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Mucho más orgulloso todavía

FC Barcelona 0 - At. Madrid 0 

Esta es la historia de un orgulloso y modesto estudiante empeñado en entrar en la Escuela de Dibujo de su barrio. Un sitio fascinante y precioso pero exclusivamente reservado desde hace años a los señoritos, los nobles, los hijos de los empresarios más avispados y en general a esa pequeña pandilla de poderosos engreídos que solamente ellos mismos son capaces de distinguirse entre sí. Aunque en teoría el acceso a la Escuela era mediante exámenes abiertos a todo el mundo la realidad es que las plazas eran limitadas y mientras que los señoritos acudían impolutos con excelentes juegos estilográficos, algunas preguntas chivadas, millones de reglas de primera calidad, varios compases de distintos tipos, colores por doquier y todo ello obtenido a base de influencia y mucho dinero, nuestro protagonista, cuyo padre era un millonario mafioso sin escrúpulos que explotaba al muchacho para sus oscuros negocios y consentía que todo el mundo se burlase de él, lo hacía con regla y lápiz estándar. Pero el muchacho, que resultaba simpático a los señoritos en las primeras rondas, aprendió a manejar sus modestos útiles con poca belleza pero insospechada destreza así que fue pasando exámenes discretamente. Mientras sus compañeros de pupitre, galácticos y saturados de supuestos valores, pasaban rondas sin esfuerzo cambiando de material o quitándoselo, legal o ilegalmente, a quién lo tuviera, nuestro héroe hacía lo mismo a base de esfuerzo, tesón, rigor académico y algo de suerte. Llegó la prueba final y los rectores de la Escuela entraron en pánico. ¿Qué podría ocurrir si un plebeyo como aquel conseguía entrar a merendar con ellos? A ensuciar. A romper el equilibrio sagrado. Un pobre sucio. Popular. Sin escuadra, sin cartabón y sin una patulea de medios de comunicación que pudiera disfrazar sus desaires. Se pusieron nerviosos. Lo más probable es que jamás hubiese podido superar ese último examen con las herramientas que tenía. Lo lógica sería que se quedara en el camino superado por el poderoso “compañero”, formado en las mejores academias del mundo, de traje caro y material repetido e imposible de mejorar, pero al menos quedaba esa última oportunidad. Estando tan cerca era ya cuestión de ir hasta el final y morir en el intento. Sería absurdo no hacerlo. Pero no pudo. Los rectores, presionados por la angustia, decidieron buscar entre la basura para cambiar las reglas a mitad de juego. Y no le dejaron probar. Le retiraron el examen aduciendo reglas peregrinas, de esas que sólo aplican cuando interesa, para dejarlo en la puerta con una palmada en la espalda y un diploma que ponía “gracias por concursar”. Herido pero orgulloso. Dolido pero muy tranquilo. 

Supongo que ustedes estarán ahora mismo desconcertados buscando una crónica futbolística y encontrándose con esto. Ahora me pongo a ello, sin demasiada gana para serles francos, pero ustedes me perdonarán la licencia. Por alguna razón que también entenderán necesitaba contar lo anterior. Por supuesto cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.

Si hablamos de fútbol la realidad es que el Barcelona, el todopoderoso Barcelona, no ha sido capaz de ganar al Atlético de Madrid ni en su campo ni en el del rival. En el partido disputado entre ayer y hoy salió al campo con algo más de intensidad en la presión, velocidad en el balón y ganas de ganar pero el equipo de Simeone, a estas alturas, está preparado para lo que venga. Para competir en cualquier condición. Pasados los primeros minutos de aparente peligro (que si lo piensan tampoco fue real) pasamos al guión habitual que ya vimos en el Calderón. Un Barça rígido, plano y previsible tenía el balón pero no sabía qué hacer con él. Enfrente una maquina de precisión a la hora de defender. Los blaugrana trataban de abrir el campo pero el despliegue táctico de los colchoneros impedía cualquier intento de hacer años. El partido se puso en un tramo bastante áspero. Gabi y Juanfran probablemente podrían haberse llevado alguna tarjeta por la reiteración en la faltas pero estas venían más por fruto de la brutal intensidad que por una orquestado plan de ser violento, como parecían describir los rostros de todos y cada uno de los jugadores del Barça en todos y cada uno de los minutos que duró la primera parte (y la segunda). Superada la fase de adaptación, apareció el Atleti y apareció Valdés, el culpable de que los de Messi, porque da la sensación de que Messi es onda y corpúsculo en este Barça descafeinado, se fuesen vivos al descanso. Sobre todo poniendo una mano milagrosa a un remate de ese Dios colchonero contemporáneo llamado Arda Turan, que tras una excelente jugada digna de cualquier Escuela de Dibujo apuntaba a la portería contraria.

