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¡Un abrazo!

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Respeto

Decía el argentino Antonio Porchia que si no levantas la vista, te creerás que eres el punto más alto. Si Eusebio Sacristán levantase la vista de ese lugar en el entorno de su ombligo en el que imagino que debe pasar gran parte de su vida, se daría cuenta de que su equipo duerme hoy a 12 puntos del Atlético de Madrid. Esa evidencia, puntual pero tangible, no tendría que ser necesaria para que cualquier profesional (o no) respetase con cierto decoro lo que el equipo de Simeone lleva haciendo en los últimos cinco años pero desgraciadamente no es así. Aquí todo lo que se sale de la verdad oficial deber morir cada noche y ser enterrado con la siguiente portada. El mérito se matiza y luego se difumina hasta el olvido. Los éxitos se cuestionan y nunca se acumulan. Desaparecen. Todo tiene que volver al principio, como el hígado de Prometeo, para ser devorado una y otra vez. 

Si usted analiza las declaraciones de los entrenadores rivales de cualquiera de los equipos europeos a los que el Atleti se ha enfrentado en Champions, verá que todas ellas, sin excepción, tienen algo en común. El respeto por el equipo y por su entrenador. Aquí es diferente. Aquí todo se iguala por abajo, se trazan barreras y se habla desde el desdén. El supuesto estilo se instrumentaliza como arma de destrucción masiva, y cualquier conquista se arrincona de un plumazo. Cualquier aprendiz de iluminado es capaz de escalar a la cima de su propia soberbia para, a modo de dogma, lanzar desde allí sus lecciones magistrales y sus soflamas hipócritas. Sin atisbo de humildad, ese animal amenazado de extinción en nuestra vida pública. El esquema se repite y funciona mientras el “valiente” no se salga del carril trazado. Mientras los escupitajos no salpiquen a los que están fuera del área delimitada para el tiro, que son los que importan. Es tan fácil apalear al apaleado que cualquier aprendiz de tertuliano se lanza a probar. Es gratis. 

La hora elegida para el partido frente a la Real Sociedad era infame pero está tan cerca el final de temporada que a estas alturas nadie quiere ahorrarse un minuto de Vicente Calderón. Era además un encuentro importante. Tres puntos en juego frente a uno de los mejores equipos de esta liga. La oportunidad de poner una importante cantidad de puntos con un rival directo por las plazas europeas. El equipo donostiarra también era consciente de las condiciones de contorno porque, de hecho, salió mejor al césped. Más intenso. Lanzó una presión adelantada y agresiva que funcionó muy bien y se adueñó de la pelota hasta monopolizar el juego. El Atleti no se encontraba y sólo podía correr detrás de los jugadores vascos. Incapaz no ya de imponer su estilo sino de sacar el balón controlado desde su propio campo. En la grada lo notábamos. La sensación debió caerse el césped porque Gabi frunció el ceño. Nuestro capitán, un tipo que gana en inteligencia a medida que los efectos de la edad florecen en su cuerpo, es un futbolista sacrificado, profesional, orgulloso y humilde, que resulta vital en el Atleti contemporáneo. Somos afortunados de que sea colchonero. Si no existiese habría que inventarlo. 

Gabi fue el que decidió dar el toque de corneta, cambiar de marcha y aumentar el nivel de intensidad. Se dio una carrera de 60 metros para presionar al portero rival y eso hizo que el equipo siguiese a su capitán. El Atleti recuperó el balón, empezó a llevar a la Real Sociedad a su área, impuso el ritmo y le dio la vuelta al partido. Los vascos, que hasta entonces movían el balón como los ángeles, tuvieron que empezar a pensar en defender y ahí no son tan sobresalientes. Empezaron a llegar las ocasiones rojiblancas. Filipe Luis, en un estado de forma impresionante y probablemente uno de los tres mejores laterales izquierdos del mundo ahora mismo, decidió hacerse con los mandos. El brasileño está en un estado de confianza tal que se atreve con todo. Al igual que ya ocurriese el fin de semana en Málaga, hizo un precioso gol tras jugada personal de tiralíneas. 

El equipo siguió jugando muy bien y fácilmente pudo irse al descanso con un 3-0. Torres tuvo una ocasión clarísima tirando al poste primero y lanzando el balón fuera cuando estaba a pocos metros de la portería. Carrasco (otro buen partido del belga) tuvo otra ocasión a puerta vacía pero remató mal y paró Rulli. La segunda parte siguió el mismo guion. Un Atleti muy sólido que fallaba ocasiones (Griezmann, Correa,…) y una Real que tenía que tirar de faltas para parar a los madrileños. 

Pero llegaron los últimos 10 minutos y el marcador seguía con el 1-0. La Real no había conseguido tirar a puerta y el partido parecía controlado. Hasta la grada mantenía un insulso perfil bajo. Simeone, que supura fútbol con cada respiración, era consciente de que cualquier error en ese momento supondría echar al traste todo el trabajo y no quería relajación. De forma airada empezó a reclamar el apoyo del público y la grada respondió (respondimos) como se merece. Fue fantástico. 50000 personas animando sin parar que llevaron al equipo en volandas durante varios minutos hasta ganar el partido. Cualquier persona que haya tenido la oportunidad de vivir algo así en directo no lo olvidará jamás. La atmósfera del Vicente Calderón es fantástica. El Vicente Calderón es fantástico. Prometo no olvidarme nunca de ello. 

Es difícil ser aficionado colchonero, mantener el orgullo de serlo y vivir en contacto con ese mundo maniqueo que proponen los conductores de la vía pública. Esa dificultad extrema es directamente imposibilidad cuando cerca hay un partido contra el eterno rival. El equipo de “todos”. Personalmente me rindo. No me interesa esa guerra. Doy por perdidos los tres puntos y si de mí dependiese ni me presentaría a jugar en el Bernabéu. Eso, en realidad todo lo que hay alrededor, no es ya un partido de fútbol. Es otra cosa. Otra cosa que no me interesa absolutamente nada. Ahora mismo me enfundo en mi chubasquero, me planto unos auriculares y hasta el próximo lunes no estoy para nadie. Nos vemos a partir de entonces.

@enniosotanaz


(Foto de www.colchonero.com)

Realidad

El día en el que todos ganaban, el Atleti perdió. Mientras los políticos de este bendito país, todos, arrastraban delante de las cámaras esa sonrisa que llevan practicando toda la vida, en Málaga el conjunto colchonero fruncía el ceño. Mientras los ejes del poder se seguían sujetando con ardor a los lugares que nunca han abandonado (ni abandonarán), el frágil y minoritario poderío colchonero sufría una de esas tardes clarificadoras con las que inexorablemente nos topamos los que estamos sometidos a la humana costumbre de cometer errores. Mientras en la galaxia, a fuerza de sacrificar personajes y forzar el guión, volvían a decorar la realidad del color que más le gusta a “todo el mundo”, en la ribera del Manzanares escuchábamos con acento andaluz los insultos que genera el odio prefabricado. Sin querer, nos topábamos de repente con la verdadera realidad, esa que dice que ahí fuera hace frío y que cada día es una aventura distinta en la que puedes ganar o perder. Decía mi admirado Philip K. Dick que la realidad es eso que sigue existiendo a pesar de dejar de creer en ello y qué razón tenía. 

No pido a nadie que me siga en mi análisis pero para mí la derrota rojiblanca se basa en tres ejes: 

Atleti. 
El principal culpable de la derrota. El propio Atleti Saltó al campo sin brillo y lo abandonó secó y magullado. Ya frente al Athlétic de Bilbao el equipo había dado muestras de un inusitado cansancio, impropio de un equipo tan físico, pero en Málaga las muestras fueron mucho más evidentes. Vendrá bien el parón. Quizá esa escasez de fuelle lo condicione todo pero la preocupante falta de intensidad en un equipo que hace de ello su bandera no le va a la zaga. Fue particularmente significativa. Por ahí se empezó a perder. Lentos, imprecisos y sin ideas, los de Simeone se vieron siempre superados. Incapaces de recuperar el balón y, lo que es más grave, sin saber qué hacer con él cuando tenían la oportunidad de jugarlo, tuvieron que replegarse más de la cuenta, correr a rebufo y actuar siempre como personaje secundario. Gabi naufragó en su improvisada labor de 5 (el agujero dejado por Tiago es abismal) y quizá por ello (y por haber estado a los 8:00 de la mañana en un colegio electoral de Boadilla del Monte) se salió del partido en la segunda parte cometiendo dos errores de principiante que provocaron las dos tarjetas amarillas que probablemente costaron el partido a su equipo. Hasta su expulsión el Atleti no había jugado a nada y San Oblak había sacado dos manos prodigiosas pero todo estaba todavía por decidir. A partir de entonces el cansancio se hizo más presente y aunque Torres volvió a tener en sus botas la posibilidad de adelantarse en el marcador, los diez jugadores se notaron demasiado y el equipo se fue deshaciendo poco a poco hasta que, agotado, tuvo la mala suerte de encajar un gol. Fue con un rechace en la pierna de Godín después de un remate de cabeza malacitano en el segundo palo. Ni siquiera en eso se tuvo suerte. Un día para olvidar. No hay más análisis. Un muy mal partido del Atlético de Madrid

Málaga
Deportivamente saltó al campo mucho mejor que su rival, puso más intensidad, más ganas y fue sin duda el que más hizo para ganar un partido que mereció ganar. Antes de seguir, si usted es de los que se la coge con papel de fumar, es incapaz de separar paja de grano o le cuesta detectar la escala de matices entre el blanco y el negro, vuelva a leer la frase y quédese exclusivamente con lo que está marcado en negrita. O mejor, deje de leer. Lo digo porque, para mí, la hostilidad y falta de fairplay con la que se empleó el Málaga sobre el césped (y en la grada) fue tan sorprendente como evitable. No les hacía falta. Con un odio cuyo origen sinceramente desconozco, los andaluces provocaron constantemente el enfrentamiento personal y fabricaron una guerra púnica con cada encontronazo natural. Con la mirada inyectada en sangre acudieron a reclamar tarjeta amarilla cada vez que les quitaban el balón y tirando de esa suerte de arte dramático tan propia de equipos de otra época, encendieron la beligerancia de la grada y la duda en la cabeza del árbitro. ¿Por qué? Entiendo la situación desesperada del Málaga y la presión con la que deben jugar pero no entiendo (ni entenderé) el odio (sí, odio) que mostraron contra el equipo de Simeone. Tampoco lo olvidaré. 

