tener como maravilloso de disfrutar. Disfrutémoslo. Despidamos el 2013 como se merece y recemos para que el 2014 sea lo más parecido posible. Y ustedes disfruten de las fiestas navideñas y tengan una feliz entrada de año. Les deseo lo mejor.  

Objetivo evidente

At. Madrid 3 - Valencia 0

El cronómetro rondaba el minuto 90 y el marcador señalaba un contundente 3-0. Los signos de cansancio eran evidentes tras librarse esa batalla del segundo tiempo en la que el Atleti había pasado por encima del Valencia, quedándose en lo más alto de la tabla y empatado a puntos con el FC Barcelona. Sería natural que hubiesen aparecido entonces los primeros signos de relajación pero la realidad es que no aparecieron. Los jugadores reclamaban velocidad a los recogepelotas a la hora de devolver el balón y en el banquillo se podía observar la figura de Simeone requiriendo, con pasión, un cuarto gol que hubiese colocado al Atleti en el primer puesto de la clasificación. Una mera anécdota sin valor, cuando todos sabemos que los empates en liga de deciden por el computo particular entre los equipos empatados. Una anécdota que sin embargo está cargada de mensaje y de valor simbólico. El de la ambición desmedida que ha inculcado a equipo y club el entrenador. El de la entrega absoluta a la causa y el del convencimiento pleno de que no hay tiempo para bajar el pistón. Que sólo desde el esfuerzo extremo y el trabajo, sin especulación, llegan los resultados. El periodismo ilustrado vio también la imagen pero ellos, confundidos por ese grano en el culo que les ha salido para alimentar el duopolio mediático, lo interpretaron, como siempre, a su manera. Para los notarios de la realidad la imagen de Simeone era una prueba “inequívoca” de que eso del “partido a partido” es una filfa y que el Cholo quiere ganar la liga. A ver, señores periodistas, ¿Cuándo ha dicho Simeone que no quiera ganar la liga? ¡¡Por supuesto que quieren ganarla!! Es que la pregunta nunca ha sido esa. Las preguntas, cocinadas siempre desde el punto de vista de ese supuesto aficionado “típico” y artificial que ustedes han fabricado, son bastante más sibilinas y únicamente tienen la intención de desestabilizar. A ustedes, señores periodistas de éxito, les importa una mierda analizar con rigor el discurso de Simeone por la simple razón de que no encaja en su guión ya establecido y su colección de platos precocinados que es lo único que saben vender desde hace ya demasiado tiempo. Si ustedes le preguntan a Simeone (o a cualquiera de sus jugadores o a mí) si son candidatos a ganar liga le contestarán (le contestaré) que el reto, a día de hoy, por lógica, es ganar el siguiente partido. Contestar otra cosa sería en el mejor de los casos una estupidez. Pero si ustedes le preguntaran a Simeone (o a cualquiera de sus jugadores o a mí) si quieren ganar la liga, le contestarían (le contestaría) que sí. Sin dudarlo. Si no son capaces de ver la compatibilidad en todo esto es que su problema de capacidad es incluso peor de lo que parece.

El enésimo partido del Atleti en el Calderón resuelto con goleada tuvo sin embargo truco. No fue precisamente fácil. Aterrizaba en el Manzanares un equipo al que hacía varios años que no se ganaba en liga. Ni dentro ni fuera del propio estadio. Lo digo porque últimamente, incluso en el Atleti, tendemos a olvidarnos muy pronto de las cosas. El Valencia es un histórico en horas bajas que atraviesa un episodio de terror, de esos que a nosotros nos son tan familiares. Con una plantilla menguada con respecto a otros cursos pero aun así, objetivamente, una de las mejores de primera división. También con uno de esos entrenadores crecidos, cuya obsesión por correr más de la cuenta y merendarse la cena le han perjudicado convenientemente. Pero el conjunto levantino salió bien al césped. Conscientes del nivel del partido, asumiendo su papel de no favorito, optó por construir el futuro a partir del rigor táctico, la intensidad y sabiendo que dejar pasar el tiempo con 0-0 corría a su favor. Y lo hizo. De hecho durante varios minutos tuvieron el balón y metieron al Atleti muy cerca de su área. Sin profundidad de cara al gol pero jugando bien, ocupando bien el campo y tapando perfectamente al rival. El Atleti consiguió recuperar el balón relativamente rápido pero no era capaz de hincar el diente al bien estructurado equipo che. Un equipo, el valenciano, que acumulaba jugadores en el centro del campo y obligaba a los colchoneros a sobre elaborar las jugadas hasta perderse en filigranas estériles. También fueron muy hábiles de los de Djukic para parar el ritmo del partido cada vez que los colchoneros intentaban acelerar. Apenas hubo ocasiones en toda la primera parte en la que el equipo levantino salió reforzado y los de Simeone no atinaban con la forma de abrir el partido y llevar el juego a su terreno.

