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¡Un abrazo!

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Ni un solo pero

FC Barcelona 1 - At. Madrid 1

El mundo del fútbol es un campo abonado de tópicos. De frases hechas. Ya saben, todo eso del once contra once, voy a darlo todo por esta camiseta, lo único que podemos hacer es seguir luchando, etc. Estamos tan acostumbrados a lidiar con ello que, actuando en sintonía con el estado de descomposición del fútbol en el que nos encontramos, apenas reparamos en el significado de lo que escuchamos. Pero hay ocasiones en las que deberíamos hacerlo. Especialmente si usted es aficionado al Atlético de Madrid. Seguro que, sin rebuscar mucho en la basura, serán hoy capaces de encontrar a más de un oportunista buscando y resaltando los peros del enfrentamiento del equipo de Simeone contra al Barcelona. Seguro, no me cabe duda. No creo que les cueste encontrar tampoco algún comentario negativo o insultante, supuestamente ingenioso, de alguno de esos periodistas que incluso dice simpatizar con el equipo colchonero y que, en realidad, únicamente buscan el tono amarillo de una información que busca escandalizar. Nos ha tocado desgraciadamente lidiar con esa suerte de mundo paralelo y desagradable pero a mí ya me da igual. El actual Atlético de Madrid es un equipo que da TODO lo que tiene y eso es lo que a mí me hace ser feliz. Todo. Hace todo lo que puede y lo hace lo mejor que puede. Así de simple. Así de complicado. Compensa las carencias de presupuesto haciéndose más equipo, sustituye la falta de calidad por rigor táctico y prescinde de la suerte para agarrarse a la fe. Por eso creo que es absurdo ponerle peros a esta plantilla, a este equipo y a este entrenador. No los busque. No los tiene.

El partido podría parecer que se trataba de otro partido cualquiera pero no lo era. Los propios jugadores se encargaron de dejarlo claro. Estamos hablando de unos cuartos de Champions. No sé ustedes, pero yo no estoy acostumbrado a lidiar en estos terrenos. Algo que probablemente puedan decir también los once rojiblancos (ayer de amarillo) que saltaron al campo pero que sinceramente, no lo parecía. Los primeros diez minutos del cuadro de Simeone fueron espectaculares. De equipo de élite. Robando el balón a todo un Barcelona, jugando en campo contrario y llevando peligro. De hecho en apenas unos segundos tuvo la primera ocasión de gol, que a la postre sería la más clara de todo el partido en ambas porterías. Un desafortunado Villa, que sigue en esa lenta pero inalterable caída hacia el ostracismo, no acertó a meter el balón entre los palos a pocos metros de la línea de gol y todos pensamos que pagaríamos la osadía. El Atleti siguió en esa misma tesitura valiente, poderosa y temible para los rivales que le ha llevado a estar en el lugar en el que está. Midiéndose de tú a tú con un equipo que le cuadriplica el presupuesto y que ha dominado el mundo del balompié en la última década. Aguantó en ese formato algunos minutos más pero poco a poco los del Tata empezaron a encontrar su juego y mediada la primera parte apareció su mejor versión. Con circulación rápida de balón, constante movimiento de sus delanteros, cambios de banda y lo que es más importante, ahogando la salida del Atleti a base de presión en la misma frontal del área. Fueron unos minutos de agobio para los del Cholo que sin realmente sufrir ocasiones en contra, empezaron a pasarlo mal. La cosa se puso todavía peor cuando Diego Costa se echó la mano a la pierna y tuvo que abandonar el campo por recomendación de un Simeone que intentaba convencer al crack rojiblanco de que lo hiciera. Duro revés, que trajo consecuencias en el partido y que probablemente traerá consecuencias en la temporada. Pero el Atleti no se arruga ni siquiera en los peores momentos. Al fin y a la postre el éxito de este grupo de jugadores es que siempre, independiéntemente de los protagonistas, han actuado como equipo y así lo siguieron haciendo. Así lo van a seguir haciendo. No tengo ninguna duda. El partido siguió con la salida de Diego Ribas al campo y aumentando un punto el nivel de intensidad y derroche físico que a esas alturas ya era sobrenatural. Y así, a base de trabajo y esfuerzo el Atleti pudo igualar el partido y ralentizar el empuje blaugrana, al menos hasta el descanso.

