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Anónimo interlocutor

Hace unos cuantos años, aprovechando la cercanía y la distancia que ofrece esto de la red de redes, alguien me llamó “gilista”. Me lo han vuelto a llamar un montón de veces después, en muy diferentes contextos y por muy diferentes motivos, pero nunca me ha llegado a afectar como aquella primera vez. Mi interlocutor lanzaba el epíteto con toda la carga negativa que puede tener, y que tenía, pero más que el impacto de un supuesto insulto arrojado con rabia, me dolió el hecho de que aquel tipo me situase exactamente en el lado contrario del que yo moralmente me encontraba. Que entendiese exactamente lo contrario de lo que yo quería decir. Con el tiempo aprendí a no tomar en consideración esas voces, cada vez más frecuentes, que tienden a etiquetar y categorizar todas las opciones del mundo exclusivamente en torno a dos ideas aparentemente antagónicas, la suya y la del resto, pero hoy no he podido evitar acordarme de aquello. El Atlético de Madrid es un concepto bastante más difícil de abarcar de lo que muchos pretenden y que, como cualquier idea relacionada con los sentimientos o que es compartida por un importante número de individuos, tendrá diferentes caras e interpretaciones dependiendo de la perspectiva.

El anónimo interlocutor me llamó aquel día “gilista” como consecuencia de mis críticas a la labor del entrenador de entonces. Desdeñando todas mis teorías sobre la escasez de valentía, la falta de discurso, la falta de concepto, la incoherencia con la realidad histórica del club, la tergiversación del concepto “objetivo” y demás batallas que yo achacaba al entrenador de entonces, mi interlocutor argumentaba que todo aquello era básicamente irrelevante. El fútbol era un efecto secundario de la “gran realidad” y aquel entrenador era simplemente una “víctima” inocente, que no culpable, de todo lo que yo estaba diciendo (y que por otro lado tampoco entraba a valorar). El “verdadero” y “único” culpable de todo estaba más arriba y se llamaba Gil. Yo trataba demostrar que mi opinión sobre la gerencia y propiedad de mi equipo era clara y rotunda pero que eso no tenía nada que ver con querer que mi equipo ganase, jugase lo mejor posible o con entender que aquel entrenador no sólo lo estaba haciendo rematadamente mal sino que estaba deteriorando el ya cuestionado y muy tocado espíritu colchonero. Intentaba separar las cosas. Entender un punto de vista que en esencia compartía pero separando los elementos de la ecuación en parcelas de responsabilidad que aunque coordinadas y entrelazadas eran distintas. Intentaba por todos los medios matizar la diferencia entre culpabilidad y responsabilidad y trataba de subrayar una realidad más compleja que la que él me ofrecía y en la que existían diferentes tipos de aficionado con diferentes puntos de vista y diferentes relaciones para con el Atlético de Madrid. Fue imposible. En un momento de flaqueza argumenté también que esa forma de actuar, tan sumamente binaria e intolerante, lo que hacía era crear barreras dónde no las había. Entonces fue cuando me llamó “gilista”.

Hoy, años después, me levanto por la mañana con mi equipo en lo más alto de la tabla empatado a puntos con el Barça y sin perder un solo partido en lo que va de liga. No sólo eso. Hoy, a diferencia de entonces, vemos un equipo valiente, respetado por los rivales, orgulloso, humilde, con un concepto definido, un objetivo claro y un discurso realista, atrevido e ilusiónante pero sobre todo coherente con su afición y su historia. ¿Qué ha ocurrido? Si uno trata de buscar las diferencias entre esta maquinaria de precisión y la broma macabra que inició la temporada pasada (que no dejaba de ser una extensión natural de las diferentes bromas macabras que se habían sucedido durante años) verá que todo es exactamente igual a excepción de una cosa: el Cholo Simeone. El entrenador. Hoy parece que nadie discute que sea el argentino la piedra filosofal en la que se fundamente todo este nuevo ciclo, pero no parece descabellado pensar que en este mismo contexto pueda aparecer (y aparecerá) otro anónimo interlocutor que por la misma razón y en los mismos términos que aquel otro, decida argumentar que el éxito del “nuevo” Atleti tiene un “único” y “verdadero” culpable. El mismo y por las mismas razones que antes. ¿Por qué ahora debería ser diferente?

Servidor tenía entonces una opinión sobre la propiedad y trayectoria gerencial de mi club tan clara y formada como la que puedo tener hoy. No ha cambiado un ápice porque no ha ocurrido nada que me haga tener que cambiarla, pero a diferencia de mi beligerante interlocutor no he tenido que cambiar el discurso con los resultados de mi equipo. Pienso que el concurso de ciertos entrenadores fue nefasto para mi equipo igual que ahora creo que Simeone, independientemente de los resultados, ha devuelto al Atlético de Madrid señas de identidad y valores que yo pensaba que se habían extinguido por completo del imaginario colectivo. Creo que la selección de Simeone por parte de la directiva (como en su día la de otros nombres de los que prefiero no acordarme) responde más que a aspectos deportivos a razones egoístas, fortuitas, coyunturales, de búsqueda del beneficio económico o de comodidad para controlar a prensa y afición, pero eso, afortunadamente, es independiente de que Simeone sea un crack.

Seamos sensatos. Aprendamos la lección. Centremos el mensaje y el discurso. El Americano Robert Lee Frost decía que a la pista de tenis se va a jugar al tenis y no a ver si las líneas son rectas. Seamos coherentes con nuestros sentimientos. Veamos el tenis y fijémonos en las líneas sólo cuando la pelota salga fuera. Juzguemos al ladrón por robar en lugar de por poner la música alta. Alegrémonos de la alegría y lloremos las penas con la misma intensidad sin dejar de criticar con vehemencia, en cualquier caso, los atropellos y las atrocidades. Somos el Atlético de Madrid. Aunque no lo ponga en ningún sitio.

Mizaru, Kikazaru, Iwazaru



Hace unos años tuve la suerte de visitar el santuario de Toshogu en Nikko, un pequeño pueblo de montaña al norte de Tokio. En una soleada pero fría mañana de invierno en la que no había nadie alrededor pude por fin dejarme envolver por el extraño misticismo de los templos japoneses que añoraba desde hacía mucho tiempo. En concreto me quedé absorto delante de los tres monos que dan fama al templo y su no menos mítica leyenda: Mizaru, Kikazaru, Iwazaru. No ver, no oír, No decir.

