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Baile irlandés

Uno de los objetivos más típicos entre los invasores suele ser el de aniquilar la identidad del invadido. Tratar de demostrar que los que estaban antes nunca existieron. Suprimir su forma de hablar, su forma de pensar y su forma de sentir, para dar así una lección a la posteridad. Laminar el espíritu de un colectivo social porque, por alguna razón, es algo que molesta para la construcción de la verdad única. La suya. 

Cuando los ingleses llegaron a la isla de Irlanda no sólo tomaron medidas para destrozar la lengua o la religión de los nativos sino que también intentaron manipular su alegría. Si usted ha tenido la oportunidad de presenciar una danza típica irlandesa habrá visto que se trata de un preciosista ejercicio de filigrana en el que un bailarín mueve los pies a una velocidad endiablada, sin apenas desplazarse unos pocos centímetros del lugar en el que se encuentra. Los bailes irlandeses no siempre fueron así. Tuvieron que adaptarse a las circunstancias con la llegada de la galaxia inglesa. Cualquier manifestación cultural autóctona o nativa fue radicalmente prohibida entonces. Los bailes también. La música era parte integral de la personalidad irlandesa. Recorría las calles de la antigua Hibernia y, precisamente por ello, los ingleses intentaron hacerla desaparecer. Subestimaron el poder del corazón, sin embargo. No pudieron. La música no murió, sino que se trasladó a la clandestinidad del interior de las casas. Hogares pequeños. Humildes. Olvidados. Pobres. Allí tuvieron que adaptarse a las circunstancias. El baile tenía que desarrollarse ahora en lugares ínfimos, pero nada es un problema cuando hay voluntad. Si se cree se puede. Y pudieron. Siguieron bailando. Encima de una mesa. En una baldosa. Donde fuese. A pesar de jugarse la vida por hacerlo en un universo que no les quería como eran. A pesar de que hubiese sido más “razonable” no intentarlo. Imagino lo que pensarían aquellos irlandeses sonrientes, moviéndose al ritmo de un violín acelerado bajo la desconcertada mirada de algún inglés engolado. No lo pueden entender.

Lo que vivimos ayer en el Vicente Calderón fue una danza irlandesa. Una preciosa, emotiva, divertida y fantástica danza irlandesa que jamás olvidare. Allí, como irlandeses orgullosos, en nuestro hogar clandestino, nos reunimos los colchoneros que sobrevivimos a la invasión, para bailar sobre una mesa. Para celebrar nuestra forma de hablar, nuestra forma de creer y lo que es más importante, nuestra forma de sentir. Sí, la nuestra.

En ocasiones así me resulta hasta ordinario hablar de fútbol. Y sí, podríamos hacerlo. Fácilmente. Ese arranque espectacular. Esa forma de robar al balón al autodenominado mejor equipo de todos los tiempos y de todas las galaxias. Esa remontada en veinte minutos y, por qué no, podríamos hablar de lo gran jugador de fútbol que es Benzema. Pero hoy no puedo. No se aflijan porque para eso ya tienen los medios de comunicación ingleses. A todos. Yo soy de otra tribu. Yo hablo otro idioma. Mientras tú ves los maravillosos pases de Modric a mí se me eriza el pelo con el enésimo esfuerzo de Godín. Mientras tú aplaudes los recortes de Isco, yo me emociono con las lágrimas de Gabi. Mientras tú sonríes con los bíceps de Cristiano Ronaldo yo me pongo a llorar viendo un estadio lleno que canta bajo la lluvia en el mismo momento en el que nos acaban de eliminar de la final de Champions.

No creo que sea mejor que tú ni te pido que me imites. Lo único que pido es que entiendas que no somos lo mismo y que, a ser posible, le digas a los tuyos, a tus policías, a tus soldados y a tus peones, que nos dejen en paz. Que nos dejen hablar en nuestro idioma y no en el tuyo. Que nos dejen soñar y sentir como queramos. Que nos dejen bailar en la calle.

Hubo un momento en que se pudo. Claro que lo hubo. Faltaba todo el partido y sólo había que meter un gol. Podemos hacer malabarismos especulativos sobre lo que podría haber ocurrido llegado el caso, pero es que en el fondo da lo mismo. La realidad es tan caprichosa que no se puede cambiar. Nosotros, mejor que nadie, deberíamos saberlo. Llegó el gol de Benzema (porque el gol es de Benzema) y hubo una fuerte fluctuación en la fuerza. Pero los colchoneros nos adaptamos a todo. Porque está en nuestra naturaleza. Porque somos irlandeses. Porque sentimos y porque amamos. Y desde ahí, desde el amor, construimos el siguiente relato. El del orgullo. El nuestro. Morimos como Lazar Hrebeljanović en el Campo de Los Mirlos para trascender. A nuestra manera. Dejamos lo tangible, lo que se controla con el dinero y el poder, para centrarnos en lo etéreo, lo que se alimenta del sentimiento de adhesión. Lo que no se puede comprar ni reprimir. Se es o no se es. Se siente o no se siente. No hay más. Y lo hicimos. Claro que lo hicimos. Convertimos el Vicente Calderón en una fiesta en la que nuestros jugadores eran los músicos y nosotros bailábamos. Borrachos de emoción. Alegres. Para asombro del que quisiera mirar.