Pero la segunda parte fue diferente. Simeone había visto que el Atleti, en su intento desesperado por marcar, había estirado demasiado las líneas y estaban jugando muy separados. Fue la primera receta mágica que hizo cambiar las cosas. La segunda fue la de aplicar un poco más de intensidad. Recurriendo entonces a la marca de la casa, equipo junto y ritmo, los rojiblancos se dedicaron a jugar casi exclusivamente en campo contrario, a abrir el campo por las bandas, a estar mucho más activos arriba y a empezar a llegar con peligro. También empezó el recital de Diego Costa, un jugador superlativo que sin dejar de hacer lo que ya antes hacía bien, incorpora cada día nuevos recursos a su repertorio. Está de dulce y a estas alturas, por méritos propios, es ya un delantero de talla mundial. Tremendo jugador. Y como no, suyo fue el primer gol. Simplemente recogiendo un balón en el centro del campo, llevándolo en eslalon vertical hasta el área y empalándolo para, casi sin ángulo, meterlo en la red (con ayuda del portero rival, para mi gusto).

Todos sabíamos que en cuanto el Valencia, un equipo muy tocado anímicamente y con grandes dudas en sus propias posibilidades, recibiese el primer gol se acababa el partido y así fue. Afortunadamente éste llego avanzada la segunda parte porque de otra manera, estando además como está el Atleti, el resultado podría haber sido de escándalo. Más todavía. Simeone decidió enseguida sustituir a Villa por Raúl García. Solamente a través de ese respeto reverencial que el Cholo tiene por los códigos de vestuario se puede explicar que el navarro no sea titular a estas alturas y si lo sea Villa. El Güaje no está. No creo que sea un tema físico (se le ve bien) sino de chispa. De inspiración. No está. No se va de nadie y no le sale nada. Creo que merece un poco de banquillo y creo además que le vendría bien. En el otro lado está Raúl García. En estado de gracia. Nada más salir aprovechó un rechace en el área para hacer el segundo. El tercer gol vino de nuevo de la mano de Diego Costa que seguía en su empresa personal por demostrarle al mundo lo que es. Primero marró un penalti que pareció haberlo dejado tocado como si su error le privara al Atleti de ganar la Copa de Europa. Es tremenda la ambición que tienen hoy en día los jugadores que llevan la camiseta del Club Atlético de Madrid. Pero el hispano-brasileño siguió intentándolo hasta que llegó un segundo penalti. Simeone dijo que lo lanzara Raúl García pero los jugadores, haciendo gala de esa comunión verdadera, esa fortaleza anímica que les hace ser equipo por encima de jugadores, decidieron que era Diego Costa el que tenía que lanzarlo. Y lo hizo. Y metió el 3-0. Y el equipo salió reforzado.

Suma y sigue. A falta de tres jornadas para terminar la primera vuelta seguimos en lo más alto con las señas de identidad intactas y dando una imagen de poderío y seriedad que me hace sentirme muy orgullosos de mi equipo. Por supuesto que queremos ganar la liga pero el objetivo es evidente: partido a partido.

Juguetes amortizados.

At. Madrid 4 - Austria Wien 0

La lengua castellana es rica, compleja y con una variedad infinita de matices que sirven para definir o explicar cualquier cosa. Bien, pues desde hace meses se nos está quedando pequeña para contar, sin repetirme, lo que pasa en el Atleti. Asusta. Sometidos a este infernal calendario en el que las cosas pasan a toda velocidad, generalmente nos es imposible recrearnos en nada y cualquier atisbo de melancolía o reposo mental sobre una determinada sensación placentera es devorado de inmediato por la inmediatez de la actualidad. Pero deberíamos hacer el esfuerzo. Sitúense en otros tiempos, lejanos y no tan lejanos, en los que la Champions League era un torneo que, como las Ligas Mayores de beisbol el 6 naciones o la NBA, veíamos por televisión sin demasiada presión. En el mejor de los casos, en tiempos del inefable Aguirre, era simplemente un “premio” que disfrutar sin grandes alharacas. Como un juguete usado y amortizado que se lo das a un niño malcriado para que lo destroce. “No era nuestra guerra”, decían. Vuelvan ahora al día de hoy. En noviembre, cuando todavía no están puestas las luces de navidad por las calles y a falta de dos partidos para terminar la fase de grupos (¡sobre un total de seis!), el Club Atlético de Madrid es ya matemáticamente primero de su grupo. Simeone podrá sacar a todos los reservas en San Petesburgo o en Madrid frente al Oporto, dos partidos que en el momento del sorteo inicial parecían no sólo claves sino de gran desgaste y que ahora aparecen como… como juguetes amortizados que puedes tirar a los niños para que los destrocen. ¿Notan la diferencia? Es evidente que sí. Por eso cuando Aguirre desgraciadamente entrenaba este equipo (con Agüero, Forlán, Simao y Maxi, que no eran tuercebotas, precisamente), aun ganando, un servidor llenaba las páginas de esta bitácora de rabia, dolor y sentimiento de incomprensión. Era una cuestión de concepto y no de números. Por eso ahora, incluso perdiendo, soy la persona más feliz del mundo. De entre todos los méritos que tiene Simeone, el más importante de todos es haber recuperado el Club Atlético de Madrid para los atléticos. El verdadero Club Atlético de Madrid y no cualquiera de los miles de sucedáneos baratos que han pululado por nuestra historia.

