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Mi última copa (*)

Real Madrid 1 - At. Madrid 2


Decía Molière que la felicidad ininterrumpida aburre y que por eso tiene que tener alternativas. Nosotros, los colchoneros, entendemos perfectamente lo que una frase así quiere decir y por eso, por conocer como nadie las alternativas, por enfocar los ojos en los detalles de esta vida en los que la mayoría no se fija, por juntarnos cuando el gélido frío de los malos tiempos sopla más fuerte, pero también por subir hasta el punto más alto en el que nadie pueda estar cuando tenemos que hacerlo, estamos legitimados para hablar de felicidad. Tanto como el que más. La felicidad, señoras y señores, es esto. Y no me pidan que se lo explique con palabras porque no sé hacerlo. Dudo en realidad que alguien sepa. Miren el extraño brillo de mis pupilas, esa estúpida sonrisa que no se me descuelga de la cara, el color de mi estado de ánimo o revisen las llamadas de teléfono que he tenido desde que el árbitro pito el final del partido. Entonces tendrán una idea aproximada de lo que hablo. Pero seguramente no les haga falta porque están en el mismo lugar. 

Era pesimista. No puedo negarlo. Esta estúpida sensación de derrota, tan impropia de un aficionado al Atlético de Madrid, se había instalado en mi cabeza. Con razón o sin ella pero eso ya no viene al caso. El jueves me levante con la misma sensación que había tenido durante las últimas semanas y la tranquilidad se aupaba sobre la solidez del que no espera nada bueno. Pero aquella misma noche asistí a un acto que Los 50 celebraban junto a otra asociación madridista y el contacto con la historia colchonera, con algunos de sus arietes intelectuales, con amigos, con hermanos,... me revolvió el subconsciente. Salí con una sensación rara y me puse nervioso. Bajé por el centro de Madrid en coche y pasé por la Cibeles. Pude observar entonces como la fuente estaba totalmente rodeada y se me congeló el alma ante lo que podía ser eso 24 horas después. Enseguida pasé también por Neptuno y estaba igualmente protegida. Me tranquilicé también acordándome de las últimas celebraciones en esa magnífica y legendaria plaza madrileña. Sin darme cuenta levante entonces la vista hacia el Dios del mar y aunque parezca ridículo reconocerlo tuve la sensación, lo juro, de que la figura no sólo me devolvía la mirada con altiva seguridad sino que además lo hacía mostrando una sonrisa contenida. Y entonces si que la emoción me dio un respingo. Y empecé a pensar. Mira que si...

El viernes amaneció gris y frío. Terrible día que no venía nada bien a mis nervios crecientes. Tampoco lo hacía el estar rodeado de personas que son indiferentes al fútbol o que son madridistas, algo que en la mayoría de ocasiones coincide. Y seguía poniéndome nervioso. Traté de ocupar mi tiempo haciendo cosas peregrinar para evitar la tentación de poner la radio, abrir algún periódico o acercarme a algo que tuviese que ver con el partido y lo conseguí hasta diez minutos antes de la hora de comienzo. Entonces me puse la misma ropa que usé en la final de la Europa League de Bucarest y me senté en el mismo sitio, con la misma gente, haciendo exactamente lo mismo. Y comenzó el partido.

El Atleti salió serio. Convencido. Tenso. Nervioso. Mejor que en otros derbis pero con insuficientes recursos como para conseguir lo que a todas luces, seamos sinceros, era muy complicado. El Madrid salió bastante bien al césped. Con una alienación muy ofensiva de centro del campo hacía arriba, pero con la extraña defensa que se anunciaba a lo largo de la semana. Se hizo dueño del partido, empezó a tocar el balón y todos empezaron a jugar en campo colchonero. Simeone tenía claro su plan. Desde el momento en el que se supo que jugaría la final de copa preparó la plantilla para llegar a la cita en las mejores condiciones físicas posibles. Sabía que la victoria, según su criterio, pasaba exclusivamente por un único sitio. El del poderío físico. El Cholo sabe, como todos, que la peor versión del Real Madrid, un equipo, por otro lado, saturado de recursos, es aquella que le obliga a llevar la iniciativa del partido y el balón. Obligarles a no jugar al contrataque. Por ello dejó claro desde el principio que el Atleti no iba a disputar esa faceta del juego. No era mala opción, si uno piensa lo que tienen uno y otro equipo, y de hecho había salido bien en Bucarest o Mónaco. Pero el problema era que el Atleti tenía esta vez una dosis adicional de nervios y que el balón apenas duraba unos segundos en sus pies, lo que provocaba que el Madrid fuese poco a poco cercando el área. 

No es que hiciese un nutrido puñado de oportunidades pero la sensación de peligro estaba claramente decantada de parte merengue. Y llegó el gol. A balón parado, lo que en parte demuestra la falta de suficiencia emotiva y de temple entre los colchoneros. Esa alimaña, en el mejor sentido de la palabra, llamada Cristiano Ronaldo ganó la posición con insultante suficiencia, frente a un Godín que llega tarde, para que elevándose al cielo madrileño consiguiese cabecear a la red. Si la jugada hubiese sido al revés estoy convencido de que los “analistas” madridistas, es decir la prensa deportiva, hubiese hablado de falta en ataque. Para mí no lo fue. Cristiano Ronaldo, un jugador tan sumamente bueno como sumamente estúpido y engreído, gana la posición por poderío físico y capacidad. 1-o. La historia ya conocida. Los fantasmas de siempre empezaron entonces a darse la mano y bailar un sirtaki entre los aficionados colchoneros más agoreros. 

Pero con el 1-0, afortunadamente para el Atleti, comenzó otro partido. Auspiciado por la necesidad de tener que ir, si o si, a remontar el partido y ayudado por el legendario pasito atrás que los entrenadores tipo Mourinho (o nuestro Simeone) hacen, el conjunto madrileño tuvo una sintomática y bendita catarsis. De repente se fueron los nervios, las dudas y ese pesadísimo complejo de inferioridad. Sin grandes alardes el equipo empezó a tener más el balón pero lo que es más importante, también bastante más presencia. El Madrid es el Madrid y Ozil lanzo un disparo al palo casi sin darnos cuenta pero poco a poco se empezó a equilibrar el ritmo y las sensaciones. Pasada la media hora los madridista veían que podía pasar algo en cualquier momento. Y pasó. Falcao recibió un balón en el centro del campo con su marcador en la espalda, pero el colombiano, con un gesto técnico prodigioso, se deshizo de los dos defensores que ya por entonces lo acosaban y lanzó un pase magnífico hacia la diagonal que le estaba tirando Diego Costa. El brasileño encaró a Diego López sin apenas tocar el balón y con la izquierda cruzó la pelota para empatar el marcador. Golazo. Había partido.

La segunda parte comenzó como si de un calco del inicio del partido se tratase. Los dos equipos adoptaron la posición que Simeone había diseñado para el encuentro pero ahora existía una diferencia en la fotografía. El Atlético de Madrid era ya otro equipo. Desacomplejado, sin nervios evidentes y desprovisto de ese miserable complejo de sentirse inferior, el Atleti miró al rival a los ojos. Por primera vez en 14 años. El Madrid dominaba pero el Atleti ahora si daba la sensación de salir con peligro. Y de hecho lo hizo varias veces como un pase al segundo palo que Filipe Luis empaló sin demasiada suerte. Es verdad, que el Madrid volvió a lanzar el balón al poste y que la siguiente jugada acabó con Juanfran sacando el balón de la línea de gol con su muslo, pero ese tipo de jugadas, aunque bien pudieron ser letales, eran puntuales y fruto de la calidad individual de alguien más que de otra cosa. Es más, en este caso, si se fijan en la repetición, en la jugada que lo inicia todo, un avance de Cristiano por el fondo, el balón había salido claramente. 

