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Supercampeones



Eran algo así como las siete de la tarde pero hasta entonces no había tenido nervios. También es verdad que hasta entonces había evitado escuchar o leer nada relacionado con el partido, demostrando mi proverbial alergia a las previas. En ese momento aparecieron varios conocidos hablando de la supercopa, en la televisión anunciaban la retransmisión cada dos por tres y empecé a notar como el nervio se instalaba en todo mi ser. Decidí ponerme a leer para distraer la mente hasta el pitido inicial y elegí un pequeño libro que tenía desde hace tiempo llamado “El Autoestopista de Grozni y otras historias de fútbol y guerra” escrito por Ramón Lobo, un excelente periodista y reportero de guerra que como él mismo reconoce es aficionado al Real Madrid. No pude pasar de la página 25. Allí me encontré con lo siguiente: “Por mi forma de ser, sentar y sentir debería ser del Atlético de Madrid, el pupas, el perdedor insaciable en un tiempo que sólo cuenta el triunfo, la gloria de la victoria. (...) Ser colchonero no es sólo un acto de valentía; también lo es de soledad: jamás conocí un hincha colchonero en 20 años de viajes  a zonas de conflicto.” Estimado señor Lobo, no ha entendido nada. Si esa es la imagen que tiene usted de mi equipo  está muy bien siendo aficionado del equipo que es. Hoy es un día excelente para que entienda de qué le hablo.

El Atleti no es un equipo perdedor. Mire sus vitrinas. Si el Atleti es un equipo perdedor lo son por extensión todos los equipos profesionales de este país (a excepción de las dos excepciones protegidas que todos conocemos) y también la inmensa mayoría de equipos extranjeros. El Atleti no es un pupas. Es un equipo que tuvo la mala suerte de perder una copa de Europa cuando la tenía ganada. ¿Cuantos equipos han conseguido jugar la final de la Copa de Europa? ¿Cuantos tienen una Copa intercontinental, una recopa, dos europas League y dos supercopas de Europa? Si ese es el listón del pupismo podemos contar con los dedos de las manos los equipos del mundo que no lo son.  Ser colchonero no es un acto de valentía sino de amor. De amor febril y orgulloso. De amor puro, inocente y verdadero, de ese que cura heridas, cierra grietas y borra el miedo. Y de ningún modo es un acto de soledad. Que usted no conociera colchoneros en zonas de conflicto sólo demuestra la imagen que sus colegas periodistas transportan al mundo respecto a la liga española. ¿Cómo puede conocer un muchacho de Grozni lo que es el Atlético de Madrid si es usted el que se lo cuenta o si ven nada más que esa suerte de partido de los Globetrotters que vivimos periodísticamente en España dónde sólo juegan los dos equipos que tienen las bendiciones de los tres poderes de cualquier estado de derecho?. El Atleti, de hecho, es todo lo contrario. Una familia superpoblada. Una comunión de sentimientos, espíritus y corazones. Eche un vistazo a esos miles que hoy estaban el Mónaco dándolo todo por su equipo. Eche un vistazo a los miles y miles de colchoneros que hoy estábamos allí sin estarlo. Miles y miles de almas conectadas a través de una red visible o invisible tejida a través de ese sentimiento inexplicable que nos hace pertenecer a esta bendita familia. Conocernos sin conocernos. Entendernos con una mirada o una sonrisa. Hablar en clave. Querernos de forma gratuita. Soledad es lo que se veía enfrente, entre los aficionados de ese equipo nuevo rico de características que le deben ser a usted muy familiares. Acto de soledad es, por ejemplo, ser aficionado al Madrid o al Barça tras una derrota.