La segunda parte fue otro prodigio de derroche por parte de ambos equipos. Un Atleti mostrando su mejor versión de equipo aguerrido, duro, correoso y tácticamente impecable, frente a un Barcelona rabioso, muy intenso y que además empezó a tocar la pelota como los ángeles. Especialmente gracias a un magistral Iniesta que decidió quedarse con el balón y dar una lección de como se juega al fútbol. Pero en ese escenario, en una de las pocas estiradas de los colchoneros, apareció la calidad que también tiene el equipo madrileño. Una balón, que aparentemente no tenía ningún peligro, fue conducido por Diego Ribas escorado a la derecha que armó su pierna para lanzar un cañonazo brutal que se coló por la escuadra de Pinto. Quiero creer que no me llevo por la emoción si digo que es uno de los goles más espectaculares que he visto en mi vida. Por lo plástico del resultado, por el escenario y por el momento. El 0-1 puso el corazón a la altura de la nuez en todos y cada uno de los aficionados rojiblancos, que empezaron creer en que el sueño era posible. Y lo siguió siendo durante algunos minutos más en los que el acoso de los Iniesta, Messi, Xavi, Neymar y compañía no pasaba de la frontal del área. Pero poco a poco todo se fue haciendo mucho más complicado. No es casualidad que coincidiese con el agotamiento físico de los jugadores de Simeone que exhaustos, daban muestras ya de no poder más. Echados descaradamente atrás, intentaron sobreponerse a los ataque cada vez más peligrosos de un Barcelona dolido. Así que en uno de esos ataque Iniesta fue capaz de, por fin, ver un pase entre líneas de esos que sólo los grandes genios son capaces de ver. Neymar ganaba así la espalda de Juanfran y hacía el empate a uno. Desde ese momento hasta el final, el partido fue un acoso constante de los del Tata frente a unos jugadores rojiblancos agotados, que sin embargo nunca perdieron la cara ni el rigor, a excepción de un lamentable Sosa que saltó al campo cuando más ayuda se necesitaba para demostrar el tipo de jugador pusilánime que parece ser. No sólo fue incapaz de estar a la altura de las circunstancias sino que estuvo a punto de destrozar todo lo que se había conseguido. Pero allí estaba, gracias a Dios y al Chelsea, San Courtois. El belga volvió a demostras con varias intervenciones antológicas en los momentos más críticos del partido que es uno de los mejores porteros del mundo. No creo que nadie lo discuta ya a estas alturas.

El empate a uno es un magnífico resultado, inimaginable al inicio del partido, pero que no debe hacernos ser ingenuos. La eliminatoria sigue totalmente abierta. Tampoco seamos agoreros. Estamos vivos y tenemos posibilidades de pasar a semifinales. Es así. A estas alturas de película los aficionados al Atleti nos hemos ganado el derecho de poder soñar con lo que queramos. Es lícito y nos lo hemos ganado. Hagámoslo y no pensemos de momento en otra cosa. Que ningún anormal nos quite el instante ni ensucie, aunque sea de refilón, una temporada que ocurra lo que ocurra será digna del mejor de los recuerdos. Ni un sólo pero.

De vuelta en Europa

AC Milan 0 - At. Madrid 1

La Champions League es la mejor competición de clubes del mundo. Escuchamos tanto hablar de ella, muchas veces de forma despectiva respecto a sus participantes, casi siempre en sitios de muy baja catadura, que a veces perdemos la perspectiva. Pero es exactamente así. Aquí están los 16 mejores equipos de Europa ahora mismo. Durante muchos años, casi todos para ser honestos, los colchoneros hemos tenido que ver el torneo desde la calidez de los hogares y la tranquilidad del que no se juega nada. Escondidos en la mediocridad. Con la dolorosa sensación de ser terreno destinado a otro tipo de equipos. Equipos como creemos que es el nuestro, pero equipos entre los que el nuestro no estaba. Es así. Pero fue incluso mucho peor el par de ocasiones en las que técnicamente jugamos la competición, porque lo hicimos con la misma actitud ausente, mediocre y vulgar. Con complejo de inferioridad. Cambiando el respeto por el miedo. Con el freno puesto en la pierna y la etiqueta de que aquella no era nuestra competición colgada del corazón. Lamentable. Bochornoso. Humillante. Uno recuerda aquellos momento y la ansiedad fluye por todos los orificios. Por eso tiene tanto valor lo que ha ocurrido esta noche en San Siro. Pedir el balón a toda velocidad para sacar un fuera de banda faltando veinte minutos para el final del partido y con cero a cero en el marcador. Competir de tú a tú frente a un club histórico que apelotona Copas de Europa en sus vitrinas y ganarle en un terreno de juego histórico, siendo además mejor, es una gran noticia para el Club Atlético de Madrid. Un Club Atlético de Madrid que está de vuelta en Europa.