Pasada la media hora el fuelle merengue empezó a resentirse mientras el colchonero parecía reproducirse a partir de una mágica poción. El trabajo físico de Gabi, por ejemplo, fue algo brutal. Inconmensurable. Pero nuestro capitán es sólo la representación más clara de una presión asfixiante y letal, ejercida con precisión de relojero por parte todo el equipo. Las ayudas de Costa para defender a Cristiano o la brega de Arda Turan son otros datos destacables. En el caso del turco con más mérito todavía teniendo en cuenta el partido que hizo con el balón en los pies. Cuando Turan tiene el balón el Atleti es un equipo distinto. Es capaz de tenerla, cambiarla, moverla, subirla, bajarla,... todo con elegancia y clase. Todo con criterio. Arda Turan es ahora mismo el jugador que más me gusta de mi equipo. Aun así el Madrid volvió a lanzar un tiro al poste por mediación de Benzema. En ese momento empecé a tener claro que era la noche. La nuestra.

Según se acercaba el final del partido llegó el miedo a perder de los dos equipos, lógico, pero también los malos modos que hasta entonces no habían aparecido. Unos banquillos encendidos acabaron con Mourinho expulsado. Probablemente sea injusto teniendo en cuenta que Simeone, igualmente excitado, siguió en el banquillo, pero me temo que en el caso del portugués, ahora que es el centro de un linchamiento mediático, llueve sobre mojado. La excitación se trasladó al césped, ya de forma definitiva, lo que afeo todavía más un partido que no estaba siendo un prodigio de belleza. Y así, entre patadas y recriminaciones, se llegó al final del partido. Prorroga.

En el tiempo de descanso pudimos ver como los que vestían de rojiblanco formaban una sólida piña desde que el árbitro pitó el final hasta que volvió a hacer sonar el silbato. Enfrente el Madrid se agrupaba sin referencias. Con enfado. Con cierta soberbia también. Aquello me pareció buena señal. La prorroga comenzó con un triple cambió madridista que les salió bien con varios desbordes de Di Maria y un remate de Higuain que Courtois, uno de los héroes de la noche, sacaba como acostumbra. El Madrid desesperaba pero más lo haría poco después cuando Koke metía un balón desde la banda derecha que Miranda, libre de marca, remataba a gol desde el primer palo. El gol es un calco de aquel de Pantic en Zaragoza que nos dio la novena Copa del Rey. Otra señal del destino. Eran demasiadas. Era nuestra noche. Por eso cuando ya en el tramo final el Madrid hizo una excelente jugada por la izquierda que cruzaba un balón al otro palo y Ozil llegaba solo para rematar a puerta supimos lo que iba a pasar. Que Courtois, tirando con corazón y alma sus más de dos metros encima del balón, haría la parada de su vida. Tenía que ser así. Una parada que da el título de campeón del Campeonato de España al Atlético de Madrid. El resto del partido transcurrió con el Atleti dejando pasar el tiempo y el Madrid perdiendo los papeles. Especialmente por parte de un sobreexcitado Cristiano Ronaldo que pateó la cara de Gabi ,frustrado por la enésima entrada que recibía. 

Y el árbitro pitó el final. Y los colchoneros conocimos, otra vez, lo que es la felicidad. De hecho nunca hemos dejado de saberlo. Mientras los jugadores correteaban por el césped entre risas y lágrimas, la parroquia atlética se abrazaba física y metafísicamente. Unos en las gradas del Santiago Bernabéu, otros camino ya de Neptuno, otros a través del ciberespacio y todos a través del corazón. Ese corazón sufrido, ejercitado a prueba de bombas al que tanto aprecio tenemos. Todos sin necesidad de explicar nada. Un gesto, una mirada o una sonrisa eran suficiente. Nos conocemos. Somos el Atlético de Madrid. Siempre lo hemos sido. Si ayer lucíamos orgullosos nuestros colores hoy lo hacemos con mayor razón. Con esa razón que los partidarios de opciones más baratas y sencillas a veces no entienden. Hemos ganado como ganan los campeones. Con orgullo. Con ética. Con pasión. Como ese equipo grande que siempre hemos sido y seguiremos siendo. Pese a quién pese. Como el Club Atlético de Madrid.

¡Aúpa Atleti!     

(*) De momento

Mi primera copa


La primera final de Copa del Rey que yo recuerdo no fue un partido contra el Real Madrid sino contra el Athlétic de Bilbao. Mi primer recuerdo de esa competición no es por tanto una efervescente tarde en algún flamante estadio patrio, rodeado de banderas colchoneras y desgarradores gritos que loaban el combativo espíritu rojiblanco, sino una silenciosa noche de verano pegado al regazo de mi padre en un lugar concreto del Puente de Vallecas. No sé si es muy espectacular o no (no lo parece, desde luego) pero esa es la primera final de copa que recuerdo. Lo será además para siempre. 

Uno era entonces lo suficientemente pequeño como para que acudir al estadio no fuese algo de obligado cumplimiento ni una necesidad imperiosa. Tenía la edad temprana en la que la vida es exclusivamente eso que ocurre al otro lado de la puerta que te abren tus padres. Ese maravilloso momento de la existencia en el que te levantas todos y cada uno de los días sin tener ni puñetera idea de lo que te va a ocurrir después. Y podía ser cualquier cosa. Ir al colegio, bajar al parque, quedarte viendo una del Oeste, salir al cine, ir a comer en casa de los abuelos,… o quedarse en casa porque el Atlético de Madrid juega la final de la Copa del Rey. 

Recuerdo verlo con mi padre, sentado en un sofá tricolor de una espuma tan blanda y quebradiza que hacía que todos los allí sentados (más de dos era hablar de una arriesgada quimera) resbalarán hacia el más pesado de los presentes. Aquel sillón barato y malo venía de nuestra casa anterior pero también nos acompañaría hasta la siguiente. De hecho no tengo certeza de que haya desaparecido. Estábamos allí, piel con piel, en esa habitación al lado de la puerta que hacía las veces de “cuarto de estar” y en el que teníamos la televisión mala. ¿Por qué estábamos allí? No lo sé. Puede que fuese una decisión fetiche de mi padre, algo que de ser así explicaría el origen de una de mis más absurdas debilidades, o puede que mi madre hábilmente se hubiese hecho fuerte en la zona noble de la casa antes que nosotros. No lo sé. Lo que sé es que el que no estaba en aquel pequeño cuarto era mi hermano, por mucho que cuando lea esto me diga que si que estaba (que ya nos conocemos). Por mucho que lo niegue es así. El insigne, furibundo y epidérmico colchonero que es hoy en aquel entonces era sobre todo un impredecible rebolera, que cuando yo calzaba la rojiblanca, él, para sorpresa de todos, se enfundaba el traje de portero de la Real Sociedad. Arconada, ya saben. 

