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Adiós


Real Zaragoza 1 - At. Madrid 3

“Más traiciones se comenten por debilidad que por un propósito firme de hacer traición” (François de la Rochefoucauld)

Pues efectivamente, se acabó lo que se daba. Para los colchoneros el día de hoy era un buena oportunidad para disfrutar del fútbol de emoción desde la cómoda barrera del que ya lo tiene todo hecho y así ha sido. Para otros equipos, como los finalmente descendidos (Mallorca, Deportivo y Zaragoza) o esa Real Sociedad de Champions League, la jornada de hoy era sin embargo épica. Mítica. Histórica. La liga española es esa competición tramposa y asimétrica que está gestionada por un puñado de truhanes con careta y que a costa de repartir el suculento pastel entre un puñado de amigos se está cargando la posibilidad de un estupendo torneo. La nefasta gestión de los recursos, el lamentable reparto de las ganancias obtenidas así como la vergüenza que supone el que diferentes equipos jueguen con diferentes reglas, está haciendo que la mal llamada “liga de los campeones” se esté consumiendo como un fósforo abandonado. Pero sigue todavía teniendo sus momentos. Especialmente cuando no están involucrados los dos equipos-monstruo que juegan con las cartas marcadas.

El Atleti ha vencido 1-3 en zaragoza, en un partido que al final ha resultado intrascendente. Puede que no lo escuchen en ningún sitio pero el cuadro madrileño ha dado una lección de respeto por la competición. Siendo juez de cosas importantes cuando el equipo estaba sin jugarse nada, envuelto en una oleada de festejos y sufriendo viajes incomprensibles a la otra punta de Europa, el cuadro colchonero ha competido como el que más. Llevando hasta el último partido de liga lo que ha sido una constante del equipo de Simeone durante toda la temporada: la intensidad, la entrega y la competición. A pesar de afrontar el encuentro con una alineación de circunstancias y pensando sobre todo en las vacaciones, el partido ha estado controlado por el Atleti en todo momento. Salvo una serie de errores que han supuesto alguna ocasión maña, errores más propios de la falta de tensión que de otra cosa, la sensación era la de que en cualquier momento los del Cholo finiquitarían el partido. Pero a pesar de la nueva exhibición que ha dado Diego Costa y que podría haber marcado en cualquier momento, tuvimos que esperar a que faltasen cinco minutos para ver una soberbia jugada del turco Turan por la izquierda que metiendo el balón por la escuadra pusiese el 0-1. 

En apenas unos segundos los aragoneses conseguían empatar con una jugada algo accidentada que aprovecha Helder Postiga pero fue un simple espejismo. El brasileño Costa decidió entonces destrozar a su rival con dos nuevos goles de gran delantero. El primero rematando con clase y precisión un pase abierto desde la izquierda que empala de primera. El segundo tras una jugada accidentada, iniciada por el mismo, que remata en boca de gol. De todo esto tuvo bastante culpa la salida al campo de un Óliver Torres que modifico el partido en cuanto apareció para llevarlo a posiciones mucho más cercas de lo que debería ser el fútbol. Muy buenos minutos del canterano.

El Atleti acaba así una campaña soberbia. Una temporada que aparte del maravilloso título de Copa y el trofeo virtual de disputar la fase de grupos de la Champions League ha dado con una fórmula, la de Simeone, que se antoja como definitivamente válida. Un proyecto en el que creer y sobre el que construir. Un proyecto ilusionante, que con una columna vertebral que se adivina sólida parece optimista pensar en las posibilidades que puede alcanzar un equipo reforzado, que tenga pensados los mimbres adecuados. Tiempo habrá de hacer balance y de analizar, de forma tranquila y sosegada, la evolución del equipo, lo que ha sido y lo que puede ser.

Pero me van a permitir que hoy no sea. Hoy no tengo ganas porque hoy es el día en el que ese “profesional” que profesa una obsesión por el gol sólo comparable con la que tiene por el dinero, ha decidido entre lágrimas de cocodrilo largarse de nuestro Atlético de Madrid. Un club que, estoy convencido, jamás ha llegado a entender ni asimilar. También hablaré de esto en un par de días, cuando después de respirar muchas veces evite que las únicas palabras que se agolpen en mi cabeza sean insultos.

La liga dice adiós y adiós dice Falcao. Lo primero tiene solución y se curará en unos meses. Lo segundo no la tiene, por mucho que sorprendentemente muchos aficionados lo vean como “normal” o “previsible” o “lógico”. Empezará otra historia que será mejor o peor pero  esta ya está muerta y yo la siento como una, otra, traición. Pequeña o grande, ¿qué más da? Mi agradecimiento y apoyo a los que se quedan. También a los que se van por circunstancias de la vida. A los que se van voluntariamente cuando eran adorados y vivían en el Olimpo de los elegidos sólo me queda decirles que no les entiendo y que no comparto su voracidad por el pecunio. Sólo me queda también empezar a ignorarles tragando la rabia y puesto que pasan a ser potenciales enemigos, desearles deportivamente todo lo peor.


Salto de potro

At. Madrid 1 - FC Barcelona 2

Por cosas que tampoco vienen a cuento ahora mismo, el que escribe estuvo un año entero en un gimnasio practicando ese deporte olímpico llamado gimnasia deportiva. Como es conocido, una de las disciplinas que conforma tan sacrificado deporte es la de salto de potro y esa fue precisamente mi pesadilla durante aquel año. Mientras en el resto de cosas avanzaba de forma más o menos regular y conseguía disfrutar de ellas, el enfrentarme a semejante tocho de madera provocaba sudores fríos en mi cuerpo. Tenía las facultades, el aprendizaje, la velocidad y la fuerza para saltarlo con cierta dignidad pero la realidad era que o me quedaba colgado ridículamente a mitad de camino o me hacía daño. A veces mucho. Cuando esto ocurría, mi entrenador siempre aparecía de inmediato y lejos de reconfortarme me reprendía con muy malos humos. Nunca olvidaré lo que me decía y no sólo porque siempre era lo mismo sino porque tenía razón. “O vas con todo o no vas”, me decía. “Lo que no puedes hacer es arrepentirte o dudar a mitad de camino porque entonces las consecuencias son las que son”. Y tenía razón. Lo supe el día que por fin salté sin guardarme nada y conseguí llegar con mucha dignidad al otro lado. 

Hoy, según paseaba por el Paseo de la Chopera camino del Calderón, discutía con mis amigos de twitter sobre la sorprendente alineación del Cholo. Una selección de jugadores plagada de titulares que bien podría haber sido la alienación que el equipo sacara de estarse jugando algo de verdad con el FC Barcelona. Pero es que no nos jugábamos nada y en menos de cinco días si que poníamos en liza lo que puede ser la guinda de la temporada. El debate fluctuaba entre los pragmáticos que se echaban las manos a la cabeza por exponer a una tarjeta roja o una lesión a los jugadores que el próximo viernes nos tienen que traer la Copa del Rey y los que tiraban de corazón y aplaudían la decisión del argentino, basándose en argumentos próximos al honor o el orgullo de ganarle al todopoderoso Barça, con la posibilidad añadida de absorber una última dosis de optimismo y confianza de cara a la cita definitiva. Dos opciones muy lícitas. Personalmente no tenía muy clara la decisión. Gustándome eso de jugar con los mejores contra el Barça, la cruda realidad de una plantilla cogida por los pelos despertaba ciertos temores en mi persona. Pero me temo que ese debate interno que tenía yo, que no soy nadie, también lo tenía Simeone y todos y cada uno de los jugadores. Al final el Atleti ha dudado por el camino, como hacía yo al saltar el potro. Habiendo decidido saltar (ya que podía haber sacado un equipo de circunstancias y no dar explicaciones a nadie) a mitad de camino entendió que era mejor no darlo todo y las consecuencias han sido las que mi entrenador de antaño vaticinaba. No has saltado el potro y encima te has hecho daño. Afortunadamente un daño exclusivamente anímico. Creo. 

El partido empezó siendo una fiesta. Un estadio lleno, una tarde preciosa, un equipo de balonmano vitoreado que sacaba a pasear su reciente Copa del Rey, un FC Barcelona aplaudido por su campeonato de liga y un partido en ciernes. El ritmo de comienzo fue bastante bueno para las premisas que acarreaba el partido, pero poco a poco se fue poniendo en su sitio. Un Barcelona apático que se limitaba a tirar de su consabido guión de toque-toque-toque y un Atlético de Madrid voluntarioso que como si de un entrenamiento se tratara, se aplicaba a la disciplina de equipo con intensidad y rigor pero sin demasiada mordiente. Mediada la primera mitad, ya vimos todos que aquello era más o menos una pachanga con público. Sin apenas llegadas, ni ocasiones, ni faltas, ni polémicas, ni meter la pierna, ni arriesgar nada, la primera parte fue una buena ocasión para tostarse al sol y charlar con los amigos. 

La segunda parecía seguir los mismos derroteros pero un fallo de la defensa catalana provocó que Gabi desde el suelo habilitase un balón a Falcao que arrastrando la puntera hizo el primer gol del partido. Los minutos siguientes, probablemente por el subidón de darse cuenta de la cantidad de gente que les estaba viendo, fueron los mejores de un Atleti que se fue arriba con alegría y con el talento de ese genio llamado Arda Turan (ayudado por un cada vez más imponente Koke) y que pudo sentenciar el partido en un contrataque en el que el otomano se emborrachaba de balón ya delante del portero. Simeone entendió entonces que era momento de empezar a tomar precauciones y fue quitando del campo a Turan y a Falcao. En ese momento también, un inapetente (y algo engreido, para que negarlo) Messi decidió largarse del campo, es de suponer que por molestias físicas, dejando al equipo con diez. Todo parecía claro y diáfano para los colchoneros pero entonces el Atleti decidió relajarse y olvidarse del rigor o la mínima tensión que requiere un partido de primera división. Y lo pagó. 

Primero con una ingenuidad defensiva propia de otros tiempos que dejaba que un hasta entonces inoperante Alexis rematara casi sin querer para hacer el empate. Minutos después Juanfrán decidió con todo el Atleti en campo contrario hacer un pase de fofito que iniciara un contrataque blaugrana y que dejó un remate franco de Villa en el borde del área pero que al igual que sus compañeros tampoco tenía la tarde y lo mandó fuera de los tres palos. “Afortunadamente” el bueno de Gabi estaba por allí para recoger el balón antes de salir y meterlo en su propia portería con bastante mala suerte. El Barcelona remontaba el partido con diez y sin despeinarse. El Atleti se quedaba con cara de calabazas pensando que para este viaje no necesitaba esas alforjas. 