Árbitro. 
No creo que haya influido en el resultado, así que fariseos, quédense de nuevo con la frase en negrita. La expulsión es técnicamente justa y no creo tampoco que tuviese errores de bulto (más allá de un penalti a Carrasco que yo sí vi en la segunda parte pero que es raro que se pite fuera del universo Madrid-Barça). Con todo me queda la sensación de que el colegiado fue parcial, que aceptó sólo las reglas de uno de los dos equipos y que nunca protegió al equipo visitante (más bien todo lo contrario). Nada nuevo bajo el sol y, si me apuran, nada verdaderamente grave. De hecho, si no hubiésemos tenido la mala suerte de ver lo que ocurrió en el Bernabéu un par de horas antes ni me acordaríamos ahora del árbitro. 

Pero no pienso ponerme taciturno por un traspié ni justificar con atrezzo lo que ha sido principalmente un error propio. Ya dijo Simeone en rueda de prensa que el Málaga había ganado porque había jugado mejor. Fin de la cita. Tampoco pienso fustigarme. La vida es así. La realidad es así. Cuando te expones te pueden pegar. Cuando juegas puedes perder. Nadie es infalible, por mucho que los vendedores de fantasía de cartón piedra nos quieran hacer creer lo contrario con cada portada y con cada soflama. Toca recuperarse, apretar los dientes, entrenar más fuerte que antes y convertir la rabia en buen fútbol. Esto no ha hecho más que comenzar. Partido a partido. 

@enniosotanaz

Manda cojones

Por tercer año consecutivo el Atlético de Madrid supera la fase de grupos de la Champions League y accede a las eliminatorias de la máxima competición europea. Desde el colchonerismo, aturdidos por la fuerza centrípeta de esa actualizad que gira a toda velocidad, lo asumimos sin alharacas, con naturalidad y hasta con cierto desdén (“¡qué menos!”, escuchaba ayer en el Calderón). Basta echar un vistazo a la historia del Club para comprobar que es la primera vez que ocurre algo parecido a orillas del Manzanares. Nunca antes el equipo rojiblanco había conseguido acceder tres años consecutivos a la fase de grupos así que considerarlo como depreciable o menor se me antoja un poco arrogante por nuestra parte e impropio de tipos cabales. Preferiría que nos quitásemos ese recién adquirido traje de suficiencia (que nos sienta tan mal) y que intentásemos recuperar esa tradición tan colchonera como es la de ser feliz. Creo que sería bueno también que repararan en ello alguno de esos abanderados de la gloria que con tanta vehemencia tergiversan el concepto de grandeza que debe aplicar a nuestro equipo y que, aupados en no sé qué leyenda, critican a entrenador y jugadores por falta de “ambición”. Ustedes me perdonarán la licencia pero manda cojones. 

El Atlético de Madrid ha conseguido la clasificación matemática para la fase de grupos pasando por encima de un Galatasaray muy menor. El equipo turco llegó al Calderón mermado en la dirección técnica (lo dirigía en funciones el mítico Taffarel), con una galopante crisis deportiva, con bajas importantes y un evidente (y paupérrimo) estado anímico. Todo esto quita quizá algo de mérito a la victoria de su rival pero, sea como fuere, los de Simeone hicieron un partido excelente. Dibujando sobre el campo ese novedoso falso 4-3-3 (que defendiendo es un 4-1-4-1 y atacando varía entre el 4-5-1 y el clásico 4-4-2), el equipo consiguió colocar muchos más jugadores en la zona de creación y eso provocaba el que Griezmann, Koke y Carrasco entrasen más en juego y el equipo estuviese más junto a la hora de construir. Me gusta esta innovación táctica, especialmente en partidos contra equipos tan cerrados. 

El Atleti monopolizó el balón todo el partido pero, más importante, lo hizo con mucho criterio. Sacándolo jugado a través de pases cortos, triangulando en cualquier zona del campo y llegando fácil al área contraria. El equipo está en la buena línea y personalmente sólo veo dos puntos claramente a mejorar. Uno, la acuciante falta de gol. Es tan evidente que resulta absurdo ahondar sobre ello. Dos, la falta de paciencia. Acostumbrados a la verticalidad desquiciante, el equipo tiende a terminar la jugada por la banda en la que la ha comenzado y eso provoca que muchos de los ataques terminen en balones colgados al área sin mordiente y fáciles de defender. El primer gol tardó algo en llegar pero no creo que nadie estuviese nervioso por ello. Intuyo que hasta los turcos que ocupaban lo alto del fondo norte sabían que tarde o temprano llegaría. Ocurrió tras la enésima buena jugada de los de Simeone (esta vez desde la derecha) con un buen pase al área de Gabi (de los mejores en el partido) y un mejor remate de cabeza de Griezmann que, ocupando quizá el espacio físico que debería haber ocupado Torres, recuperaba su añorado olfato goleador. 

El 1-0 no cambió nada las cosas. Según sacaban los de Estambul desde el centro del campo los madrileños, como si no hubiese pasado nada, volvían a ejecutar esa presión adelantada tan difícil de superar. El partido volvía a jugarse en el terreno contrario tan sólo quince segundos después de haber llegado el primer gol. El Atleti llegó miles de veces al área pero la falta de puntería, la tendencia a recrearse en la jugada, la timidez a la hora de encarar la portería o la falta de paciencia para evitar colgar balones a ningún sitio, hacían que el marcador no se moviese. El Galatasary seguía inédito, con la cabeza gacha y la mirada perdida. Ni siquiera sus otrora fervorosos aficionados eran capaces de salir del prolongado estado de letargo. Lo apretado del marcador hacía que mediada la segunda parte todavía pudiese surgir, de repente, un cierto runrún que complicase las cosas pero ni siquiera llegó a ser una posibilidad real. Un espectacular caño de Gabi al borde del área, con el remate postrero del más listo de la clase (Griezmann, claro), subieron el segundo gol al marcador que terminó de matarlo todo. A partir de ahí los contendientes firmaron un armisticio que Simeone aprovechó para dar descanso a sus pilares. Personalmente agradecí que el estadio pudiese corear el nombre del mejor jugador del equipo ahora mismo: Tiago

 En quince días el Atleti se jugará el primer puesto en Lisboa frente al Benfica. Será un partido bonito que se encarará desde la perspectiva de tener los deberes ya hechos. Tal y como están el resto de los grupos no sé hasta qué punto es relevante el quedar primero o segundo de grupo pero yo, como colchonero, siempre quiero ganar. Estoy seguro de que en el vestuario piensan exactamente lo mismo. 

@enniosotanaz

Se busca

Sé que acaba de comenzar el otoño y que ni siquiera hemos tenido que desempolvar las chaquetas del armario. Es cierto que esto no ha hecho más que comenzar y que los motivos para ilusionarse con el Atleti 2015/2016 están intactos, pero sería ingenuo no asumir que desgraciadamente el verano hace semanas que ha terminado. Que ya no queda tiempo para estar probando y que necesitamos dejar de soñar con lo que pasará, porque, entre otras cosas, ya está pasando. La Champions es una exigente realidad y la liga empieza a ser ese certero tamiz que clasifica a sus equipos en zonas concretas de las que luego será muy difícil salir. El Atlético de Madrid acaba de perder justamente en el Madrigal y aunque seguimos a una distancia prudente de la cabeza y una derrota concreta, frente a un excelente equipo en horas altas, no debería suponer nada, la forma en la que ocurre, como última etapa de una tendencia que viene de lejos, me resulta inquietante. 