Recuerdo ver el partido casi en penumbra y con la luz apagada. La legendaria aversión de mi progenitor por los rigores del calor estival en Madrid era ya por entonces patológica más que legendaria. Tan pintoresca "enfermedad" sólo ha ido a peor desde entonces. Su mítico ritual anti-calores, depurado posteriormente hasta límites infinitos, no era por tanto negociable. Ventana abierta, luces apagadas, pantalón corto y pecho descubierto. Por eso sé que ese día debió hacer bastante calor. Porque me acuerdo de esa imagen. El volumen de la televisión estaba apagado (ya entonces la televisión tenía un problema con los narradores de fútbol) así que escuchábamos el encuentro a través de un pequeño transistor negro, que tenía la opción de recibir Onda Corta, pero que entonces debía tener sintonizada Radio Intercontinental o Radio España o alguna de esas emisoras adultas que me encontraba sonando en el baño cuando me levantaba por la mañana. Apenas hablábamos. Cuando enfocaban a las gradas podíamos observar aquella inmensidad de felices bilbaínos que por la tarde habíamos visto dando colorido al Paseo de la Castellana volviendo a casa. No sé si nos doblaban en número pero a mí me lo parecía. Recuerdo como en la radio decían que la afición colchonera “había fallado”. Recuerdo también como en ese momento volví a sentir una incómoda sensación que tenía entonces, cuando viendo partidos en el Calderón me rodeaba el cemento y era raro llegar a la media entrada, pero que no  he vuelto a tener después. La de sentir que los aficionados al Atleti éramos muy pocos. Ingenuo. 

Y llegó el primer gol. Landaburu sacaba un córner de forma magistral y entre el larguero y el brazo de un tal Urtubi conseguían que el balón no entrara en la red. El árbitro pitó penalti y el entonces glorioso Hugo Sánchez nos deleitaba con la primera de sus características “palomas”. Un gesto que, quién me lo iba a decir entonces, llegaría a odiar con todas mis vísceras. Salté del sillón gritando gol mientras dejaba a mi padre con los brazos en alto y el culo al ras del suelo repitiendo su mantra clásico - muy pronto, muy pronto... han marcado muy pronto. - Para mi padre un gol antes de la media hora en una partido de eliminatoria era (y es) marcar demasiado pronto. ¿Por qué? No lo sé. Dijo lo mismo cuando Salinas marcó en el Bernabéu en un mítico 0-4 y dijo lo mismo cuando Falcao hizo el primero del 0-3 en Bucarest. Sé además que lo volverá a decir la siguiente vez que ocurra. 

El sol se escondía tras la ventana y la oscuridad se hacía cada vez más fuerte. Mientras los ardorosos jugadores vascos trataban de remontar el partido, cuidando que los colchoneros no destrozaran definitivamente la final en uno de sus característicos contrataques, lo único que se veía en aquel cuarto era la  luz lechosa que emitía el tubo de rayos catódicos y la punta incandescente de los cigarrillos que mi padre iba enlazando. Uno detrás de otro. Tres Carabelas, sin filtro. Y llegó el segundo gol al poco de empezar la segunda parte. De contrataque, claro. Hugo Sánchez de nuevo, batiendo a un joven Zubizarreta tras pase de Landaburu. Y volví a gritar gol todavía más fuerte. Y mi padre ya no decía nada ni ejercía de cenizo. Se limitaba a sonreír. Y apareció mi madre, que viendo la sonrisa estúpida que teníamos los dos en la cara no pudo reprimir una parecida en la suya. El Athlétic logró recortar distancias a falta de un cuarto de hora del final con una buena jugada de Sarabia que culminó un espigado y prometedor joven llamado Julio Salinas, pero no recuerdo que sufriéramos demasiado a pesar de lo que hoy cuenta mi padre y las crónicas. 

Cuando el árbitro pitó el final nos levantamos los dos y nos fundimos en un abrazo. Simple. Natural. Precioso. A continuación me puse a saltar chillando y salí corriendo para recuperar la bufanda de mi habitación y sacarla por la ventana. Quería gritar a los muermos de mis vecinos que el Atleti acaba de ganar la Copa del Rey. ¡Qué se enteren! Nadie me dijo que no pudiera hacerlo a pesar de la hora que era por lo que deduzco que los adultos querían hacer lo mismo. Mi hermano se apuntó, por supuesto. A esas cosas siempre se apuntaba. De camino, en mitad del pasillo, mi madre me pegó un beso en la cara dándome la enhorabuena como si yo fuese Hugo Sánchez, acabase de marcar dos goles y en lugar de correr por el pasillo estuviera dando la vuelta a un estadio Santiago Bernabéu lleno de aficionados vascos. Pero yo no era Hugo Sánchez. Ni antes ni después. Yo me pedía ser Rubio, que era extremo izquierda como yo. Mi padre nos seguía a mi hermano y a mí agarrado a esa radio de Onda Corta que nunca soltaba y que no dejaba de emitir los sonidos de la victoria. Del presidente, de los jugadores, de los analistas, de los aficionados… De repente un locutor de voz aflautada, de esos que entiende que la información deportiva siempre tiene que ir redactada para oídos del equipo del poder (y que hoy copan las redacciones de los principales medios de comunicación) dijo de repente no sé que de la Universidad de Méjico y de que Hugo Sánchez estaba fichado por el Real Madrid. La sangre se me congeló por un momento. Me acordé con toda la mala educación que pude de la familia de aquel locutor de voz aflautada y me dirigí a mi padre con histérica retórica. - Eso no puede ser, ¿verdad?- Le dije. Mi padre, prudente él y con muchos años ya de colchonerismo militante a la espalda prefirió no engañarme. - Quién ha ganado hoy la Copa del Rey es el Atlético de Madrid. Que no se te olvide. – Me contestó. Y tenía razón. 

El viernes que viene, en una decisión voluntaria no estaré en el Bernabéu. Veré el partido atenazado por los nervios en algún rincón de alguna casa en la que se respire colchonerismo. Hay muchas formas distintas de sufrir y disfrutar con el Atleti y cada uno probablemente tenemos la nuestra. Sé que ocurra lo que ocurra hablaré esa misma noche con los otros tres protagonistas de esta historia. Por eso, por cómo y con quién lo veré, por el momento, por las sensaciones que tengo y por muchas otras razones que no vienen al caso me he acordado hoy de mi primer recuerdo de Copa del Rey.

Hasta mañana entonces

Sevilla FC 2 - At. Madrid 2

“Me temo que es a ti a quién echo de menos porque simplemente me quedo contemplando el techo. Se me hacen nudos y se me retuerce el estómago. Puede que este fuera de onda pero ¿tú sabes lo que es amor verdadero? Haré que todo esto merezca la pena así que crezcamos más allá de esto...” 

Corría el año 2001 y el Atlético de Madrid recién sorteaba las llamas del infierno de segunda. Sin embargo la Copa del Rey de aquel año deparó una semifinal en la que los madrileños se enfrentaban al Real Zaragoza. El equipo maño, que a la postre ganó la competición, estaba entrenado por un tal Luis Costa del que me acordaré toda mi vida. No por su desempeño como entrenador sino por lo que dijo en rueda de prensa cuando supo que se enfrentaba al equipo colchonero. Sin ningún tipo de ironía o sarcasmo deslizándose por su curtido rostro, el entrenador zaragocista reconoció en voz alta estar contento de tener que enfrentarse a un equipo de segunda división. Recuerdo que algún nostálgico periodista dijo algo parecido a “pero es el Atlético de Madrid” a lo que el tal señor Costa respondió con algo parecido a: “pero es un equipo de segunda división”. Aquella puñalada gratuita y repugnante (siempre he odiado a los aprovechados que sólo golpean cuando son poderosos) se me quedó clavada en lo corazón y ahí seguirá instalada hasta que me muera. Para lo bueno y para lo malo. Odié a aquel señor con todas mis fuerzas por perpetrar esa humillación que por otro lado él entendía como cierta pero también me sirvió para entender que en esto de los equipos hay cosas esenciales como el respeto, el orgullo, la dignidad o el corazón que se escapan a los puntuales resultados concretos. 