En estas semanas en las que el equipo hace tiempo que ha caído de las competiciones del KO (humillado, sin gloria y sin que nadie se acuerde de que las ha jugado) y se arrastra con cuestionable brillantez por el lado más mediocre de la liga de los mediocres, en estos días en los que los movimientos populares contra el legado gilista se recrean en un probablemente forzado pero igualmente incomprensible y desalentador silencio, mientras cualquier atisbo de oposición organizada se ningunea en prensa y se desprestigia con agresiva vehemencia en los mismos foros de dónde salieron, en estos momentos en los que el tan esperado Godot musulmán prefiere bailar la danza del vientre con un “pequeño” Getafe en lugar de con un “histórico” club que se presenta con el patrimonio de 170 millones de deuda (que no se sabe a quién se debe), una caja negra como estructura empresarial y la música de los Payasos de la Tele como símbolo de su credibilidad, en estas horas de desesperanza y desesperación uno se acuerda más que nunca de los monos de Nikko.

¿En qué sentido?

La elite japonesa de la época interpretaba el místico significado de la escultura en el sentido positivo de no dejarse afectar por el mal. Hacerse fuerte lejos del maligno e interactuando lo menos posible con él. No ver la papilla radioactiva cargada de mentiras, falsas verdades, interpretaciones interesadas y un gran número de estupideces de carácter estupefaciente que a diario se escupe desde las rotativas “oficiales”. No escuchar las leyendas de princesas con las que el prestidigitador jefe del Club Atlético de Madrid (el nuevamente condenado señor Calamidad) junto a su ejército de empalagosos mercenarios nos deleita últimamente con inusual periodicidad desde los púlpitos con acceso directo al Agora. No hablar con esa recién aparecida Guardia Suiza que disfrazada de presuntos “desencantados” del gilismo parece irónicamente estar diseñada para proteger el Papado Gilista en el campo de Batalla de Internet y dinamitar así el epicentro de los escasos e inocuos sismos acaecidos en la última década.

Pero el pueblo llano japonés, en su elegante sabiduría, interpretaba también el significado de los tres monos, en un sentido muy diferente, como la representación de la rendición al sistema. Aceptación sumisa de la realidad como la única manera posible de sobrevivir. Para seguir “disfrutando” del Atleti sería entonces mejor no ver la clasificación de los últimos años, ni los puntos negros en las operaciones de capitalización o descapitalización, ni el soporífero y miserable juego desplegado por el equipo en los últimos años (salvo cortas y esporádicas excepciones) ni el espíritu o la forma de pensar de nuestra dirección deportiva. No escuchar las psicodélicas explicaciones del presidente en activo, más propias de un casting privado del club de la comedia que de otra cosa, ni los insultos que desde el otro lado de la frontera nos profesa todo el mundo sin que un solo indirigente levante la voz para evitarlo. No habría que escuchar tampoco esos “históricos” objetivos del “histórico” club. Ya saben, todo eso de “hacer una buena competición”, “entrar en Europa”, “crecer socialmente”, si al final entramos en Europa la temporada “no ha estado mal” y demás eufemismos para estúpidos. Por supuesto tampoco hablar. Ni en internet, ni en la calle ni en el estadio. Aplaudir, sonreír y pagar. Muchos lo hacen y al parecer son felices.

Es evidente cuál es la interpretación más popular.

Es evidente también cuál es la mía.

Cada día que pasa tengo más claro que el cambio en el Atlético de Madrid tendrá que ser por motivación popular o no será, pero no tengo nada claro que alguna vez pueda ocurrir. Como Atlético que soy me resulta complicado vivir al margen de esto a lo que le tengo un amor tan febril e irracional como el Atleti pero como Atlético que soy me resulta imposible vivir teniendo los ojos, los oídos y la boca cerrados. Eso al menos es lo que yo pensaba. El colchonero que a mí me enseñaron a ser era inconformista, fiel a sus principios, orgulloso (casi siempre en exceso), nadador a contracorriente, independiente de lo que digan o hagan los demás, apasionado, respetuoso, alegre y sobre todo contrario a lo establecido. Especialmente si es injusto. Pero hoy uno levanta la cabeza y ve otra cosa alrededor. ¿Mejor? ¿Peor? ¿Más inteligente? ¿Más moderna? No lo sé. Me temo que todas esas cualidades que yo pensaba indisolubles con ser colchonero son ahora voluntarias y casi siempre incompatibles con ese nuevo diseño de aficionado atlético que ha creado el multimillonario fútbol profesional.

Si es así (aunque todavía me resisto a creerlo) tengo clara la solución y también se puede leer a través de los monos de Nikko: no ver fútbol, no escuchar nada que tenga que ver con este deporte (al menos en este país) y por supuesto no hablar con nadie ni de fútbol ni del Atleti. Que no me esperen de otra forma. O estoy con el Atleti en el que creo, con los pilares que lo trajeron hasta aquí, o no estoy.

La Cena




Es difícil encontrar un ser humano que en algún momento no tuviese que pasar por la terrorífica experiencia de tener que organizar/asistir/rechazar una cena con un montón de gente heterogénea involucrada. Reuniones de antiguos amigos con pareja, reuniones familiares, reuniones del colegio, compromisos... cualquier cosa. Una vez me dijo un profesor que las personas puestas en una situación concreta en mitad de un encrucijada con otra gente alrededor tienden a actuar siempre de la misma manera y que según esa particular forma de entender la sociología humana es fácil clasificar fácilmente a la gente por los tipos que aparecen a la hora de organizar por ejemplo una cena.

La figura más reconocible es la del organizador, la persona encargada de decidir, buscar, poner de acuerdo a la gente, llamar y concretar. A veces es uno a veces son varios pero incluso en este caso es un figura reconocible. El organizador puede serlo por poseer unas extraordinarias dotes naturales de mando, por tener algún interés personal en hacerlo, porque directa o indirectamente ha sido elegido por el resto de participantes para tal menester o simplemente (y ocurre mucho) porque a pesar de no tener ninguna gana de desempeñar esa función el paso atrás de los demás y la ilusión de cenar con todos le hace ocupar a regañadientes tan ingrata posición.