Partido de entrenamiento con publico, si, pero partido de los que te deja cara de atontado. No debe tomarse como referencia para lo que tenga que pasar el viernes, porque son cosas completamente distintas, pero es difícil no tomar la reflexión de que en liga el Atleti es incapaz de ganar a los equipos de la parte alta de la tabla. Es así. Ni por las buenas ni por las malas. En cualquier caso en cinco minutos todo esto estará olvidado y sólo tendremos una cosa en la cabeza. El estadio Santiago Bernabéu. El próximo viernes. Será la final del Campeonato de España. Lo que muchos denominan La Copa de Rey.

Espíritu alemán

Celta de Vigo 1 - At. Madrid 3

Un amigo mío escocés, muy aficionado al fútbol también, me hizo una vez darme cuenta de una cosa. Él tenía la teoría de que el espíritu ganador es una cosa global, colectiva y no individual. Algo que tiene un equipo o una entidad independientemente de los jugadores que estén y me ponía como ejemplo de ello a la selección alemana. Para demostrarlo me mostró un vídeo de las semifinales de uno de los mundiales que ganó Alemania. No recuerdo que año fue ni contra qué rival jugaba pero eso es algo irrelevante. Lo que mi amigo quería enseñarme es lo que hicieron los jugadores nada más terminar el partido y clasificarse para la final de un campeonato del mundo. Unos jugadores que no tenían el nombre de otras veces y que no eran favoritos. No hicieron nada. Saludaron al rival, se bajaron las medias a los tobillos, se abrazaron con frialdad, aplaudieron a la grada y se fueron al vestuario. En sus cabezas eran conscientes de haber hecho nada más que lo que tenían que hacer. Ser campeones del mundo es lo que había que celebrar. Y lo fueron. Y lo celebraron. Hoy, cuando al acabar el partido han enfocado a Simeone he visto un tipo serio, que saludaba a sus rivales y sus pupilos, que se bajaba las medias a los tobillos y que, satisfecho por la labor cumplida, se marchaba a los vestuarios sin aspavientos. Acababa de sellar la mejor clasificación del equipo en 20 años. Hace muy pocas temporadas, cuando un mejicano de verbo florido y beligerantes conceptos del fútbol ocupaba el baratísimo banquillo colchonero, recuerdo con desgana como un puñado de desinformados aficionados colchoneros tenían la osadía de ir a celebrar a Neptuno un cuarto puesto que tras una desastrosa temporada el equipo había conseguido. Aquello me provocó un bochorno inmediato, pero el bochorno se transformó en indignación cuando también observé como desde el club, probablemente uno de los sitios dónde peor se conoce y se trata la historia del Atlético de Madrid, no sólo no se denunciaba tamaño despropósito sino que incluso se alentaba. La indignación se hizo directamente ira cuando además comprobé que los medios de comunicación, ese infalible Ministerio de la desinformación que nos bombardea a diario con su visión binaria del mundo, seguía en la misma línea. Hoy, algunos años después y exclusivamente gracias a un señor argentino llamado Diego Pablo Simeone, todo eso suena simplemente a un mal recuerdo. Hoy todo esto se parece bastante más al Atlético de Madrid de siempre. Al de verdad. Hoy, después de veinte años, el tercer presupuesto de la liga ha quedado matemáticamente tercero en la clasificación. Con brillantez y poderío. Tres jornadas antes del final. Sin épica. Sin sufrir. Bajándonos las medias y volviendo al vestuario con el deber cumplido. Sin invocar celebraciones que no proceden. Sin aspavientos. Recuperando el espíritu alemán. El espíritu ganador. 

El partido además dejó un gran sabor de boca. Si hace unos días me quejaba amargamente de una mediapunta compuesta por Raúl García y Cebolla que se perdía en el barro, hoy Simeone me consolaba colocando a Diego Costa y Koke es esa posición. Fue pasar de un cielo completamente cerrado y tormentoso a uno de un azul cristalino. El Atleti, como casi siempre es rutina, se hizo dueño del partido nada más pitar el árbitro pero esta vez a su dosis habitual de entrega e intensidad se le sumo un cariño por el balón y la circulación del mismo desconocidos por estos lares. El juego pasaba siempre por un Koke que cada vez se hace más vital en este equipo y llegaba con fluidez a la parte de arriba, sobre todo a la banda izquierda en la que habitaban Costa y un excelente Filipe Luis. Enfrente el Celta de Abel. Un equipo atenazado por la presión que obsesionado por los puntos trataba de jugar muy juntos cerrando todos los espacios. El Atleti dominaba pero no tenía ocasiones. Aquella efectividad que sorprendió a propios y extraños a principio de liga parece haberse perdido por el camino y al equipo le cuesta mucho más ahora hacer ocasiones de gol. Las pocas de las que dispone además no se resuelven con la solvencia con las que se resolvían entonces. Una gran parte de la responsabilidad debe recaer, lógicamente, en un Falcao que no termina de coger la forma y al que se le sigue viendo ansioso y algo desubicado pero también en sus compañeros de vanguardia y retaguardia que no están finos tampoco en la finalización. La mejor ocasión del Atleti estuvo en las botas de Adrián, flojo y apático otra vez el asturiano, que con toda la portería a favor tras buena dejada de Falcao, marró el tiro a las nubes. Irónicamente la oportunidad más clara fue sin embargo del Celta con un tiro alejado que Cortois, poco después de batir otro mítico récord de imbatibilidad de Abel, despejaba de forma poco ortodoxa. 

El Atleti se iba al descanso con un empate a cero que se antojaba algo injusto pero tuvimos poco tiempo para lamentarlo. Nada más volver de la caseta, la enésima jugada de estrategia de Simeone que sale bien ponía el 0-1 en el marcador. Saque de esquina de Koke, peinada de Miranda y remate de cabeza de Diego Costa que se anticipa a su defensor ganando de forma magistral la posición. El gol sirvió para aumentar el nivel de nervios del equipo gallego que no tuvo ya más remedio que irse a por el partido con más fe que criterio. El encuentro se ponía franco para los de Simeone que enlazaban fácilmente un contrataque tras otro pero que, como ocurre últimamente, no conseguían rematar, a veces con demasiada candidez a la hora de terminar la jugada. Eso provocó que el partido se rompiese convirtiéndose por momentos en un ejercicio de ida y vuelta que no le convenía nada a los madrileños. La tesitura fue aprovechada por los celtiñas que consiguieron llegar alguna que otra vez con peligro pero que unas veces por la falta de acierto y otras por Courtois, hacían que el partido siguiese con el mismo marcador. Hasta que en uno de tantos contrataques tirados por los madrileños el balón llegó de rebote a Juanfran que disparando desde la frontal del área y dando el balón en un defensa rival, conseguía hacer el 0-2. 

El partido pareció morir en ese momento. Aunque la fiel afición celeste siguió animando incansable al desánimo, el equipo no era capaz de responder al entusiasmo y se perdía amargamente en el césped. Tampoco ayudaba mucho la red defensiva tejida por los colchoneros y el provocado ritmo pausado que tenían. El Atleti seguía dominando el encuentro pero esta vez sin balón. El Cholo cambiaba jugadores con vistas a los partidos del futuro y todos pensábamos que no ocurriría nada más hasta que una jugada aparentemente intrascendente acabó con un remate desde la derecha que sacó Courtois en primera instancia pero cuyo posterior remate por parte de Augusto se pasaba por debajo del cuerpo, en una acción que se puede considerar como fallo del portero. Uno de los pocos que tiene. 1-2. Los más agoreros tiraron entonces de recuerdos fantasmas y dramones de última hora pero a este equipo no le sientan nada bien esos estereotipos cinematográficos. Los colchoneros volvieron a situar el grado de intensidad al nivel que lo habían dejado desde hacía tiempo y en apenas unos segundos ya estaban con superioridad numérica dentro del área contraria. Tras una jugada algo accidentada el balón acaba en los pies de Falcao que esta vez se saca un soberbio recorte en una baldosa dentro del área para elevar el balón por encima del portero y clavarlo en la red. 1-3 que ya si era definitivo. Aunque pudo no serlo por la cantidad de ocasiones que llegaron después por parte de los colchoneros, con un Celta ya totalmente volcado y absolutamente desarbolado. La más evidente de ellas una llegada clara de Arda Turan que delante del portero envió el balón a la base del poste. 

El Atlético de Madrid sella así y antes de tiempo una magnífica competición liguera y una magnífica temporada. Independientemente de lo que ocurra en esa señalada final de Copa del Rey que todos tenemos señaladas en el calendario y en la cabeza. Tiempo habrá de hacer análisis, sacar conclusiones y pensar en los vicisitudes del futuro pero ahora es tiempo de disfrutar. De disfrutar primero de la tranquilidad de poder jugar la liga siendo un espectador únicamente con ganas de divertirse y después de ese partido frente al máximo rival que tendrá que ser una fiesta. Independientemente del resultado pero conscientes de que el destino nos debe una alegría como esa.

Traineras

Deportivo de La Coruña 0 - At. Madrid 0

El sábado por la tarde hacía un día precioso en San Sebastián. El que escribe tenía la inmensa suerte no sólo de estar por esas tierras sino de poder comer con amigos, como un marqués, en un magnífico restaurante de Pasajes-San Juán. Entre delicias del mar, cocinadas con gusto, y después de rematar la primera botella de vino, uno se dedicó a elogiar de corazón la gran temporada que está haciendo la Erreala pero indefectiblemente acabamos hablando del Atleti. Del Atlético de Madrid, claro. Curiosamente el único rival que ahora mismo tenemos los colchoneros es precisamente el equipo txuri-urdin. Pero mientras nosotros nos devanamos los sesos mirando los puntos que faltan para estar matemáticamente clasificados terceros, mis amigos gipuzcuanos no lo ven así. Su obsesión es el Valencia, equipo con el que entienden que se juegan el pase a Champions. Alejados ya del Madrid y a distancia sideral del Barça la situación del Atleti es un tanto extraña y da la sensación de que el equipo no sabe si mirar arriba, abajo, seguir corriendo o dejar de remar. Mientras mi cabeza se iba por la tangente pensando en estas cosas, al otro lado del cristal parecía haber una competición de traineras, algo muy típico en el lugar dónde existe una rivalidad milenaria entre un lado y el otro de la ría. Mientras unos equipos competían, otros estaban calentado en un espacio cercano y todo quedaba a la vista así que simultáneamente pude ver como los que competían no dejaban de remar hasta bien pasada la meta pero como cuando los que entrenaban dejaban de hacerlo, durante unos segundos, seguían prácticamente a la misma velocidad. Comentando la jugada con el comensal de al lado, experto en la materia, me dijo que dejar de remar en la línea de meta es algo así como un pecado. Ese último esfuerzo es el que te puede hacer perder lo que tenías ganado o vicebersa. En ese momento volví a pensar en el Atleti. Ustedes entienden la razón. 