El partido comenzó francamente bien para los colchoneros. Bien plantados, dominadores, con intensidad y dueños del balón. A los pocos segundos ya estaban pisando el área italiana con un Arda Turan con esa chispa, conocida y fascinante, que desgraciadamente fue perdiendo según avanzaba el encuentro. Así siguieron los primeros diez minutos. Jugando en campo contrario y mandando en todas las fases. Pero fue un espejismo. Como afectados por el imponente escenario (lo que para mí fue la nota más negativa del encuentro) y la imprecisión del juego en el medio campo (Mario sigue bajo de forma), el equipo empezó a desequilibrarse. Los dos de arriba se quedaban muy descolgados en la presión y los mediocentros eran incapaces, tanto de frenar al equipo contrario en defensa, como de equilibrar el equipo propio o realizar alguna transición decente en ataque. El medio campo poco a poco era propiedad del equipo de Seedorf y la banda izquierda del Atleti, supuestamente protegida por Insúa, era una especie de coladero. Llegó entonces un gran disparo de Kaká con la izquierda que se escapó por los pelos de la portería. Y el el Atleti acusó el efecto echándose más atrás. De forma excesiva y peligrosa. El Milan, aupado en el fenomenal ambiente del estadio, se venía arriba y aparecía el mejor Balotelli. Un jugador portentoso, con un potencial exagerado en los pies y una cabeza desestructurada. Pero hoy estuvo bien, sobre todo en la primera parte. Protegiendo el balón, ganando a los centrales, desequilibrando y con ese punto de genialidad capaz de romper los partidos. Llegaron dos jugadas claras de los milanistas, un nuevo disparo de Kaká tras taconazo de SuperMario y otra, la mejor, un remate de cabeza de Poli que Courtois, otra vez, sacó de forma milagrosa. Lo del portero belga ya es recurrente. Crack absoluto. El Atleti, que había desaparecido y que no recordaba al equipo que estamos acostumbrados a ver, seguía sin embargo vivo, y fue capaz de recomponerse en los últimos minutos de la primera parte en los que sin hacer nada verdaderamente relevante, al menos consiguieron equilibrar las fuerzas y llevar al Milan lejos de la portería.

La segunda parte fue otra cosa. Simeone no cambió ninguna ficha en la alineación pero sí en el esquema táctico. Colocó a Raúl García, que había jugado de segundo delantero, en una banda y dejo a Turan de enganche, consiguiendo un centro del campo con cinco jugadores que, ahora sí, consiguió ganar la partida a su rival. El dominio del juego y el tempo del partido pasó a manos del equipo madrileño, las ocasiones del Milan cesaron y empezaron a llegar acercamientos de los rojiblancos. Una chilena de Costa y algunas arrancadas en vertical, varios remates sin fortuna de Raúl García,... El Atleti empezaba a sentirse más cómodo mientras el equipo Del Diablo empezaba a acusar el esfuerzo físico. Simeone movía el banquillo metiendo a Cebolla y Adrián (dos cambios sorprendentes y que no entiendo) consciente de que estaban mejor. A diferencia de lo que hubiese ocurrido con Manzano o Aguirre, los jugadores querían jugar y ganar, así que no perdían tiempo. Jugaban. Sí, era San Siro. Sí, un empate no era tan mal resultado, pero marcar fuera de casa es fundamental en este tipo de competiciones para pasar de ronda. Y llegó el gol. Córner desde la derecha que es tocado en el primer palo para caer muy bombeado al segundo. Costa y Miranda aparecían por allí libres de marca y aunque el central lo hacía de cara, fue Costa quién con un giro de cuello espectacular imprimió una fuerza brutal al balón para llevarlo hasta la red. 0-1. Gabi pudo dejar la eliminatoria lista para sentencia cuando en el último minuto lanzó una falta al borde del área, pero no fue así. No había tiempo para más.