La segunda parte pareció que transcurriría por los mismos derroteros pero no fue así. El Atleti, valiente, adelantó la presión y se fue a jugar en campo contrario. Y tocó. En vertical, sí, pero con peligro. Y se hizo dueño. Y metió el miedo en el cuerpo a súbditos y señoritos. Pero no consiguió marcar y ese fue el drama. Villa estuvo a punto pero Valdés volvió a sacar otra mano milagrosa. Llegado el minuto 60 el Atleti se desinfló acusando el esfuerzo físico. El Barça pareció dar un paso adelante en su monótono juego pero yo lo interpreto más como un paso atrás del rival. Pero Simeone es un ganado y pidió ganar e hizo cambios para ello. Sus jugadores, sacando fuerzas vete tú a saber de dónde, se cargaron las pilas para ese último esfuerzo. Faltaban 15 minutos y un gol les daba la Supercopa. Demasiado cerca como para despreciarlo. Pero entonces sí que aparecieron los nervios en el rectorado. Y el colegiado hizo lo que tenía que hacer: repartir "justicia". Eso sí, la versión capada, elitista y xenófoba de justicia que opera en el fútbol español. Un rifirrafe entre Filipe Luis y Dani Alves (ese jugador mundialmente conocido por su deportividad en el campo) acababa con la expulsión del brasileño rubio (ese jugador mundialmente conocido por su violencia). Una jugada que el línea, a 5 metros de la jugada, no vio y que tampoco vio el árbitro pero que sí ve la Reina de Saba (aka Messi) y eso es suficiente en la era de la globalización. La excusa oficial es que lo vio el línea del lado contrario. Todo muy lógico. A todo esto la jugada, para mí, no es nada y si lo es, el castigo hay que repartirlo a partes iguales.

Fin del partido. El rectorado respira tranquilo. Los señoritos se relajan. El aparato vuelve a circular. Mañana volverá a amanecer. El resto, incluido el penalti al larguero de Elseñormásenfadadodelmundo (aka Messi), es pura anécdota.


Me siento maltratado y no me apetece seguir hablando de esta pantomima pero personalmente estoy muy orgulloso de mi equipo. Mucho más orgulloso todavía.   

Orgulloso

At. Madrid 1 - FC Barcelona 1

Llevo ya unos cuantos años viendo fútbol en directo, los suficientes como para ser consciente de esa mutación artificial que ha sufrido la grada. Durante años he vivido partidos al lado, o muy cerca, de aficionados del equipo rival. Tipos de todos los signos, sexos y variedades que uno pueda imaginar. Tipos por los que a veces a veces he sentido empatía y otras me han sacado de mis casillas. Tipos que en cualquier caso siempre tenían el denominador común de sentirse emocionalmente emparentado con unos colores distintos a los míos pero ni más ni menos que yo. Aficionados al Oporto, al Celta, al Athlétic de Bilbao o al Aberdeen. También al Madrid y al Barça. Pero el fútbol, en su trayectoria hacia la galaxia, está cambiando también el color de la grada y mientras que aficionados al Real Burgos o al Elche dejan de tener sentido y desaparecen, el lugar privilegiado del balompié lo pasan a ocupar japoneses sonrientes y aturdidos que se enfundan la casaca blaugrana y vienen al estadio a ver el Baile de los Cisnes. Emocionados hermanos latinoamericanos que hartos de pasar penurias reúnen sus ahorros y los entregan a cambio de sentirse durante dos horas parte del rico y lustroso emperador que siempre gana. Preciosas jovenzuelas con el 10 de Messi a la espalda que se fijan en los peinados y que al inicio del partido preguntan en qué portería marca Neymar. Niños de Mostoles o de Usera que de la mano de un progenitor que ha decidido optar por la opción fácil acuden por primera vez a un estadio de fútbol con una senyera en el cuello, atraídos por el efecto placebo para la psique de ganar siempre o por el edulcorado sabor industrial del alpiste mediático que día tras día bombardea nuestros sentidos. Es injusto generalizar, habrás casos de todo tipo y estoy seguro que en algún sitio existirá alguien del Madrid o del Barça que sienta exactamente lo mismo que siento yo por el Atleti pero que no me engañen, no son legión. No son tendencia. No son la inmensa mayoría de los que ayer estaban en la grada del Calderón. No soy nadie para dar lecciones pero eso, para mí, no es ser aficionado al fútbol. Es otra cosa. Otra cosa que personalmente me parece triste y lamentable. Mi duda es si esa otra cosa acabará devorándolo todo.