Horas más tarde, mientras veía el partido del equipo en Coruña, trataba de no hacerme un esguince de mandíbula debido a los bostezos que tan atroz espectáculo me provocaba. El inicio de partido, antes incluso del pitido inicial, ya era suficientemente desalentador, echando simplemente un vistazo a la alineación. Vale que Koke y Costa estaban sancionados, vale que Tiago no parece estar recuperado. Vale que no hay más, pero una alineación con Cebolla y Raúl García entre Falcao y los mediocentros (cuando encima uno de ellos es el cada vez más lánguido Mario Suárez) es toda una declaración de intenciones. De intención de evitar el fútbol. De jugar a otra cosa. El uruguayo es un jugador de banda muy profesional y aguerrido pero que, como Falcao, depende mucho del juego del equipo. Típico jugador de banda clásico que necesita balones al hueco, dos contra uno en banda y cosas por el estilo. Cuando el epicentro del juego tiene que pasar por sus botas se pierde y no aporta más que entrega. No es ese jugador. Por otro lado Raúl García, sinceramente, no sé lo que es. Lo que si que sé es lo que no es. No es mediocentro, no es jugador de banda, no es mediapunta y no es segundo delantero. Dicho esto, ustedes me dirán que tipo de jugador es porque yo no lo sé. ¿Un mediocentro que necesita otros dos mediocentros por detrás? ¿Un mediapunta que necesita otro mediapunta al lado par mover el balón? Pues menudo negocio, entonces. Pero por ahí van los tiros, me temo. Con Mario, Cebolla y Raúl como eje constructor lo que ocurrió es lo que se anticipaba antes del inicio: la nada. La primera parte fue un aburridísimo ejercicio de centrocampismo táctico, patadones al cielo y esa contumaz alergia al balón que según pasan los partidos se hace cada vez más fuerte. Enfrente un Deportivo asustado y atenazado pero cuyo comportamiento se justifica por la situación límite que sufren. Un equipo obsesionado con el equilibrio defensivo que sin embargo cuando era capaz de tener el balón en campo contrario daba sensación de tener bastante más fútbol en sus botas que su rival. Especialmente cuando el balón pasaba por esa leyenda viviente que es Valerón. Un jugador de fútbol como la copa de un pino. Los últimos minutos tuvieron más y mejor ritmo y aquello empezó a parecerse algo más al bonito deporte del balompié. Cabe destacar el concurso de Adrían, más activo y atrevido que en toda la temporada, que aprovechando el bajo nivel general acabó por ser el tuerto en el país de los ciegos. 

La segunda parte tuvo sin embargo un Atleti con otro brío en apariencia. Más por efecto anímico y por intensidad que por fútbol los madrileños se adueñaron del balón y del partido y dominaron el encuentro. Eso si, sin ningún tipo de profundidad o brillantez. Nada. Un juego muy plano y previsible que no servía para despeinar a un bien colocado Deportivo que seguía esperando paciente su oportunidad al contragolpe. Una opción que a mi se me antoja sorpresiva viendo como cada vez que tenían el balón y lo circulaban no sólo aparecía un equipo muy distinto sino que hacía correr y descolocarse al Atleti. Pero todo siguió exactamente igual hasta más o menos el minuto 70 que fue cuando realmente empezó el partido. 

Si, me temo que todo lo anterior no debe asociarse a una crónica deportiva sino a otra cosa. El fútbol empezó a partir de que Arda Turan saltara al campo y pocos minutos después lo acompañara Óliver Torres. El turco es simplemente esencial para este Atlético de Madrid que guarda su capacidad creativa en pastillas infinitesimales. Arda es ese jugador que se pasea con criterio entre el delantero y los mediocentros, que guarda el balón, que inventa y que a diferencia de muchos de sus compañeros es bueno cuando el esférico está cerca. Es el único que tenemos. Lo volvió demostrar. Óliver era hasta ayer la canción del verano, la excusa barata de los periodista baratos que tratan de cocinar noticias basura para esa parte del graderío, simple y agradecida, que sólo entiende de mensajes simples y demagógicos. Para mí hasta ayer era un muchacho de 18 años que había destacado en las categorías inferiores, que tenía un gran futuro y al que había que proteger. Ayer demostró sin embargo que es un jugador de fútbol muy bueno y de un perfil que no tenemos. Un jugador de fútbol que quiere el balón y que sabe lo que hacer con él. Rápido, listo, creativo. Un tipo con personalidad que ayer no dudo en echarse al equipo a la espalda y hacerlo jugar. Ayer si. A partir de ese momento, durante esos 20 minutos, el partido se jugó en campo gallego y sólo tuvo un dueño. El Atleti llegó por la izquierda y por la derecha. Se vieron más pases con criterio que en los últimos partidos y además se pudo ganar. Falcao no estuvo fino en la recepción de un par de balones y Gabi lanzó un misil al larguero cuando el partido agonizaba. Aun así el árbitro anuló un gol en el último minuto por presunto fuera de juego. Muy dudoso, pero a mí en la repetición me lo parece. También es verdad que si no lo anula tampoco pasa nada. Pero aunque el Atleti fue claro merecedor de los tres puntos en esos 20 minutos y el único que lo intentó, hoy verán en los periódicos las quejas exageradas de los coruñeses contra el árbitro por unas manos de Juanfrán dentro del área en el tiempo de descuento. La repetición parece clara, es mano, pero en el campo es difícil de ver por no hablar del enigmático tema de la voluntariedad. Podía haber pitado penalti perféctamente pero hablar de robo arbitral me parece vivir en la luna de valencia. 

Empate que por lo visto asegura la Champions (lo que no es verdad ya que asegura exclusivamente la fase previa) pero que deja al equipo pendiente de cerrar la temporada como se merece. Todo parece indicar que así será, pero tengo miedo de que los jugadores, creyendo erróneamente que siguen viajando a la misma velocidad, dejen de remar en la línea de meta. Un pecado. Espero que no sea así.

Doctor, me llamo Atlético de Madrid y tengo un problema

At. Madrid 1 - R. Madrid 2

Por esas cosas de la vida yo jamas he sentido el deseo de fumar así que no soy precisamente un especialista en ese difícil arte de superar esa adicción. Sin embargo, es algo que he visto a mi alrededor y conozco sus síntomas, sus consecuencias y sus testimonios. La adicción tiene siempre una componente química o física y otra psicológica. La primera puede ser más o menos severa según los casos pero casi siempre tiene solución acudiendo simplemente a los mismos elementos que la han provocado. La adicción a la nicotina, una sustancia química, puede superarse fácilmente con pastillas, parches o mil y una otras opciones. Sustancias químicas. De esa manera tu cuerpo aprende a prescindir fácilmente o sin demasiado sufrimiento de una sustancia que químicamente necesita porque lo has acostumbrado. Eso es relativamente fácil. El problema está en el otro factor, el psicológico, que desgraciadamente es mucho más complicado. Ni siquiera los especialistas se ponen de acuerdo en definir la mejor forma de afrontarlo pero en lo único en lo que si coinciden es en que el enfermo necesita antes que nada reconocer que tiene un problema y que quiere superarlo. Creerte que efectivamente tienes una enfermedad y que eres un enfermo. El Atlético de Madrid tiene una enfermedad cada vez que se enfrenta al Real Madrid. Me parece obvio. Duele reconocerlo y tendemos a no quererlo hacer por aquello que supone. El “otro” equipo de la capital representa para los colchoneros, reconozcámoslo, todo lo que detestamos de la vida. Todo lo que no queremos ser. Representan esa vida que no queremos tener. Asumir que enfrentarse a ellos nos provoca esta rara patología que llevamos décadas soportando es asumir muchos demonios que se clavan en los más profundo del corazón pero también que esa suficiencia y personalidad con la que los colchoneros vamos por la vida se resquebraja en sus pilares más importantes. Tenemos un problema y me parece que es colectivo. De la institución. Del Club. De todos. Podemos culpar a la suerte, a Cerezo, a Gil, a Raúl García, a Simeone, o al Sursum Corda y seguramente todos tendremos parte de razón pero las cosas que se repiten de forma tan continuada no pueden ser casualidad, ni suerte, ni puede estar  su causa en un lugar tan claramente identificado. Cualquiera que sabe algo de estadística sabe que si tiramos un dado 25 veces y las 25 sale el número seis el dado está trucado. Los Atleti-Madrid están trucados. Cuando el Real Madrid iba a tirar la falta que ha supuesto el empate a uno el equipo blanco todavía no había tirado una vez a puerta, estaba perdido, por debajo del marcador y el Atleti dominaba el partido. A un vecino de grada se le ha escapado sin embargo un comentario: “verás como llegan una vez y nos meten un gol”. Probablemente era lo que estábamos pensando todos. Probablemente es lo que estaba pensando Cerezo y Gil y Raúl García y Simeone y el que recita el Sursum Corda. Señor Doctor, me llamo Atlético de Madrid y tengo un problema. Empecemos por ahí si queremos superarlo. 

El partido no podía estar en mejores condiciones para el Atleti. Posición cómoda en la clasificación, estupenda campaña, un estado lleno, entregado y sin fisuras y un rival sin sus estrellas pensando en otro partido y al que los puntos le daban igual. Habrá quien diga que todo esto era en esencia una presión adicional para el once colchonero que saltó al campo pero a mí ese tipo de análisis me provoca carcajadas. Presión es la que tiene el Depor o el Madrid el próximo martes. Lo que tenía el Atleti hoy no puede ser presión. Si lo es es que el equipo no está preparado para la elite. 

Hay que reconocer sin embargo que el equipo no salió mal al campo. Sin esa ansiedad de otras veces, con algo más pausa y hasta dominando. El Atleti de los primeros minutos era el Atleti de esta temporada de ensueño. Un equipo rocoso, ordenado, con personalidad, valiente y sobre todo intenso. El Atleti llegaba primero, llegaba fuerte, dominaba el balón y el ritmo de juego. No jugaba especialmente bien pero eso es algo que a lo que estamos acostumbrados. El Madrid parecía perdido, romo con el balón y su propuesta mediocre de fútbol encima no le salía bien. Entonces llegó un tiro desde la frontal que no paró bien Diego López y cuyo rechace es recogido por Godín en la derecha, que aprovecha para meter un buen balón al segundo palo donde entraba Falcao con todo para inaugurar el marcador. 1-o. Todo pintaba de maravilla. El estadio rugía y los más ansiosos hablaban de goleada. Tampoco parecía descabellado pensarlo a tenor de los siguientes minutos en los que todo siguió igual: poco fútbol, pelotazos, lucha greco-romana en el centro, un Madrid perezoso y un Atleti cómodo pero previsible. Hasta que llegó una falta bastante alejada a favor de los merengues. Di Maria mete un balón a la olla con buena rosca pero sin demasiado criterio. El balón pasa por toda la defensa tranquilamente, da en el pecho de Juanfran y se mete en la portería ante el estupor general. 1-1. En ese momento, entre las caras de pánfilo de los colchoneros, entre espectadores tocándose las canas, niños que preguntaban lo que había pasado y atléticos de cuna que tragaban veneno, aparecieron todos los fantasmas de antaño. Todos. Uno detrás de otro. Y se acabó el partido. 