Pero a pesar de interpretaciones simplistas y plastificadas resulta que el Atlético de Madrid es supercampeón de Europa. Y suena bien. Lo es además por mérito propio tras un partido de fantasía. Una oda al fútbol de verdad, el que se construye por una suma de voluntades que conforman un equipo. Un conjunto de recursos que hoy se han unido como la mejor filarmónica del mundo para llevar el nombre del Atleti hasta los altares a los que los periodistas patrios sólo apuntan cuando el inquilino es de esos que ellos entienden como mediáticos. La salida del equipo fue perfecta en lo que ya viene siendo el sello de Simeone para partidos de nivel. El argentino diseño un inteligente entramado defensivo, esa especie de prodigioso 4-1-4-1, que construyó una masa espesa alrededor del poderío del Chelsea hasta anularlo. También insufló en cada uno de los once jugadores una dosis de ese carácter orgulloso y ganador que lo caracterizó como jugador. El resto es historia. Historia rojiblanca.

Atenazada la línea de creación inglesa, un equipo acostumbrado a defender, los puntales de los londinenses se perdían entre la marabunta rojiblanca que en comunión con una grada que también dominó el ambiente antes, durante y después, se hizo dueño y señor del balón, del tempo, del ritmo y del partido. Falcao avisó enseguida con un fallo impropio del colombiano. Los aficionados nos tirábamos de los pelos pero antes de soltarlos el Tigre había cerrado el debate. Ataque vertical que da con el colombiano en el lado izquierdo y que con la zurda, su pierna “mala”, metía el balón en la esquina contraria. 1-o. El grito de los “solitarios” colchoneros se juntó a mitad de camino entre Mónaco y Madrid para elevarse a los cielos. Pero se repitió pocos minutos después con los mismos protagonistas y repitiendo prácticamente el primer gol de Bucarest. Balón en el área, Falcao se acomoda el balón a su izquierda, amaga y la cuela por el sitio que quedaba. 2-0. La parroquia colchonera se frotaba los ojos pensando en la paliza que estaban viendo. Los espectadores neutrales intentaban encontrar una explicación sin poder sacar a colación esa estúpida condescendencia con la que nos tratan en los últimos tiempos. El Chelsea seguía aturdido y el Atleti crecía por momentos. La goleada podría haber sido de escándalo. Gabi primero falla una llegada perfecta, basculando el equipo de izquierda a derecha para dejar al capitán delante del portero y marrar la ocasión. Después Adrián desperdicia una excelente jugada de Arda desde la derecha que no acierta a rematar a puerta vacía y que tampoco lo hace después Falcao mandando el balón al poste. Los colchoneros rezongábamos viendo como se perdía la posibilidad de sentenciar el partido pero era en vano. La sentencia llegó al filo del descanso tras un contrataque dirigido de forma soberbia por el turco Turan que resuelve, como no, el de siempre. Radamel Falcao. 3-o

La primera parte del Atleti es un manual de fútbol actual. Un equilibrio perfecto entre táctica, físico y calidad. Un ejemplo perfecto de la intensidad y la agresividad emocional puesta al servicio del deporte. Una muestra infalible del poder de un equipo armado, generoso y solidario. La primera parte de la final de la supercopa de Europa 2012 debería pasarse a todas las categorías inferiores antes del inicio de cualquier temporada diciéndo: “eso, señores, es el Atlético de Madrid”. Ese contrataque valiente con el que se juega para ganar y que nunca supieron interpretar nuestros recientes entrenadores. Sólida defensa, vigorosa y muy serio centro del campo con Mario más cómodo en solitario y un Koke muy batallador, un renacido Adrián incisivo y peligroso y un Radamel Falcao que mañana aglutinara los elogios de medio mundo. Pero me dejo para el final al, para mí, el hombre del partido en la sombra. Arda. Muy activo y físicamente desconocido por tanto derroche, el turco ha dado una lección de jugar entre líneas y dirigir el ataque de un equipo de elite. Tenemos un jugador de esos que marcan la diferencia.

La segunda parte es una anécdota sin historia en la que el Atleti podría haber colocado un resultado realmente humillante para el rival. No fue así y sólo se marcaron dos goles, uno en cada puerta. El primero de Miranda tras disparo mordido desde dentro del área. El segundo de Cahill tras melé en el área colchonera y probablemente falta en ataque de los blues.