La crónica del partido contra el Austria de Viena no tiene, afortunada o desgraciadamente, mucho recorrido. El ambiente era muy frío al inicio del partido (afortunadamente se fue caldeando según entraba gente en el Calderón hasta completar un aforo bastante decente) y lo único que se hacía notar era no solo la animosa parroquia austriaca, situada en el fondo norte, sino también gran cantidad de extranjeros que me rodeaban. Resulta que ahora estar en Madrid y ver un partido de Champions con el equipo en mejor forma de Europa, pasa por visitar el Vicente Calderón. En diez minutos vimos lo que iba a pasar esa noche. Diez minutos que fueron como esa escena que se repite de forma periódica en las películas de Bud Spencer y Terence Hill y en las que el inmenso Bud agarra de su cabeza a un rival que trata de emplear todos sus recursos para pegar al grandullón pero que separado por el inmenso brazo que lo tiene sujeto de la cabeza, es incapaz de golpear nada. En el momento en el que el amigo Bud se aburre de la situación, sacude un mandoble al anónimo luchador y lo deja KO. Eso fue lo que ocurrió. El Austria salió con intensidad, con un buen planteamiento táctico y con un excelente manejo del balón. Fue capaz de meter al Atleti en su campo durante cinco o diez minutos, merodear el área de Courtois e incluso lanzar un tiro lejano que se acercó mucho al poste. El Atleti mantenía el brazo alargado sosteniendo la cabeza del Austria hasta que se aburrió de la situación. Corner desde la derecha, lío en el área, rechace que coge Miranda y gol. Fin del partido.

A partir de ahí el Atleti metió tres goles más como podía haber metido quince. Las buenas artes del portero rival, cierta relajación (aunque no mucha, no se crean) y ciertas querencia por hacer ejercicios de malabarismo y filigrana para regocijo de la grada, hicieron que la herida no fuese mucho mayor. El rival desaparecido. Con cada gol de los rojiblancos el rostro de los austriacos parecía decir: bueno, ya queda menos. El segundo tanto llegó con un remate de cabeza (de espaldas) de Raúl García a pase de Diego Costa también desde la derecha. Por hablar un poco de fútbol debo decir que me gusta más el dibujo que sacó el Cholo, con un centrocampista más. Aunque sea Raúl García. Quiero decir que me pareció buena idea quitar a Villa para dar minutos a Adrián en lugar de lo que hizo el domingo frente al Athletic.

Poco antes de llegar al descanso Filipe Luis aprovechó un balón por su lado izquierdo para hacer el tercero así que a la vuelta del vestuario, ya con el bueno de Óliver Torres (buena segunda parte del canterano) en el campo, la noche se antojaba larga para unos aficionados austríacos que no volvieron a cantar nada. Ni siquiera ese misterioso, incomprensible y absolutamente estúpido, “U-U-Ultra sur” que soltaron un par de veces. Leo por ahí que había infiltrados de la conocida peña madridista entre los aficionados del Austria. Se me hace difícil comprender la razón pero la verdad es que tampoco me interesa. Cosas verederes amigo Sancho. Con el partido resuelto Simeone se permitió enseñarnos a Guilavogui para demostrar que era verdad. No es el mejor partido para sacar conclusiones pero al menos no defraudó. En la parte positiva buen manejo del balón y ganas de agradar. En la negativa lo vi algo lento y con algún que otro despiste impropio de la élite  También saltó al campo el Cebolla, que hizo buenos minutos y provocó un claro penalti que Diego Costa falló. Un Diego Costa que para mi gusto debería haberse ido al banquillo en el descanso, en previsión de males mayores. Enchufadísimo, como siempre, el próximo internacional español recibió patadas a diestro y siniestro (también como siempre, por cierto). Creo que era un riesgo innecesario exponer al jugador a una lesión, pero el Cholo tiene sus códigos y no negocia con estas cosas. Al final Diego Costa se salió con la suya y volvió a marcar tras una gran jugada de Óliver Torres y taconazo de Raúl García.

Enésimo partido de poderío del nuevo Atleti que, de espaldas a los medios de comunicación madrileños y españoles (aunque esa es otra historia), nos coloca en lo más alto de Europa. Uno tiene la mala costumbre de ojear de vez en cuando la prensa de fuera y les aseguro que lo que dicen por ahí de nuestro equipo no tiene nada que ver con lo que vemos cada mañana en el quiosco de al lado de nuestra casa. Mientras los “analistas” patrios ignoran (y desprecian) al conjunto colchonero fundiéndose con gran empeño en esa especie de bacanal binaria de la estupidez, la soberbia y el forofismo más putrefacto y que defecan a diario para nuestra desgracia, por ahí fuera, con rigor y criterio, nos dedican tiempo para analizar una realidad más que evidente. Me siento un extranjero en mi propio país pero desgraciadamente no es nada nuevo.