El fútbol, eso si, escaso hasta entonces (estamos hablando del minuto 12), desapareció por completo. A partir de ahí asistimos a un soporífero ejercicio de centrocampismo barato, luchas, fallos, patadones y un sucedáneo de juego bastante previsible. Incluso algo así es algo comprensible y que habíamos visto otras veces. Pero esta vez lo distinto era el Atlético de Madrid. No estaba. Era otro equipo. El equipo que habíamos visto otros años. El de “siempre”. Un equipo que ya no era rocoso, ni ordenado, que mostraba una insultante carencia de personalidad, que parecía acobardado y que sobre todo se encontraba absolutamente falto de intensidad. Incomprensible en el partido emocionalmente más importante para el aficionado. El Atleti de Simeone es normalmente un equipo vulgar cuando no tiene intensidad. Si enfrente está encima el Madrid el adjetivo ya no es vulgar sino que pasa a tener tintes más humillantes. Antes del descanso no ocurrió nada pero si tuvimos tiempo suficiente para ver un par de cosas. La primera es que Mario Suárez no está a la altura de las circunstancias. Lento, aportando cada vez menos y sobre todo con una indolencia que se me antoja incompatible con el espíritu de Simeone. El centro del campo del Atleti tiene que estar poblado por jugadores con mucha más seguridad y jerarquía. Mario no lo ha sido. Lo segundo es que hemos podido ver algo que de repetitivo ya cansa. Raúl García, por su propio bien, no debería pertenecer a la plantilla del Atlético de Madrid. Ha demostrado que no es válido para este equipo ni de mediocentro, ni de mediapunta ni jugando en banda por detrás de los delanteros ni de nada. Ni segunda jugada, ni llegada, ni disciplina táctica ni gaitas. Su aporte es nulo y en muchos partidos acaba siendo además una rémora. Condenó por inoperancia la banda más vulnerable del Madrid (es cierto que no es jugador de banda) pero es que no aportó nada en ninguna de las otras facetas. Raúl García volvía hoy a salir del campo entre abuchéos de sus propios aficionados. Algo que me parece lamentable pero que empieza a ser inevitable. Si tuviésemos un director deportivo tomaría nota de estas cosas pero desgraciadamente no lo tenemos. Caminero no sé lo que es pero es otra cosa. Cualquiera, menos un director deportivo. 

Tampoco pasó mucho más después del descanso. Ambos equipos siguieron destripando terrones durante un buen puñado de minutos sin que pasase nada. Gabi lanzó a la grada un balón que encaraba sólo a la portería pero eso fue todo. También hubo un claro penalti a Falcao, por supuesto no pitado, pero que el árbitro no pite penaltis en el área del Real Madrid es algo que debe estar escrito en la parte trasera del reglamento español de fútbol. Eso y que Xabi Alonso tiene permitido patear y abofetear a quién quiera cuando quiera. Pero sería injusto hablar hoy de árbitros. Lo más grave para mí seguía siendo lo mismo de antes. Mi equipo. La falta de personalidad. Esa escuadra que había sido admirada por su intensidad y que hoy era tan blanda como una nube de algodón. Ni siquiera hacía faltas. El equipo que ayer era valiente y decidido hoy se escondía cada vez que tenía ocasión. Esa elogiada pareja de centrales que nos tiene enamorados hoy parecía una pareja de asustados bailarines aturdidos. Diego Costa seguía en su particular cuesta abajo, esa que lo aleja del fútbol y lo acerca a otro tipo de artes escénicas, y jugaba en solitario preocupado únicamente de si mismo. Apenas se puede salvar de la quema a un Filipe Luis voluntarioso y a un Koke que era el único que trataba de que lo que pasaba en el campo se pareciese algo al fútbol. El Madrid sin problemas. Muy bien ordenado, equilibrado en el repliegue y con una buena presión que le bastaba para que su rival tuviese pesadillas con el coco. En uno de los miles de errores en el centro que tuvieron los colchoneros Di Maria abrió una buena diagonal para que Benzema, con una suficiencia pasmosa, pusiese el balón dentro de la portería. 1-2. Fin del partido. Lo de siempre. 

El resto del tiempo hasta el final fue la humillante constatación de que los once jugadores vestidos de rojiblanco sobre el césped se sentían inferiores a su rival. Seguramente lo eran. Continuaron con ese anodino y previsible sucedáneo de fútbol que llevaban practicando desde el empate y que el Madrid neutralizaba sin mancharse las manos. No llegamos una vez a puerta pero es que es muy difícil hacerlo cuando tu única opción es colgar balones al área contra un equipo que defiende estático porque eres incapaz de descolocar. Simeone, muy tarde, trató de meter algo más de fútbol con Adrián y Cebolla que sustituían a dos que no deberían haber jugado (Mario y Raúl García) pero aunque el equipo pareció algo más dinámico era un espejismo y el resultado fue el mismo. Nadie tenia fe en que el marcador pudiese terminar de otra forma. Nadie. 

Derrota tremendamente dolorosa que no se puede esconder en la intrascendencia de los puntos, en la clasificación o en otros datos bañados en pragmatismo. Hemos perdido justamente contra el Real Madrid en el Vicente Calderón y eso es un torpedo en toda la línea de flotación del espíritu colchonero. Una puñalada. Algo que duele más que una derrota cualquiera. Algo que baña el ánimo de una afición que no se merece perder pero mucho menos perder siendo vulgar. Agachando la cabeza. Siendo dócil. Y estoy enfadado. Estoy harto de perder, señores. No me vendan éxitos ajenos que pretendan eclipsar esta hemorragia. Estoy harto de estar enfermo. Estoy harto. Tienen una oportunidad de curarse en unas semanas jugándose además algo que quedará para la posteridad pero no les veo capaces. No soy optimista y no me da la gana serlo. Seguimos acudiendo a los parches de nicotina cuando necesitamos tirar de fuerza de voluntad. Pueden cambiar la historia en la final de copa pero no creo que yo esté allí ese día para verlo. No me lo creo. No me pidan mi ayuda porque no la van a tener. Estoy demasiado cansado.

Feo

Sevilla FC 0 - At. Madrid 1

Decía Benito Pérez Galdós que él no tenía la culpa de que la vida se nutriese de la virtud y del pecado, de lo hermoso y de lo feo. Qué razón tenía. Simeone, haciendo suyo el pensamiento del escritor canario, ha hecho de esa reflexión su guía espiritual como entrenador del Atlético de Madrid. Incansable al desaliento, sudando optimismo sensato con cada declaración e impidiendo que ningún ente rojiblanco que caiga dentro de su radio de acción tenga la más mínima intención de bajar los brazos, el argentino tira de todo lo que tiene (y lo que no tiene) para llevar a este equipo y a esta plantilla hacia límites que muy pocos pensábamos que se podían alcanzar. Recurriendo a la virtud o al pecado, a lo hermoso... y también a lo feo. Porque no se me ocurre mejor adjetivo para describir en una palabra el tipo de partido que hemos visto esta noche en el Sánchez Pizjuán que el de feo. Un partido rocoso, áspero y carente absolutamente de fútbol, cuyo desarrollo se explica mejor con parámetros propios de la lucha greco-romana que con los del deporte del balompié. De esos con los que algunos entrenadores salivan pero de esos que dan la razón a los que tachan al deporte rey de ser aburrido. Pero que quieren que les diga, también es un partido que ha ganado en Atlético de Madrid en un campo tradicionalmente maldito como el hispalense. Y así suena mejor. Aunque sea un partido con un planteamiento de claro tufo transalpino de esos que si el equipo acaba perdiendo algunos criticamos con ardor pero que si que acabamos ganando algunos elevan a los altares del Olimpo. 

El encuentro comenzó con velocidad y brío. Un Atleti bien plantado y un Sevilla especialmente intenso. Tan especialmente intenso que en mi opinión, y como ocurre desgraciadamente con demasiada frecuencia, el conjunto sevillano traspasó por momentos la línea de la legalidad. Nada fuera de lo común ni exagerado si en el campo hubiese existido un árbitro normal y decente que simplemente entienda el fútbol como es. Si el árbitro hubiese parado las reiteradas faltas de violencia creciente contra Falcao con una tarjeta amarilla a tiempo muy probablemente los ánimos se hubiesen forzosamente relajado en ambos equipos. Nada más lejos de la realidad. El trencilla, muy malo todo el partido, lo que hace es sacar tarjeta amarilla al colombiano a la primera oportunidad que tiene. De forma innecesaria desde mi punto de vista. Esto lo único que provoca es abrir la caja de Pandora y a partir de ese momento el partido se transformó en un encuentro especialmente bronco, violento y trabado. La primera parte fue una sucesión de choques, patadas, luchas denodadas por el balón y derroche físico. Poco más. El Sevilla sorprendió abriendo el campo, tirando línea atrás de tres y jugando en campo contrario pero ese esquema tan prometedor se perdía en un manejo de balón pobre y lento que impedía crear fútbol. El Atleti compacto y tensionado como acostumbra pero más de atrás de lo normal y con una actitud bastante más reservona de lo que deseado. Totalmente alérgico al balón, las pocas salidas a la contra que provocó fueron siempre carreras a la desesperada, muy lejos de ese equipo vertical y con mordiente al que estamos acostumbrado. Apenas una ocasión digna de mención por cada equipo. Un tiro desde fuera del área de Mario Suárez y un remate a la medio vuelta de Negredo que gana bien el balón dentro del área pero lo remata francamente mal. 

Pero es que la segunda parte fue incluso peor. El Atleti lejos de mejorar dio la sensación de estar contento con el modo en el que se estaba desarrollando el partido e incluso con el resultado. Mal síntoma. Aún así es cierto que el equipo no bajó un átomo la intensidad física y táctica, a pesar del aumento de revoluciones que metió el equipo del Nervión. Los de Emery empezaron a mover con mayor velocidad el esférico y llegando por las bandas empezaron a deambular más cerca del área colchonera. Bien es verdad que sin ningún peligro a excepción de un remate de cabeza dentro del área que San Courtois sacó de la misma línea de gol. A raíz de ahí el partido se metió en ese terreno áspero y desagradable en el que últimamente acaban todos los Sevilla-Atleti. Patadas, protestas, encontronazos, más faltas, entradas a destiempo, provocaciones, insultos,... y para terminar la fiesta, la aparición estelar de Diego Costa. El brasileño recibe (y hoy ha recibido) patadas hasta en el carnet de identidad pero su forma de interpretar un partido de fútbol es lamentable y a mí, como aficionado colchonero, me da vergüenza. Lo siento. No me gusta y me siento incómodo. Por muchos goles que meta. Constantemente buscando la provocación, escenificando cosas que no ocurren y permanentemente buscando el conflicto. La tarjeta amarilla que le sacan, y que le impedirá jugar el derby, es injusta pero a nadie sorprende. 

