Doctor, me llamo Atlético de Madrid y tengo un problema
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At. Madrid 1 - R. Madrid 2
Por esas cosas de la vida yo jamas he sentido el deseo de fumar así que no soy precisamente un especialista en ese difícil arte de superar esa adicción. Sin embargo, es algo que he visto a mi alrededor y conozco sus síntomas, sus consecuencias y sus testimonios. La adicción tiene siempre una componente química o física y otra psicológica. La primera puede ser más o menos severa según los casos pero casi siempre tiene solución acudiendo simplemente a los mismos elementos que la han provocado. La adicción a la nicotina, una sustancia química, puede superarse fácilmente con pastillas, parches o mil y una otras opciones. Sustancias químicas. De esa manera tu cuerpo aprende a prescindir fácilmente o sin demasiado sufrimiento de una sustancia que químicamente necesita porque lo has acostumbrado. Eso es relativamente fácil. El problema está en el otro factor, el psicológico, que desgraciadamente es mucho más complicado. Ni siquiera los especialistas se ponen de acuerdo en definir la mejor forma de afrontarlo pero en lo único en lo que si coinciden es en que el enfermo necesita antes que nada reconocer que tiene un problema y que quiere superarlo. Creerte que efectivamente tienes una enfermedad y que eres un enfermo. El Atlético de Madrid tiene una enfermedad cada vez que se enfrenta al Real Madrid. Me parece obvio. Duele reconocerlo y tendemos a no quererlo hacer por aquello que supone. El “otro” equipo de la capital representa para los colchoneros, reconozcámoslo, todo lo que detestamos de la vida. Todo lo que no queremos ser. Representan esa vida que no queremos tener. Asumir que enfrentarse a ellos nos provoca esta rara patología que llevamos décadas soportando es asumir muchos demonios que se clavan en los más profundo del corazón pero también que esa suficiencia y personalidad con la que los colchoneros vamos por la vida se resquebraja en sus pilares más importantes. Tenemos un problema y me parece que es colectivo. De la institución. Del Club. De todos. Podemos culpar a la suerte, a Cerezo, a Gil, a Raúl García, a Simeone, o al Sursum Corda y seguramente todos tendremos parte de razón pero las cosas que se repiten de forma tan continuada no pueden ser casualidad, ni suerte, ni puede estar su causa en un lugar tan claramente identificado. Cualquiera que sabe algo de estadística sabe que si tiramos un dado 25 veces y las 25 sale el número seis el dado está trucado. Los Atleti-Madrid están trucados. Cuando el Real Madrid iba a tirar la falta que ha supuesto el empate a uno el equipo blanco todavía no había tirado una vez a puerta, estaba perdido, por debajo del marcador y el Atleti dominaba el partido. A un vecino de grada se le ha escapado sin embargo un comentario: “verás como llegan una vez y nos meten un gol”. Probablemente era lo que estábamos pensando todos. Probablemente es lo que estaba pensando Cerezo y Gil y Raúl García y Simeone y el que recita el Sursum Corda. Señor Doctor, me llamo Atlético de Madrid y tengo un problema. Empecemos por ahí si queremos superarlo.
El partido no podía estar en mejores condiciones para el Atleti. Posición cómoda en la clasificación, estupenda campaña, un estado lleno, entregado y sin fisuras y un rival sin sus estrellas pensando en otro partido y al que los puntos le daban igual. Habrá quien diga que todo esto era en esencia una presión adicional para el once colchonero que saltó al campo pero a mí ese tipo de análisis me provoca carcajadas. Presión es la que tiene el Depor o el Madrid el próximo martes. Lo que tenía el Atleti hoy no puede ser presión. Si lo es es que el equipo no está preparado para la elite.
Hay que reconocer sin embargo que el equipo no salió mal al campo. Sin esa ansiedad de otras veces, con algo más pausa y hasta dominando. El Atleti de los primeros minutos era el Atleti de esta temporada de ensueño. Un equipo rocoso, ordenado, con personalidad, valiente y sobre todo intenso. El Atleti llegaba primero, llegaba fuerte, dominaba el balón y el ritmo de juego. No jugaba especialmente bien pero eso es algo que a lo que estamos acostumbrados. El Madrid parecía perdido, romo con el balón y su propuesta mediocre de fútbol encima no le salía bien. Entonces llegó un tiro desde la frontal que no paró bien Diego López y cuyo rechace es recogido por Godín en la derecha, que aprovecha para meter un buen balón al segundo palo donde entraba Falcao con todo para inaugurar el marcador. 1-o. Todo pintaba de maravilla. El estadio rugía y los más ansiosos hablaban de goleada. Tampoco parecía descabellado pensarlo a tenor de los siguientes minutos en los que todo siguió igual: poco fútbol, pelotazos, lucha greco-romana en el centro, un Madrid perezoso y un Atleti cómodo pero previsible. Hasta que llegó una falta bastante alejada a favor de los merengues. Di Maria mete un balón a la olla con buena rosca pero sin demasiado criterio. El balón pasa por toda la defensa tranquilamente, da en el pecho de Juanfran y se mete en la portería ante el estupor general. 1-1. En ese momento, entre las caras de pánfilo de los colchoneros, entre espectadores tocándose las canas, niños que preguntaban lo que había pasado y atléticos de cuna que tragaban veneno, aparecieron todos los fantasmas de antaño. Todos. Uno detrás de otro. Y se acabó el partido.