Supercampeones. Cada atlético, presente en Mónaco, en Madrid o en un pequeño pueblo de Ávila como yo, habrá disfrutado de forma distinta esos momentos de euforia que van desde el pitido final y el momento de irse a la cama para conciliar el sueño. No me voy a recrear en ello porque sé que en todos los casos ha sido increíble, especial e inolvidable.  Si eres del Atleti sabes a lo que me refiero.

En días como hoy vuelvo a recordar lo absolutamente maravilloso que es ser seguidor de este equipo. Soy un tipo afortunado por ello.




Dejen paso




Hay un dicho en Irán que dice que la mitad de la alegría reside precisamente en hablar de ella y yo creo que no le falta razón a los persas. El problema, mi problema, es que llegado hasta este punto me quedo sin palabras. La felicidad de ver a mi Atlético de Madrid pasearse por el mundo como súper campeón después de un partido soberbio en el que ha dado una académica lección de autoridad sana, esa que crece desde la humildad y el trabajo, es tan sumamente grande que paraliza mi normalmente incontenible verbo. Mí cara es un poema y a pesar del sueño acumulado soy incapaz de dormir recordando los colores de esa preciosa camiseta paseándose orgullosa por el escenario de los sueños que representa el Luis II de Mónaco. Esta versión de Atleti, valiente, honesta, seria y que se presenta a la humanidad en forma de equipo sólido y compacto me gusta. Me gusta mucho. Que no se acabe nunca esta preciosa noche.

El Inter llegaba ha la final de la Supercopa como el súper equipo que lo ha ganado todo y con todas las apuestas a su favor para llevarse el título. No seré yo quien quite un sólo átomo de mérito a lo que han conseguido lo milaneses esta temporada pero no puedo esconder, ni lo he escondido nunca, mi decepción porque la rancia propuesta futbolística del Inter fuese precisamente la que marcase la tendencia ganadora en Europa. Siendo poseedor de una plantilla bastante buena y sobre todo muy equilibrada los italianos basan su poderío en la especulación y fundamentalmente en el poderío físico y el rigor táctico, especialmente defensivo. Pues bien, hoy el Atleti le ha pasado por encima al Inter de Milán precisamente por ahí por el rigor táctico y por un derroche físico inteligente y generoso. No así en la especulación puesto que si un equipo saltó esta noche al césped con la intención de ser protagonista ese fue el que dirige Quique Sánchez Flores (y no del todo poderoso equipo de Benitez cuyo planteamiento ha sido ridículo y vergonzoso).

Un Quique que sale tremendamente reforzado del segundo título europeo de los colchoneros en apenas una par de meses y es que me temo que muy pocos Atléticos han dejado de echarse las manos a la cabeza (y jurar en arameo) cuando han visto la alienación titular esta noche, una alineación en la que sólo se podía ver uno de los fichajes (Godin, soberbio por cierto) y aparecía con estupor Perea en el centro de la Zaga, Dominguez en el lateral izquierdo y Simao en la banda. Una incomprensible frivolidad que acabó siendo una genialidad de entrenador. Esas son las cosas que tiene el fútbol. Insisto, Quique se ha ganado una buena dosis de confianza en su trabajo.

En una primera parte tosca, espesa, plana y aburrida el dominio del partido fue de los colchoneros. Tras unos primeros minutos de tanteo y asentamiento en los que el Inter parecía llegar con algo más de claridad (sin que De Gea se viese especialmente inquietado) los madrileños impusieron en seguida su control a base de una defensa muy sólida y en constante movimiento (gran notica eso de ver la línea de cuatro defendiendo muy lejos de la portería durante mucho tiempo), un centro del campo defensivo y sencillo en el mediocentro, unos interiores/extremos erigidos en protagonistas derrochando generosidad defensiva y aporte en la creación y unos delanteros asumiendo su papel de primera línea de choque. La circulación de balón y la conexión con los delanteros era muy complicada gracias al tribote defensivo de Benitez (una vez más demostrando el madrileño su pasión desbordante por el fútbol especulativo) y también, porque no decirlo, a la falta de talento en nuestros mediocentros en esta tesitura. Sin embargo la pareja de mediocentros estuvo muy acertada todo el partido en el aspecto táctico equilibrando el equipo constantemente y siendo lo suficientemente inteligentes como para no complicarse la vida conocedores de sus limitaciones. El balón y el dominio eran colchoneros pero las ocasiones no llegaron hasta los minutos finales en los que un genial (de nuevo) Reyes y un voluntarioso y un finísimo Agüero (¿Soy yo sólo el que le ve más fuerte?) tuvieron las ocasiones más claras.