Pero en mitad de esa pelea en el barro, con el partido en los niveles más bajos de fútbol desde el pitido inicial, con varios cambios en el campo que no habían cambiado nada, apareció la jugada clave. Patadón que llega al borde del área andaluz, Mario que se lleva el balón con ímpetu (y con la mano) para que de rechace acabe en la izquierda, Adrián que da un mal pase que acaba en el segundo palo y con buen remate de Raúl García aparece Falcao, en posición correcta, para rebañar en boca de gol. 0-1.  Poco más. El Sevilla colgó el equipo a la desesperada y el Atleti cerró filas con ofició. Todo controlado salvo un par de faltas y saques de esquina concedidos de forma estúpida por unos colchoneros que se desangraban físicamente y empezaban a llegar tarde a todos los balones pero que San Courtois, otra vez, se dedicó de desbaratar cada vez que tuvo ocasión. 

Pésimo partido pero gran resultado que permite mantener la segunda posición a dos puntos y que sobre todo aleja el cuarto puesto a trece. Precisamente por eso, en una temporada tan regular y tan correcta como la que está realizando el Atleti, el derby del próximo sábado se me hace intrascendente. Lo siento así. Que quiero ganar es obvio pero no es algo que me quite el sueño, sinceramente. La necesidad es infinitamente menor que otras veces. De hecho no es tal. El Atleti no necesita ganar el sábado al Madrid para salvar la temporada. Necesita ganarlo para pasarlo en la tabla y eso es tan raro pero tan gratificante que voy a pasar una semana muy tranquila.


El día del niño

At. Madrid 5 - Granada 0 

Pueden llamarme agorero si quieren pero en mi caso es hablar de acto festivo en el Calderón y echarme a temblar. No tengo la estadística exacta, ni falta que hace porque la vida es una cuestión de sensaciones más que de números, pero en mi cabeza la sensación es que cada vez que un partido del Atleti coincide en el Calderón con una festividad anunciada se produce la tragedia. Y no me mal interpreten, apoyo iniciativas como la del día del niño de hoy, especialmente en una liga estúpida y caprichosa como la española que si maltrata al aficionado adulto regular en el caso de los niños lo que hacen es literalmente insultarlos. Expulsarlos. Hacerles saber que esto de la liga de las Estrellas es algo que no va con ellos. Hoy es probablemente la primera vez en toda la temporada en la que un niño normal puede acudir al Calderón. Un dato que me parece lamentable. Insultante. Así que si a esos antecedentes le sumamos el estado de confusión en el que se había instalado gratuitamente el entorno colchonero durante la semana, esas dudas existenciales que merodeaban como buitres por la chepa del Calderón, el cocktail resultaba ciertamente intrigante. Pero este nuevo Atleti de Simeone ya ha demostrado con creces que está dispuesto a derribar los tópicos negativos a base de golpes inapelables de autoridad. Ya han caído unos cuantos y hoy otro más se ha venido a sumar a la lista de difuntos. El día del niño ha sido un éxito. Dentro y fuera del campo. 

La jornada se presentaba radiante. El fútbol a las cinco de la tarde tiene magia y encanto. Es la hora tradicional de la liga (al menos así es como yo lo recuerdo) y llámenme romántico pero el ambiente es muy diferente. El estadio estaba lleno. Ese clima puñetero que soportamos en la capital de España, esa anomalía atmosférica en la que las estaciones suaves como el otoño o la primavera no existen y el cruel frío deja paso al tórrido calor en apenas unos segundos, nos trajo a esa hora de la tarde un cielo azul y un poderoso sol que daba una luz diferente al inició del partido. Pero los de Simeone no saben de luz ni otras zarandajas y salieron, como normalmente viene siendo norma habitual, a cerrar el partido cuanto antes. Presión, velocidad, entrega, poderío y personalidad. El Granada, como tantos otros equipos en el coliseo colchonero, trataban aturdidos de encontrar su lugar en el campo pero no tuvieron tiempo de hacerlo. Era el minuto 3 y Koke iniciaba su recital de pases y juego poniendo desde la izquierda un balón de lujo a la cabeza de Diego Costa para que el brasileño certificase el primer gol. Las ausencias de Arda, Mario y Tiago hicieron que el Cholo probara otra vez con el canterano en el doble pivote y el experimento salió de lujo. Koke tiene la fuerza y entrega que le gusta a su entrenador pero también la calidad que tanto escasea alrededor. Capaz de abrir el campo, pedir el balón y ver ese pase que no ve nadie, destaca también por ser rápido de cabeza. jugar al primer toque. No parar el ritmo. Ese tipo de jugadores que sin correr imprimen velocidad al juego. Hoy ha hecho un gran partido y personalmente me produce mucha alegría el ver que se asienta en esa posición. 

El resultado final es inapelable pero la realidad es que a partir del primer gol y hasta el descanso el Atleti entró en una dinámica que no me gustó nada. Bien parapetados atrás, como siempre, mostró sin embargo un desprecio preocupante por el balón. El otrora juego vertical se transformó directamente en pelotazos a ningún sitio impropios de este escudo. De los pocos que trataban de poner ritmo y criterio con el balón era el Cebolla que, hoy si, tuvo una participación interesante jugando desde el principio. Incisivo, valiente, rápido y siempre con mucho ritmo. Aunque el Granada se posicionaba en campo contrario no podía evitar sin embargo mostrar lo inocente de su propuesta y la fragilidad de una escuadra que empieza a mostrar los síntomas propios de la enfermedad del descenso. El Atleti mientras tanto se dejaba jugar. La cosa podría haberse enfangado de seguir en esa tesitura durante más tiempo pero, lo que es el fútbol, los madrileños mataron el partido precisamente en ese momento. Un contrataque perfecto iniciado por el Cebolla que desdobla a la derecha para que un velocísimo Diego Costa pusiese un balón medido al segundo palo y Falcao llegase para rebañarlo hasta la red. Gran gol que ponía el 2-0 y liquidaba el partido. 

Pero todo se aclaró encima en el segundo tiempo. Mientras el Granada se desangraba por esa veta que crece imparable entre las dudas futbolísticas de los andaluces y la amenaza del descenso, los de Simeone volvían al campo con la lección aprendida. Nada de dejar el partido en manos de nadie. Nada más pitar el árbitro el Atleti se fue a por el rival y un nuevo pase al área de Koke desde la izquierda es rematado por el Tigre para hacer el tercero. Un doblete del colombiano que vendrá estupendamente para apaciguar ese exceso de ansiedad con el que se veía al jugador. El Calderón, lógicamente, era ya para entonces un fiesta. Un estadio lleno y precioso que empujaba de un equipo que se dejaba querer y que, ahora si, no dejaba opción la rival. Koke en plan mandamás, Cebolla abriendo la zaga, Diego y Falcao volviendo locos a los centrales y Raúl García entrando en segunda jugada. El navarro avisó con un brutal remate en volea a pase desde la izquierda que primero el portero y luego el poste desbarataron. A la siguiente que tuvo, con otro pase de Koke, no perdonó sin embargo el cuarto. Todavía sin recuperarnos de la euforia, una soberbia jugada por la izquierda con pase final de Adrián dio con Filipe Luis delante del portero para que, de sutil vaselina, el brasileño pusiese el quinto en el marcador. 

El resto de minutos, un suplicio para los granadinos, sirvió para que Simeone pusiese en el campo al deseado Óliver Torres y el escondido Insua que debutaba con la elástica rojiblanca. El primero demostró, sin grandes aspavientos, lo excelente jugador que es. Dinámico, buen toque y siempre cerca de un balón que reclama constantemente. Es de esos jugadores tan difíciles de encontrar que antes de recibir el balón ya sabe lo que va a hacer con él. Visión, técnica, pase... lo tiene todo. Hay que cuidarlo entre algodones. El segundo no dejó malas sensaciones, ni mucho menos. Dio idea de ser un lateral solvente con facilidad para incorporarse con peligro pero también es cierto que con 5-0 a favor se juega mejor. 

Muy buen resultado que deja las cosas como están con el cuarto clasificado pero que si ayudará a despejar las dudas de todos aquellos aficionados rojiblancos que todavía son reacios a dejar de invocar los fantasmas del pasado. Como recuerdo me quedo con esos casi 10000 niños que según los videomarcadores había hoy en el estado y que conservarán este gran recuerdo del Atleti en sus cabezas. Un Atleti valiente, poderoso y ganador. Y es que los primeros recuerdos son los que se clavan más fuerte.

Perspectiva

Getafe 0 - At. Madrid 0 

Decía Mark Twain que cada vez que uno se encuentra del lado de la mayoría es un buen momento para hacer una pausa y reflexionar. En eso me he quedado yo hace un momento, al acabar el partido, cuando veía que la opinión de los espectadores afines coincidía sospechosamente en sus términos más generales con mi percepción. Partido horrible, apenas ningún jugador se salvaba de la quema, falta de calidad, errores impropios, Falcao, Adrián, Mario,... Sin poder recriminar o contradecir nada de lo anterior, la pausa al menos me ha servido para enfocar el partido desde otra perspectiva. Hoy un empate fuera de casa, estando en la tercera posición de la tabla y dejando al siguiente clasificado a 11 puntos nos parece un fracaso que nos arruga el rictus y merma el apetito para la cena. Está bien. La historia y esencia del Atleti provoca que esto sea así. Tiene que ser así y es algo que me enorgullece. La gracia del asunto está en que hace cuatro días, como aquel que dice, el mismo resultado en posiciones mucho menos honrosas hubiese sido vendido como una especie de sucedáneo de éxito. Como un suma y sigue que se encuadra en ese eufemismo tóxico tan al uso entre entrenadores mediocres del “sacar algo positivo”. Hoy, cabreado con el resultado del partido y con el devenir del equipo en el terreno de juego, prefiero tomarme los segundos de pausa suficientes para ser consciente de como han cambiado las cosas. Es una buena práctica para tomar algo que muchas veces nos falta a los aficionados colchoneros: perspectiva. 