El Atlético de Madrid, con sus casi cien años de historia al hombro volvió a la senda de la primera división dos años después pero como esas lesiones mal curadas que acaban con carreras de jugadores prometedores fallaba algo. Mientras que los números muy lentamente volvían a la tendencia histórica seguía faltando ese respeto moral que tipos como el tal Luis Costa nos había perdido. El Atleti saltaba a los estadios como un equipo más de la primera división que, dependiendo de las circunstancias y el momento concreto, podría ser más o menos difícil de batir. La camiseta no asustaba. El escudo tampoco. Podría hacerlo algún jugador estrella o una micro racha de suerte pero ese aura que sobrevuela sobre los equipos grandes, independiente de quien se enfunde el uniforme, no aparecía por ningún sitio. Hasta que ha llegado Simeone y ha construido un equipo. Un señor equipo. Denso y compacto. Con espíritu y músculo. Un equipo que se llama Atlético de Madrid y que tiene el respeto de sus rivales. Independientemente de quién juegue, del día, del momento y de la competición. Simeone ha venido a este club para decir desde el banquillo, desde el césped o desde una rueda de prensa que ojo señores, somos el Atlético de Madrid y ahí fuera hay un montón de gente que está con nosotros. 

“Si el mundo se terminará tú serías mi amigo apocalíptico. Hasta mañana entonces...” 

El ambiente en Sevilla era espectacular. Desde el punto de vista puramente futbolístico el encuentro se presentaba como una de esas ocasiones especiales en las que todos los jugadores quieren estar. Presión, ruido, colorido, graderío hostil y encima una lluvia torrencial que aportaba épica al cuadro. Fantástico. Lamentablemente en el mismo cuadro aparecía también ese Hooligan maleducado y fanfarrón que hace las veces de presidente del Sevilla. Un tipo con demasiadas sombras a su espalda y que se había encargado de calentar imprudentemente un partido que no necesitaba combustible violento para ser especial. Pero este renacido Atleti que se construye desde el corazón tiene también una poderosa cabeza que lo hace estar a la altura de las circunstancias. Especialmente en partidos importantes. Todos esperábamos un arranque brutal de los sevillanos buscando ese gol tempranero que diera la vuelta a la eliminatoria y permitiese a los andaluces desplegar su temido contrataque pero lo que vimos en el campo fue todo lo contrario. Un equipo hispalense ralentizado por la buena disposición táctica de su rival y un Atleti serio y contundente que mordía en cuanto los blanco ponían a rodar la pelota. Así que efectivamente ocurrió todo lo contrario de lo que estaba escrito en el guión de Emery. A los cinco minutos un pelotazo ronda la frontal del área y el segundo de duda de los centrales sevillistas es aprovechado por Diego Costa, ese jugador, para primero atrapar el balón, más tarde bajarlo al suelo, buscar sitio de disparo frente a su rival y poner el balón en la base del poste abriendo el marcador. La grada del Nervión que soportaba la lluvia por fuera notó como empezaba a calarse también por dentro. Hablar otra vez de Diego Costa puede sonar redundante pero es que el brasileño está en un estado de forma inmejorable. Es un jugador clave, aporta miles de cosas y cada vez que aparece en el partido es para liarla. Un jugador que desquicia a sus rivales y no sólo por su constante brega y provocación sino también, y ayer sobre todo, por su fútbol. Dinámico, atrevido, incansable y deslavazado. El jugador sorpresa de Atleti en lo que va de temporada. Ha nacido un señor futbolista. 

El Sevilla trató de no acusar el golpe y seguir haciendo lo mismo pero el problema es que los rojiblancos decidieron imitarles y continuar también igual. Según avanzaban los minutos los equipos tomaban consciencia de sus posibilidades y mientras el Atleti decidía bajar la línea de presión ligeramente el Sevilla asumía que la única solución pasaba por recurrir a la épica. Mientras tanto, ese jugador con aspecto de luchador de peleas clandestinas llamado Medel decidió partirle el brazo a Tiago. Así. Un tipo que si, es todo entrega y corazón pero que tengo la sensación de que generalmente está del otro lado de la legalidad en cuanto a lo que al reglamento de fútbol se refiere. Tiago trató de seguir con el brazo en cabestrillo (admirable la actitud del portugués) pero tuvo que dejar sitio a un Mario que salió algo despistado y que hizo recular al equipo algo más de lo esperado. Pero antes de que los de Emery repararan en ello esa dupla atacante que tenemos, y que es la envidia de medio mundo, decidió matar definitivamente el partido. Contrataque que arranca en Falcao, balón a la banda para Costa y el brasileño se escapa de todos por la banda con ese estilo tan anárquico como efectivo. Llegando a la línea de fondo el colombiano le mandó un mensaje telepático codificando su idea de desmarque y Costa le puso el balón en el sitio exacto. 0-2. Eliminatoria resuelta. El Sevilla necesitaba cuatro goles. 

A partir de ahí el partido se convirtió en una especie de acoso consentido que durante la primera parte apenas tuvo efectividad. La única jugada verdaderamente peligrosa llegó de la mano del talento de Reyes y Alberto (gran lateral zurdo) que dejaron en balón a Navas dentro del área para que de magistral derechazo pusiese el balón en la red de Courtois. Un gol que dejaba en los jugadores la engañosa sensación de que el partido no estaba acabado. La segunda parte fue otra cosa. El Sevilla jugó bastante bien contra la roca colchonera y lo único que le faltó fue aportar algo más de velocidad a su excelente movimiento de balón. El Atleti se echó ya definitivamente atrás (demasiado para mi gusto). Así, lo primeros 20 minutos fueron un bonito espectáculo de ataque y contrataque en los que el conjunto hispalense pudo marcar algún gol (Manu del Moral, Negredo) y los colchoneros sentenciar de forma mucho más contundente (Arda, Falcao, Costa,...). No fue así y con el paso del tiempo se apagaban las ocasiones y las esperanzas de remontada sevillista. Los últimos minutos fueron para el marginal gol de Rakitic (disparo desde fuera del área) y para las muestras de ese mal perder tan zafio y evitable que en ocasiones saca a relucir el equipo del presidente Hooligan. Ese del Sombrero y el Rabo. 

Así que el Atleti está en otro final. Y contra el Madrid. Y puede que en el Bernabéu pero como dijo Simeone en rueda de prensa eso es otra historia y hoy hay que hablar del partido porque lo contrario sería faltar al respeto al rival. Nosotros desgraciadamente sabemos lo que es eso. Hasta mañana entonces. 

 “Así que excavaré un túnel bajo tierra y esperaré pacientemente a ser encontrado. Hasta mañana entonces...” 

Until Tomorrow Then - Ed Harcourt




Partido de otro fútbol


At. Madrid 2 - Sevilla FC 1 

Que la Copa del Rey es un torneo precioso y emocionante, especialmente en su tramo final, es algo que he reconocido ya muchas veces. Con esa premisa de fondo parecería lógico suponer también que vivir en directo el partido de ida de una semifinal despertaría una agradable emoción en mi persona pero debo reconocer que no es así. Por alguna razón, en los últimos años los partidos contra el Sevilla FC suelen ser momentos en los que dejo de disfrutar y se despierta en mi interior un crisol de sensaciones encontradas que no me gusta. Que de hecho detesto. Desde aquellos tiempos en que el conjunto hispalense estaba dirigido deportiva y espiritualmente por ese monarca de las esquinas oscuras del fútbol llamado Caparrós, un profesional con una concepción del fútbol y del deporte radicalmente opuesta a la mía, los enfrentamientos contra los sevillanos han tenido poco de fútbol y mucho de otra cosa. Lejos de parecerme algo digno de recordar lo entiendo como una muesca en nuestra historia. Una costumbre fea e incómoda que me gustaría ver erradicada alguna vez. Independientemente de quienes sean los culpables, desde el exclusivo punto de vista del lado colchonero, deberíamos empezar a evitar entrar en una guerra que ni nos conviene ni creo que encaje con lo que este club ha sido durante toda su historia. La rivalidad deportiva estará ahí y crecerá o decrecerá en función del desempeño y resultado de sus protagonistas. Perfecto. El resto es tan artificial y escatológico que deberíamos hacer el ejercicio de constricción necesario para salirnos de la puja. No me interesa. Prefiero llevarme el dolor de la provocación a entrar en un sucio juego del que no quiero ser partícipe. 