El 0-1 uno deja la eliminatoria abierta pero es un excelente resultado. Nos queda también la sensación del trabajo bien hecho y de que vienen quince días de relativa tranquilidad para centrarse en la liga mientras nos visita el Milan en el Calderón. Con todo lo anterior, lo más emocionante para mí es ver al Club Atlético de Madrid volver a competir en todos los terrenos. En un campo de segunda B o en San Siro. Efectivamente, el Atleti está de vuelta en Europa.  

Gota China

Athletic Club de Bilbao 1 - At. Madrid 2

Aparecía Simeone con este rostro curtido y serio con el que afronta las ruedas de prensa normalmente. Escondido tras esa mirada que parece transmitir el cansancio de sus jugadores y envuelto en ese sonido discreto, monótono, del que se sabe ganador. Del que es muy consciente del trabajo bien hecho, muy bien hecho, pero que aún así procura por todos los medios guardar, bien oculto, cualquier reducto de petulancia o soberbia que pudiera quedar pegado por algún sitio. El Atlético de Madrid acababa de clasificarse para las semifinales de la Copa del Rey en un partido complicado, frente a un rival en un gran momento y en un estado que hasta ese instante estaba inédito para los equipos visitantes. Pero Simeone se rindió. Prescindió de esa coraza fría que usa para los periodistas, olvidó por un momento el mantra de vivir el momento pensando en el partido siguiente y se rindió. Se rindió a sus jugadores. Con honestidad y admiración. Felicitó a los once jugadores que habían saltado al campo como si estuviese felicitando a once héroes que logran llegar a un terreno para el que no estaban destinados. Se rindió momentáneamente para reconocer, a su manera, que lo que está haciendo este equipo es sobrenatural. Imposible. Inexplicable. Como si hubiese llegado a un punto que sobrepasara incluso al propio Simeone. Pero ahí está el Atleti. Como una roca, sólida y robusta, que no deja de girar y que jamás se aparta del camino. Como una gota china que cada cinco minutos golpea.

Pero no fue fácil. El partido se presentaba complicado, a priori, debido a una serie de agentes internos y externos que no beneficiaban a los rojiblancos. La realidad no defraudó. Los del Cholo se presentaban en el campo con una serie de bajas más que significativas y enfrente aparecía una Athletic crecido tras sus últimos resultados, confiados en utilizar el factor campo como un elemento más con el que competir. El plan parecía claro: contener a los vascos para salir en vertical y a punto estuvo de salir enseguida. Hasta el punto de poder haber resuelto el partido ya en el primer minuto. Una diagonal que deja a Diego Costa delante del portero pero que sin embargo el hispano-brasileño tiraba contra Herrerín. Mal síntoma para el delantero, que volvía a mostrar esa ansiedad frente al gol que ya habíamos observado en los últimos partidos. Pero esa primera jugada fue un espejismo. El Atleti, muy lejos de su mejor versión, hizo una primera parte muy pobre. Una primera parte que levantó las señales de alarma en los seguidores colchoneros, que durante muchos minutos no reconocieron a su equipo. Defendiendo excesivamente atrás y totalmente a merced del conjunto bilbaíno que, con buen manejo de balón, rapidez y ayudas en ataque, controlaban completamente el partido. Me gusta mucho Valverde. La cosa se puso todavía peor cuando Filipe Luis se rompió el aductor peleando un balón en banda y tenía que abandonar el campo dejando su sitio a Insúa. Irónicamente esa fue una de las notas positivas del partido ya que el argentino completó un partido muy serio en todos los aspectos, disipando así las dudas que probablemente habían empezado a surgir respecto a su fichaje y levantando las esperanzas sobre su futuro en rojiblanco. Hay jugador. 

Pero el partido seguía igual, no por problemas defensivos, sino por lo poco que le duraba el balón a los de Simeone y la mediocridad con la que lo utilizaba cada vez que eran capaces de recuperarlo. La razón, para mí, estaba clara. Formar una línea de tres cuartos con Cebolla, Adrián y Raúl García es regalar el balón y el control del partido al equipo contrario. El primero brega y trata de salir en vertical pero rara vez combina con criterio y no está llamado para la creación. El segundo, aunque se le vio más que otras veces, sobre todo en la segunda parte, no está y cada vez son menos los que le esperan. El tercero, que además estaba colocado como delantero dejando la banda a Diego Costa, es un portento en el remate y la segunda jugada pero pobre en la combinación y bastante flojo en la creación. La presión no salía, las dos líneas de 4 se juntaban muy atrás y el equipo se limitaba a achicar agua. Enfrente los de Valverde se gustaban mientras poco a poco se lo creían. Los últimos 15 minutos fueron de pesadilla para el Atleti con un par de remates de Mikel Rico bastante peligrosos y finalmente el gol de Aduriz tras remate de cabeza a la espalda de Godin (muy parecido, e igual de falta, que el que el uruguayo les metió en la ida). A partir del gol el Athletic crecía de forma proporcional al hundimiento colchonero, pero en ese momento volvió a aparecer, por enésima vez, el bueno de Courtois. Un auténtico crack sobre el que no redundara más que para reconocer que es un pilar sobre el que se cimentan muchos de los éxitos del equipo.