Pero vayamos por partes. En 90 minutos pueden pasar muchas cosas que normalmente quedan oscurecidas a la sombra de los grandes hitos del encuentro: goles, ocasiones, expulsiones, jugadas,... Una de ellas podría ser la salida del equipo. Si hace un par de años me dicen que yo me estaría quejando hoy por empatar un partido fuera de casa en el que el Atleti ha salido a ganar y que ha sido el dominador del mismo durante todo el tiempo hasta quedarse en inferioridad numérica (e incluso después) no me lo creería. Pero es lo que ha ocurrido. El Atleti saltó al campo de Getafe con una alineación ultra-ofensiva y con la intención de ganar el partido. Una alineación con Koke, Diego Costa y Adrián muy dinámicos entre Falcao y los dos mediocentros. Y funcionó durante bastantes minutos al principio. La movilidad exagerada de Diego Costa abría el campo a la segunda línea cuando no provocaba él mismo jugadas por izquierda y derecha. Bien otra vez el brasileño en el arranque del partido. Así llegaron dos claras jugadas que hubiesen cambiando el signo del partido de haber acabado de otra forma. Primero un remate de Falcao a dos metros de la portería tras pase desde la izquierda de Diego Costa que había recogido un taconazo magistral de Adrián, prácticamente lo único que hizo en todo el partido. El colombiano marra una ocasión de las que ni siquiera fallan los delanteros mediocres. Poco después Adrián recorta bien en el área pero no está lo suficientemente rápido para rematar a puerta dentro del área. Si cualquiera de esas dos jugadas hubiese acabado en gol el partido hubiese sido del Atlético de Madrid. Lo tengo clarísimo. 

Y es que enfrente había un equipo que no sé otros días pero hoy ha sido un equipo menor. El tan cacareado Getafe de Luis García me ha decepcionado profundamente. Un equipo plano y áspero, a merced de un rival en horas bajas, sin ningún tipo de ambición, temeroso y cobarde. Luis García, un entrenado también muy dado a sacar pecho de su fútbol artístico y a menospreciar el juego de equipos como el del Atleti (lo ha hecho más de una vez) debería cerrar la boquita en más de una ocasión viendo partidos de su equipo como el de hoy. Quizá la mejor forma de ver cual es el nivel de la liga española no es poner los ojos en nuestro voluntarioso Atleti sino en un equipo aspirante a los puestos europeos como el Getafe. El Atleti, sin brillo y sin ser un equipo preparado para ello, fue el dominador del juego, del balón y del partido durante toda la primera parte. Eso no quiere decir que hiciese buen fútbol, más bien todo lo contrario, pero esa es la realidad. Mientras los colchoneros se topaban con el talón de Aquiles de su recurrente falta de calidad, acrecentada con la ausencia de Arda, el Getafe se escondía en su propia mentira. Pero incluso en ese panorama tan desolado apareció un gran pase de Koke desde la derecha que Falcao remata de cabeza en boca de gol a las manos del portero. Nueva acción impropia del goleador colombiano que nuevamente podía haber puesto fin al partido. 

La segunda parte comenzó y siguió exactamente igual, apareciendo un buen remate de Filipe Luis y una nueva jugada de Falcao, similar a los goles que marcó en Bucarest y Mónaco, pero que esta ocasión remató con vulgaridad y sin fuerza al lado contrario. Nadie va a dudar a estas alturas de Falcao pero no reconocer que no está en forma es engañarse a uno mismo. De hecho es tan evidente su estado de ansiedad que se le puede ver en exceso en posiciones muy lejanas del área buscando el balón y desequilibrando al equipo. Algo que sólo se explica por la angustia del jugador al verse lejos de estado natural y su ansía de participar. Si hoy Falcao esta bien el partido se gana fácil. Así de simple. 

El partido en cualquier caso estaba en un punto en el que todos éramos conscientes de que cualquier acierto colchonero en la portería contraria mataba el partido para siempre así que Simeone entendió que era el momento ideal para poner en liza a Óliver Torres, algo que se le ha reclamado tantas veces. Pero cuando todos los atléticos nos desperezamos y empezamos a prestar algo más de atención al partido apareció una estupidez de Miranda que para mí resultó ser la clave del partido. El brasileño, un jugador que generalmente no se complica y que normalmente abusa del desplazamiento en largo y/o patadón, decidió esta tarde ponerse a regatear al borde de su área. Colunga, lógicamente, se aprovecha y le roba el balón, se va solo a la portería y cae dentro del área tras entrada de Godín. El colegiado sanciona falta al borde del área en una decisión incomprensible. Si el árbitro ve falta ésta es claramente dentro del área. La realidad sin embargo es que ni siquiera es falta porque el delantero azulón se tira claramente. La acción provoca en cualquier caso la resurrección de una despoblada grada local que a partir de entonces espolea a su equipo pero sobre todo de unos jugadores heridos en su orgullo que a partir de entonces empezará a presionar al árbitro. Pocos minutos después Mario Suarez tiene la poca habilidad de, en esa coyuntura hostil, realizar una mano ostensible en el centro del campo. Amarilla clara que era la segunda en su cuenta particular con lo que es expulsado. Al árbitro se lo ponen a huevo para compensar la desazón local. El Atleti con uno menos. Comenzaba otro partido. 

La expulsión provocó que el equipo se tuviera que recomponer y mientras que la sugestiva idea original era un Óliver por detras de Falcao con Adrián y Diego Costa en las bandas, tuvimos que pasar a un deprimente doble pivote con Gabi y un recién entrado Raúl García con Óliver desplazado a una banda y Falcao dejado a su suerte. Este nuevo esquema hizo que el concurso de Óliver fuese intrascendente, por mucho que se le vieran echuras o ganas o un par de buenas decisiones. Posteriormente entró el Cebolla por un agotado Costa y suya fue la mejor jugada hasta el final del partido con un soberbio eslalon que acaba con lanzamiento por encima del larguero ya sin fuerzas. El Getafe se estiró en en esa tesitura ya que sólo en ese momento su entrenador tiró de esa valentía de la que presume y no tiene, consiguiendo llegar a la portería de Courtois un par de veces para que el belga se luciera. Con el tiempo concluido asistimos a una nueva estupidez rojiblanca, esta vez de Godín que decidió meterle el codo en el ojo a su rival, provocando que el Atleti acabase con 9 sobre el campo y pidiendo la hora. 

Empate desagradable que sigue dejando una distancia considerable en los rivales pero que deja esa agria sensación de que el sueño se está acabando, de que las fuerzas merman y las ideas ya se han agotado. Personalmente prefiero no ser agorero, ni mirar abajo ni hacer cuentas de la vieja. prefiero cambiar de perspectiva para quedarme con otra lectura. Hay margen, faltan partidos, los rivales también juegan, el equipo sigue queriendo ganar, queriendo jugar a lo que siempre a querido jugar y teniendo la oportunidad de ganar. Lo demás es otra historia. Eso si, como ya dije, el final de liga se va a hacer largo.

Barro

At. Madrid 1 - Valencia FC 1

El Atlético de Madrid es, después de muchos años, un equipo bien entrenado. Serio, compacto, solidario, físicamente en forma y letal. Creo que no descubro nada a estas alturas de la temporada. Pero lo que el Atlético de Madrid no ha dejado de ser en el curso presente, al igual que durante toda la última década, es un equipo desequilibrado y con recursos limitados gracias a la mala confección de su plantilla. Una confección que suponiendo que siga un diseño preconcebido o pensado (que francamente lo dudo), es desde luego muy difícil de justificar. Con un presupuesto sumamente ajustado y la permanente espada de Damocles de la sempiterna y desconocida deuda, resulta difícil explicar el gasto de decenas de millones de euros en puestos ya reforzados, con jugadores incógnita, cuando el equipo tiene carencias evidentes en posiciones evidentes desde tiempos inmemoriales. No creo que sea necesario dar nombres. El Atlético de Madrid, después de la excelente campaña que está realizando, es también un equipo expuesto a la luz pública y por tanto analizado hasta la extenuación por unos rivales que ahora si dan la importancia que se merece al equipo del Oso y el Madroño. Unos rivales que ahora modifican su forma de jugar cuando se enfrentan al Atleti, lo que sin duda es motivo de orgullo para los aficionados pero también un problema creciente a medida que pasan las fechas, cuando la principal carencia de los colchoneros es precisamente la capacidad de sorprender. De inventar. De crear algo que no estuviese proyectado en una pizarra. El Atleti, por mucho que Simeone haya conseguido disimularlo con ese agradable perfume de intensidad y rigor táctico, sigue siendo un equipo muy vulgar a la hora de fabricar fútbol y eso se nota especialmente frente a los buenos equipos. Eso aparece subrayado en partidos igualados frente a equipos de nivel. 

La tarde no podía ser más desapacible en Madrid. Una lluvia constante vestía la ciudad desde el medio día y amenazaba con seguir haciéndolo sin descanso hasta media noche, cosa que finalmente ocurrió. La pereza para acudir al estadio era pertinaz en el que suscribe pero al final las ganas de ver al equipo en directo pudieron más. El Vicente Calderón era un estadio cómodo y precioso hace 20 años. Ahora no. Gracias a ese cuento de princesas que es (y ha sido) eso que llaman La Peineta, la inversión en el coliseo colchonero es en los últimos tiempos la mínima imprescindible para que no cierren un recinto por insalubridad o riesgo de derrumbe. La constante amenaza de traslado ha conseguido que el mundo se olvide de reclamar unos servicios mínimos para un estadio viejo y deteriorado que, dejado de la mano de Dios, ya no tiene. Cuando la asistencia al fútbol en directo es cada vez más cara y complicada resulta tercermundista que 40000 personas tengan que calarse hasta los huesos para ver a su equipo pero eso es lo que pasa en el Atleti. El cerramiento y acondicionamiento del estadio debería ser una reclamación legítima de un aficionado que sin embargo sigue deslumbrado con los cantos de sirena de un recinto nuevo que intuyo tiene más trampas que certezas. 