Pero todo esto se veía los minutos antes de acceder al Vicente Calderón y todavía se hizo mucho más patente dentro. Un nivel de ansiedad y tensión a flor de piel en la grada que no se correspondía con un acto deportivo. No era la emoción de una semifinal que hacía correr la adrenalina a toda velocidad sino el empacho en sangre de esa sustancia que el cuerpo humano supura cuando se siente amenazado. Ese ambiente se trasladó a un terreno de juego en el que se reconocía a los dos equipos. El Atleti de Simeone bien plantado, activo, dinámico, incisivo, veloz… y el nuevo Sevilla de Emery colocado, sólido, agazapado sin bajar la guardia y muy consciente de que en la Copa del Rey se juega la temporada. Tras unos primeros minutos de cierta ansiedad y precipitación cada escuadra adoptó su rol llegando a un cierto equilibrio. Pero no duró mucho. El Atleti, sustentado sobre todo en el incansable trabajo de los dos mediocentros (es justo destacar el gran partido de Gabi) se hacía con el centro del campo y ayudado por un Koke omnipresente y los dos estiletes de las bandas (Juanfrán estuvo más activo que otras veces) se metía cada vez más en terreno contrario. Y empezaron a llegar las ocasiones. Por la izquierda y por la derecha. Con Turán y con Filipe Luis. Pero no estaba Falcao. Y se notaba. Diego Costa, haciendo otra vez un gran partido, es un jugador tremendamente activo que se pasa 90 minutos tirando desmarques. Tiene mucha facilidad para abrir la delantera y caer a banda pero el problema es cuando no hay nadie detrás. O cuando el que está detrás es el actual Adrián. El asturiano lo intento y trató de entrar constantemente en juego pero no está con confianza. La duda es si Adrián es el de hoy o el del año pasado. La certeza es que hoy no está con el nivel que necesitamos. Resolvió mal a la hora de definir en casi todas las ocasiones y hasta tuvo errores tácticos básicos como el de irse al primer palo cuando Diego Costa viajaba al mismo lugar para dar el pase de la muerte al segundo. Aun así la ocasión más clara de la primera parte fue del brasileño que tras un pase magistral de Gabi se quedó solo delante del portero rival pero no acertó a meter el balón en la portería. Para entonces el Atleti era un vendaval y el baño de fútbol y juego que estaba dando a su rival era considerable. Pero llegó el descanso y el empate a cero lucía en el marcador de forma injusta. 

El juego y verticalidad del Atleti había enmascarado ligeramente la labor arbitral. Malo en las decisiones pequeñas y absolutamente nefasto a la hora de controlar el partido. Permitió que las constantes provocaciones, primero y sobre todo del Sevilla pero más tarde también de los colchoneros, acabasen impunemente con lo que sin darnos cuenta estuvimos inmersos en ese juego zafio y detestable de patadas, codazos, protestas, pérdidas de tiempo, miradas asesinas, gestos macarras y demás habitantes del otro fútbol. Eso que aparece siempre últimamente en los Atleti-Sevilla. El segundo tiempo comenzó con todo eso en el campo, con un Atleti que trataba de hacer lo mismo pero con un Sevilla que se había aprendido la lección y que ahora cerraba las rendijas por las buenas o por las malas. Los dos equipos jugaban en campo de los andaluces pero las ocasiones no eran claras. Hasta que llegó el principio del fin. Mano en el área hispalense, tarjeta amarilla, la consiguiente expulsión de Spahic, penalti y gol de Diego Costa que fue el que había provocado todo aquello. Lata abierta. 1-0. Bien. 

No. Mal. Muchas veces hemos criticado al equipo, yo el primero, por echarse atrás tras marcar un gol pero partidos como éste son los que hacen anulan esa crítica de un plumazo y dar la razón a tipos como Simeone. Aunque todo es matizable, claro. Lo que uno reclama desde la grada es que el equipo no se encierre en su área a defender un gol pero eso no significa querer que los jugadores se marchen desaforadamente al ataque sin orden ni concierto que es lo hizo el Atleti. Durante unos minutos, aupado por la euforia ruidosa de la grada y un rival con diez, el equipo se fue en tromba arriba sin ser consciente de que rompía el partido. Los ataques rompían al equipo dejándolo abierto y con mucho espacio por defender lo que provocó la mejor jugada rival. Un balón en contrataque que recoge en el centro Navas con mucho espacio y que de pase magistral habilita un uno contra uno de Negredo que en la línea de gol Godín evita, yo creo que de forma involuntaria, con la mano. Penalti, expulsión y empate a 1. 

El Atleti acusó el golpe de forma dramática. Sobre el campo se vio entonces a un equipo local perdido y aturdido que no lograba encontrarse. El Sevilla, aupado en el gran resultado y la debilidad rival tomo el mando del juego y empezó a gustarse. El Calderón se encogía a medida que los de blanco rondaban el área y llegaban con peligro. Simeone contuvo la sangría sacrificando a Koke para sacar al Cata. El Atleti mostró entonces unas carencias físicas tan evidentes como preocupantes. Aun así, las fuerzas se igualaron y apareció, otra vez, el otro fútbol. También alguna que otra jugada aunque esporádica y de poco fuste pero en una de ellas, un combativo Cebolla consigue en su pelea que su rival evita la continuidad de la jugada con una nueva mano. Penalti que volvía a convertir Diego Costa para que la grada respirase algo más tranquila. El Atleti pudo aumentar la renta a partir de entonces, especialmente cuando Navarro derribó a Costa cuando se marchaba solo hacia la puerta pero no pudo ser. Tampoco puede decirse que fuese injusto. 

2-1 que deja el resultado abierto para la vuelta y que obliga a los colchoneros a realizar un buen encuentro pero sobre todo a construir una alineación preparada para defender o crear fútbol según se desarrolle el partido. Si el Sevilla gana 1-0 pasa la eliminatoria y es lo que buscarán. Un gol rápido que les permita replegarse y salir. Lo que más le gusta a Emery. El Atleti hará lo propio mientras evita el plan andaluz pero debe estar preparado para ese gol hispalense. El ambiente con el que perfumarán el encuentro en la rivera del Nervión no parece que pueda ser el de las grandes y agradables noches de fútbol sino otra cosa bastante más hostil. Habemus partido. Y no será fácil.

Cara y Cruz. Misma moneda.