La segunda parte fue otra cosa. El Atleti, consciente de que necesitaba marcar para pasar la eliminatoria, salió con otro tono al campo. Cambió el esquema (Costa recuperaba su posición en punta), empezó a presionar mucho más arriba y se fue a por el partido. A los 5 minutos el Atleti había hecho más con el balón que en toda la primera parte. Había estado también a punto de empatar con un remate de Costa de cabeza que Herrerín sacó de la misma línea de gol. A los 10 minutos un nuevo ataque por la izquierda coloca el balón en el segundo palo para que Raúl García lo remate bien de primera sin demasiada fortuna. El rechace vuelve a la misma zona del campo, se vuelve a colgar al segundo palo y Raúl García lo vuelve a rematar de primera, pero esta vez en semifallo. Lo que son las cosas, esta vez el balón entró en la portería. 

Con el 1-1 los equipos volvieron a asumir el papel que habían interpretado en la primera parte pero el guión era ahora otro y lo escribía el Atlético de Madrid. El Athletic volvía a tener el balón pero ya no llegaba, chocando una y otra vez con el muro de Simeone. El Atleti volvía a ponerse la camiseta de la especulación pero esta vez con sentido y criterio. Cerrando huecos, tirando de ayudas y teniendo la portería contraria en la cabeza cada vez que robaban el balón. Así, sin demasiados sobresaltos, estuvimos muchos minutos hasta que un soberbio pase de Koke dejaba a Diego Costa encarando completamente solo al portero rival, regateándolo y haciendo el segundo gol. Justo premio para el hispano-brasileño que completaba una segunda parte soberbia de brega, fijación de la defensa, protección de balón y tirada de diagonales. Costa es un jugadores excepcional al que sin embargo no le duele en prenda bajar al barro si hace falta. Chapeu, a esa versión del jugador. Poco más tras el gol. El Atleti contemporizó con mayor inteligencia mientras el Athletic abandonaba sus esperanzas con la misma celeridad que sus aficionados abandonaban las gradas del nuevo San Mamés.


El Club Atlético de Madrid volverá a disputar una semifinal del título del que es vigente campeón. Espera un Miura como el Real Madrid pero esa es otra historia que abordaremos en su momento. Hoy prefiero quedarme con ese guiño del destino, ese favor a la historia, que hace que el primer equipo que gane al Athletic Club de Bilbao en su nuevo estadio sea precisamente el Athletic Club...de Madrid.   

Ni cenizo ni aplaudidor.

Valencia 1 - At. Madrid 1

El oficio de periodista, a veces, no es más que una especie de arte que anticipa lo que va a ocurrir… pero una vez que ya ha ocurrido. Análisis que se realizan como si se partiera de las mismas circunstancias del que se ha equivocado pero que se realizan siempre a toro pasado. En esa zanja caemos también los aficionados cuando, una vez terminado el partido, encontramos siempre explicaciones lógicas y evidentes para todo lo que ha ocurrido. Todo esto no es malo, en esencia, si sirve para abrir debates interesantes y enriquecedores, pero el drama aparece cuando el análisis huye del debate sosegado o matizable y la paleta de colores se reduce básicamente a dos extremos supuestamente antagónicos. Sumidos como estamos en una sociedad que navega a toda la velocidad hacia la simpleza y la vulgaridad, en lo que todo tiene que ser rápido, visual y divertido o no ser, en la que pensar es de tristes y dudar de cobardes, en la que todo lo que se explique con más de 140 caracteres está destinado a la basura, esa sociedad podrida que aparece dominada por políticos que jamás reconocen un error, ni suyo ni de su partido ni ahora ni nunca, es fácil entender que el virus de la simpleza barata se extienda también a todos los rincones. También a la pequeña familia colchonera en la que, por supuesto, todo se tiene que dividir en posturas también antagónicas y categóricas en las que no pueden existir matices. Gilista o antigilista. Cholista o anti-cholista. O se es cenizo y profeta del apocalipsis que está a punto de ocurrir o se aprietan las filas en torno a un símbolo ficticio sin posibilidad alguna de crítica. Cualquier desliz sobre las férreas directrices que marca el partido le harán a uno ser automáticamente expulsado del paraíso para ser lanzado al enemigo. El Atleti ha empatado a uno en Mestalla en el partido de ida de la eliminatoria de Copa del Rey en un mal partido de los colchoneros, probablemente el peor en lo que va de liga. Si siguen leyendo se toparán con críticas al equipo que más o menos intentan ser razonadas (igual que otras veces habrán leído en el mismo sitio encendidos elogios). Puede que no sean acertadas y puede que estén o no de acuerdo. Les invito a que discrepen pero si su interés principal es únicamente descubrir si el que escribe es cenizo o aplaudidor o si su religión les impide salirse de la disciplina de partido, les sugiero que no sigan leyendo y así todos nos ahorraremos el disgusto.