El fútbol, eso si, escaso hasta entonces (estamos hablando del minuto 12), desapareció por completo. A partir de ahí asistimos a un soporífero ejercicio de centrocampismo barato, luchas, fallos, patadones y un sucedáneo de juego bastante previsible. Incluso algo así es algo comprensible y que habíamos visto otras veces. Pero esta vez lo distinto era el Atlético de Madrid. No estaba. Era otro equipo. El equipo que habíamos visto otros años. El de “siempre”. Un equipo que ya no era rocoso, ni ordenado, que mostraba una insultante carencia de personalidad, que parecía acobardado y que sobre todo se encontraba absolutamente falto de intensidad. Incomprensible en el partido emocionalmente más importante para el aficionado. El Atleti de Simeone es normalmente un equipo vulgar cuando no tiene intensidad. Si enfrente está encima el Madrid el adjetivo ya no es vulgar sino que pasa a tener tintes más humillantes. Antes del descanso no ocurrió nada pero si tuvimos tiempo suficiente para ver un par de cosas. La primera es que Mario Suárez no está a la altura de las circunstancias. Lento, aportando cada vez menos y sobre todo con una indolencia que se me antoja incompatible con el espíritu de Simeone. El centro del campo del Atleti tiene que estar poblado por jugadores con mucha más seguridad y jerarquía. Mario no lo ha sido. Lo segundo es que hemos podido ver algo que de repetitivo ya cansa. Raúl García, por su propio bien, no debería pertenecer a la plantilla del Atlético de Madrid. Ha demostrado que no es válido para este equipo ni de mediocentro, ni de mediapunta ni jugando en banda por detrás de los delanteros ni de nada. Ni segunda jugada, ni llegada, ni disciplina táctica ni gaitas. Su aporte es nulo y en muchos partidos acaba siendo además una rémora. Condenó por inoperancia la banda más vulnerable del Madrid (es cierto que no es jugador de banda) pero es que no aportó nada en ninguna de las otras facetas. Raúl García volvía hoy a salir del campo entre abuchéos de sus propios aficionados. Algo que me parece lamentable pero que empieza a ser inevitable. Si tuviésemos un director deportivo tomaría nota de estas cosas pero desgraciadamente no lo tenemos. Caminero no sé lo que es pero es otra cosa. Cualquiera, menos un director deportivo.
Tampoco pasó mucho más después del descanso. Ambos equipos siguieron destripando terrones durante un buen puñado de minutos sin que pasase nada. Gabi lanzó a la grada un balón que encaraba sólo a la portería pero eso fue todo. También hubo un claro penalti a Falcao, por supuesto no pitado, pero que el árbitro no pite penaltis en el área del Real Madrid es algo que debe estar escrito en la parte trasera del reglamento español de fútbol. Eso y que Xabi Alonso tiene permitido patear y abofetear a quién quiera cuando quiera. Pero sería injusto hablar hoy de árbitros. Lo más grave para mí seguía siendo lo mismo de antes. Mi equipo. La falta de personalidad. Esa escuadra que había sido admirada por su intensidad y que hoy era tan blanda como una nube de algodón. Ni siquiera hacía faltas. El equipo que ayer era valiente y decidido hoy se escondía cada vez que tenía ocasión. Esa elogiada pareja de centrales que nos tiene enamorados hoy parecía una pareja de asustados bailarines aturdidos. Diego Costa seguía en su particular cuesta abajo, esa que lo aleja del fútbol y lo acerca a otro tipo de artes escénicas, y jugaba en solitario preocupado únicamente de si mismo. Apenas se puede salvar de la quema a un Filipe Luis voluntarioso y a un Koke que era el único que trataba de que lo que pasaba en el campo se pareciese algo al fútbol. El Madrid sin problemas. Muy bien ordenado, equilibrado en el repliegue y con una buena presión que le bastaba para que su rival tuviese pesadillas con el coco. En uno de los miles de errores en el centro que tuvieron los colchoneros Di Maria abrió una buena diagonal para que Benzema, con una suficiencia pasmosa, pusiese el balón dentro de la portería. 1-2. Fin del partido. Lo de siempre.
El resto del tiempo hasta el final fue la humillante constatación de que los once jugadores vestidos de rojiblanco sobre el césped se sentían inferiores a su rival. Seguramente lo eran. Continuaron con ese anodino y previsible sucedáneo de fútbol que llevaban practicando desde el empate y que el Madrid neutralizaba sin mancharse las manos. No llegamos una vez a puerta pero es que es muy difícil hacerlo cuando tu única opción es colgar balones al área contra un equipo que defiende estático porque eres incapaz de descolocar. Simeone, muy tarde, trató de meter algo más de fútbol con Adrián y Cebolla que sustituían a dos que no deberían haber jugado (Mario y Raúl García) pero aunque el equipo pareció algo más dinámico era un espejismo y el resultado fue el mismo. Nadie tenia fe en que el marcador pudiese terminar de otra forma. Nadie.
Derrota tremendamente dolorosa que no se puede esconder en la intrascendencia de los puntos, en la clasificación o en otros datos bañados en pragmatismo. Hemos perdido justamente contra el Real Madrid en el Vicente Calderón y eso es un torpedo en toda la línea de flotación del espíritu colchonero. Una puñalada. Algo que duele más que una derrota cualquiera. Algo que baña el ánimo de una afición que no se merece perder pero mucho menos perder siendo vulgar. Agachando la cabeza. Siendo dócil. Y estoy enfadado. Estoy harto de perder, señores. No me vendan éxitos ajenos que pretendan eclipsar esta hemorragia. Estoy harto de estar enfermo. Estoy harto. Tienen una oportunidad de curarse en unas semanas jugándose además algo que quedará para la posteridad pero no les veo capaces. No soy optimista y no me da la gana serlo. Seguimos acudiendo a los parches de nicotina cuando necesitamos tirar de fuerza de voluntad. Pueden cambiar la historia en la final de copa pero no creo que yo esté allí ese día para verlo. No me lo creo. No me pidan mi ayuda porque no la van a tener. Estoy demasiado cansado.