La segunda figura esencial es la del comensal a secas. Alguien que en general no mueve un dedo por organizar la cena y se adapta a lo que se esté cociendo. Dentro de esta categoría existen varios tipos muy diferentes que van desde el que no tiene un segundo de tiempo libre y por tanto delega en alguien de su confianza sin poner pegas al que directamente le le da igual la cena pero está metido en ella más por inercia que otra cosa, pasando por ese tipo de ser humano tan común hoy en día que es el que simplemente va donde va Vicente. Es la categoría más numerosa y heterogénea pero a pesar de las distintas motivaciones tienen en común el no dar problemas y en contra de lo que pudiera parecer tienen también una influencia esencial básicamente porque si no van, no hay Cena.

La clave sin embargo está en la tercera categoría, la del tocapelotas, la de los que no hacen nada, no ayudan y no aportan nunca algo positivo pero que se pasan la vida molestando, criticando, valorando y denostando la labor del organizador. Es esa persona que de forma intransigente impone una infinita lista de posibilidades por las que no está dispuesto a pasar pero a la vez es incapaz de decir de forma clara y concreta un sitio donde querer ir o el tipo de comida que quiere tomar. Por supuesto jamás tomará los mandos de la aventura (ese no es el problema) y generalmente nunca practicará su labor destructiva de forma directa y a la cara. Es al que todo lo parece mal y que de forma subrepticia (o no) se pasa la vida criticando desde la montaña al que se mancha los pies en el barro. Este tipo de personaje puede ser desde un pobre desgraciado que busca sin mala intención sus cinco minutos de gloria, un retorcido que básicamente no quiere ir a cenar, no se atreve a decirlo y que además no quiere que nadie cene sin él o lo que es peor, alguien que tiene algún tipo de interés personal en que La Cena no se celebre. Sin ser algo que sume es sin embargo la categoría clave para determinar el éxito de una cena. Si es capaz de permanecer aislado será superable y anecdótico. Si es capaz de influir a los comensales para confundirles, asustarles o desmotivarles, la Cena nunca se llevará a cabo.

Pongámonos en el caso colchonero. La Cena es evidente que se trata de acabar con la actual gestión colchonera, una cena a la que no conozco un sólo colchonero que no quiera asistir. He escuchado miles de versiones de como habría que hacer las cosas para que cambie el actual estatus pero no he escuchado una sola voz (salvo la de los protagonistas y algún mamporrero de la prensa mamporrera) que diga en voz alta que lo mejor para el Atleti es que siga como está. Es por tanto una Cena a la que todos estamos invitados... pero que nadie quiere liderar. Durante años y años se ha gritado desde las catacumbas por un ilustrado, notable, millonario, famoso, genio,... que pudiera ser bandera del movimiento pero ese señor no ha llegado. Se sigue reclamando pero dudo que alguna vez llegue y si llega estoy seguro que “tampoco” será del gusto de todos. De entre los muchos que estamos invitados a la cena por tanto nadie se ha erigido como capacitado para organizarla pero es que probablemente nadie de ellos lo esté o los que lo están no quieren hacerlo. Da igual porque el resultado es el mismo. A base de años y años de discutir sobre el sexo de los ángeles parece sin embargo que toda esa masa amorfa por fin acaba concentrándose sobre algo que no se sabe bien que es, que genera muchas dudas, que tiene fallos probablemente provocados por la falta de experiencia en estas lindes (y también por esa vomitiva labor destructora de los “notarios de la realidad”) pero que surge de la unión de fuerzas y por primera vez hace las veces de asidero y referencia. Sin embargo parece que esa solidificación de lo que antes era etereo provoca en algunos urticaria y un debate que antes no había. Cuando el sabio señala al sol el estúpido mira al dedo.

Lamentablemente me ha tocado estar estas dos semanas fuera de España y no he podido vivir in situ las manifestaciones (me duele especialmente haberme perdido el homenaje a Luis) pero siguiendo desde donde escribo esto la actualidad y leyendo ciertas cosas lo cierto es que dan ganas de llorar.

Señores invitados a la Cena tomen el mando si se ven con fuerzas, aporten restaurantes, propongan día, sugieran el menú, confirmen que van o simplemente esperen sentados a ver si el día, la hora y el menú elegido es de su agrado pero por favor eviten dar por saco. O digan claramente que no quieren asistir para saber de que lado están.

Definanse.

Insisto, La Cena es acabar de una vez con este tipo de gestión en el Atlético de Madrid y no otra cosa. Nada más. Nada menos. Al menos esa es la Cena a la que a mí me han invitado.

Doble cita






Si hay una persona en el universo colchonero que represente la esencia de lo que significa el Atlético de Madrid, ya saben, esa curiosa forma de ir a contracorriente, de no elegir la opción fácil, del orgullo, del resultar incómodo por defender lo que crees, de creerse ganador viajando en la cabeza o en el furgón de cola, de mirar a los ojos, de hablar a la cara… ese es Luis Aragonés.

Este Domingo los atléticos proscritos dan un homenaje al atlético proscrito por excelencia y yo no me lo quiero perder.


 

A renglón seguido, nunca mejor dicho, está convocada también la primera manifestación de “Atléticos por el Cambio” que espero supongo en inicio de algo grande.

Atlético, el Atleti te necesita.

Código deontológico

“La gente generalmente confunde lo que lee en los periódicos con las noticias”. - Abbott Liebling, periodista estadounidense.

Hace mucho tiempo que este que escribe dejó de tener fe en ese gremio de las ciencias de información que genéricamente llamamos periodismo. Fue un paso traumático ya que uno se formó en la utópica idea de las sociedades libres y democráticas en las cuales el papel de la prensa era algo así como fundamental, pero a su vez fue un paso necesario para no morir de estupidez. Conocidas y teorizadas las terribles consecuencias del uso de la propaganda y los medios de comunicación por regímenes despóticos y dictatoriales uno creció asimilando y conviviendo con el periodista héroe, ese que señalaba los puntos negros de la realidad subrayando las injusticias, amplificando los abusos y matizando la verdad. Ese que derrocaba sistemas corruptos e informaba de las alternativas clandestinas emergentes. Ese que mostraba las vergüenzas de los malos para escarnio público y que servía para hacer una sociedad más culta. Esa época en la que una crónica taurina o futbolística era un homenaje a la lengua castellana. Lamentablemente para casi todos la época dorada del periodismo ha dejado paso a la era de las grandes corporaciones, los potentes grupos económicos, la crónicas mal construidas con tres tópicos, el lenguaje para borregos y el arte del entretenimiento auspiciado en el Panes et Circenses moderno. Es así y no tiene pinta de ir a cambiar (especialmente en el apartado deportivo) pero aunque uno presume de tener callo para según qué cosas lo cierto es que es muy difícil dejar de sorprenderse con el penúltimo ejercicio de hipocresía capciosa, manipulación tendenciosa y falta de escrúpulos protagonizado por el cuarto poder.