El partido de ida de los octavos del Campeonato de España era un partido complicado ya a priori por varios motivos. A vuela pluma se me ocurre por ejemplo un Barça que vendrá al Calderón en unos días, un Valencia especialmente motivado por el cambio de entrenador y la necesidad de unos jugadores señalados de agarrarse al último clavo ardiendo que les queda en la temporada o un evidente bajón físico en algunos jugadores colchoneros (Koke, Filipe Luis, Arda,…). Seguro que hay todavía más. Simeone, consciente de lo exigente de una temporada en la que el aficionado, mal acostumbrado, ha elevado el nivel de exigencia por encima probablemente de las posibilidades, decidió hacer cambios esenciales en el once titular reservando piezas de la columna vertebral para empresas mayores, pero el experimento no salió bien. Quizá sea demasiado pronto para aventurarse a decir que el tan cacareado fondo de armario que nos habían vendido no es tal pero yo, a día de hoy, tiendo a pensar que es exactamente así. El Valencia salió muy bien al campo. Con ganas de tener el balón y dominar pero sobre todo con un nivel de intensidad muy superior al colchonero. Creo que a partir de ahora debemos acostumbrarnos a que los rivales nos jueguen con ese nivel de exigencia porque es la única manera de meterle mano al actual Atleti pero ese no es el problema. El problema es que el Atleti de Mestalla, por alguna razón,  no fue tan intenso y con tanta personalidad como estamos acostumbrados. Jugó siempre a merced del rival, bien es verdad que fue un rival que apenas tiró a puerta en toda la primera mitad, y eso es algo a lo que no estamos acostumbrados. Para mí la clave estuvo en dos puntos. Por un la lado el flojo mediocentro que llegaba siempre tarde a la presión y que obligaba a tener que defender muy atrás. En especial un Guilavogui que no termina de convencerme. Sé que en algunos foros se dice que destacó en la primera parte. No es mi caso. El francés me pareció lento con el balón, falto de recursos con un rival exigente, flojo tácticamente, apareciendo muchas veces descolocado y tendente a meterse entre los centrales en lugar de tapar la zona de creación rival. Gabi trataba de compensar el déficit de su compañero pero lejos de conseguirlo abandonó muchas veces su posición natural y también dejó de ser la punta de lanza de la defensa del equipo. A este defecto táctico hay que sumarle la incapacidad para retener el balón y la nula creación. Con Gabi tapado y Guilavogui siendo incapaz de desmarcarse para recibir y tocar hacia línea de tres cuartos, la defensa tuvo que abusar, más de lo que normal, del pelotazo. Si a eso se le une una línea de tres cuartos aletargada con Koke exhausto (apenas entró en juego en labores de creación), Raúl Garcia (que es muy buen llegador pero muy flojo a la hora de construir, conectar líneas o dar el último pase) y un Adrián que está incluso peor que Villa (la falta de confianza del asturiano es alarmante), la realidad es que el Atleti no existió en ataque. Apenas un par de buenos contrataques cocinados desde muy atrás y con muy pocos efectivos. Pero lo cierto es que el fogonazo inicial del Valencia se moderó pasados 20 minutos y el Atleti fue capaz de controlar con tranquilidad el ataque rival gracias sobre todo a la pareja de centrales y en especial a un sobresaliente Alderweireld