La segunda parte comenzó parecida a la primera, con un Inter tratando de estirarse y un Atleti plantado en su sitio con criterio pero ese escenario fue un breve espejismo que dio paso a la realidad. Una realidad que tomo al equipo madrileño como protagonista exclusivo hasta el final de partido. La defensa no pasó una manteniendo un nivel de concentración espectacular (soberbios los cuatro centrales incluido Perea de lo cual yo me alegro mucho) y los mediocentros barrían la zona medular soltando el balón a la banda cada vez que tenían ocasión para que los cuatro de arriba se pusieran a imaginar fútbol. Y así llego el gol abrelatas que lo descongeló todo de golpe de forma definitiva. Reyes entra a trompicones en el área buscando armar su pierna izquierda, Forlán intenta devolver la pared, el balón sale trastabillado, el utrerano lo vuelve a coger en carrera y fusila a Julio Cesar que es incapaz de retener el trallazo. La alegría se desató entonces en el maltratado subconsciente colchonero que hoy no ha podido reprimir esas toneladas de orgullo y amor por unos colores que tiene.

Tenía mucho miedo de el posible (y tradicional en otros tiempos) recule del equipo a su área y su abrazo cobarde a eso que algunos llaman “el otro fútbol” como forma de hacer pasar los minutos sin que ocurra nada pero gracias a Dios ni lo hicieron ni hacía falta. El Atleti siguió plantado exactamente igual y el Inter, exactamente igual, seguía siendo incapaz de hincarle el diente a la densa roca rojiblanca. Es en ese periodo cuando se vieron desnudas las claras deficiencias del Internazionale. Pero eso es un tema que no preocupaba a los madrileños que en un nuevo robo de balón, Raúl García mete rapidamente y sin rodeos un buen balón al carril izquierdo (ay, si este chico hiciese lo mismo más veces) lugar por el que entraba Simao para que el portugués vuelva a recordarnos el jugador que era con una buena internada hasta el fondo, un recorte a su marcador marca de la casa y un elegantísimo pase de la muerte que el Kun Agüero remató a escasos metros de la línea de gol. Faltaba 15 minutos y el partido estaba ganado.

Parecía increíble que un equipo como el nuestro, con la tradición de sufrimiento que nos precede, fuese capaz de ganar el partido con solvencia y sin sobresaltos pero los demonios del pasado se aparecieron y las señales de alarma se dispararon cuando al bueno de Raúl García no se le ocurre otra cosa más que pisar a un delantero interista provocando el consiguiente penalty. Pero se nos olvidaba entonces que en la puerta tenemos ese premio inesperado que se llama De Gea. En una estirada digna de película épica el madrileño sacaba el balón a contramano a un asustado Milito despejando todas las dudas y acortando el final de un partido que ningún Atlético podrá olvidar nunca. Porterazo.

En unos minutos me acostaré pensando que somos supercampeones de Europa y no podré dormir pero no me importará perder horas de sueño. Merece la pena cuando son a cambio de horas de felicidad. La temporada no puede comenzar mejor para el Atleti y las ilusiones no pueden ser más altas. Espero que las exigencias del club y su pecaminosa gestión esté a la altura como para por lo menos evitar ponerse en medio de esta máquina que por una vez parece que anda.

Nunca hemos dejado de ser un equipo grande pero ahora parece que Europa ya no tiene argumentos para que finja desconocerlo. Qué el mundo del fútbol se de cuenta y deje paso. Hemos vuelto.

¡Forza Atleti!