El equipo de Simeone ha perdido en Villarreal sencillamente porque ha sido peor. Porque entró peor en el partido, porque no supo contrarrestar la presión ni el juego de los castellonenses y porque el equipo colchonero no fluye. Pelea, defiende, se sacrifica y corre como el que más pero no fluye. El centro del campo, lejos de ser clave, parece ser un mal menor y el resto del líneas no son capaces de conectar cuando el equipo rival presiona y/o juega cerrado. Nada nuevo bajo el sol. El resumen de partido es muy sencillo. Los dos equipos salen a tumba abierta pero el Villarreal se impone por la simple razón de que su trato del balón es mucho mejor. Lo es porque Bruno (¡qué jugador!) y Trigueros defienden tanto como sus rivales pero además juegan y hacen jugar. Enfrente, Gabi y Tiago cumplen con creces la tarea defensiva pero se ahogan en la faceta creativa. Especialmente el capitán, que es quién debería asumir ese papel (Tiago, entre centrales, es más stopper). Nadie ayuda en esa tarea. Óliver sigue tímido y su poca valentía para tomar responsabilidad en el juego le hace parecer un jugador mediocre. Saúl se pierde en banda (mucho mejor luego en el mediocentro). La superioridad en la medular y ciertos desajustes entre líneas (para mí motivados por tanta rotación) hicieron que los levantinos se pusieran por delante en el marcador (buen gol de Baptistao) y ahí se acabó el partido. Como tantas veces ha ocurrido con los protagonistas cambiados. El Villarreal cerró filas y cedió el balón para que el Atleti, sudando tristeza y desazón en cada pase, no supiese que hacer con él. La segunda parte fue un canto a la melancolía en el que pudimos observar la peor cara de un equipo sin ideas, sin recursos, sin ánimo, sin duende y lo que es mucho peor: sin fútbol. 

El Atleti no fluye. Las malditas rotaciones han hecho que Simeone no haya repetido equipo en lo que va de temporada lo que, para mí, es un error. Los jugadores que hacen buen papel vuelven rápidamente al banquillo y los que no han hecho nada siguen ocupando incomprensiblemente la titularidad. Supongo que todo obedece a una plan estructurado para barajar los egos y mantener alto el espíritu pero no lo veo y a mí, desde fuera, no me gusta. El equipo debería pivotar sobre una forma de jugar y el mejor once posible (¿quién no recuerda el once titular de las dos últimas ligas?). Ese once no está. No lo veo. Todos tenemos o intuimos uno en la cabeza pero ese no vale. El que vale es el de Simeone, pero en la puerta del vestuario parece existir un cartel virtual que reza: “se busca once titular”. 

No creo que sea justo ni sensato tampoco cargar las tintas en los nuevos fichajes pero reconozco que lo están poniendo difícil. La totalidad de ellos, a excepción de Correa, se sitúan, de momento, entre la anécdota y la decepción. Carrasco y Savic son todavía nombres por descubrir. Vietto está siendo absolutamente irrelevante. Jackson, además de irrelevante, transmite unas sensaciones pésimas. 

Pero yo vuelvo a lo mío. La última entrada en este mismo blog antes de las vacaciones hablaba de la ilusión que representaba escuchar a Simeone hablar de bajar a Koke al mediocentro. Lo entendía como una metáfora de una cambio en la forma de jugar, incluso en el sistema, que renovase una línea cargada de años y escasa de recursos. Falsa alarma. Varios meses después estamos donde estábamos. Peor, en realidad. Más años en las piernas, un efectivo menos (Mario Suárez) y la promesa de algo que está por ver lo que será. Cualquier opción de modificar el mediocentro ahora mismo (Saúl, Koke o Kranevitter cuando venga) será improvisada y eso siempre es un problema en un equipo tan mecánico y trabajado como el Atleti. 

Insisto, de momento son sólo tres puntos. Toca reflexionar, sacar conclusiones, aprender, adaptarse, apretar los dientes y remar. Somos el Atleti y Simeone (tiene narices tener que repetirlo) tiene crédito más que suficiente. No soy pesimista pero estoy preocupado. Viene el Madrid, sí pero eso me da igual. Ni eso ni lo que ocurrió contra el Barça es (ni será) significativo para mí. Se gane o se pierda. Son partidos especiales que se juegan de otra forma y con otras componentes. La realidad cotidiana, la que te hace ser campeón, está en otro sitio y sigue con el cartel de “Se busca” colgado en la pechera.

@enniosotanaz

Paciencia

El domingo amaneció raro. A esa sensación, generalmente extraña, la que recorre el cuerpo los últimos días de verano, se le sumó de buena mañana el visionado del presunto once inicial del Atleti frente al Sevilla. Una alineación que, con inquietante coincidencia, intuían varios medios de comunicación. Gámez entraba por Filipe (tocado durante la semana y finalmente fuera de la convocatoria), Torres sustituía a Jackson y Raúl García ocupaba el lugar de Óliver Torres. Mentiría si no dijese que ese once suponía un contratiempo para mí. Parecía (era) la alineación que podría haber presentado el equipo la temporada pasada cuando no estaban los titulares que este año se han marchado (Mandzukic, Arda, Miranda y “Siqueira”). La malévola (y traicionera) sensación de incertidumbre, típica también de los principios de liga, se apoderó entonces de mi consciencia. Se dispararon las alarmas y se despertaron antiguos miedos olvidados. No fui el único, me consta. ¿Después del gran esfuerzo económico realizado por el Atleti (no tanto en realidad, si atendemos al balance ingresos-gastos) el equipo de este año iba a ser el reserva del año pasado? 

Una hora antes del partido una nueva e inesperada variable vino a sumarse a la ecuación: Raúl García, para muchos titular indiscutible en Sevilla (no era mi caso), no sólo estaba fuera de la partida inicial sino que se quedaba en la grada como descarte. Los rumores más pausados y fiables apuntaban a una salida inminente del número 8 hacia Bilbao. Tragedia. Los pastores de esa nutrida corriente de fieles seguidores del navarro se echaban las manos a la cabeza y dejaban mostrar su enfado. También su pesimismo. Algunos de ellos, los aficionados del insulto fácil y el código binario, ese grupo de intolerantes que crece de forma imparable en todas las familias, lanzaban incluso exabruptos tóxicos, sin preocuparse en matizar el motivo ni la dirección. Yo no entendía nada. 

Pero mientras el caos se desparramaba por las redes colchoneras, en la rivera del Nervión comenzaba el partido. ¡Y qué partido! Frente al cuadro colchonero aparecía el Sevilla de Emery, un equipo renacido y consolidado que, como siempre, ha fichado muy bien. Si el once inicial parecía más que solvente, el banquillo asustaba: Krohn-Dehli, Gameiro, Konoplyanka,… El encuentro comenzó con un nivel de intensidad altísimo, tal y como corresponde a dos equipos muy parecidos, pero la novedad aparecía en forma de actitud. Lejos de propuestas timoratas, para decepción de los cenizos que auguraban cerrojazo (“saldrá a empatar”, decían) y deleite de los soñadores, los del Cholo adelantaron la línea de presión hasta el mismo área pequeña del rival. Liderados por un renacido Gabi y conducidos por un cada vez más joven Tiago, el Atleti impuso su ritmo en todo momento, consiguiendo que el partido se jugase justo donde ellos querían. 

Pero eso no era todo. El injustamente cuestionado Óliver Torres conseguía demostrar, en una plaza muy difícil, que es un jugador más hecho que el que conocíamos pero también que está implicado como el que más. Gran primera parte del canterano, incrustado tácticamente en el equipo, solidario en el derroche y, ay amigos, siendo un gran jugador de fútbol. Cuando el equipo hispalense cerraba los espacios y agobiaba la salida, aparecía de repente el genio del extremeño para, con un giro de cintura o un simple pase al primer toque, romper la línea y permitir al equipo salir jugando. Exactamente lo que necesita el Atleti de Simeone. Mira que si estaba en casa… 

Si al genio incipiente de Óliver se le suma además el talento consolidado de Griezmann (y Koke) ocurre lo que ocurrió en la primera parte: un Atleti dominando el partido en uno de los campos más difíciles de primera división. El 1-0 al descanso (de Koke tras jugada de habilidad y picardía del francés) simplemente ponía justicia al marcador. 

La segunda parte comenzó parecida, pero a los 10 minutos los de Emery empezaron a asumir riesgos, a jugar por la derecha con un gran Reyes y a encerrar a los colchoneros en su área. Fueron 20 minutos de angustia en los que los del Cholo apretaron los dientes y tiraron de galones para cerrar su portería sin que el Sevilla fuese capaz de crear ocasiones claras de gol. 20 minutos que se acabaron cuando Gabi, de zapatazo lejano con algo de suerte, ponía el 0-2 en el marcador. Letal para los sevillanos. El resto del partido sirvió para soñar con Yannick Carrasco (buenos minutos) y disfrutar del primer gol oficial de Jackson de gran zurdazo (y algo de ayuda también de Beto), que provocó la imagen de la noche: un Simeone elevando 8 dedos al cielo, tal y como antes habían hecho Koke y Gabi y cualquiera en esa plantilla, como símbolo purificador que recordaba a ese capitán que se marchaba. 

Enorme resultado del Atleti que da un golpe rotundo en la mesa de la liga, que mata muchos fantasmas de un plumazo y que alisa un terrorífico comienzo de campaña. Tres puntos que ilustran una simple y clara moraleja, la que se desprende de toda esta pequeña historia. Un concepto que es también la enseñanza que rezuma toda la trayectoria de un jugador luchador, honesto, profesional y carismático como Raúl García, que hoy se va. Una idea que sirve también para encarar el inició de esta nueva aventura colchonera bajo la batuta de Simeone: paciencia. 