La noche era muy calurosa pero ni eso ni la estupidez paleta y caciquil de colocar un partido oficial a las once de la noche hicieron que el ambiente se resintiese en absoluto. Los colchoneros teníamos ganas de encontrarnos para ver fútbol y se notó. Excelente entrada y excelente ambiente de gran altura. Partidazo. El encuentro comenzó aupado en ese colorido y el brutal sonido de una grada que mostraba su mejor versión. En el campo los rojiblancos asimilaban lo que venía de fuera y mostraban una concentración extrema. Un dibujo letal. Aferrados a su típico 4-1-4-1 de los encuentros importantes (sí, señores periodistas, acudan al campo y verán ese o a veces el 4-2-3-1 es el dibujo táctico del equipo y no el 4-4-2 que observan mirando la televisión) el Atleti dejaba jugar en una franja de 30 metros trazada unos pasos fuera del área grande. Un campo minado en el que cualquiera que pasase por ahí encontraría el aliento en el cogote de un par de atletas vestidos de colchonero. Enfrente, disfrazado en esa esperpéntica segunda equipación que por enésima vez trata de mezclar deporte y leyendas políticas, el Barcelona se parapetaba en su fantástico estilo de toque, pero lo hacía de forma estéril. No se sentía cómodo. La exhibición de presión, rigor táctico y ambición defensiva hacía que la mejor plantilla del mundo resultase lenta e inofensiva. Incapaz de hacer daño se limitaba a tratar de no perder el balón porque cada vez que lo hacía el Atleti salía desaforadamente a por la meta contraria. Los madrileños apenas combinaban, nada nuevo, pero ayer no era el día de empezar a hacerlo. A su evidente y denunciada aquí carencia de balón se le sumaba la dificultad de librar esa presión asfixiante que el Barça ejerce en campo contrario cada vez que pierde el balón. Aprendida la lección, los madrileños, cuando lo hacían, combinaban al primer toque, a veces con precipitación, pero siempre siguiendo lo aprendido en el vestuario. Salidas en largo de Miranda a Diego Costa y verticalidad a la hora de robar. El plan del Cholo se vio claro porque el equipo lo interpretó a la perfección.

Con ese guión apareció el primer golazo de Villa con la camiseta rojiblanca. Una oda al contrataque. La presión brutal de la zona medular hace que Koke robe el enésimo balón para sacarlo rápidamente a banda izquierda en la que Arda combina rápidamente con Villa que de primeras devuelve el balón en profundidad a la banda. El resto lo pueden ver en los resúmenes. De hecho deben verlo en los resúmenes porque es precioso. El turco cuelga el balón con la izquierda para que el Guaje empale el balón de volea y con la derecha haga el primero. El estadio a partir de ese momento estuvo en ebullición constante, un estado que maridaba perfectamente con la actitud que sus jugadores mostraban en el campo. Hasta el final de la primera parte el Barça jugó al ritmo que le imponía su rival incapaz de mostrarse como es. El Atlético, voraz como su entrenador, mordía cada vez que tenía ocasión y seguía enchufadísimo. Pudo hacer el 0-2 con otra gran combinación que Villa no acertó a rematar con claridad cuando ya encaraba la portería.

La segunda parte fue distinta, menos disputada y algo más aburrida por varios factores. El primero el gran desgaste físico sufrido en la primera parte que obligó a los del Cholo a tener que bajar el pistón. El Barça, con algo más de mordiente e intensidad, retomó algo las riendas del partido y obligó al Atleti poco a poco a jugar unos metros más atrás ya en la frontal del área y ahí sí, empezaron los problemas. Cesc sustituyó a Messi y dio mucha más fluidez al juego. Los de Martino seguían sin hacer ocasiones claras pero estaban más cerca y el Atleti robaba menos, muy atrás y cuando lo hacía perdía con demasiada facilidad el esférico. El partido era otro. Courtois tuvo que empezar a mostrar lo gran portero que es. Diego Costa y Villa estaban demasiado lejos. Turán y Koke empezaron a mostrar signos de cansancio. También apareció el árbitro para sumarse a la fiesta blaugrana. Hoy leerán que perdonó la segunda tarjeta amarilla a Busquets (o no, porque las Vedettes de la prensa chusca son capaces de inventar cualquier cosa) pero para mí eso no deja de ser una error de apreciación. Algo humano. Lo que no es humano es la actitud del colegiado con uno y otro equipo en esos minutos claves. Deslumbrado por el poder mediático del poderío Madrid/Barça el trencilla regañaba a unos y conversaba con otros. Las tarjetas de unos eran los “aquí no pasa nada” de otros. Las marrullerías de uno eran reprimidas para unos y sonreídas para otros. Eso no es casual. Eso no es un error humano. Eso es otra cosa. Con ese cocktail sobre la mesa empató el Barça. Enésima jugada trenzada en la frontal, basculación del equipo a la derecha, cambio de juego a la izquierda, llegada de Neymar al segundo palo y gol de cabeza. Desde mi punto de vista el balón viene demasiado bombeado como para que Juanfran no pueda defender de cerca a su marca. Error defensivo. También creo que Courtois tuvo tiempo de cerrar mejor el palo.

A partir de ahí Simeone cambió jugadores para ganar el partido pero no había fuerzas y la sensación era de que si seguían pasando minutos lo más probable es que el Barça volviese a marcar. Salió Óliver pero se vio superado por las circunstancias. Prácticamente no dio un pase bien y perdió todos los balones que tuvo. Es normal. Es un jugador en construcción y el partido era de altura. Quizás esto sirva sin embargo para tranquilizar a tanto histérico que reclama cargar al muchacho con la responsabilidad del juego del equipo.


Empate a uno que deja la final muy complicada (hay que ganar en Barcelona) pero deja también una gran sensación de equipo. Un equipo que da todo lo que tiene con generosidad y grandeza. Competitivo, ambicioso y serio. Un equipo del que sentirse orgulloso. Yo lo hago.