Hace apenas un mes que se publicó el “famoso” comunicado de la plataforma de oposición atlética pero en ese escaso margen de tiempo es palpable y visible la forma en la que los grandes medios han manejado la información, la crítica, la opinión y la realidad en torno al club Atlético de Madrid. Teniendo en cuenta que esos “grandes medios” son los que utilizan la inmensa mayoría de la población para informarse y cimentar su “opinión” (léase como eufemismo) a uno se le abren las carnes. Escrupuloso como soy (y como me hacen ser) con la ética de mi profesión (que no es la de periodista, por cierto) me cuesta creer que los profesionales de la información no respondan también a un código ético que les recuerde dónde están, quienes son y cuál es su responsabilidad. Buceando por internet me topé así con el interesante código deontológico de la FAPE (Federación de Asociaciones de Periodistas de España) que me he permitido la licencia de enviar, sin resultado palpable, a las redacciones de los principales diarios y emisoras patrias para recordarles las reglas con las que juegan. Sus propias reglas.

Artículo 2. El primer compromiso ético del periodista es el respeto a la verdad. Artículo 3 (...) el periodista defenderá siempre el principio de la libertad de investigar y de difundir con honestidad la información (…)

La semana pasada, coincidiendo con la fecha en la que se producía la deliberación y fallo de la Audiencia Provincial en relación con una denuncia interpuesta por accionistas del Atlético de Madrid y en contra de la ampliación de capital perpetrada por los máximos accionistas del club, el diario AS, haciendo un ejercicio de filigrana en cuanto a la “gestión de la información” titulaba la noticia de la siguiente manera: “Fallo de la última causa contra el Atleti”.

¿Es eso difundir con HONESTIDAD la información?

Un ciudadano informado a través del diario AS, que al igual que el resto de diarios ha venido despreciando en los últimos años cualquier voz discordante respecto al oficialismo atlético e ignorando conscientemente no sólo las sucesivas denuncias interpuestas contra los máximos accionistas (que no contra el “Atleti”) sino también las sentencias y resoluciones judiciales correspondientes (¿Existe algo más real que una sentencia judicial?), no sabría de que fallo están hablando. Al no saberlo, porque nadie informó de ello cuando se produjo, podría interpretarse fácilmente la noticia (que se desarrollaba en apenas un párrafo aséptico y mal descrito) como que “alguien” iba en contra del Atleti denunciándolo. La realidad era exactamente a la inversa: no era “alguien” sino accionistas del Atleti y no era contra el Atleti (que también son ellos) sino contra los máximos accionistas. En el mejor de los casos se trata de un velado y lamentable ejercicio de mal periodismo pero en el peor prefiero ahorrarme los calificativos porque ya estaríamos hablando de otra cosa.

Artículo 5. El periodista debe asumir el principio de que toda persona es inocente mientras no se demuestre lo contrario y evitar al máximo las posibles consecuencias dañosas derivadas del cumplimiento de sus deberes informativos. Tales criterios son especialmente exigibles cuando la información verse sobre temas sometidos al conocimiento de los Tribunales de Justicia.

La gente que siga con regularidad las soflamas de ese soporte publicitario llamado Radio MARCA conocerá ya las labores periodísticas de Méndez y Duro, dos reconocidos profesionales que tienen tan interiorizado este artículo 5 en su código que ni siquiera una sentencia en firme del tribunal supremo (entre otras cosas) es suficiente para que mínimamente cuestionen públicamente la labor del máximo accionista del Atleti en su parcela administrativa. Sin embargo, cualquier que sobreviviese a la irreproducible intervención que perpetraron la semana pasada desde su púlpito público no podrá abstraerse de la laxitud con la que en este caso se tomaron el mismo artículo. A tenor de una supuesta (y lamentable de ser verdad) agresión del presidente de la asociación de peñas, de la que no dijeron que existiese ninguna denuncia policial real ni cualquier otra prueba al respecto, realizada supuestamente por alguien que no estaba de acuerdo con su postura, los dos periodistas extrapolaron de forma lineal y construyeron toda una soflama en contra de la gente de internet y de los foros atléticos a los que se les acusó gratuitamente (por supuesto sin pruebas) no sólo de la supuesta agresión sino de de fomentar la violencia, llagándoles a comparar incluso con el terrorismo nacionalista. Escuchen si tienen oportunidad la intervención, vuelvan a leerse el artículo 5 y traten de reprimir la vergüenza y las arcadas.

Artículo 13 El compromiso con la búsqueda de la verdad llevará siempre al periodista a informar sólo sobre hechos de los cuales conozca su origen, sin falsificar documentos ni omitir informaciones esenciales, así como a no publicar material informativo falso, engañoso o deformado.

Hace pocos días que los ingenuos que siguen comprando y leyendo eso que se conoce como MARCA se desayunaban con un editorial del tal Inda, personaje que merece por si mismo todo un sesudo tratado de arte y ensayo sobre su labor supuestamente periodística, en el que se podía leer lo siguiente: “No alcanzo a entender cómo el mejor equipo de la pasada temporada en España puede estar a siete puntos del descenso, peor incluso que en la temporada que descendió al infierno por razones internas inconfesables e inmorales que algún día contaré. (…)

Sin entrar a juzgar las valoraciones deportivas de un tipo que dice una cosa y la contraria en escaso margen de tiempo, capaz de poner y quitar entrenadores por pura ojeriza y que ha llevado el arte de la portada y los titulares a niveles subterráneos quedémonos con la frase que reza: “algún día contaré”. ¡Once años después estamos todavía así! ¿Qué necesitamos hacer para que lo cuente? ¿Tiene algo que ver con aquella otra amenaza que tampoco llevó a cabo y que hizo contra nuestro querido MA Gil cuando se fue a llorar a casa del vecino? ¿Podría interpretarse todo esto como “omitir información esencial”?