@enniosotanaz

La teoría del avestruz

Real Betis 0 - At. Madrid 2

El avestruz es un animal que cuando se siente amenazado, cuando no entiende lo que ocurre alrededor o cuando las cosas no son “como tienen que ser”, decide por precaución meter la cabeza en un agujero. Es en ese agujero, inmenso, galáctico y con equipamiento de lujo, en el que vive el inmenso avestruz que conforman los medios de comunicación de este país. Ese puñado de profesionales distribuidos en empresas de comunicación, también profesionales, que sirven de nexo entre la “realidad” y el ciudadano medio. Mientras la semana pasada media Europa hablaba del Atlético de Madrid en términos elogiosos, situándolo, lógicamente, a la misma altura que los otros siete equipos con los que se está jugando el máximo torneo europeo, pero destacando por el camino el mérito especial que eso tenía en el caso del equipo madrileño (¡¡sí, madrileño!!), en este bendito país el trato recibido se asemeja más, en el mejor de los casos, a un miserable desprecio. TODO el espacio de todos los medios, todos los recursos, todas las luces y todos los focos se gastan sin reparo, ni átomo de vergüenza, en el duopolio tramposo y artificial que al parecer domina los designios del mundo. Siguiendo los predicamentos de la nueva religión del dinero, mientras los dos monstruos económicos se jugaban tres puntos correteando por el césped, en una suerte de desfile de modelos top, peinados galácticos y millones tirados a la basura, no lejos de allí, a dos horas y cuarto en AVE, el Club Atlético de Madrid se colocaba primero de la liga española. Una anécdota que por supuesto pasó y pasará desapercibida para los notarios de la realidad, que, como vulgar avestruz, prefieren seguir calentitos en su agujero.

La victoria colchonera en Sevilla fue sufrida y áspera, pero tiene un mérito incalculable. No me daba buena espina el partido ya en la víspera. Suelo ser esquivo y refractario respecto a los partidos postapocalípticos. Esos que vienen después de un supuesto esfuerzo titánico con gran desgaste físico y anímico del rival. Ese tipo de situaciones límite puede tener también consecuencias límite, pero nadie asegura que sean en uno u otro sentido. De hecho, el partido comenzó con un Betís metidísmo y una grada ejemplar, tratando de hacer olvidar a su equipo el lugar del que vienen y lo que es peor, el lugar al que van. Tanta intensidad había en el césped que prácticamente era imposible jugar. Un Betis muy ofensivo, con dos extremos y dos laterales, que además salió mordiendo. El Atleti trató de contener las emociones, empatar con el rival en lo que a derroche físico se trataba y fiel a su esencia, no complicarse la vida con el balón. Todo esto motivó que no se jugase prácticamente nada y que el esférico estuviese más tiempo en el aire que en el suelo.

Pero poco a poco las cosas volvieron a su cauce. Arda Turan se cambió de banda buscando entrar en juego y por ahí el Atleti recuperó el balón y el dominio del partido. Durante una buena parte de la primera mitad se jugó entonces en campo andaluz y sin que llegasen con ello claras ocasiones, sí que se mantuvo el peligro y la sensación de que el Atleti iba a por el partido. En ese escenario apareció también un soberbio gol de Diego Costa, con pase al segundo palo que remata con la zurda, que sin embargo fue anulado por el colegiado, aplicando ese nuevo reglamente del fútbol que sólo le aplica al Atleti en los partidos en los que puede hacer sombra a los dos únicos equipos de este país. Gol mal anulado que, coincidiendo con la lesión de Amaya, supuso un punto de inflexión en el partido. El Betis, apoyado por una grada que se encendía por momentos, sin que los televidentes supiésemos bien el por qué, elevó el nivel de tensión y de faltas con lo que el dominio del partido cambió de dueño y el fútbol dejó otra vez de ser visible. Y es una pena, porque creo que el Betis es un equipo que juega muy bien al fútbol y al que únicamente le falta gol. Pero también es verdad que su situación no está precisamente como para buscar sutilezas estéticas. Y hablando de sutilezas, antes del descanso el árbitro, con el reglamento ordinario en la mano, debería haber expulsado a un tal  Paulao, que gracias a esa constante campaña mundial por convertir a Diego Costa en el anticristo debió sentirse habilitado para arrancarle la rodilla mediante entrada salvaje.

La segunda parte comenzó con los mismos protagonistas y las mismas sensaciones pero con el Betis aumentando todavía más el grado de implicación, intensidad y protestas y con un Atleti que empezaba a mostrar síntomas de sentirse verdaderamente incómodo en el campo. Juankar pudo haber cambiado la historia quedándose completamente solo delante de Courtois pero su remate golpeó en el palo en lugar de caer en la red. Bendita suerte. El ambiente era tan extremo para los sevillanos que uno de sus protagonistas más pendencieros, Braian, se pasó de la raya. El bético cometió un error de principiante al llevarse claramente el balón con la mano cuando ya tenía una tarjeta amarilla. Segundos después de la expulsión el capitán colchonero, ese excelente profesional que siempre sabe estar en su sitio, dentro y fuera del campo, decidió echarse el equipo a la espalda y lanzar un soberbio zapatazo desde la frontal del área que se coló en la portería de Adán para poner el 0-1. El partido acababa de morir. Los de Calderón se fueron disolviendo como un azucarillo mientras los de Simeone se ponían en modo fútbol-control para cerrar el encuentro. El buen gol de Diego Costa, tras asistencia magistral de Koke de cabeza, no hizo más que acelerar los acontecimientos y sellar un pacto de no agresión para los minutos que quedaban.

Seguramente el lunes tengan que utilizar un lupa de precisión para leerlo en los medios de comunicación o necesitarán extremar la atención para escucharlo en algún sitio pero la realidad está siempre por encima de lo que, supuestamente, vende o da dinero a los que ya tienen dinero. La realidad dice que el Club Atlético de Madrid es ahora mismo, a falta de pocas jornadas, el líder de la liga española. Es decir, por muy grande y confortable que sea el agujero del avestruz no deja de ser eso, un agujero.




Allá ellos

At. Madrid 4 - AC Milan 1

Si ustedes hacen el gran esfuerzo visual de enfocar la vista en el escudo del Club Atlético de Madrid, observarán, para su asombro, que en el mismo aparece el Oso y el Madroño. Si además disponen de unos conocimientos básicos del común acervo cultural, podrán relacionar, fácilmente también, que ese es precisamente el emblema de la ciudad de Madrid, villa y corte de España, lo que hace indicar que el Club Atlético de Madrid es un equipo madrileño y español. Les digo esto, que puede parecer de Perogrullo, porque no es tan evidente si ustedes viven en esa bendita ciudad, viendo la televisión, escuchando la radio y leyendo los periódicos. Para entender lo que les digo, basta echar un vistazo a la portada de los dos principales diarios “deportivos” madrileños en el día en el que el Club Atlético de Madrid se jugaba su pase a cuartos de la Champions League (después de casi 20 años) y frente a un equipo histórico, de esos que dan lustre a cualquier estadio de fútbol, como el AC Milan. El diario MARCA, en su esforzada búsqueda por aumentar la felicidad de lo que han entendido que es su único cliente, dedicaba su primera página a las cuitas y dramas de un tal Messi. El diario AS, en esa lucha denodada por los mismo objetivos de su rival (que básicamente consisten en obtener respuestas reflejas tipo Pavlov en lo que quede de cerebro en su cliente de referencia),  iba un paso más allá en ese paseo por las cloacas más inmundas de la manipulación y las artes de la desestabilización que normalmente practica. Los aficionados al Atlético de Madrid estamos acostumbrados a estas alturas a vivir al margen del poder, a desconfiar de los vendedores de crecepelo y a sacar pecho viviendo en un mundo en el que al parecer molestamos. Hemos aprendido a sobrevivir entre zarzas y elementos hostiles. Hemos desarrollado una coraza natural para evitar que el desdén tóxico que nos rodea nos afecte, así como para conseguir que la escoria resbale de forma innocua por nuestra epidermis. Sólo puedo hablar por mí, evidentemente, pero tengo la sensación que toda esa pelota de mierda ya nos da igual. Nos hemos acostumbrado a sus formas de matón y su pestilente hedor así que podemos convivir con ello. Pero eso no quita para que los insultos sigan siendo insultos, las puñaladas sigan siendo puñaladas y que los dardos envenenados se claven de vez en cuando extendiendo su veneno. Tiene narices, pero también cierta lógica, que se me venga todo esto a la cabeza precisamente ahora, cuando acabamos de pasar por encima del AC Milan y colocarnos entre los 8 mejores equipos de Europa. Después de asistir a una preciosa fiesta del fútbol en directo y de disfrutar de un sentimiento y de una emoción que lamentable quedará reducida al fabuloso ostracismo de los que nos sentimos aficionados al Club Atlético de Madrid y tenemos la suerte de poder acceder al epicentro del fenómeno. Allá ellos. Los que manipulan los hilos y los que comen mentira. Los que pisan al que tengan que pisar con tal de seguir chupando y los que, incapaces de mirar más allá de la punta de su nariz, siguen pensado que lo que sale en los periódicos es verdad. Allá ellos. Yo en cualquier caso soy seguidor del Club Atlético de Madrid. Con todo lo que eso implica. Es más, lo seguiré siendo.