La segunda parte comenzó igual que lo había hecho la primera, con un Valencia desatado y un Atleti encogido y especulativo. Mal pintaba la cosa cuando pasado un cuarto de hora Arda salió por un Guilavogui. El equipo, metido en esa dinámica de dedicarse exclusivamente a defender muy cerca de su área, no cambió demasiado pero sí logró quitarse la presión y tener algo más de balón. Y así llegó el gol colchonero. No por mérito de los de Simeone sino por demérito de los de Pizzi. En especial de su portero, Guaita, que en un rechace garrafal le dejó el balón en la cabeza de Raúl García para que el navarro hiciera el primero. El gol hizo que el Valencia tirara de orgullo (buen síntoma de los che) y el Atleti recurriese a ese modo especulativo que hacía tiempo que no veíamos (mal síntoma de los nuestros). Las salidas de Feghouli, Canales y Piatti (para mí tres grandes jugadores) abrieron mucho el ataque valencianista que empezó dominar de cabo a rabo a un Atleti que ya básicamente se dedicaba exclusivamente al achique de agua. Es en ese momento, el último cuarto de hora, (y no antes como algún eufórico hooligan pretende ver) fue cuando el Valencia pudo hacer una escabechina. No ocurrió porque en la portería estaba San Courtois. No sé el dinero que ahora mismo quedará en las espoleadas arcas colchoneras pero si de mí dependiese debería ir destinado a comprar a ese pedazo de portero. Un jugador excelente, ejemplar y para muchos años. El belga hizo al menos tres paradas antológicas que en circunstancias normales hubiesen sido probablemente gol. Con el tiempo concluido el Atleti seguía ganando, quizá de forma injusta, pero el equipo levantino seguía percutiendo y así, a base de tesón y fútbol, obtuvo su recompensa cuando Helder Postiga metía en la red un balón mal rematado por Feghouli.


Atendiendo al resultado, sin ver el partido, el 1-1 es un buen resultado. A los colchoneros nos queda sin embargo esa sensación de derrota porque estamos acostumbrados a ganar, por como fue el partido (el Atleti no existió) y porque el empate llegó cuando pasaban tres minutos del tiempo reglamentario. Pero el empate, insisto, es un buen resultado. El Valencia tiene que ganar o empatar a más de dos goles en el Calderón, algo que este año todavía no ha conseguido nadie. Este equipo tiene mucho crédito y por tanto hay que ser optimistas. Yo lo soy.  

¡Vamos chicos!

Valencia 0 - At. Madrid 1

Siento una gran lástima por la gente a la que no le gusta el fútbol. En realidad siento una gran lástima por esa gran cantidad de gente que no es capar de sentir pasión por nada, ni siquiera por el fútbol. No es cuestión de ponerse a teorizar, aquí y ahora, sobre la vida y sus circunstancias pero uno está plenamente convencido de que esa tibieza de la gente para con sus sentimientos está más relacionada con la pereza y el miedo que con cualquier otra cosa. Sentir pasión verdadera, desnudarte emocionalmente, agarrarte a una idea con ardor enfermizo tiene el riesgo de toparte con un muro de realidad o de falsedad o de decepción que hace mucho daño. Tanto como alta sea tu apuesta inicial. Este miedo a la decepción es lo que, para mí, hace que la gran mayoría de humanos prefieran tomarse la vida de otra manera. Lo respeto pero siento lástima por ellos. Asumiendo esto de la vida de una forma tan saludable evitará desde luego que pasen el día de nervios que yo he pasado antes de la semifinal o que pasaré dentro de dos semanas en la gran final de Bucarest pero a la vez me temo que evitarán del mismo modo sentir lo que es vivir. Sentir a flor de piel. Mascar, degustar y tragar la felicidad verdadera. Esa que no sabes de dónde viene. Esa que no se puede explicar ni repetir. Esa que es imposible comprar con dinero.

A las 7:00 de la mañana del 26 de Abril de 2012 (109 años después de que unos estudiantes vascos decidieran crear un club de fútbol en la capital que no tuviese nada que ver ni en forma ni en modos con un Madrid FC que ya adoctrinaba por entonces que sus genuinas artes) el que esto escribe mandaba a su cuenta de Twiter el siguiente mensaje: “¿Qué hago ahora yo hasta las 21:05?”. No era broma. No era gracioso. No era un intento de hacer un chiste ingenioso. Era la cruel realidad. Horas y horas de nervios contenidos. Horas y horas de vivir en un mundo el que tenía que hacer una cosa pero mi cabeza estaba en otro sitio. Horas y horas de no querer hablar de fútbol, ni ver noticias, ni dejar que cualquier cosa relacionada con la semifinal entrase en mi cabeza. No es una sensación agradable, pero es una sensación única. Es sobre todo el billete de entrada ese lugar escogido al que sólo acceden los que sienten la felicidad en su estado más puro e intangible.