Artículo 17: El periodista establecerá siempre una clara e inequívoca distinción entre los derechos que narra y lo que puedan ser opiniones, interpretaciones o conjeturas(…)

Pregunten a cualquier aficionado atlético que acude al estadio Vicente Calderón (y a la mayoría de los que no lo hacen) y pregúnteles qué ha sido noticia en el Atleti durante este último mes. Busquen después las noticias y artículos de opinión en AS y MARCA escritos por los periodistas que dicen seguir al Atleti y verá sobre qué informan y opinan. En ningún sitio verán la explicación de esos colores verde y amarillo que tanto se ven ahora en la grada, ni lo que se opina de lo que dice el manifiesto, ni de lo que opinan respecto a la prescripción del delito de apropiación indebida, ni de los gritos antiGil con el marcador a favor…ni siquiera verán la opinión acerca de los informes de auditoría publicados que declaran una situación catastrófica. Nada de eso ha sido noticia. Lo que si verán será en el mejor de los casos crónicas trascendentales que huelen a naftalina sobre Forlán, los fichajes, Lamela, la cantera, el sentimiento colchonero,.. y en el peor sobre la eterna y parece que deseada venta del Kun. Todo ello conjeturas, opiniones e interpretaciones sobre cosas cuya mayoría no han sido noticia.

Como dijo otro insigne y conocido periodista llamado Graham Greene, los medios de comunicación son sólo una palabra que ha venido a significar mal periodismo.

Rubicón



Cuentan las crónicas que el 12 de Enero del año 49 a.C. Julio Cesar paró sus tropas a la orilla del río Rubicón para reflexionar. Aquel río, el Rubicón, marcaba entonces la frontera legal entre la provincia de Roma y el resto del imperio. Julio Cesar llevaba en las Galias ocho años combatiendo exitosamente en nombre de Roma pero el corrupto senado romano, liderado por Pompeyo, había hecho todo lo posible por desprestigiar su legado. Trataba de deshacer su ejército, había dejado sin efecto todas las leyes creadas por Julio Cesar y hasta le habían ordenado deponer el mando y volver a Roma de forma deshonrosa.

El derecho romano tenía una ley inquebrantable desde el nacimiento de la república que fue constituida para proteger el epicentro del imperio de posibles revueltas. Cualquier general tenía prohibido cruzar con su ejército en armas la frontera de la provincia, el río Rubicón. Estaba prohibido y sobre ello reflexionaba Julio Cesar cuando mandó parar sus tropas aquel día camino de Roma. Cruzar el río significaba ser enemigo de la república a la que amaba y a la que siempre había sido fiel. Cruzar el río originaría una guerra civil a la que ya no se podría dar vuelta atrás. Julio Cesar pensó entonces si merecía la pena no perturbar la supuesta paz del imperio. Pensó que aquel imperio romano por el que daba a diario la vida se había convertido en un ente corrupto dirigido por un Senado de incompetentes, restentidos y ladrones. Valorando pros y contras llegó a tenerlo claro y fue entonces cuando dio la orden de cruzar el Rubicón.

No había vuelta atrás. Alea Jacta Est.

En estos días las aguas del Rubicón atlético bajan revueltas. Tanto que a casi todos los que componemos la dilatada familia rojiblanca y allegados nos han puesto (o nos hemos puesto, que me da lo mismo) a la orilla de nuestro particular Rubicón. Abonados, no abonados, aficionados, periodistas, notables, personajes públicos, políticos, dirigentes… todos nos vemos abocados estos días a decidir si cruzar o no nuestro particular punto de no retorno hacia la lucha perturbando la supuesta paz de nuestro equipo.

Los abonados que van al campo saben que significarse con los colores verde y oro significará también que cualquiera sabrá desde entonces lo que uno piensa de la familia Gil y de su sucedáneo de Sociedad Anónima Deportiva. Lo sabrá todo el mundo y todo el mundo podrá señalarlo después caso de que este pequeña o gran revuelta no llegue a buen puerto. Ya sabemos cómo nos las gastamos los humanos en general pero especialmente los españoles que encabezamos la lista mundial de maestros en eso del “ya te dije yo que…”. Ya sabemos lo bien que se da en este país eso de crucificar al que se expone. Por eso muchos calman sus dudas en la orilla.

Algunos de los que hace tiempo renegaron de renovar el abono sin renunciar a profesar amor a los mismos colores temen también ahora volverse a embaucar en una cruzada que podría llevarles al mismo punto del que salieron escaldados una vez. Muchos se resisten a la vulnerabilidad y se refugian en una suerte de cinismo que les ha mantenido hasta hoy a la distancia justa. Cicatrizada la dolorosa herida de tener que renunciar a aquello que tanto habían querido, sienten ahora cierta pereza y recelo de acercarse de nuevo a la bestia, esa tan radical que puede ser alegría y desgracia casi a la vez. Recelan de movimientos que no parecen del todo infalibles y temen volverse a sentirse traicionados. Dudan de los salvadores porque ya fueron “salvados” una vez y la herida sigue escociendo. Saben que cruzar el río ahora significa en cierto modo renegar de la nueva posición en la que han conseguido vivir con tranquilidad los últimos años pero también saben que ya no podrán volver atrás porque un nuevo paso atrás sería esta vez definitivo. Por eso justifican su posición aplicando el purismo sólo a uno de los bandos y por eso esperan también expectantes en la orilla.

Existen colchoneros que mojan ya sus pies en el agua pero dudan de si tirarse o no ante la evidente amenaza de tener que volver a degustar las hieles del infierno. La situación les recuerda demasiado a otra acontecida no hace muchos años. Los años en segunda fueron un mal sueño pero un sueño que nos descompone el estómago cada vez que vuelve su aroma en forma de un recuerdo que se puede repetir. Convencidos de dónde está el problema no pueden sin embargo dejar de ver el estado febril, terminal y calamitosos del equipo que salta todos los domingos al campo y son conscientes de la fragilidad que lo atenaza. Una fragilidad que hace que a nadie le sorprenda el que su irreversible deriva hacia la oscuridad dependa de un golpe de suerte. No saben cómo puede afectar esta lucha desigual en el devenir concreto de su equipo pero no se pueden quitar tampoco de la cabeza lo que sería ser seguidor de un club limpio, sin mentiras, sin engaños, sin dirigentes procesados, sin directores deportivos que insultan con su mera presencia y sobre todo con ese mítico orgullo colchonero que hoy está extinto en palco y césped. Mientras se debaten en dudas que no acabarán nunca esperan recelosos en la orilla.