Quince minutos después de terminar el partido, veinte minutos después de que el cielo de Madrid se abrirse en canal y decidiese unirse a la fiesta llorando de alegría como un colchonero más, me di cuenta de que delante de mí había una persona sola. El estadio seguía prácticamente lleno a pesar de la lluvia y los jugadores habían vuelto a salir al césped para recibir el merecido calor de los suyos. Todos estábamos empapados pero llevábamos al menos un chubasquero o algún elemento de protección. Él no. Él vestía elegante, con chaqueta, camisa y pantalón, que a esas alturas estaban completamente abnegados. Daba igual. Seguía cantando y levantando los brazos al cielo. Con las gotas resbalando por esa especie de tonsura descuidada que llevaba en la cabeza. Sonreía y se desgañitaba gritando el nombre del Atlético de Madrid sin motivo aparente. Incluso cuando los jugadores habían ya desaparecido. ¿Por qué lo hacía?, preguntarán los invasores ingleses que controlan los micrófonos. Es absurdo tratar de explicárselo. No lo pueden entender.

@enniosotanaz

Sistemas de referencia

La teoría de la relatividad de Einstein terminó de culminar un par de grandes hallazgos de la física que ya apuntaban por dónde iban los tiros. Uno, que la energía se desplaza a una velocidad finita y limitada (un poco menos de 300 millones de metros por segundo). Dos, que cualquier miembro de un sistema, incluso el propio observador, afecta al propio sistema. Es decir, si todos los elementos del espacio interactúan entre sí pero la energía se transmite a una velocidad finita, puede ser que, dependiendo del lugar en el que se encuentre, un elemento sentirá mañana algo que para otro ya ha ocurrido. Que uno ve lo que el otro todavía no puede ver. Los físicos dejaron de hablar entonces de ¿dónde está? para pasar a hablar de ¿cuando está? La humanidad empezó a entender con fórmulas matemáticas la relatividad de la naturaleza y cómo todo depende, fundamentalmente, del punto de vista. Del sistema de referencia. 

Para mí, el derbi contra el Madrid fue un emocionante partido de fútbol. Una batalla deportiva cargada de matices que, en la cabeza de tipos como yo, colchoneros, se transformó en una preciosa metáfora de la vida que deseamos. Esa en la que gana el que más pelea y no el que, lógicamente, tiene que ganar. Esa en la que gana un equipo en el que sus jugadores olvidan sus egos para sumar como grupo y no un conjunto de jugadores maravillosos (y carísimos) que tienen la individualidad como credo. El equipo de Simeone salió con un plan en la cabeza y lo ejecutó a la perfección. Adelantando la presión, derrochando poderío físico (a pesar de tenerlo mermado por el “genial” calendario de ese demócrata llamado Tebas), cerrando tácticamente el espacio de su rival y teniendo la solvencia de combinar rápido en la salida del juego para morder cuando la presa se ponía a tiro. El rival apareció derrotado y roto antes de tiempo, amplificando su desconcierto gracias al buen hacer del equipo rojiblanco y no a ninguna conspiración maquiavélica ni a la renuncia de nadie. Simplemente no pudieron. Algo que pasa a veces porque esto es fútbol y en el fútbol, como en la vida, se gana y se pierde. 

Para mí, el derbi lo gana el Atlético de Madrid, no lo pierde el conjunto blanco pero lamentablemente es prácticamente imposible encontrar una lectura similar en radios, prensa escrita o televisión. Ni enunciadas por rapsodas autocalificados de expertos ni por gañanes de tertulias cazalleras. A excepción de algún pequeño artículo de opinión marginal y muy localizado, ni en medios deportivos ni en medios generalistas verán un sólo análisis del partido que no gire exclusivamente en torno al Real Madrid y si me apuran, que no ignore la realidad, la esencia y hasta el mérito del equipo que ha vencido. Desde el repugnante titular de la web de MARCA al acabar el partido (“El Madrid dimite de la liga”), pasando por comentarios como el de Trecet en twitter que se quejaba (como no) del juego del Atleti (que es como quejarse de que la novia de tu amigo va sin maquillar) hasta cualquiera de las miles de hora de “información” dedicadas a interpretar, por encima de cualquier otra cosa, las palabras de un señor portugués que tiene un alto grado de estima por sí mismo. 