El partido amaneció precioso. Con un Vicente Calderón lleno, coloreado con furia de rojo y blanco, sonando a fútbol de élite y oliendo a fecha histórica. Un nutrido grupo de tifossi milanistas se apelotonaba en el fondo norte mientras otras tantos se mezclaban en la grada general. Cerca de mí podía ver a varios. Ello, lejos de suponer una amenaza o un inconveniente, como probablemente intuyan los periodistas profesionales que escriben sus crónicas desde la redacción al abrigo de la calefacción central, impregnaba todavía más el ambiente de fútbol. De puro fútbol, el de verdad. De fútbol en directo, que es el único que puede sentirse en la piel. El Atleti salió como uno bisonte al campo. Presionando con furia, intenso y consciente de lo que había en juego. Raúl García era de la partida inicial en detrimento de Villa y Diego (mi opción favorita) en una decisión que no comparto pero que evidentemente respeto con toda el alma. Enseguida el partido se rompió por el marcador. Gabi robó el primer balón de los millones de balones que robaría después y se la pasó a Koke para que el canterano metiera el balón en el área y Diego Costa estirara su gadchetopierna, conectando con el esférico y metiéndolo en la red. 1-0. La cosa pintaba bien. La euforia se desató en una grada que adornaba la permanente sonrisa que tenemos desde que llegó Simeone con las banderas rojiblancas que alguien había dejado en nuestros asientos.

Entonces ocurrió el único borrón de la noche. El Atleti suele ser un equipo que lee muy bien los partidos, con gran capacidad para controlarlos y llevarlos al terreno que más le conviene. Especialmente cuando va por delante en el marcador. Esta vez no fue así. Si en esas circunstancias el equipo normalmente defiende fuera del área y se mantiene muy presionante en zona de tres cuartos, ahora se echaban unos metros más atrás, demasiado cerca del área y bajaban la intensidad. Para más Inri, cada robo de balón (siempre muy atrás) iba acompañado de una pelotazo sin criterio que provocaba que el Milan siguiese en campo colchonero perfectamente colocado. Esa forma de actuar supuso una invitación al rival para que se sumara al partido y el Milan, que es el Milan, lo hizo. Se adueñó del balón, se plantó en la frontal del área, empezó a jugar y empató el partido. Lo hizo Kaká, de cabeza, con un balón colgado a la espalda de Juanfrán, que es uno de los puntos más vulnerables del equipo. Los gritos de los aficionados italianos empastaban con cierto runrún que flotaba en el ambiente y que invocaba a los fantasmas del pasado. El Atleti sacó de centro tratando de animarse pero parecía aturdido. Los de Seedorf lo vieron, sus aficionados también, entendiendo que su oportunidad de remontada pasaba por ahí y ahí estuvieron durante varios minutos. Hasta que llegó el elegido, el grande, el genial Arda Turan. El único capaz de salirse del guión castrense de Simeone con una sonrisa y el aplauso enfervorecido de su propio entrenador. El turco, que cuajó un buen partido, disparó desde la frontal del área un balón que rebotó en la pierna de un rival para colarse en la portería de Abbiatti poco antes del descanso.

La segunda parte fue ya otra cosa. El Atleti volvió a su guión habitual y ahora sí controló el partido como sabe. Asfixiando la salida del rival, compactándose en el repliegue y llevando el balón hasta campo contrario para quedarse a jugar allí. En ese contexto brilló Diego Costa, que volvió a deslumbrar a toda Europa demostrando el inmenso jugador que es y brilló también Raúl García que si bien su labor es más bien discreta en casi todas las facetas del juego, a la hora de rematar es un auténtico killer. Casi mete por la escuadra un remate de chilena que de entrar hubiese abierto todos las televisiones del mundo (menos las españolas, evidentemente) pero  tiró de modestia sin necesidad de trascender para meter el tercero de cabeza, tras saque a balón parado marca de la casa. Pero si brillaron Costa y Arda y Raúl García, me van a permitir que yo me quede con nuestro capitán. Don Gabriel Fernández Arenas. Un líder dentro y fuera del campo. Una referencia para el colchonerismo. Un futbolista ejemplar, discreto y humilde. Un símbolo de entrega, superación y compromiso. Un orgullo para cualquiera que se considere no sólo del Atleti sino amante de este deporte. El capitán completó un partido soberbio (y lleva varios últimamente) iniciando la presión, tapando los errores de los compañeros, equilibrando el equipo en defensa y en ataque, robando, construyendo y hasta llegando a la portería rival. Grande Gabi. Muy Grande. La guinda al pastel la puso de nuevo Diego Costa en la enésima jugada de combinación desde que Diego Ribas había saltado al campo y que acabó con un derechazo al poste que besó finalmente la red. 4-1 al AC Milan en octavos de Champions League. Repitan la frase y piensen sobre ello.


¿Y ahora qué?, preguntarán. Pues lo que venga, opino yo. Llegados a este punto la complicaciones se multiplican y factores como la suerte o el momento exacto en el que tengas que jugar un partido son elementos clave que pueden definir el futuro. Quedarán 8 equipos, casi todos grandes monstruos económicos y alguna anomalía extraña que en principio podría parecer asumible. Qué sé yo. No me gusta jugar a adivinar el futuro así que no voy a empezar a hacerlo ahora. Lo único que tengo claro es que, venga lo que venga, lo tomaré como lo que es, como una fiesta. Como un éxito. Como un triunfo. Digan lo que digan los demás. Los otros. Allá ellos. 

Conviene recordarlo

At. Madrid 2 - Athletic Club de Bilbao 0

Hubo un tiempo no muy lejano, conviene recordarlo, en el que los aficionados teníamos en la cabeza ese número indeterminado entre el 40 y el 45 que marca la barrera de puntos necesarios para mantenerse en primera división. Un tiempo no muy lejano, conviene recordarlo, en el que el Atleti perdía y empataba regularme. Dentro y fuera del Vicente Calderón. Jugando mal y jugando rematadamente mal. Cuando hoy, a diez o quince minutos del final, con el partido resuelto y viviendo tranquilos, las gradas del Coliseo colchonero se han arrancado a cantar, en un brote de alegría espontánea que invocaba el aura colchonero, he visto como algún altivo espectador rojiblanco torcía el gesto con desdén. Tirando de sonrisa condescendiente y equivocado espíritu de hidalguía. Como sintiéndose superior a esa gente que, y cito palabras textuales, se alegraba de cualquier cosa. ¿Cualquier cosa? El Atleti es hoy una maquina. Un rodillo imparable que pulveriza a sus rivales. Un engrudo impenetrable que apenas tiene fallos en defensa y un par de estiletes en punta, capaces de desangrar a cualquiera que se ponga delante. Vivimos una época espectacular e increíble pero mientras disfrutamos del momento deberíamos ser capaces también de no perder la perspectiva histórica. De ser felices. de no caer en ese efecto colateral del fútbol moderno que es la condescendencia. Torcer el gesto cuando Gabi un día, exhausto, no llegue a cortar un balón, chillar con el corazón en la garganta porque Juanfrán ha fallado un pase o llamar matado al mismo que hace cinco minutos querías dedicar un altar. Criterio. Cabeza. De la misma forma que hemos sido afición ejemplar en las derrotas necesitamos serlo también en las victorias. El futuro va en ello. Hubo un tiempo no muy lejano en el que soñábamos con vivir lo que hoy es realidad. Conviene recordarlo.

En esa preciosa y absolutamente futbolera hora que son las cinco de la tarde de un domingo, comenzaba uno de los grandes clásicos de nuestra liga: el Athletic Club de Bilbao contra el Athletic Club de Madrid. En tiempos nuestra matriz vasca, se presentaba hoy en el Calderón con un remozado equipo en el césped y un buen entrenador en el banco. Siempre he tenido admiración por Valverde, su forma de entender el fútbol y su forma de plasmarlo en sus equipos. Creo que el equipo vizcaino acertó con su fichaje pero lo visto hoy ha sido bastante decepcionante, aunque algo de mérito probablemente tenga también su equipo rival de hoy. Aun así el partido comenzó con los bilboarras mejor plantados en el campo y manejando mejor el balón y el partido. El enésimo golpe de efecto de Simeone para recuperar jugadores de su plantilla, hacía que los madrileños saltasen al campo, otra vez, con Adrián y por ende con un sistema algo desequilibrado. Jugando Diego Costa tan en punta y siendo Villa tan delantero, la presencia de Adrián hacía que el centro del campo se volviese a resentir como ya había ocurrido en Granada. Durante esos primeros minutos la intensidad del Athletic, junto a la superioridad en la zona medular, hacían que el Atleti pareciese partido y no fuese capaz de contrarrestar el juego vasco. Aun así, nunca llegaron a inquietar verdaderamente el área de Courtois.