Pero también aparecen en esa misma orilla figuras notables de la historia rojiblanca, conscientes de la realidad, convencidos de la necesidad de cambio, empáticos con los movimientos populares de oposición pero siempre en la inútil intimidad al estar como están acobardados de las futuras represalias. Los unos inquietos ante la posibilidad de poder quemarse en la pira de la opinión pública y los otros temerosos de perder las sabrosas sobras que en bolsas para el perro de vez en cuando les “regalan” desde el gilifato. Escondidos tras la máscara esperan en la orilla a ver qué pasa, incapaces de significarse, esperando llegar al final.

Una orilla que estoy seguro también está poblada por docenas de periodistas que en su fuero interior querrían volver a serlo, que manejan más información que nadie y que precisamente por ello se sienten peor que ninguno por dentro. Esa suerte de humanos sometidos a la cruel encrucijada de jugarse el sustento alimenticio por tratar de hacer justicia, algo que saben perfectamente que se encuentra al alcance de su mano. Una verdad de la que ellos, por una vez, podrían ser paladines. Pero tienen miedo de ser los primeros. Tienen miedo de ser los únicos. Tienen miedo de tener miedo y también esperan a ver qué pasa.

La niebla es densa en la orilla del río Rubicón y no conseguimos vernos unos a otros. Escuchamos las voces que desde el otro lado invitan a saltar pero recelamos de esa voz al no ver la cara que grita. A veces la vemos pero no sabemos quién es y también recelamos. Recelamos de todo sin reparar en que la voz salvadora es precisamente la de uno mismo, la del que está al lado, la de cualquiera. No hay otra. Es la de otros muchos con un apellido tan anónimo como el propio. Es la voz de los que sienten el Atlético de Madrid como algo bien distinto a lo que nos quieren vender y nos venden. Es la voz del Atlético de Madrid.

¿Qué nos puede pasar si cruzamos el río? ¿Qué más nos puede pasar?

Atléticos por el cambio



Hoy se ha dado a conocer a través de internet y las redes sociales (así está el periodismo patrio) el siguiente comunicado:



Personalmente no he tenido nada que ver con la gestación, elaboración, firma y presentación de dicho escrito. Lo he tomado prestado de los foros colchoneros para colocarlo aquí pero personalmente también básicamente estoy de acuerdo con lo que dice y lo he firmado.

Léelo, piensa si estás tú de acuerdo o no pero si lo estás fírmalo también porque así seremos más los que lo hagamos. No cuesta mucho.

Ya tendremos tiempo luego de discutir si faltan palabras esdrújulas, si valdrá o no valdrá o si merece o no merece la pena. Si estás de acuerdo que se sepa.

Dejemos que las cosas se expliquen por si mismas.

I want to believe



Estamos a miércoles y no ha pasado nada. Bueno si, la charlotada de la renovación del Kun y la repugnante peregrinación por los estudios radiofónicos del régimen. Hemos llegado a un punto en el que todo apesta. Todo. Dan ganas de cortar el cordón umbilical para siempre (y espérate tú).

Lo del Kun es lamentable. Tiene toda la pinta de que está vendido pero, llamarme ingenuo, me cuesta creer que el destino sea el Real Madrid (aunque sinceramente, a estas alturas ya me la suda). Es una de las pocas cosas que todavía podría encender a una masa social resignada y eso siempre asusta. O lo mismo ni así es capaz de despertar.

En el plano deportivo van a ser cuatro meses de pesadilla constante que lo mismo nos hace coquetear con posiciones nada tranquilas. En lo periodístico van a ser cuatro meses soportando todos los días los rumores sobre ventas de Agüero, De Gea y hasta de las flores del córner del fondo sur (ósea, como siempre pero sin el parapeto de lo que pueda hacer de vez en cuando el equipo en el campo que ya es inútil). En el micromundo de internet seguiremos dándonos de ostias por encontrar una definición exacta para “aficionado colchonero”, porque el color de las bufandas de protesta debería ser “amarillo huevo” en lugar de “amarillo oro”, porque como no somos muchos yo no me muevo o porque es más fácil criticar a alguien que escribe en internet a la una de la mañana, que es cuando tiene un ratito, que hacerlo contra un delincuente, así reconocido por la justicia, que lleva 24 años viviendo del cuento.

Eso sí, los esperanzadores cantos de sirena de la atalaya minoritaria de Punto Radio, esos que se repiten cíclicamente y que sólo sirven para que algunos ingenuos salivemos un ratito y luego tengamos que tragarnos otra vez las babas, de nuevo se esfuman en el éter como si nunca hubiesen pasado. ¿Quién está pidiendo aumentar la presión? ¿Quién? Mala pinta tiene una solución que no quiere dar la cara hasta que huela a cadáver. Lo mismo para entonces el cadáver soy yo.

Necesito creer en algo de forma urgente. No lo soporto más.

Reflexiones sobre un desastre

At. Madrid 1 - R. Santander 1


No hay sensación más frustrante y desesperada que tener que vivir el tristísimo episodio que vivió el club Atlético de Madrid ayer y encima tener que hacerlo desde una distancia que lo hacía todo mucho más patético todavía de lo que era. Una boda de un amigo de la infancia me hizo perderme toda la epifanía colchonera y tener que vivirla a base de prensa, llamadas de teléfono, SMS's y comentarios anónimos de personajes anónimos que me rodeaban. Personajes que no eran seguidores colchoneros y que no entendían los motivos de una protesta que ellos, supongo que alumbrados por los medios de comunicación de este dichoso país, asumían como una pataleta sin sentido de un puñado de lunáticos. “Han ido cuatro gatos”, me decía uno de ellos con cierta sorna confirmando el dato en las alertas de su teléfono. Resultando todo ello patético sin duda lo más patético de todo fue el comprobar que muchas otras personas, supuestos seguidores colchoneros esta vez, tenían exactamente la misma opinión: cuatro gatos que entorpecen la honorable labor de los "legítimos" dueños del club. Eso es el Atleti hermanos: un puñado de correveidiles que esconden las pocas cenizas que van quedando de lo que fue una vez un precioso club. Una orquesta incompleta de funcionarios aburridos que tocan sin partitura dirigida por un par de hombres grises que usan el circo como tapadera. Un muñequito blando, simpático e inofensivo que la prensa carroñera usa para relajar la tensión, como cuña para calzar los desajustes de la máquina de hacer dinero o simplemente para probar en sus carnes cualquier tipo de desatino.

