Anónimo interlocutor
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Simeone
Hace
unos cuantos años, aprovechando la cercanía y la distancia que ofrece esto de la
red de redes, alguien me llamó “gilista”. Me lo han vuelto a llamar un montón de
veces después, en muy diferentes contextos y por muy diferentes motivos, pero
nunca me ha llegado a afectar como aquella primera vez. Mi interlocutor lanzaba
el epíteto con toda la carga negativa que puede tener, y que tenía, pero más que
el impacto de un supuesto insulto arrojado con rabia, me dolió el hecho de que
aquel tipo me situase exactamente en el lado contrario del que yo moralmente me
encontraba. Que entendiese exactamente lo contrario de lo que yo quería
decir. Con el tiempo aprendí a no tomar en consideración esas voces, cada vez
más frecuentes, que tienden a etiquetar y categorizar todas las opciones del
mundo exclusivamente en torno a dos ideas aparentemente antagónicas, la suya y
la del resto, pero hoy no he podido evitar acordarme de aquello. El Atlético de
Madrid es un concepto bastante más difícil de abarcar de lo que muchos pretenden
y que, como cualquier idea relacionada con los sentimientos o que es compartida
por un importante número de individuos, tendrá diferentes caras e
interpretaciones dependiendo de la perspectiva.
El
anónimo interlocutor me llamó aquel día “gilista” como consecuencia de mis
críticas a la labor del entrenador de entonces. Desdeñando todas mis teorías
sobre la escasez de valentía, la falta de discurso, la falta de concepto, la
incoherencia con la realidad histórica del club, la tergiversación del concepto
“objetivo” y demás batallas que yo achacaba al entrenador de entonces, mi
interlocutor argumentaba que todo aquello era básicamente irrelevante. El fútbol
era un efecto secundario de la “gran realidad” y aquel entrenador era
simplemente una “víctima” inocente, que no culpable, de todo lo que yo estaba
diciendo (y que por otro lado tampoco entraba a valorar). El “verdadero” y
“único” culpable de todo estaba más arriba y se llamaba Gil. Yo trataba
demostrar que mi opinión sobre la gerencia y propiedad de mi equipo era clara y
rotunda pero que eso no tenía nada que ver con querer que mi equipo ganase,
jugase lo mejor posible o con entender que aquel entrenador no sólo lo estaba
haciendo rematadamente mal sino que estaba deteriorando el ya cuestionado y muy
tocado espíritu colchonero. Intentaba separar las cosas. Entender un punto de
vista que en esencia compartía pero separando los elementos de la ecuación en
parcelas de responsabilidad que aunque coordinadas y entrelazadas eran
distintas. Intentaba por todos los medios matizar la diferencia entre
culpabilidad y responsabilidad y trataba de subrayar una realidad más compleja
que la que él me ofrecía y en la que existían diferentes tipos de aficionado con
diferentes puntos de vista y diferentes relaciones para con el Atlético de
Madrid. Fue imposible. En un momento de flaqueza argumenté también que esa forma
de actuar, tan sumamente binaria e intolerante, lo que hacía era crear barreras
dónde no las había. Entonces fue cuando me llamó “gilista”.
Hoy,
años después, me levanto por la mañana con mi equipo en lo más alto de la tabla
empatado a puntos con el Barça y sin perder un solo partido en lo que va de
liga. No sólo eso. Hoy, a diferencia de entonces, vemos un equipo valiente,
respetado por los rivales, orgulloso, humilde, con un concepto definido, un
objetivo claro y un discurso realista, atrevido e ilusiónante pero sobre todo
coherente con su afición y su historia. ¿Qué ha ocurrido? Si uno trata de buscar
las diferencias entre esta maquinaria de precisión y la broma macabra que inició
la temporada pasada (que no dejaba de ser una extensión natural de las
diferentes bromas macabras que se habían sucedido durante años) verá que todo es
exactamente igual a excepción de una cosa: el Cholo Simeone. El entrenador. Hoy
parece que nadie discute que sea el argentino la piedra filosofal en la que se
fundamente todo este nuevo ciclo, pero no parece descabellado pensar que en este
mismo contexto pueda aparecer (y aparecerá) otro anónimo interlocutor que por la
misma razón y en los mismos términos que aquel otro, decida argumentar que el
éxito del “nuevo” Atleti tiene un “único” y “verdadero” culpable. El mismo y por
las mismas razones que antes. ¿Por qué ahora debería ser diferente?
Servidor
tenía entonces una opinión sobre la propiedad y trayectoria gerencial de mi club
tan clara y formada como la que puedo tener hoy. No ha cambiado un ápice porque
no ha ocurrido nada que me haga tener que cambiarla, pero a diferencia de mi
beligerante interlocutor no he tenido que cambiar el discurso con los resultados
de mi equipo. Pienso que el concurso de ciertos entrenadores fue nefasto para mi
equipo igual que ahora creo que Simeone, independientemente de los resultados,
ha devuelto al Atlético de Madrid señas de identidad y valores que yo pensaba
que se habían extinguido por completo del imaginario colectivo. Creo que la
selección de Simeone por parte de la directiva (como en su día la de otros
nombres de los que prefiero no acordarme) responde más que a aspectos deportivos
a razones egoístas, fortuitas, coyunturales, de búsqueda del beneficio económico
o de comodidad para controlar a prensa y afición, pero eso, afortunadamente, es
independiente de que Simeone sea un crack.
Seamos
sensatos. Aprendamos la lección. Centremos el mensaje y el discurso. El
Americano Robert Lee Frost decía que a la pista de tenis se va a jugar al tenis
y no a ver si las líneas son rectas. Seamos coherentes con nuestros
sentimientos. Veamos el tenis y fijémonos en las líneas sólo cuando la pelota
salga fuera. Juzguemos al ladrón por robar en lugar de por poner la música alta.
Alegrémonos de la alegría y lloremos las penas con la misma intensidad sin dejar
de criticar con vehemencia, en cualquier caso, los atropellos y las atrocidades.
Somos el Atlético de Madrid. Aunque no lo ponga en ningún sitio.