Pero pasados quince minutos, acoplados los jugadores colchoneros a las novedades, Koke decidió echar un cable mayor del habitual al medio centro y el partido empezó ser otro. Tiago tomó los mandos del equipo (cada día está mejor el portugués y creo que como no espabile Mario Suárez va a perder la titularidad) y Gabi (¡qué jugador!) se puso a cortar y repartir. El capitán ha vuelto a dar esta tarde una lección de lo que se le supone a un mediocentro defensivo moderno. Intenso, duro, pegajoso, muy hábil en lo táctico, listo en lo técnico y generoso en lo físico. Gran partido del canterano sobre el que se empezó a construir la victoria. Y es que allí donde Gabi o Tiago sueltan el balón, a falta de Arda, aparece el bueno de Koke para poner juego y cordura. Para cuando llegó el primer gol del Atleti el partido ya llevaba tiempo en posesión de los de Simeone, haciendo desaparecer a un Athletic al que ya no se volvería a ver en todo el partido. Villa ya había avisado con un soberbio remate con parada imposible de Iraizoz pero el primer tanto llegó más tarde, por la derecha, con un pase de Juanfran (buen partido otra vez del lateral) al límite de la línea de fondo que Costa no puede rematar, lo toca un jugador vasco y lo recoge el guaje para engancharlo a la red. El Athletic moría un poquito más. La puntilla vino al filo del descanso con otro soberbio pase de Koke a Diego Costa (he perdido ya la cuenta de todos los que van) que el hispano-brasileño recoge, mima, encara y coloca en la red. Si Diego Costa está imparable lo de Koke empieza a ser también de tesis doctoral.

La segunda pase fue directamente un paseo que se jugó en su mayor parte en campo del Athletic de Bilbao (síntoma de personalidad y poderío) y en la que si no hubo más goles fue por culpa de Iraizoz, la suerte y una cierta querencia de los colchoneros por hacer engarce de filigrana en muchos momentos. La prometedora línea de tres cuartos vizcaina (Beñat, Muniain, De Marcos,...) siguió sin aparecer y el Atleti jugó prácticamente a placer. La única ocasión en contra que recuerdo es un arranque del propio Muniain, tras error de Raúl García, que lanzó cruzado y rozando el poste. El árbitro mal, lo normal, pero creo que lo fue para los dos equipos.


Y todo sigue igual. A un punto del Barça y 5 por delante del Real Madrid. Pero sacar 30 puntos de 33 posibles no es normal por mucho que algún recién llegado a la fiesta lo crea. No es que lo diga yo, es que lo dice, insisto, la historia. En tres días podemos sellar el pase de Champions y en siete días volveremos a tener otra final en la liga. Así es el fútbol de elite, sí. Y es precioso.

Realidad

At. Madrid 5 - Real Betis 0

Mientras un puñado de defensas del Betis permanecían exhaustos y derrotados sobre el césped, su entrenador Pepe Mel retornaba al banquillo por primera vez desde que el balón empezase a rodar. Pasaban ya los 90 minutos de un encuentro resuelto desde hacía mucho tiempo atrás, pero el partido terminaba en campo del equipo andaluz con un puñado de colchoneros presionando la salida del balón como si les fuese la vida en ello. Gabi, ese capitán formal que de forma natural e indiscutible se ha erigido como imagen, santo y seña de está oda a la ilusión que es el actual Atlético de Madrid, empalaba un balón suelto en el área para hacer el quinto gol y culminar la noche. En ese disparo metía las últimas gotas de energía que quedaban en su cuerpo. Una energía que había ido dejando sin miramientos y con generosidad durante los 90 minutos anteriores. Los jugadores verdiblancos eran incapaces de levantarse del suelo y el árbitro, generosamente, pitó el final. Los futbolistas del Betís seguían siendo incapaces de reaccionar, primero por la brutal exigencia física a la que habían sido sometidos. Después, y más difícil de superar, por el peso psicológico de haberse visto aplastados. El dolor terrible de haberse visto incapaces de superar un muro de hormigón armado que poco a poco te arrincona y te liquida. Pepe Mel, ese personaje que no puede evitar soltar una buena dosis de desprecio para su rival cada vez que juega con el Atleti, tenía que refugiarse en el anonimato de la caseta consciente, aunque nunca lo reconocerá, de que lo habían pasado por encima. Para mí esa es la fotografía que describe el Atleti contemporáneo. Un equipo unido, fuerte, potente, con suerte, con criterio y autosuficiencia que derrota a los enemigos en el campo y cierra la boca de los engreídos sin tener que abrir la propia. Con juego, con goles y con evidencias.

Acabado el partido uno escuchaba a Óliver Torres contar por la radio como nada más levantarse esa mañana, lo primero que había visto era un mensaje en el teléfono de su capitan, Don Gabriel Fernández Arenas, diciéndole que todo el equipo estaba con él y que esa era su noche. 20 segundos después de comenzar el partido el propio Óliver se dirigía hacia el Frente Atlético para celebrar su primer gol con la elástica rojiblanca en partido oficial. Los otros diez jugadores que llevaban la misma camiseta que él, daban el esprín de sus vidas para arropar a la joya canterana en esos momentos. No era una celebración cualquiera. Eran muestras de cariño a un ser protegido. A un compañero todavía frágil. Era el brazo tendido a un recién llegado diciendo, "eh, estamos contigo". Era la demostración de que el mensaje de por la mañana era verdad. Era la representación más evidente y más bonita de que el Atlético de Madrid es un Equipo. Un señor Equipo. Y permítanme que lo escriba con mayúsculas.

El único momento de la noche en el que pudimos ver al Betis de Pepe Mel fue precisamente tras ese gol y durante diez o quince minutos. El Atleti, borracho de euforia probablemente y algo damnificado por la relajación de verse arriba en el marcador, rebajó demasiado la línea de presión y sobre todo renunció al balón. El esférico apenas duraba unos segundos en las botas colchoneras y eso hacía que el equipo tuviese que defender cada vez más atrás. Fueron momentos inciertos en los que el Betis consiguió acercarse ligeramente al área pero fue una falsa sensación porque jamás volvería a ocurrir. La delantera bética no volvió a ver la cara de Courtois de cerca. Tiago se puso el traje de mariscal, Gabi y Koke el de obreros y se acabó la música de cámara para el equipo andaluz. En triunvirato colchonero había decidido que el partido se jugaría lejos de la portería propia y así fue.

Pero a Simeone no le basta con alejar el peligro y tras el descanso el equipo se fue a por el partido. Era además el momento de Villa. El Guaje, criticado desde muchos foros y este es uno de ellos, tenía muchas bocas que callar y muchas voluntades que convencer. Y va camino de ello. Mucho más fino que otras veces, mucho más rápido y activo también, el jugador asturiano fue otro. No sé si aquel delantero que maravillo a medio mundo hace unos años pero un delantero muy aprovechable sin ninguna duda. Aportando recursos en la delantera y aprovechándose del terror en la fuerza que provoca su compañero de vanguardia Don Diego Costa. El partido quedaba finiquitado con un soberbio gol cocinado en la banda izquierda por Koke y Filipe Luis (¡qué jugador!) pero sellado con un soberbio remate de cabeza de delantero aventajado. De Villa. Con el 2-0 en el marcador el Atleti liquido el cansancio y se fue a disfrutar de la fiesta mientras el Betis, cogido con pinzas, se deshacía como un azucarillo. El tercero llego otra vez por parte de Villa que tras recortar con la derecha en el área grande, empotró el balón con la zurda con un tiro que llevaba tanta rabia como precisión. El cuarto de la noche vuelve a tener al 9 colchonero como protagonista que tras soberbia asistencia, habilita a Diego Costa para que siga aumentando su espectacular cifra de goles. Lo de este hombre empieza ya a ser un escándalo.


El Atleti sigue ahí. Soñando con los pies en la tierra. Con los ojos abiertos. Corriendo como el que más. Minimizando errores. Con esfuerzo y humildad. Con orgullo y poderío. A un punto de ese Barça desubicado que vimos el sábado y cinco por encima de ese otro Madrid, con tintes de esquizofrenia, que también vimos en el mismo partido. Puede que las cosas vuelvan a la normalidad. Puede. Lo que no tengo tan claro es que normalidad tenga ahora mismo al Atlético de Madrid fuera de las posiciones de cabeza. Ha pasado demasiado tiempo como para pensar que todo esto es pasajero o casualidad. La realidad, señores, es esto. Disfrutemos de ella. 

Partido de otro fútbol


At. Madrid 2 - Sevilla FC 1 

Que la Copa del Rey es un torneo precioso y emocionante, especialmente en su tramo final, es algo que he reconocido ya muchas veces. Con esa premisa de fondo parecería lógico suponer también que vivir en directo el partido de ida de una semifinal despertaría una agradable emoción en mi persona pero debo reconocer que no es así. Por alguna razón, en los últimos años los partidos contra el Sevilla FC suelen ser momentos en los que dejo de disfrutar y se despierta en mi interior un crisol de sensaciones encontradas que no me gusta. Que de hecho detesto. Desde aquellos tiempos en que el conjunto hispalense estaba dirigido deportiva y espiritualmente por ese monarca de las esquinas oscuras del fútbol llamado Caparrós, un profesional con una concepción del fútbol y del deporte radicalmente opuesta a la mía, los enfrentamientos contra los sevillanos han tenido poco de fútbol y mucho de otra cosa. Lejos de parecerme algo digno de recordar lo entiendo como una muesca en nuestra historia. Una costumbre fea e incómoda que me gustaría ver erradicada alguna vez. Independientemente de quienes sean los culpables, desde el exclusivo punto de vista del lado colchonero, deberíamos empezar a evitar entrar en una guerra que ni nos conviene ni creo que encaje con lo que este club ha sido durante toda su historia. La rivalidad deportiva estará ahí y crecerá o decrecerá en función del desempeño y resultado de sus protagonistas. Perfecto. El resto es tan artificial y escatológico que deberíamos hacer el ejercicio de constricción necesario para salirnos de la puja. No me interesa. Prefiero llevarme el dolor de la provocación a entrar en un sucio juego del que no quiero ser partícipe. 