At. Madrid 2 - Real Betis 0 

El Campeonato de España, que es el nombre histórico y oficial de lo que los periodistas llaman ahora a la Copa del Rey, es un torneo con la solera y el prestigio suficiente como para que fuese tratado con mejores formas. No es así, evidentemente. Arrastrado por el fogoso y destructivo ímpetu del fútbol moderno, ese de las galaxias torticeras y las bambalinas folclóricas, se ha visto aparcado al riguroso dictado de esos tipos sin escrúpulos ni criterio que dirigen el fútbol televisado, es decir el fútbol, pero también a las demandas egoístas de los protegidos y mimados clubes de siempre, que acostumbrados a hacer (y que los demás hagan) lo que a ellos les plazca, impiden con soberbia el que puede entrar algo de aire fresco en un espacio confinado que apesta a naftalina. En un calendario cargado de partidos, competiciones maratonianas e información barata, el papel que juega un torneo como éste podría ser refrescante y activador, un motor genuino para recuperar la esencia del fútbol. Lejos de ello queda recluido a la pereza y a la fidelidad enfermiza de los que bordeando la locura tratamos de seguirlo en directo. Que un partido tan atractivo como el Atlético de Madrid-Betis se juegue un jueves de Enero a las diez de la noche no sólo es la prueba evidente de lo que cuento arriba sino del repugnante criterio, la ausencia de vergüenza, la falta de respeto por los verdaderos aficionados y la absoluta impunidad con la que el que dirige el fútbol, quien quiera que sea, actúa. 

La estulticia mercenaria del empresariado deportivo evitó ver un Vicente Calderón a rebosar (demasiado buena entrada hubo para las circunstancias) pero el partido no defraudó. La pereza, el sueño y el frío con el que acudimos al coliseo rojiblanco tardó apenas unos segundos en difuminarse en la húmeda atmósfera que a esas horas de la noche había en la rivera del Manzanares. Los segundos que tardó el balón en rodar y quedarse en los pies de los jugadores rojiblancos. Los de Simeone salieron al campo con la actitud con la que recordaremos a su entrenador en el futuro. Los once colchoneros tenían la palabra ganar tatuada en la mirada y eso se nota. Se siente. Con un nivel de agresividad, presión e intensidad exagerado, incluso para lo que estamos acostumbrados, el Atleti adelantó la línea de defensa, abrió el campo, dejó a la línea de tres cuartos actuar por dentro para que los laterales se incorporaran y comenzó a jugar al fútbol. Muy bien además. Con velocidad, verticalidad, cabeza, criterio… El Betis no existía. Incapaz de tener el balón ante la buena labor de los medios centros colchoneros (especialmente un renacido Gabi), e incapaz de entender el juego de Turan y Diego Costa, se limitaban a tratar de cerrar filas en su propio área. Impropio de un equipo como el Betis, una de las sorpresas de la temporada. Las ocasiones llegaban como un martillo pilón y el gol llegó en una excelente jugada. Iniciada por el enésimo robo de Gabi y condimentada por el omnipresente Diego Costa, el balón acaba en los pies de Raúl Garcia que de gran pase sitúa el balón franco en la cabeza de Falcao. Ya sabemos lo que eso significa. 

Pero el Atleti no reculó. Continuó con la misma ansia desaforada por tener el balón, el control del partido y el mejor resultado en el marcador. Continuó además jugando al fútbol. Y esa es la novedad. La primera parte de los madrileños fue de las mejores que han hecho en un una temporada que ya es de por si muy buena. Con un Diego Costa cargado de confianza y un Gabi con un punto adicional de fuerza el Atleti fue un vendaval. Y enseguida llegó el segundo. Una nueva jugada por la izquierda de un Costa que ahora se atreve a encarar y caracolear, consigue meter el balón en el área para que el balón quede en la línea de llegada de Filipe Luis, que con la zurda hace el segundo. El partido pintaba bien. Muy bien. Pero el Betis también jugaba. El Atleti pudo hacer el tercero pero el primer cambio ofensivo de los andaluces, unido a un retraso en la línea de presión de los madrileños, contuvo la escabechina. Hubo un gol anulado a los colchoneros y se reclamó un penalti a Falcao (a mí en el campo me pareció) pero la ocasión más clara de gol fue sin embargo para los sevillanos que en una jugada clara y con hasta cuatro remates a puerta seguidos no fue capaz de marcar. Courtois empezaba así a escribir la leyenda de una gran noche. Corría el final de la primera parte y los aficionados aplaudíamos a rabiar. 

Pero la vuelta del vestuario supuso el comienzo de otra película. El otro lado de una moneda que sin embargo terminó siendo la misma cuando al final del partido se mantuvo el mismo resultado. En pocos minutos vimos cuales serían las claves de la segunda parte. Un Betis ambicioso que ahora tenía el balón y lo manejaba con criterio frente a un Atleti a medio gas, sin fuelle, retrasado y ligeramente desdibujado que se dedicaría a contener. Me surgen dudas a la hora de buscar las causas del nuevo escenario. Parece sensato pensar que se debió a la ambición desesperada del rival unido a la falta de tono físico del Atleti tras un derroche brutal en la primera parte. Puede ser, pero me asusta pensar que fuese doctrina desde el banquillo. Nunca he entendido el fútbol especulativo y no voy a empezar a hacerlo ahora. El Atleti sacó entonces su lado más pragmático y dio alas a un Betis que se creció como equipo, que domino toda la segunda parte y que pudo haber marcado un gol tranquilamente. Especialmente un remate en el área que de nuevo es detenida por un Courtois que arrojó su más de 1,90 de portero delante del balón en el momento oportuno. Aun así, la entrada de Koke y el Cebolla dieron el aliento suficiente para un último empujón al final del partido que podría haber subido el tercero al marcador. 

Gran resultado que no decide la eliminatoria pero que si la deja en unas grandes condiciones para encarar con inteligencia el partido de vuelta. Es muy difícil marcar tres goles al Atlético de Madrid. Eso lo sabes hasta ese engreído que dirige (muy bien, hay que reconocerlo) al Real Betis Balompié. Un tipo, Pepe Mel con el que mi admiración por su labor profesional se apaga poco a poco, quedando ensombrecida por ese discurso prepotente y perdonavidas que se gasta últimamente en las ruedas de prensa. Al acabar el partido el nuevo crack de los micrófonos, el inventor del fútbol, volvió a despreciar con soberbia gratuita la labor del rival. Ya lo hizo cuando el Atleti le derrotó hace unos meses (y lo ha hecho otras veces en otros campos y con otros rivales). No sé si es algo que le viene de cuna, si es su forma engreída de estar enfadado o que de tanto escuchar su nombre en la radio ha terminado pensando que efectivamente es el rey del Mambo. Me da igual. Me parece igualmente repulsivo estimado Pepe Mel. El mundo del fútbol está ya demasiado lleno de tipos que se creen que andan un palmo por encima del suelo como para admitir otro más.

Ejercicio de estilo

Getafe 0 - At. Madrid 0 

Hace ya unos cuantos años, un magnífico profesor de lengua que nos daba la asignatura de octavo de EGB consternado ante la falta de imaginación y personalidad de la que hacían gala sus alumnos (el profesor era un visionario atendiendo a la generación que hoy copa en nuestro país la elite política, empresarial y de las artes), decidió hacer lo siguiente. Se subió a la tarima, se acercó al encerado y marcó con la tiza un pequeño área de la esquina de la pizarra que ocupaba algo más de un palmo. Aquel hombre se dio la vuelta y mirando a un indolente auditorio nos dijo: “les pido que hagan una redacción sobre ese trozo concreto de pizarra. El que les he marcado con la tiza”. 