Estoy tan decepcionado y triste que no me apetece insultar a nadie ni tratar de entender nada. Simplemente dejaré aquí mis modestas conclusiones a modo de reflexión personal.

1) Supongo que mucha gente entenderá el número de asistentes a la manifestación como un éxito. Yo no. Para mi es un rotundo fracaso que deja como conclusión algo que ya sospechaba y que es el que la inmensa mayoría de la masa atlética no entiende el equipo más que como un grupo de señores que salta al césped para jugar al fútbol. Ni honor, ni historia, ni sentimiento ni demás cuentos de princesas. Esa inmensa mayoría jamás irá una hora antes al estadio dejando de hacer otra cosas más "importante", jamás se perderá diez minutos de partido si puede evitarlo, jamás se comerá un atasco gratuito por ejercer su derecho a protestar y en definitiva jamás se manchará las manos en pos de una leyenda que además no se cree. Si ayer, con todo lo que había llovido, había más gente mirando la manifestación que protagonizándola nunca podrá ser de otra forma. Admitámoslo y asumámoslo: esa es la inmensa mayoría del Atleti. ¿Cómo se ha llegado a esta situación de parálisis? Pues cada uno tendrá su teoría pero creo sinceramente que no tienen sentido ya las manifestaciones fuera del estadio Vicente Calderón con estas premisas y las formas actuales porque al final no son más que sanos ejercicios de nadar a contra corriente, tan loables como estériles y que en la mayoría de ocasiones además nos dejan como “lunáticos” frente a la opinión pública.

2) El equipo, el que salta al césped, es una vergüenza y una lamentable broma pesada. Lo era antes del partido de ayer y lo es todavía mucho más después. El segundo partido de liga (que se dice pronto) me temo que inicia ya la oscura estela de una temporada larga y tortuosa cargada de disgustos, sopor, lamentos, excusas, decepciones, rumores, pesadillas, sustos y mucha vergüenza. Lo que está mal construido normalmente se cae. Lo que está muy mal construido se cae además con estrépito. Nuestra plantilla está muy mal construida así que hay que empezar a estar preparado para lo peor. Sólo un estúpido sin cerebro podía creer que los Valera, Cléber, Reyes,… de turno iban a dar un salto de calidad a este equipo cuando de hecho es todo lo contrario. Hay que ser muy estúpido y muy imbécil para creerlo aunque me consta que mucho “comepipas” estaban convencido de ello imbuidos por los cantos de sirena que nacen en las oficinas del Calderón y los arcángeles de la prensa se encargan de rociar en entre la plebe pasiva. Algo que pone de manifiesto también el sorprendente nivel de inteligencia de la adormecida, complaciente y cobarde nueva afición colchonera. En la segunda jornada estamos infinitamente más cerca de la cola que de la cabeza y eso habiendo jugado contra Malaga y Racing, dos “superpotencias” de La Liga de las Estrellas, como todos sabemos. Se avecinan tiempos difíciles para los idiotas que nos tomamos al Atlético de Madrid en serio.

3) Los giles y cerezos no tienen ninguna gana de largarse y no hay nadie con medios y recursos dispuesto a dar la cara en la oposición o ser una bandera en la lucha a la que poder agarrarse. No sé si existirá alguien en la sombra dispuesto y capaz de ser el dueño/presidente del Atleti pero si existe es un redomado cobarde que no sé a qué coño está esperando para dar la cara. No sé si existirá ese alguien pero si existe que se quede donde está porque tampoco me vale. Ya no. Si los que están son lo que son y los que vienen se esconden antes de empezar esperando a que el camino este liso y limpio de matojos, la situación es mucho más desesperada de lo que nos damos cuenta.

4) La prensa es el enemigo, lo han demostrado un millón de veces así que no hay que volver a ponerlo en cuestión, pero cuando tu posibilidades de salir con vida pasan precisamente por lo que haga ese enemigo la realidad es que de alguna forma estás vendido a su suerte. Por decirlo de otra forma más clara: estás vendido. El Atlético de Madrid será lo que la prensa quiera que sea y creo que parece evidente hacia donde apunta todo.

Rebelión en la granja

Creo que hay pocos aficionados al Atlético de Madrid que no estén de acuerdo en pensar que la semana pasada ocurrió algo y con ese algo no me estoy refiriendo a que cesaran de su cargo a un pésimo entrenador. Me estoy refiriendo a algo ligeramente más significativo que ocurre cuando aparentemente la semana pasada, por fin, se movieron los cimientos de esa organización, otrora robusta y acorazada, liderada por el ínclito “calamidad” y su troupe. La protesta de los sufridos colchoneros hacia el palco fueron ciertamente significativa pero más que por la intensidad de la misma, que tampoco fue tan extrema como la prensa oficial quiere hacer entender (yo estaba allí), porque por alguna razón esta vez fue más efectiva que otras que la precedieron y que fueron enterradas entre papel de periódico. Aun así, lo que verdaderamente marco la diferencia en esta ocasión vino horas después con periodistas que hablaban de un descontento de la afición con la directiva, filtraciones sobre las chapuzas en las negociaciones, televisiones que hablaban de un problema institucional en el equipo colchonero, Jose Antonio Abellán llamando inútil a García Pitarch y dando cancha en su programa a un miembro de la oposición que habla sobre sentencias de apropiación indebida del club y hasta un José Ramón de la Morena que nos dice al pueblo que M. A. Gil Marín busca los réditos de la ciudad deportiva o el estadio y que tiene la cara torcida de las mentiras que suelta. Esa es la diferencia más significativa respecto a otras “crisis” recientes y no tan recientes. Esta vez la prensa “seria”, unos tipos que viven de apostar siempre por el caballo ganador, parece que decidieron cambiar de caballo. Si eso es así (rezo todos los días par que lo sea) me temo que estamos en los comienzos de la rebelión. De la buena.

En 1945 George Orwell escribió una inteligente sátira que criticaba las revoluciones comunistas pero que es extrapolable a muchas otras revoluciones justas. En la novela los animales de una granja deciden hacer frente a la injusticia que están sufriendo por parte de los humanos, unos seres desalmados a los que consiguen echar tras una rebelión popular, para implantar a continuación un régimen justo basado en los pilares que inspiraron esa misma revolución. De entre la masa enfervorecida y unida por un objetivo común aparecieron dos líderes naturales, Napoleón y Snowball, que aglutinan el sentir de la mayoría y que definen los mandamientos que regirán a partir de entonces la granja, a través de leyes del tipo: “ningún animal matará a otro animal” o “todos los animales son iguales”.