Pero hablando de fútbol, lo más destacable del partido, para mí, es que por primera vez el Atleti se vio sorprendido en su estadio. La tradicional salida violenta, apabullante y mandona del equipo en el Calderón no fue tal. El Valencia planteó desde el primer minuto un partido con un nivel de intensidad y rigor táctico equivalente (y en algunos puntos superior) pero ayudado además con una gran manejo de balón que el hecho de tener una plantilla más equilibrada es algo que le permite hacer. Probablemente el conjunto che no sea mejor equipo que el Atleti pero si tiene mejor plantilla. No me cabe la menor duda y me reconforta que Simeone reconociera después en rueda de prensa lo que yo llevo diciendo desde principio de temporada. Los de Valverde se saltaron la renqueante presión colchonera a base de mucha movilidad de balón y movilidad en los efectivos del centro del campo para luego asaltar la numantina defensa colchonera a base de percutir en el centro y abrir el campo por las bandas. Esto provocó, en seguida, que el balón llegase al área madrileña antes de lo previsto lo que cogió a los centrales (especialmente Godín) totalmente fuera de sitio. Dos fallos seguidos del urugayo ante el vendaval de juego valenciano provocaron un balón muerto dentro del área y cierto desconcierto en los centrales colchoneros que aprovechó Jonas para abrir el marcador. No habíamos llegado a los cinco minutos de partido. Mal pintaba la cosa pero aturdidos todavía por el gol, el Atleti trató de intentar entrar en el partido por primera vez. Y lo hizo. En apenas un minuto, el único sobre el campo con capacidad para inventar en zona de tres cuartos que va vestido a rayas rojiblancas, el turco Arda, hizo una excelente jugada por la izquierda que acababa en pase al segundo palo donde entró Falcao, en su mejor versión de rematador, para empatar. Y menos mal. Si el Atleti no llega a igualar tan rápido me temo que el partido se hubiese perdido. A partir de ese momento y hasta el descanso asistimos a un contundente monólogo de juego valenciano. Dueños del balón, del juego y del ritmo los de Valverde dieron un recital de cómo se debe jugar al Atlético de Madrid. Aupados en un buen Banega (ese que no valía aquí, ¿se acuerdan?) los blancos se pusieron a distribuir el balón de forma rápida y precisa consiguiendo crear superioridad en las bandas y entrar muy cerca del área colchonera. La réplica colchonera pasaba por recuperar el balón y manejarlo alguna vez con sentido para enlazar con los de arriba pero eso, en este equipo, pasa exclusivamente por las botas de Arda, así que cuando Pereira decidió abrirle el tobillo con una patada que lo retiró del campo, y que el árbitro (pésimo ya a esas alturas) obvió miserablemente, todos entendimos que la cosa pintaba muy mal. Sustituyendo a Turan salió Raúl García. Creo que eso explica muchas cosas. El Valencia siguió jugando y llegando mientras el Atleti recurría al patadón y la épica de Diego Costa como argumentos básicos. La única razón de que al descanso se llegase con empate a uno fue la labor de ese gran portero belga que tenemos a préstamo. La doble intervención a diez minutos del descanso que hace Courtois es simplemente digna de crack. 

Pero Simeone es Simeone y conoce a su equipo mejor que nadie. Sabedor de que el partido no podía ser suyo a base de fútbol, porque no lo tiene, pidió a sus jugadores un sobre esfuerzo de intensidad y generosidad física para contrarrestar el buen hacer levantino. Y lo hicieron. Aupados en un fogoso y voluntarioso (pero también fallón, desgraciadamente) Gabi y en un generoso Koke, el Atleti puso una marcha más en su presión, apretó filas, adelantó el equipo, prescindió de la especulación, fue mucho más vertical (a veces en exceso y abusando de forma gratuita del pelotazo), consiguiendo así anular a los valencianistas, que también empezaron a notar el derroche físico de la primera parte. A base de fuerza y anticipación el Atleti comenzó a jugar en campo contrario y se hizo con el partido. Pero las pocas ocasiones llegaban sobre todo a balón parado porque el partido se puso muy físico. Tanta intensidad, unida a un campo mojado, provocó constantes choques, cargas, saltos y luchas denodadas por la pelota. Y ahí estaba el árbitro para estropearlo todo. En un momento en el que los colegiados se tornan claves para la continuidad del juego, el trencilla decidió acaparar titulares, romper el ritmo y la dinámica queriendo ser el más listo de la clase pero equivocándose siempre y perjudicando al Atlético de Madrid con sus originales decisiones. Especialmente sangrante fue sin embargo una mano clarísima dentro del área valencianista que, tal y como estaba el partido, hubiese supuesto la victoria. Pero no fue así. Mientras el Valencia tiraba de banquillo para variar sus recursos en el campo Simeone pedía el enésimo esfuerzo a los suyos sobre el campo, consciente de que no tiene más. 

Empate que deja todo como estaba y un puñado de sensaciones contradictorias. En el lado positivo la constancia de que el Atleti sigue siendo un equipo fuerte, físicamente muy potente al que es muy difícil ganar. En el negativo la evidencia de que empezamos a ser previsibles y de que puestas ya la carta sobre la mesa, Simeone es también consciente de las limitaciones de la plantilla. Soy optimista pero con poco que ganar y mucho que perder intuyo que se nos va a hacer muy largo el final de la liga.


Oficio de ganar

At. Osasuna 0 - At. Madrid 2

Cualquier aficionado al fútbol con un mínimo de curiosidad y capacidad de observación entenderá enseguida de lo que hablo. Cuando uno ve de seguido los partidos que disputa un equipo de los denominados grandes, un grupo que es bastante más reducido de lo que parece, observará que rara vez hace partidos espectaculares todas y cada una de la veces que juega. Muchas de ellas, e independiente del estilo futbolístico que maneje, el equipo parece que gana de suerte. Como si de la diosa fortuna se tratase, partidos en los que parece que no pasa nada, que no hay ocasiones, que da la sensación de que no hay ritmo, de que el rival tiene la pelota pero no es capaz de tirar a puerta o simplemente en los que pasan los minutos y el marcador sigue reflejando el empate a cero, suele ocurrir que en algún momento la balanza se inclina una vez y el equipo grande acaba ganando. Generalmente incluso con generosidad en el resultado. Muchas veces hemos culpado a la suerte de este tipo de cosas pero en una esquinita de nuestro conocimiento sabemos que eso que denominamos suerte es en realidad grandeza. Oficio de ganar. Seguir el guión, confiar plenamente en tus posibilidades y saber adaptarse a las circunstancias con la paciencia y la convicción plena de que lo esperado acabará llegando. Y llega. El Atleti de los últimos lustros no era ese tipo de equipo sino uno bastante más vulgar y previsible. Viajar a Osasuna era saltar al campo con reservas y con más miedo que vergüenza. Era subirse al discurso de esa clase de entrenadores que nos conducía pensando más en las ruedas de prensa que en el césped y que colocaban el listón demasiado pegado al fango de la mediocridad. Los equipos grandes no se distingen de los pequeños porque siempre jueguen bonito sino porque generalmente siempre juegan bien. Es distinto. Juegan sin errores, son fuertes en lo físico y en lo moral y tienen recursos de calidad por encima de la media. El Atlético de Madrid de esta temporada, a pesar de su plantilla desequilibrada, su evidente falta de talento para la creación y los enemigos que dirigen tanto la gerencia como la dirección deportiva, es un equipo grande o por lo menos juega como tal. Con solvencia, con seriedad, con un estilo definido y con el oficio de ganar instalado en el cerebro. El Atleti de este año sale al complicado estadio de Pamplona a ganar. Y gana. 

El partido no era nada fácil. En ese mismo campo Madrid y Barça sufrieron y en ese mismo campo la mayoría de equipos suelen pasarlo mal. Pocos juegan bien y menos todavía lo hacen bonito. La presión de la grada hace que el equipo navarro juegue con una marcha por encima de lo normal y que aparezca con intensidad esa forma tan característica de los rojillos de ahogar al rival en el centro del campo. Presión asfixiante, superioridad numérica en la medular y verticalidad agotadora. El momento más crítico jugando en Pamplona pasa normalmente por la primera media hora que es cuando el equipo de casa está a tope en lo anímico y en lo físico. Ante un ritual que no por conocido es difícil de contrarrestar el Atleti tiró de oficio. Y tiró bien. Defensa unida, ayudas constantes, líneas cercanas y ni una concesión a la especulación que provoque errores. Los madrileños, sabedores de sus carencias en la elaboración, prescindieron por completo de intentar construir en la medular durante los primeros minutos abusando en ocasiones del desplazamiento vertical. El impaciente aficionado colchonero denunciaba la situación lamentándose del juego tan pobre de los rojiblancos. Personalmente ya entonces no compartía las quejas. Tratar de elaborar en el centro, algo que es el talón de Aquiles de los del Cholo, contra un Osasuna sobre excitado es multiplicar por mil las posibilidades de un robo en campo propio que inicie una jugada de ataque en ventaja de los rojillos, algo que resulta ser el santo y seña de los de Mendilibar durante muchos años. Inteligentemente el Atleti no lo hizo, sacrificando el balón, que no el control del partido, en favor de no romper el equilibrio defensivo. 

El planteamiento dio como resultado un partido intenso y veloz pero áspero y feo. Una par de jugadas iniciales de Arda nada más comenzar y un par de remates de cabeza de los iruñarras que a continuación dejaron paso a una guerra física en el centro del campo con mucha patada, mucha ayuda, mucho apoyo y poca precisión. Pero el planteamiento le salió bien a Simeone puesto que a la media hora Osasuna no podía mantener el ritmo y el Atleti, que no había sufrido, empezaba a tener más el balón y buscar los espacios. Con un esférico robado en campo propio, el Atleti ve la defensa navarra adelantada y pone un magnífico balón a Koke (a mí me parece que en fuera de juego) que desde la banda derecha asiste de forma magistral a un Diego Costa que primero remata mal al portero pero que después recoge el rechace de cabeza para abrir el marcador. Los protagonistas de la jugada, junto con Courtois que volvió a ofrecer una gran actuación, fueros las claves del partido. El canterano creciendo más y más por momentos en este equipo. Es ya el máximo asistente de la plantilla pero es que además el jugador ha ganado en jerarquía y peso dentro del equipo. Se le ve confiado y es un jugador con una técnica por encima de la media de lo que tenemos. Un jugador a seguir, sin duda, que cada vez está más consolidado. De Diego Costa ya lo hemos dicho todo. El brasileño está en el mejor momento de su carrera y ahora mismo cada vez que aparece en el partido resulta ser un punto de inflexión. Está en todas las jugadas claves y es capaz de sacar petróleo en cualquier sitio. 

Osasuna acusó el golpe y apenas reacciono con peligro. Hasta el tiempo de descanso todavía fueron capaces de empujar al rival a su campo y tratar de hacerse con el partido pero tras la parada, las sensaciones fueron ya completamente diferentes. El Atleti salió mucho mejor de los vestuarios y no sólo maniató por completo el juego del rival sino que aumentó la intensidad y se hizo con el control total del partido. El Atleti tardó así cinco minutos en finiquitar el encuentro. Diego Costa, otra vez, aparece envuelto en una batalla por la banda izquierda en la que injustamente recibe una tarjeta amarilla por protestar una entrada de carnicero de su marcador. El público del Sadar gritaba “tonto, tonto,...” cuando Costa correteaba hacia el área para rematar la falta que iba a sacar. Unos segundos más tardes el nuevo internacional brasileño mandaba callar los mismos aficionados tras hacer el segundo gol. Falta sacada muy cerrada por Koke, el balón que se pasea por el área y el más listo de la clase esperando en el segundo palo para meter el balón en las redes. 0-2, ese es Diego Costa. Simeone debería haber sentado en ese momento al jugador. Con un marcador generoso, tarjeta amarilla y once navarros queriendo abrirle el tobillo, era un riesgo mantener a Diego Costa en el campo pero el Cholo debe tener fe ciega en sus posibilidades porque no lo hizo. 