Hoy, muchos años después, tengo una sensación parecida ante la perspectiva de tener que escribir una crónica más o menos decente del Getafe-At. Madrid de Copa del Rey que daba el pase a los colchoneros para la siguiente ronda. Un espacio vacío y sin historia enmarcado en la inmensidad de una pizarra destinada a empresas mayores. Sin duda alguna se trata de todo un ejercicio de imaginación y de amor a una profesión que no es tal, puesto que más allá de la menguante satisfacción personal y el precioso cariño de un puñado de valientes que se atreven a mostrarlo no recibo otra cosa de todo esto. Es sin duda también un ejercicio de estilo literario que hoy no estoy dispuesto a realizar al carecer de tiempo, de fuerzas y sobre todo del ánimo correspondiente. 

El partido de vuelta tras el rotundo 3-0 de la ida se aventuraba cómodo y poco emotivo pero ni los más pesimistas podían anticipar el nivel de espesura y aburrimiento que finalmente marcó el choque. Un partido que debía haber dinamitado, protagonizado y dinamizado el conjunto azulón, que era quien tenía que ganar lo que ya había perdido, pero que en ningún momento lo hizo. Ni de lejos. Desde el principio se vio que los getafenses, “aupados” por una grada gélida que dejaba entrever la fe que tenía la afición, no creían en sus posibilidades. Aun así el partido tuvo todavía un hito definitivo que terminó por congelar la atmósfera y matar el encuentro. Ocurrió en la primera parte cuando un desmarque de Falcao por la derecha desde el centro del campo fue parado de forma infantil pero terriblemente violenta por Rafa, jugador azulón que sabía que estaba expulsado antes incluso de que el árbitro sacase la tarjeta roja. A partir de ahí absolutamente todo y todos decidieron mecerse en el sueño de los justos, dejando pasar el tiempo y dando el empate a cero por bueno. 

Por hablar algo de fútbol destacaré algunas cosas que me llamaron la atención y que como todo lo que aparece en esta humilde bitácora amateur se circunscribe a la opinión amateur del que esto suscribe: 

1/ El partido de Cisma. Sin aspavientos ni fuegos artificiales el lateral hizo un partido muy correcto. Para mí fue el jugador más centrado dentro del campo y probablemente el único que se lo tomó en serio. 

2/ La obsesión que empieza a despertar Falcao en las defensas rivales y esa querencia por derribarlo a toda costa que se está poniendo tan de moda. Puesto que en contra de la voluntad de los periodistas “serios” lleva puesta una camiseta rojiblanca y no blanca o blaugrana y puesto que nadie del Establishment parece haber reparado en tal hecho, me da mucho miedo en cómo puede acabar esta historia. 

3/ Mario Suárez. Me sorprendía la ausencia del canterano en las últimas fechas tras el buen arranque liguero. Hay quien dice que se trataba de un castigo de Simeone por indisciplina táctica. Viendo el partido de ayer empiezo a sospechar que también hay algo de estado de forma. 

4/ Sé que estoy en contra de la opinión de tanto y tanto experto que pulula por el espectro cibernético (y no digo ya de papel) pero no me gusta Raúl García de enganche. Tampoco. No puedo discutir la gran capacidad de llegada desde la segunda línea que tiene pero su carencia de creatividad lo anula para una posición que para mí se antoja crítica en un equipo como el Atleti, que cuando crea fútbol lo hace desde ahí. A pesar de que está mucho más limitado prefiero que se sitúe en banda. Esto no quita mi reconocimiento para la temporada tan completa que está realizando pero no me parece justo perder la perspectiva de lo que tenemos con exageraciones que no sé de dónde vienen. No es Diego y ayer jugó en la posición en la que jugaba el brasileño. 

5/ Diego Costa. Sea el partido que sea siempre va al límite. Y aporta cosas. Y son cosas distintas. Costa es una de las grandes sorpresas de la temporada desde mi punto de vista. 

Nos vamos a cuartos de final frente al Betis en una eliminatoria que se presume muy interesante. La semana que viene tendremos la respuesta.

Y al final resulta que lo he hecho.




Bandera

At. Madrid 3 - Getafe 0

Sumergidos en esa vorágine mediática de galácticos NBA y competiciones multimillonarias, a veces olvidamos que el fútbol surgió como un enfrentamiento de personas en un terreno de juego. Once contra once repartidos en dos equipos en el que quien metía más goles ganaba. Sin más historias. Sin especulación. Sin segundas lecturas. Ganar o morir. Esa, no lo olvidemos, fue la esencia del fútbol antes de que otro tipo de marcos regulatorios vinieran a enriquecer pero también a corromper el mundo del fútbol. La Copa del Rey, las competiciones del KO en general, recuperan esa esencia primitiva del todo o nada y por eso tienen ese punto emotivo y fascinante. Lo tienen de forma genética y por mucho que los actuales raptores de la competición quieran cargarse el torneo a base de horarios terroristas, desprecio constante y un sistema de competición francamente mejorable, lo cierto es que la Copa siempre acaba siendo la Copa. Y sigue fascinando. 

Simeone lo sabe. Y le gusta. Es ese tipo de entrenador de herencia italiana que se desenvuelve muy bien en competiciones de eliminación directa. Contra el Getafe además quedó claro que la decisión de jugar la eliminatoria anterior con el mal llamado equipo B no fue más que un recurso momentáneo y particular. Simeone va a por la Copa, como tiene que ser, así que decidió salir con todo. Con todo lo que podía porque Falcao se quedó en la grada y mediada la primera parte Adrián, que está gafado, tuvo que retirarse por lesión. Los primeros minutos intentaron ser para el conjunto colchonero esos primeros minutos de tanteo que se dan lo que llaman partidos de “180 minutos”. El problema es que el conjunto azulón no estaba para seguir las reglas de la tradición. Mucho más alegre y dinámico que los rojiblancos se fueron a por el balón y a por el partido con tanto criterio como escasez de resolución. El Atleti o no esperaba ese comportamiento rival o no supo atajarlo con la eficacia defensiva que acostumbra así que concedió un par de ocasiones tan claras como atípicas en el Calderón que por supuesto Courtois se encargó de desbaratar. A veces nos olvidamos, dado que la defensa este año nos tiene deslumbrados a todos, del gran portero que tenemos en la portería pero ahí está y es muy bueno. 

El partido se equilibro sin embargo enseguida y sin que el Atleti pudiese desplegar juego al menos si desactivo al rival para dejarlo todo reducido a una batalla en el centro del campo. Entonces llegó el error de Alexis entrando como un Hulk Hogan desubicado a un Diego Costa omnipresente que fue una auténtica pesadilla para los getafenses. El brasileño sigue creciendo y a su tradicional entrega constante se le suman poco a poco otras cualidades futbolísticas que también estaban ahí pero no salían tan de seguido. Costa convirtió el claro penalti y el partido cambió de signo. El Getafe ahora tenía otra vez el balón pero ya no sabía qué hacer con él frente a la roca colchonera. El Atleti cómodo con el marcador, presionando arriba y salía con verticalidad. La marca de la casa. 

El Getafe intentó en la segunda parte hacer lo mismo que al comienzo del partido pero ya no colaba. Los de la capital, mucho más intensos y sabedores de lo que tenían que hacer, no sólo no lo permitieron sino que volvieron a marcar un gol (Diego Costa, otra vez) que al árbitro anuló por un fuera de juego que personalmente no vi por ningún sitio. La batalla se intensificó pero el Getafe ya no golpeaba y el Atleti llegaba al área contraria con peligrosas cuchilladas. El partido se puso muy divertido. Mientras los de azul se estrellaban contra el bloque de Simeone, el Atleti aumentaba el nivel de intensidad hasta un punto que incluso desde fuera del estadio daba miedo. Cuando los colchoneros se ponen en ese modo da la sensación de poder arroyar a cualquiera que se ponga delante. Y lo hicieron. Asustó primero Diego Costa (otra vez) con una plástica chilena que salió al centro de la portería. La jugada vino, como no, de la enésima genialidad de Arda Turan. El turco fue ayer un jugador sobresaliente. Se le ve en el campo con una soltura y nivel de inspiración que uno, que se declara rendido admirador del otomano, se relame por lo que puede estar por llegar. Y ojo también a Koke sobre el que llevó avisando desde hace tiempo y que guarnecido en su discreción no para de crecer y de ser cada vez más importante para el equipo. Ya es el encargado de la mayoría de estrategias a balón parado y su proverbial último pase junto a la capacidad de combinación en los tres cuartos está siendo una de la mejores sorpresas de la temporada. 