En el Atlético de Madrid se está gestando una revolución (iniciada tiempo atrás). Todos somos capaces de olerlo y todos los que hemos deseado alguna vez un Atlético de Madrid digno, patrimonio de sus aficionados, gestionado de forma honrada y orgullosa, que sea respetado por su idiosincrasia, su historia y su poderío deportivo empezamos a sentir un cierto optimismo que no sentíamos hace muy pocos días. La revolución parece en marcha y en ella tendrán que aparecer de forma natural cabezas visibles que aglutinarán y representaran el sentir de la gente. Una revolución justa y desde abajo que será capaz de echar a los delincuentes que por herencia todavía hoy tienen secuestrado el club y una revolución que propondrá un Atleti honesto con el que todos hemos soñado basado también en pilares justos y necesarios como: “Atleti somos nosotros” que se canta en el Vicente Calderón en momentos críticos o el “Por un Atleti digno” que reza delante de la puerta cero una pancarta aupada por un puñado de valientes que allí se dan cita.

Pero en la granja las cosas no fueron tan bien como pudiera parecer. No sólo ocurre que el poder corrompe o que la adoración rendida de las masas provoca extrañas reacciones químicas en los cerebros de los líderes sino que todo ello puede provocar también una radicalización del discurso y del debate, que lleva hacia la intolerancia teórica o incluso hasta fórmulas similares a aquellas contra las que se han estado luchando. Las divergencias de criterio entre Napoleón y Snowball se transformaron en odio irreconciliable hasta el punto de que Napoleón acaba echando su guardia pretoriana contra su “compañero” expulsando a Snowball de la granja y quedándose como máximo responsable de la misma. Los partidarios de Snowball se convierten desde ese momento en ciudadanos de segunda y las antiguas soflamas que antes todos seguían ahora se transforman, para adaptarse a la nueva “realidad”, convirtiéndose en cosas como “ningún animal matará a otro animal sin motivo” o la famosa “todos los animales son iguales, pero algunos son más iguales que otros”.

El pasado domingo 1 de Febrero minutos antes de acabar el partido mucha gente abandonó el estadio. No sé si eran japoneses aburridos, aficionados al fútbol que pasaban por allí, tipos obsesionados con no pillar atasco o gente preocupada por llegar a ver el partido del Barça. No sé si eran verdaderos colchoneros porque no puedo saberlo. Lo que sí que sé es que otros muchos nos quedamos hasta el final para pitar al tipo que estaba sentado en el centro del palco. Probablemente cada uno tenía una parte distinta de su ser herida pero todos mostraban su descontento. Allí estaba el que no puede ver a Cerezo pisando el palco del Calderón en calidad de presidente por su nefasta labor desde que lo es, el que a través de Cerezo ve a MA Gil y recuerda también cuando su padre subió los abonos y siendo un niño tuvo que dejar de poder ver a su equipo, el que conoce todos los agujeros legales de los giles y cerezos y hasta lo que ocurre en el campo ha pasado a un segundo plano, el señor que no entiende de leyes, juicios o política pero está harto de aburrirse en su estadio, el que lleva años peleando por echar a ese par de siniestros personajes y el que se acaba de dar cuenta de la realidad. El que no puede soportar escuchar a Cerezo hablar como el presidente de un equipo pequeño, el que no perdona que lleven 10 años protegiendo proyectos deportivos rácanos, mal hechos y destinados a fracasar, el que no perdona a Cerezo ser el crush-test-dummy del ilocalizable “calamidad”, el que no perdona esa gerencia mafiosa que vendiesen a Fernando Torres con sospechosa limpieza o el que simplemente quiere ver de una vez por todas un equipo que juegue al fútbol y con el que sentirse identificado. Todos quieren lo mismo, unos dueños distintos, pero lo quieren por diferentes razones. La rebelión estaba dando un paso importante en ese momento con un buen puñado de personas gritando a un asustado Enrique Cerezo en representación de los “humanos” y estoy seguro que entre esa gente estaban también gritando nuestros futuros Napoleón y Snowball.

Desgraciadamente a día de hoy la revuelta no ha terminado y los “humanos” siguen ejerciendo el tirano poder que ejercían pero basta darse una vuelta por los foros, webs o blogs de internet dedicados al atleti para notar los diferentes matices (de superficie más que de fondo) que existen entre los que componen la revuelta. Diferentes matices que deberían sumar, aportar credibilidad, dar color y licitar algo tan necesario que además basa su éxito precisamente en aunar mayorías bajo un sentimiento común pero me temo que incluso antes de conseguir nada está provocando también “matizaciones” excluyentes sobre los cimientos de la revolución y enfrentamientos entre nuestros propios Napoleones y Snowballs. Talibanes, comepipas, interesados, gilistas,… Si tras ganar 0-4 fuera de casa sigues recordando al respetable que el club está en manos de delincuentes gracias a que el juzgado no ejecutó una resolución (entre otras cosas) eres un talibán interesado sólo en política y no en el atleti. Si criticas con todas tus fuerzas a Aguirre porque no puedes soportar ver a tu equipo arrastrarse haciendo el ridículo eres un Gilista empedernido que se despreocupa del verdadero problema. En cualquier caso a los dos se les tacha de no querer al Atlético de Madrid que seguramente es lo que más le duele escuchar a cada uno. ¿Es esa la fórmula?

Me temo que tenemos que reflexionar, aprender a convivir con el que tiene otra interpretación distinta y pensar que estamos todos en el mismo barco. Los que conocen la historia y la intra-historia de este club y ejercen un activismo desaforado desde todos los frentes, los que hace lo mismo por otras razones y los que “simplemente” pagan su abono desde hace 30 años para ver jugar a su equipo y no les gusta lo que ven. Todos los que de alguna forma somos críticos en definitiva. De otra forma me temo que acabaremos sembrando lindes y haciendo lo mismo que Napoleón hasta acabar modificando los eslóganes a cosas del tipo: “Atléti somos nosotros pero vosotros no” o “Por un Atleti digno pero sin comepipas”.