Osasuna quedó bastante aturdido tras el gol y pudo haber encajado una goleada mayor de no ser por el preocupante estado de ansiedad de Falcao, que hace del colombiano un jugador precipitado y fallón, así como del egoísmo de un Diego Costa que se obsesionó demasiado con el tercer gol personal. En uno de esos contrataques mortales que el Atleti ha tenido, debería haber habilitado el balón a la izquierda por donde entraba Falcao solo pero en lugar de ello encaró en solitario al portero marrando la ocasión. En el rechace deja el pie muy blando tapando la salida del rival por lo que la patada de despeje le pilla con el pie en alto y sin cargar lo que le ha provocado, probablemente, un esguince que hace peligrar su debut con la canarinha. Osasuna trató de empujar a base de fe en los minutos finales pero la defensa colchonera primero y el bueno de Courtois después evitaron el gol navarro. 

Victoria muy importante para espantar los fantasmas aparecidos con la derrota en casa y también para silenciar a esa cohorte de agoreros tóxicos que parecen estar esperando con la escopeta cargada expectantes ante el mínimo tropiezo de los de Simeone. Tendrán que esperar. El equipo tiene claro lo que quiere, creen en lo que hacen y tanto los números como las sensaciones les da la razón. El Atlético de Madrid por fin es un equipo con oficio. Con oficio de ganar.



PD. El uniforme que ha vestido hoy el Atlético de Madrid es un atentado al buen gusto. No sé quien es el responsable de semejante atrocidad pero debería solicitar la dimisión de inmediato.

Mostrando las costuras

At. Madrid 0 - Real Sociedad 1

Yo lo veo así: la primera vez que han ganado al Atleti en su propio estadio ha sido en la segunda vuelta, con el equipo en la final de la Copa del Rey, a quince puntos de los supuestos rivales directos para el objetivo marcado por la directiva, jugando un mal partido, frente a un rival en alza que hizo un gran partido, por un sólo gol de diferencia y encima en fuera de juego. No es que quiera justificar nada, Dios me libre, pero no parece que sea una mala tarjeta de visita. Desde luego la hubiese firmado para cualquiera de las últimas diez temporadas. Todo esto lo digo porque empieza a sacarme de quicio esa corriente histérica que veo últimamente en el Calderón. Como si fuésemos un equipo acostumbrado en la última década a ganar todos los partidos y todas las competiciones, la grada olvidadiza parece perder los nervios últimamente con demasiada facilidad. Gritos, pitos, insultos a los jugadores, cuestionamiento constante de las decisiones del entrenador y esa sensación tragicómica de que el mundo se está terminando. ¿Estamos locos? A mí me molestan las derrotas como al que más pero trato de no perder la perspectiva y sobre todo trato de ver el cuadro en su conjunto. Los colchoneros solíamos ser así. Noto sin embargo síntomas evidentes de ese síndrome de nuevo rico que tanto nos molestaba ver hace poco en equipos del montón que llegaban a cotas de privilegio. No somos un equipo del montón así que intentemos no actuar como tales. 

El Atlético de Madrid perdió contra la Real Sociedad, como podía haber perdido antes contra otros tantos equipos, por la simple razón de que es un equipo con evidentes carencias. Que Simeone ha construido un equipo treméndamente competitivo basado en una fuerte defensa, el rigor táctico, la generosidad de esfuerzo y verticalidad del contrataque es evidente. Que el equipo tiene una manifiesta falta de calidad y es ciertamente mediocre en la creación de fútbol es igual de evidente. La nefasta manera de nuestros dirigentes de plantear la dirección deportiva del Atleti, más parecido a la gestión de un taller de vulcanizados que un equipo de fútbol, ha hecho que en la última década (o más) el conjunto colchonero carezca de centrocampistas de creación. Año tras año se han dedicado con enfermiza constancia a fichar infinitos mediocentros de contención, centrales al uso, trasnochados jugadores de banda y delanteros excelentes. Pero nada de centrocampistas o mediapuntas de creación. Turan es la excepción pero no es suficiente. Diego fue un intento de saltarse la norma pero ya vimos como ha terminado. Los equipos importantes, los llamados a realizar cosas grandes en el mundo del fútbol tienen a sus estrellas entre el delantero centro y los mediocentros defensivos. En el Atleti esa es, con diferencia, la línea más floja del equipo y ese es el problema. Un problema muy grave a mi modesto entender. Dónde el Real Madrid tiene a Ozil o Modric nosotros tenemos a nadie o a Raúl García. Reflexionando sobre esta última frase no hace falta seguir hablando para entender el milagro de estar casi con los mismos puntos. Pero evidentemente la culpa no es de Raúl García y tampoco es de Simeone por negarse a tirar a los leones a un muchacho de 18 años con un futuro prometedor. La culpa es de quien año tras año decide que es más importante un tercer lateral izquierdo o un trigésimo sexto mediocentro defensivo que un tipo con capacidad para meterle un balón en condiciones a Falcao. 

El Atleti salió al campo como siempre, con furia y ganas de matar rápido el partido, pero pasaron varias cosas que lo impidieron que se pueden resumir en dos. La primera que enfrente había un equipo muy bien plantado, igual de intenso y que tenía aprendido perfectamente lo iba a pasar. La segunda que con Costa jugando por detrás de Falcao y tanto Arda como Koke bien tapados el balón tenía que pasar por Gabi y Cebolla. Gabi es un puntal defensivo todo fuerza y corazón pero que a la hora de construir carece de la velocidad suficiente. Sobre todo de cabeza. Cuando él lleva la manija el equipo es muy lento y eso es letal frente a defensas cerradas. Si además las opciones de enganche pasan por un voluntarioso pero inoperante Cebolla el problema se amplifica. Según avanzaba el partido la furia se apagaba, los donostiarras se asentaban y el Atleti empezaba a mostrar con demasiada evidencia sus costuras. Incapaz de mover el balón con rapidez para tirar de verticalidad, incapaz de provocar fútbol de creación y carente por completo de talento para salirse del guión el Atleti se limitó a realizar siempre la misma jugada. Siempre el balón acababa en la banda izquierda y siempre para colgar sin peligro algún balón al área. Lo de la banda izquierda no es casual. Es porque allí está Arda. El único jugador de la plantilla capaz de recibir el balón y tratar de hacer algo diferente a lo que los dos entrenadores han puesto en la pizarra. La primera parte sucumbió así, con el Atleti repitiendo constantemente la misma jugada y la Real tirando de rigor defensivo con bastante tranquilidad. Apenas un puñado de tiros desde fuera del área, nunca entre los tres palos, fue todo el balance ofensivo de los madrileños. 

La segunda parte fue de la misma forma pero con dos variaciones significativas. Un Atleti mucho más lento y una Real Sociedad que decidió tener el balón y jugarlo. Mientras los de Simeone se perdían en la telaraña vasca, insistiendo absurdamente en repetir, otra vez, la misma fórmula que no sólo no había funcionado sino que estaba provocando desajustes fruto de la desesperación (Falcao saliendo a recibir, Koke perdiendo el equilibrio tratando de aportar, Cebolla absolutamente perdido, Diego Costa jugando en solitario,...) el equipo Txuri-Urdin usaba con inteligencia el balón y lo jugaba mejor que su rival. En uno de esos desajustes madrileños llegó el gol. Contrataque que pilla al Atleti descolocado y vasculado a la derecha. En lugar de parar la jugada con falta, que hubiese sido lo más inteligente, permitieron seguir un contrataque en el que el rival tenía más jugadores así que un pase a Xabi Prieto que entraba solo por el otro costado (en la tele se ve que en fuera de juego aunque muy justo y a mí en el campo no me lo pareció) sirvió para batir a Courtois y acabar con su récord. El gol fue la prueba tangible que hacía falta para que los donostiarras creyesen con más fe en lo que estaban haciendo y para que los madrileños se viniesen abajo moralmente. Mal síntoma pero es lo que se vio. El Atleti seguía corriendo pero sin rumbo y sin fe, tirando más de inercia que de credibilidad. Fueron los peores minutos de los rojiblancos. Unos minutos en los que los de Montaner les dieron un pequeño repaso. Era evidente que el equipo estaba atascado y era evidente que el equipo necesitaba cambios en la zona de tres cuartos. El problema es que la solución tuviese que pasar por Raúl García. Cuando el navarro apareció en la banda sustituyendo a un inoperante Cebolla reconozco que me vine abajo y supe que no había nada que hacer. Un equipo de elite no puede tener a Cebolla y Raúl Garcia como baluartes de la zona de creación. Es ofensivo. Y es inútil. En ese momento fui consciente, otra vez, del milagro que supone este equipo de Simeone. El partido no tuvo más historia. El Atleti pudo empatar, si, pero más a base de pundonor que de juego. Más por acoso y derribo que por fútbol. Pero no fue así. 0-1 y primera derrota en casa en lo que va de liga. 

Sé que mucha gente reclamaba la presencia de Óliver Torres en la segunda parte. Yo soy uno de ellos y personalmente lo hubiese colocado en el campo en la segunda parte y sobre todo antes que a Raúl García. No tengo ninguna duda al respecto pero dicho esto me niego a condenar a Simeone por no hacerlo. Entiendo perfectamente su opción y hay que respetarla. Ni siquiera creo que sea un error sino un criterio diferente. Teniendo en cuenta además que él es profesional de esto y yo no. Óliver Torres es un jugador del filial con ficha del filial que no forma parte del primer equipo. Simeone lo dejó claro desde principio de temporada en el que, acertadamente o no, se decidió que fuese así. Óliver estaba en el banquillo porque Mario y Tiago no podían estar. Así de crudo. El Atleti no tiene ese tipo de jugador en la plantilla porque Caminero y sus jefes (y puede que Simeone) lo decidieron así en su momento así que no podemos agarrarnos al cuento de princesas que, reconozcamoslo, es ahora mismo Óliver. La opción de Simeone sería criticable si teniendo a Diego en la plantilla decide sacar a Raúl García pero esto es otra cosa. Mal asunto cuando la solución a la nefasta gestión de una dirección deportiva deplorable y pésima tiene que venir in extremis por parte de un muchacho de 18 años. Personalmente estoy aburrido de ver a entrenadores cobardes (Manzano, Aguirre,...) que en su día tiraron a la arena a jugadores del filial como forma de quedar bien y aplacar la furia de la grada que los reclamaba. Así destrozamos a Camacho o Ruben Pérez o Mario Suárez o Gabi... jugadores que a la postre resultaron no ser tan malos como aquí parecían. Tiempo al tiempo. Creo más en los proyectos que en los golpes de suerte. En las cosas pensadas que en las casualidades. La sed de sangre de los moradores del coliseo no suele ser la mejor estrategia para construir un equipo de fútbol.