Pero todo esto se veía los minutos antes de acceder al Vicente Calderón y todavía se hizo mucho más patente dentro. Un nivel de ansiedad y tensión a flor de piel en la grada que no se correspondía con un acto deportivo. No era la emoción de una semifinal que hacía correr la adrenalina a toda velocidad sino el empacho en sangre de esa sustancia que el cuerpo humano supura cuando se siente amenazado. Ese ambiente se trasladó a un terreno de juego en el que se reconocía a los dos equipos. El Atleti de Simeone bien plantado, activo, dinámico, incisivo, veloz… y el nuevo Sevilla de Emery colocado, sólido, agazapado sin bajar la guardia y muy consciente de que en la Copa del Rey se juega la temporada. Tras unos primeros minutos de cierta ansiedad y precipitación cada escuadra adoptó su rol llegando a un cierto equilibrio. Pero no duró mucho. El Atleti, sustentado sobre todo en el incansable trabajo de los dos mediocentros (es justo destacar el gran partido de Gabi) se hacía con el centro del campo y ayudado por un Koke omnipresente y los dos estiletes de las bandas (Juanfrán estuvo más activo que otras veces) se metía cada vez más en terreno contrario. Y empezaron a llegar las ocasiones. Por la izquierda y por la derecha. Con Turán y con Filipe Luis. Pero no estaba Falcao. Y se notaba. Diego Costa, haciendo otra vez un gran partido, es un jugador tremendamente activo que se pasa 90 minutos tirando desmarques. Tiene mucha facilidad para abrir la delantera y caer a banda pero el problema es cuando no hay nadie detrás. O cuando el que está detrás es el actual Adrián. El asturiano lo intento y trató de entrar constantemente en juego pero no está con confianza. La duda es si Adrián es el de hoy o el del año pasado. La certeza es que hoy no está con el nivel que necesitamos. Resolvió mal a la hora de definir en casi todas las ocasiones y hasta tuvo errores tácticos básicos como el de irse al primer palo cuando Diego Costa viajaba al mismo lugar para dar el pase de la muerte al segundo. Aun así la ocasión más clara de la primera parte fue del brasileño que tras un pase magistral de Gabi se quedó solo delante del portero rival pero no acertó a meter el balón en la portería. Para entonces el Atleti era un vendaval y el baño de fútbol y juego que estaba dando a su rival era considerable. Pero llegó el descanso y el empate a cero lucía en el marcador de forma injusta. 

El juego y verticalidad del Atleti había enmascarado ligeramente la labor arbitral. Malo en las decisiones pequeñas y absolutamente nefasto a la hora de controlar el partido. Permitió que las constantes provocaciones, primero y sobre todo del Sevilla pero más tarde también de los colchoneros, acabasen impunemente con lo que sin darnos cuenta estuvimos inmersos en ese juego zafio y detestable de patadas, codazos, protestas, pérdidas de tiempo, miradas asesinas, gestos macarras y demás habitantes del otro fútbol. Eso que aparece siempre últimamente en los Atleti-Sevilla. El segundo tiempo comenzó con todo eso en el campo, con un Atleti que trataba de hacer lo mismo pero con un Sevilla que se había aprendido la lección y que ahora cerraba las rendijas por las buenas o por las malas. Los dos equipos jugaban en campo de los andaluces pero las ocasiones no eran claras. Hasta que llegó el principio del fin. Mano en el área hispalense, tarjeta amarilla, la consiguiente expulsión de Spahic, penalti y gol de Diego Costa que fue el que había provocado todo aquello. Lata abierta. 1-0. Bien. 

No. Mal. Muchas veces hemos criticado al equipo, yo el primero, por echarse atrás tras marcar un gol pero partidos como éste son los que hacen anulan esa crítica de un plumazo y dar la razón a tipos como Simeone. Aunque todo es matizable, claro. Lo que uno reclama desde la grada es que el equipo no se encierre en su área a defender un gol pero eso no significa querer que los jugadores se marchen desaforadamente al ataque sin orden ni concierto que es lo hizo el Atleti. Durante unos minutos, aupado por la euforia ruidosa de la grada y un rival con diez, el equipo se fue en tromba arriba sin ser consciente de que rompía el partido. Los ataques rompían al equipo dejándolo abierto y con mucho espacio por defender lo que provocó la mejor jugada rival. Un balón en contrataque que recoge en el centro Navas con mucho espacio y que de pase magistral habilita un uno contra uno de Negredo que en la línea de gol Godín evita, yo creo que de forma involuntaria, con la mano. Penalti, expulsión y empate a 1. 

El Atleti acusó el golpe de forma dramática. Sobre el campo se vio entonces a un equipo local perdido y aturdido que no lograba encontrarse. El Sevilla, aupado en el gran resultado y la debilidad rival tomo el mando del juego y empezó a gustarse. El Calderón se encogía a medida que los de blanco rondaban el área y llegaban con peligro. Simeone contuvo la sangría sacrificando a Koke para sacar al Cata. El Atleti mostró entonces unas carencias físicas tan evidentes como preocupantes. Aun así, las fuerzas se igualaron y apareció, otra vez, el otro fútbol. También alguna que otra jugada aunque esporádica y de poco fuste pero en una de ellas, un combativo Cebolla consigue en su pelea que su rival evita la continuidad de la jugada con una nueva mano. Penalti que volvía a convertir Diego Costa para que la grada respirase algo más tranquila. El Atleti pudo aumentar la renta a partir de entonces, especialmente cuando Navarro derribó a Costa cuando se marchaba solo hacia la puerta pero no pudo ser. Tampoco puede decirse que fuese injusto. 

2-1 que deja el resultado abierto para la vuelta y que obliga a los colchoneros a realizar un buen encuentro pero sobre todo a construir una alineación preparada para defender o crear fútbol según se desarrolle el partido. Si el Sevilla gana 1-0 pasa la eliminatoria y es lo que buscarán. Un gol rápido que les permita replegarse y salir. Lo que más le gusta a Emery. El Atleti hará lo propio mientras evita el plan andaluz pero debe estar preparado para ese gol hispalense. El ambiente con el que perfumarán el encuentro en la rivera del Nervión no parece que pueda ser el de las grandes y agradables noches de fútbol sino otra cosa bastante más hostil. Habemus partido. Y no será fácil.

Cara y Cruz. Misma moneda.

At. Madrid 2 - Real Betis 0 

El Campeonato de España, que es el nombre histórico y oficial de lo que los periodistas llaman ahora a la Copa del Rey, es un torneo con la solera y el prestigio suficiente como para que fuese tratado con mejores formas. No es así, evidentemente. Arrastrado por el fogoso y destructivo ímpetu del fútbol moderno, ese de las galaxias torticeras y las bambalinas folclóricas, se ha visto aparcado al riguroso dictado de esos tipos sin escrúpulos ni criterio que dirigen el fútbol televisado, es decir el fútbol, pero también a las demandas egoístas de los protegidos y mimados clubes de siempre, que acostumbrados a hacer (y que los demás hagan) lo que a ellos les plazca, impiden con soberbia el que puede entrar algo de aire fresco en un espacio confinado que apesta a naftalina. En un calendario cargado de partidos, competiciones maratonianas e información barata, el papel que juega un torneo como éste podría ser refrescante y activador, un motor genuino para recuperar la esencia del fútbol. Lejos de ello queda recluido a la pereza y a la fidelidad enfermiza de los que bordeando la locura tratamos de seguirlo en directo. Que un partido tan atractivo como el Atlético de Madrid-Betis se juegue un jueves de Enero a las diez de la noche no sólo es la prueba evidente de lo que cuento arriba sino del repugnante criterio, la ausencia de vergüenza, la falta de respeto por los verdaderos aficionados y la absoluta impunidad con la que el que dirige el fútbol, quien quiera que sea, actúa. 

La estulticia mercenaria del empresariado deportivo evitó ver un Vicente Calderón a rebosar (demasiado buena entrada hubo para las circunstancias) pero el partido no defraudó. La pereza, el sueño y el frío con el que acudimos al coliseo rojiblanco tardó apenas unos segundos en difuminarse en la húmeda atmósfera que a esas horas de la noche había en la rivera del Manzanares. Los segundos que tardó el balón en rodar y quedarse en los pies de los jugadores rojiblancos. Los de Simeone salieron al campo con la actitud con la que recordaremos a su entrenador en el futuro. Los once colchoneros tenían la palabra ganar tatuada en la mirada y eso se nota. Se siente. Con un nivel de agresividad, presión e intensidad exagerado, incluso para lo que estamos acostumbrados, el Atleti adelantó la línea de defensa, abrió el campo, dejó a la línea de tres cuartos actuar por dentro para que los laterales se incorporaran y comenzó a jugar al fútbol. Muy bien además. Con velocidad, verticalidad, cabeza, criterio… El Betis no existía. Incapaz de tener el balón ante la buena labor de los medios centros colchoneros (especialmente un renacido Gabi), e incapaz de entender el juego de Turan y Diego Costa, se limitaban a tratar de cerrar filas en su propio área. Impropio de un equipo como el Betis, una de las sorpresas de la temporada. Las ocasiones llegaban como un martillo pilón y el gol llegó en una excelente jugada. Iniciada por el enésimo robo de Gabi y condimentada por el omnipresente Diego Costa, el balón acaba en los pies de Raúl Garcia que de gran pase sitúa el balón franco en la cabeza de Falcao. Ya sabemos lo que eso significa. 