El segundo gol llegó tras la enésima jugada del turco desde la izquierda que arma el disparo basculando a la derecha y empotra el balón en la base del poste. El rechace, con el portero rival en el suelo, cae en la bota de Filipe Luis que casi sin querer lo mete en la portería. Para entonces el Atleti era ya un vendaval que impedía el Getafe pasar del medio campo. El tercero apareció como no podía ser de otra forma. Robo en tres cuartos provocado por la asfixiante presión atlética, pase al hueco para Diego Costa (otra vez) y remate de primera a la red. 3-0. Eliminatoria prácticamente resuelta. 

Simeone se ha preocupado por gestionar de forma milimétrica y austera los recursos de que dispone, evitando gastar a las figuras del equipo en partidos que a priori pudieran ser de trámite. La eliminatoria contra el Getafe no lo era y por eso en el minuto 90 de partido y con tres goles de ventaja los jugadores seguían presionando como si fuese el primer minuto de partido. Ese es Simeone. Ese es el Atleti. La vuelta será más tranquila e incluso puede dar pie a reservar recursos gracias al trabajo realizado. La seriedad, solvencia y eficacia de este equipo es tan alta que asusta. Agarrémonos a ese espíritu y hagamos de él nuestra bandera. Firmo por ello.

Como tiene que ser

Real Jaén 0 - At. Madrid 3

Hubo un tiempo cercano en el que las primeras rondas de la Copa del Rey despertaban la misma ilusión entre la parroquia colchonera que la perspectiva de tener que ir al dentista. Nada que ganar. Todo que perder. La incómoda sensación no venía de serie con el espíritu del equipo como alguno podía pensar (y pensaba) sino que era el resultado de una sucesión de actuaciones lamentables que, en el mejor de los casos, salvaba la dignidad con más pena que gloria. Típico era ver un equipo aturdido, sin relleno y sin alma que se veía superado por un rival inferior en lo técnico y económico pero superior en motivación y orgullo. Nuestro Atleti se perdía en ese discurso ambiguo implantado por sus confundidos conductores que hablaba de hacer “buenos papeles”. Ese circunloquio cargado de tópicos que tratando de no mostrar el desprecio soberbio que muchas veces el mismo conductor tenía por su rival (y subrepticiamente por nuestro propio equipo), escupía una retahíla de obviedades que nadie creía y a nadie llegaban. Hoy todo ha cambiado de forma radical. Es completamente diferente. El equipo no desprecia a nadie pero tampoco deja que nadie lo desprecie. Sale a ganar con las mejores armas que tiene y lo hace en cualquier campo. En cualquier competición. Todo el mundo sabe dónde está y lo que tiene que hacer. Dónde está el éxito y dónde el fracaso. Sin ambigüedades. Como tiene que ser. 

Queda claro que Simeone no miente. No es su estilo. Ni siquiera de esa forma tan aparatosamente sutil que utilizaba nuestro anterior entrenador cuando empleaba medias verdades para no decir nada. Balbucear lo que el vulgo quiere oír para hacer luego lo que su miedo le dicta. El Cholo dijo que había que respetar la copa y es evidente que la respeta. La alineación que ha saltado a Jaén era bastante más potente de lo que muchos esperábamos pero más allá de nombres, su actitud en el campo no fue muy diferente que la de otras veces. A pesar de los pesares el equipo seguía junto, presionaba, aparentaba intensidad y no concedía ligerezas. Tan simple como observar un primer plano de cualquier jugador para ver que estaban dentro del partido. El problema es que enfrente no tenía un equipo de segunda B sino otro equipo de fútbol, crecido ante la oportunidad de hacer historia. Motivado, valiente, orgulloso y bien plantado. 22 jugadores enchufados que jugaban un partido bastante interesante. El Atleti intentando ese juego poderoso y vertical al que nos tiene últimamente acostumbrados y un Jaén con buen manejo del balón que trataba de salvar esa muralla física que plantan los madrileños cada tres o cuatro días. Koke tuvo en su cabeza el 1-0 con un remate franco dentro del área pero más allá de ello las fuerzas estaban parejas y aunque los colchoneros dominaban las imprecisiones de un hiperactivo Diego Costa y la falta de calidad de la siguiente línea, provocada probablemente por el gran trabajo de los andaluces, hacían que no llegasen las ocasiones. 

Pero llegando la primera hora se produce una buena jugada del Atleti por la derecha que acaba en remate a bocajarro del Diego Costa a pocos metros de la línea de gol. El balón no coge portería y da en la mano de Dani Torres para salir despejado. El penalty parece claro. La tarjeta roja, con el reglamento en la mano, también, pero uno se pregunta por qué los colegiados, tan dados a interpretar como les de la gana el reglamente en tantas otras ocasiones, no pueden evitar destrozar un partido como este. Fue así. Diego Costa marcó el penalty y el Atleti jugó a placer a partir de entonces. En los últimos quince minutos hasta el final del primer tiempo el Jaén apenas tocó el balón y casi parece un milagro que el marcador no se moviese. 

Aunque no todo fue coser y cantar tras el descanso. El Jaén, sabedor de su abismal desventaja, se cargo de intensidad y saco a relucir su lado más aguerrido complicando así la vida de un Atleti que se sentía muy incómodo teniendo que llevar la iniciativa del partido a través del balón. Los madrileños no bajaron la seriedad ni el rigor en ningún momento (¡gracias Simeone!) pero por un momento se veían limitados en su juego, hasta el punto de dar alas o los andaluces que terminaron por irse arriba. El Cholo vio el panorama y trató de estirar el equipo metiendo a Adrián y la apuesta le salió perfecta. El asturiano recibió un buen balón en la derecha, tiró una diagonal perfecta a toda velocidad para encarar la portería y con un magistral gesto técnico poner el segundo en el marcador. Gran gol que seguramente venga estupendamente bien a esa recuperación que todos deseamos para el delantero colchonero. El partido volvió a tomar los derroteros lógicos. Control absoluto y un orgulloso Jaén tratando de no perder la cara en ningún momento. Simeone dio entrada a Saúl y a Oliver Torres (tras inquietante lesión del Cebolla después de una criminal entrada de su marcador) y los canteranos no desentonaron. Especialmente Óliver que en el poco tiempo que tuvo se le vio dinámico y con ganas. Un desdoblamiento suyo a la derecha de primer toque dejó habilitado el carril de Silvio para que colgara un balón al área que Raúl García, viniendo otra vez muy bien desde atrás, cabeceó a la red haciendo el definitivo 0-3 en el tiempo de descuento. 

Eliminatoria resuelta que deja un desolador partido de vuelta que será tremendamente difícil de jugar y de ver. Las sorpresas coperas parece que también se han acabado con el nuevo entrenador. Tal y como soñábamos muchos de nosotros hoy el Atlético de Madrid es un equipo sólido, serio, respetable y respetado. Ganando y perdiendo. Como tiene que ser.