A las 21:05, en la soledad del salón de mi alcoba (el resto de inquilinos decidieron no tentar a la suerte de esa alimaña que llevo dentro en momentos de nervios), adopté la posición oficial en el sillón de la suerte de mi casa (pies tocando el suelo, dedo pulgar izquierdo dentro de la mano derecha, etc…) y así me mantuve los 45 minutos que duró la primera parte. También los segundos. En los primeros compases las sensaciones eran buenas independientemente de la velocidad a la que mi corazón bombeaba la sangre. Alineación decente y jugando en campo contrario. Falsa percepción. Emery, ese personaje ridículo en el transcurso de un partido y que hace de la especulación en el fútbol un presunto arte, decidió ayer jugar al fútbol demostrando a sus aficionados (y a mí) que también sabe hacerlo. Aupado por el espíritu de la remontada y el ambiente de Mestalla pero también en una alienación valiente y arriesgada así como una disposición táctica brillante, el equipo valenciano se hizo dueño y señor del partido comiéndose a un Atlético serio y compacto pero aturdido. Los rojiblancos se echaron demasiado atrás, perdieron el balón (no sé con cuanto porcentaje de voluntariedad) y nuestra línea de peloteros (Adrián, Arda, Diego y Falcao) sufrió mucho haciendo lo que peor saben hacer: defender. Los levantinos elevaban la presión al máximo, abrían el campo con los laterales, equilibraban el medio centro dejando libertad de movimientos a sus jugadores de creación (especialmente Canales) para llegar con facilidad, velocidad y criterio a la frontal del área. El acoso era constante y la sensación de gol también. Nunca se sabe lo que hubiese podido pasar si el Valencia hubiera marcado en esos minutos de agobio pero no pintaba bien la cosa. Sin embargo estaba Godin (hoy si, soberbio), Miranda y sobre todo un Courtois que a modo de epifanía ha utilizado esta semifinal para eliminar el miedo que se le quedó incrustado en la piel durante el derbi.
La segunda parte fue otra cosa. Con Gabi sustituyendo a un Mario Suárez que nunca estuvo a la altura de las circunstancias el equipo siguió replegado pero más lejos de su área. El centro del campo empezó a no ser la autopista de la primera parte y encima llegó la desgraciada lesión de Canales. El cántabro fue hasta ese momento el mejor del partido y la clave táctica que revolucionó al Valencia pero ese giro de rodilla tiene una pinta penosa. Espero de corazón que no sea lo que todos creemos y pueda seguir jugando al fútbol como lo hace.
Con el equipo che algo desubicado tras la lesión y Mathieu buscando su sitio en el campo el Atleti sale de la cueva con el balón en los pies de Diego que mete un buen pase a lateral del área dónde aparece Adrian. Muy alejado del área y esquinado entiende rápido la falta de efectivos rojiblancos cercanos y decide empalar el balón para meterlo por la escuadra. El gol, independientemente de su significado, es una maravilla. Una obra de arte. Un gol que abre los ojos de esa estirpe de periodistas que únicamente sabe chapotear en el fango mediático del Madrid-Barça y que también caen rendidos ante la calidad superlativa del asturiano.
Fin del partido. Fin de la eliminatoria. ¡¡A la final!! Lo único reseñable tras el gol fue la absurda tangana que se formó en el área atlética tras una duda del árbitro respecto a un posible penalti que no fue y que impedirá a Tiago jugar la final por expulsión directa. Cuestionable la actitud del portugués que sin embargo creo que está siendo exagerada. Lo que realmente eché de menos no fue una lucidez de Tiago, complicada a todas luces en esas circunstancias, sino alguien con liderazgo en el campo capaz de coger a Tiago, llevárselo en seguida de la tangana y cortar el circo.
Y ahora la final. El único partido del campeonato en el que me da igual como se juegue. Yo en esto (también) soy de Luis Aragonés cuando dice que las finales no se juegan. Se ganan.
¡Vamos chicos!

The Boo Radleys – C’mon Kids