Pero el Atleti no reculó. Continuó con la misma ansia desaforada por tener el balón, el control del partido y el mejor resultado en el marcador. Continuó además jugando al fútbol. Y esa es la novedad. La primera parte de los madrileños fue de las mejores que han hecho en un una temporada que ya es de por si muy buena. Con un Diego Costa cargado de confianza y un Gabi con un punto adicional de fuerza el Atleti fue un vendaval. Y enseguida llegó el segundo. Una nueva jugada por la izquierda de un Costa que ahora se atreve a encarar y caracolear, consigue meter el balón en el área para que el balón quede en la línea de llegada de Filipe Luis, que con la zurda hace el segundo. El partido pintaba bien. Muy bien. Pero el Betis también jugaba. El Atleti pudo hacer el tercero pero el primer cambio ofensivo de los andaluces, unido a un retraso en la línea de presión de los madrileños, contuvo la escabechina. Hubo un gol anulado a los colchoneros y se reclamó un penalti a Falcao (a mí en el campo me pareció) pero la ocasión más clara de gol fue sin embargo para los sevillanos que en una jugada clara y con hasta cuatro remates a puerta seguidos no fue capaz de marcar. Courtois empezaba así a escribir la leyenda de una gran noche. Corría el final de la primera parte y los aficionados aplaudíamos a rabiar. 

Pero la vuelta del vestuario supuso el comienzo de otra película. El otro lado de una moneda que sin embargo terminó siendo la misma cuando al final del partido se mantuvo el mismo resultado. En pocos minutos vimos cuales serían las claves de la segunda parte. Un Betis ambicioso que ahora tenía el balón y lo manejaba con criterio frente a un Atleti a medio gas, sin fuelle, retrasado y ligeramente desdibujado que se dedicaría a contener. Me surgen dudas a la hora de buscar las causas del nuevo escenario. Parece sensato pensar que se debió a la ambición desesperada del rival unido a la falta de tono físico del Atleti tras un derroche brutal en la primera parte. Puede ser, pero me asusta pensar que fuese doctrina desde el banquillo. Nunca he entendido el fútbol especulativo y no voy a empezar a hacerlo ahora. El Atleti sacó entonces su lado más pragmático y dio alas a un Betis que se creció como equipo, que domino toda la segunda parte y que pudo haber marcado un gol tranquilamente. Especialmente un remate en el área que de nuevo es detenida por un Courtois que arrojó su más de 1,90 de portero delante del balón en el momento oportuno. Aun así, la entrada de Koke y el Cebolla dieron el aliento suficiente para un último empujón al final del partido que podría haber subido el tercero al marcador. 

Gran resultado que no decide la eliminatoria pero que si la deja en unas grandes condiciones para encarar con inteligencia el partido de vuelta. Es muy difícil marcar tres goles al Atlético de Madrid. Eso lo sabes hasta ese engreído que dirige (muy bien, hay que reconocerlo) al Real Betis Balompié. Un tipo, Pepe Mel con el que mi admiración por su labor profesional se apaga poco a poco, quedando ensombrecida por ese discurso prepotente y perdonavidas que se gasta últimamente en las ruedas de prensa. Al acabar el partido el nuevo crack de los micrófonos, el inventor del fútbol, volvió a despreciar con soberbia gratuita la labor del rival. Ya lo hizo cuando el Atleti le derrotó hace unos meses (y lo ha hecho otras veces en otros campos y con otros rivales). No sé si es algo que le viene de cuna, si es su forma engreída de estar enfadado o que de tanto escuchar su nombre en la radio ha terminado pensando que efectivamente es el rey del Mambo. Me da igual. Me parece igualmente repulsivo estimado Pepe Mel. El mundo del fútbol está ya demasiado lleno de tipos que se creen que andan un palmo por encima del suelo como para admitir otro más.

Partido a partido

Real Sociedad 0 - At. Madrid 1

Existe algún engreído, de esos que se calzan la camisola de periodista y piensa que con eso es suficiente, que desprecia ese mantra que ha instalado Simeone en el Atleti del ir partido a partido. Lo ridiculiza asimilándolo a un latiguillo absurdo y trata insistentemente que alguien el club responda a la manida pregunta de cuál es el techo de este equipo. La pregunta es una estupidez (supina) entre otras cosas porque hacer de adivino no sólo es absurdo sino que no vale para nada, pero es que el drama periodístico es todavía más lamentable cuando el llamado profesional no entiende lo que le están diciendo. Señor periodista, los que hablaban de objetivos, de techos, de lo que era un éxito y lo que no, eran otros entrenadores. Eran esos con los que usted se llevaba tan bien, que buscaban “entrar en Europa” y que en partidos como hoy hubieran montado el autobús en nuestra portería conservando un punto que entenderían como “bueno” en nuestro “objetivo”. Simeone no es ese entrenador. Entérese. Contenga su pena y trate de analizar la situación. Simeone se pone como objetivo ganar el partido siguiente que es lo mismo que decir: que la realidad me ponga en mi sitio. Que me ganen, que sean mejores que yo porque sino son mejores, gano yo. 

Mala primera parte. La peor de lo que va de liga. Bajo la lluvia de Anoeta salió un equipo con la inercia defensiva que lleva en la presente temporada pero muy alejado del balón y del fútbol. La Real Sociedad salió mucho más enchufada y ya en el primer minuto hizo que Courtois tuviese que estirarse para evitar el primer gol tras un lanzamiento desde fuera de Griezmann. El Atleti trataba de plantar ese equipo estrecho y compacto que tan incómodo es para los rivales pero los donositarras estuvieron mucho más listos. Tras el intercambio de golpes del primer cuarto de hora el equipo txuri urdin se hizo con el balón y fue el único equipo sobre el terreno que trató de ganar el partido. Doblegando la primera línea de presión con facilidad y con la inoperancia de un centro del campo colchonero que no se encontraba en el campo. 

Si bien Mario Suárez se ha convertido en un jugador muy solvente, su acompañante en el doble pivote está empezando a ser un problema. Gabi no está. Los demás tampoco. Nunca ha sido un jugador especialmente rápido pero en las últimas jornadas está empezando a ser un problema. Fogoso y luchador como siempre pero llegando tarde en defensa y absolutamente inoperante en la creación. Perdido. Si además vemos las pocas ayudas que el centro del campo tuvo de Adrián y Raúl García desparecidos y Koke que fue desapareciendo también según avanzaba el cronómetro, entendemos la mala primera parte del equipo. El Atleti acabó achicando agua y pidiendo la hora con una Real Sociedad totalmente volcada en ataque, que llegó a reclamar un penalti por mano en el último minuto que parece bastante claro en la repetición. El fantasma de la ausencia de Arda Turán planeaba por el estadio mientras los jugadores marchaban al vestuario. 

Pero la segunda parte fue otra cosa. Con los mismos protagonistas pero un par de puntos más de intensidad el Atleti consiguió los recursos suficientes como para no sólo igualar la contienda sino para superar al rival. Sin demasiada evidencia, bien es verdad, pero la presión adelantada y ese punto adicional de ganas consiguió que el balón se robase mucho antes y mucho más arriba, dando algo de claridad al equipo. Aun así el partido no fue fácil, fundamentalmente y a estas alturas por el buen hacer del equipo vasco que planteó un partido muy agresivo pero sin renunciar al balón. Me ha gustado la Real Sociedad. El partido se abrió con los cambios, fundamental la entrada del Cebolla, pero también se convirtió en un encuentro de ida y vuelta con muchas llegadas pero pocas ocasiones claras. A destacar un remate primero de Koke y posteriormente de Falcao que el colombiano desperdicia de forma rara en él. Por el lado contrario una falta muy mal resuelta en banda derecha por el Atleti que sirve de excusa para que los donostiarras montasen una contrataque de libro que incomprensiblemente desperdició C. Vela.

Faltaba lo mejor. Con un Atleti volcado en la búsqueda de los tres puntos el Cebolla coge en el minuto 90 un balón en tres cuartos y se marcha en vertical hacia el área. Su defensor lo agarra repetidamente pero el uruguayo no se cae hasta que no lo derriban al borde del área. Falcao hasta hoy no era un lanzador de faltas pero eso da igual. Este tipo tiene tanta fe y tanta ambición que agarró al balón como si no hubiese mañana y echó al resto de jugadores fuera de la zona. Lanza por encima de la barrera y golazo. Lo del colombiano es tan exagerado que no merece decir nada que mañana se quede pequeño. No hubo tiempo para más. Gol y tres puntos. 

Si, en el último minuto. Si, hoy probablemente no se merecía la victoria. Si, lo que quieran pero ahí está el equipo. Con todo ello, que es mucho, para mí lo más importante, con lo que me quedo, es que con un empate valioso en campo contrario que te mantenía en la misma posición y mantenía la distancia con los rivales el equipo se fue a ganar el partido sin especular y jugándose la derrota. Eso es tener mentalidad ganadora. Eso es tener ambición. Eso es creérselo. Eso es el Atleti que a mí me gusta. Es más, eso es el Atleti.