Si alguien piensa que yo tengo una visión infalible de lo que ocurrió en el derbi (no creo que sea el caso) está muy equivocado. Nadie la tiene. Ni siquiera los eruditos con micrófono, pluma o cámara. Ellos creen que sí, porque viven en una Torre de Marfil en la que nadie puede responderles y porque tienen la posibilidad de chillar más y que se les escuche, pero su opinión no es más que la de usted. Creanme. Personalmente aspiro a que la mía sea creíble, honesta, sensata y lo más razonada que pueda pero mi punto de vista, mi sistema de referencia, es el que es y creo que lo mejor, lo más honesto y lo menos subjetivo es reconocerlo y no negarlo. 

La mejor forma para entender el universo es asimilar la relatividad del mismo, tolerar su complejidad, respetar su diversidad y tratar de conectar todos sus sistemas de referencia empleando la lógica. Es decir, exactamente todo lo contrario que ocurre en la realidad que nos presentan los medios de comunicación profesionales en los que todo (y cuando digo todo es todo) se reduce a un sistema bidimensional zafio, mentiroso, condescendiente, previsible, repetitivo e hipócrita. Un sistema por y para dos que, en el fondo, son lo mismo y que por lo tanto gira en torno a un único eje. 

Los partidos contra el Real Madrid o el Barcelona se han transformado en un insoportable ejercicio de pereza para cualquiera que no tenga nada que ver con Real Madrid o Barcelona. Un periodo incómodo y pesado en el que lo más sano e higiénico, sea cual sea el resultado, es huir de la realidad televisada, radiada o publicada. Lamentablemente, como decía Thornton Wilder, es difícil dejar de convertirse en la persona que los demás creen que uno es. 

@enniosotanaz

A punto de comenzar

Pasaban las diez de la noche y ni la lluvia ni el frío, que habían estado amenazando todo el día, hicieron finalmente acto presencia. Hacía calor, de hecho. En parte por ese otoño que no termina de arrancar en Madrid y en parte por el efecto multitud de una grada que rugía celebrando el gol que acababa de subir al marcador. Después de un partido incierto, plagado de dudas, sin mucho fútbol, en el que el Real Madrid se había puesto por delante muy pronto (y muy fácil), en el que los blancos habían dominado el ritmo sin desgastarse, en el que los colchoneros mostraban sus costuras y que sólo a base de corazón habían conseguido igualar la contienda, el marcador señalaba de repente un suculento empate. Por mi cabeza pasó entonces, como una exhalación, una sucesión de fotogramas de la película del pasado. Los años de derbis humillantes, los planteamientos de Aguirre, los canticos ofensivos de la grada madridista, los árbitros agradecidos de antaño, los Maniches, Richales y Musampas, los años de jugar juntitos y esperanzados. Los años de soñar con una derrota digna contra "los grandes". 

A medida que me sentaba otra vez en mi asiento volvía también a la realidad actual. Con ella reparé en el terrible calendario que la divina providencia nos ha ofrecido este año, los fichajes en rodaje, la lesión de Koke, las dudas de Jackson, de Óliver, de Vietto, la alineación que no termina de cuajar y que con todo ello, en ese momento, a falta de diez minutos para terminar el partido y habiendo prácticamente jugado frente a todos los grandes, estábamos a sólo tres puntos de la cabeza de la liga. Un frío helador recorrió mi espina dorsal cuando vi que, una vez reanudado el juego, el equipo obviaba ese dato tan interesante y se marchaba a tumba abierta a la búsqueda de otro gol. Como si no hubiese mañana. Sin importar el contrataque letal de los blancos. Sin pensar en la verticalidad de Cristiano o de Bale o la precisión de Modric. Sin echar mano de la especulación ni las cuentas de la vieja. El equipo quería ganar porque esa es ahora nuestra religión, por mucho que tanto histérico recién llegado a la fiesta no lo quiera entender. No se consiguió, porque el bendecido Keylor Navas no lo quiso, pero estuvo ahí y en el fondo es un tema menor. Es mucho más importante saber que el carácter no se ha ido. Que quizá tengamos que adaptarlo y refinarlo pero que está ahí. 

Había sido un partido feo. En la primera parte el Madrid se había impuesto a su rival sin muchos aspavientos pero con solvencia. Gracias a una defensa blanda y desajustada que favoreció el inicial gol de Benzema y a la dificultad de Gabi (y con él del equipo) para jugar y hacer jugar rápido. También ayudaron la recurrente incapacidad de Óliver para ser trascendente en el juego y el concurso de un Torres que saca sobresaliente en la teoría pero suspende la práctica. La segunda parte fue distinta. El Atleti acabó siendo mejor por empeño, por empuje y por corazón. Nada más. Ilusionó la entrada de Yannick, no estuvo mal Jackson y volvió a decepcionar Vietto pese a marcar el empate. 

El árbitro pitó el final y mientras camino de la salida comentaba todo esto con los compañeros de grada, seguí otra vez con la misma película de antes. Así, en un trazo rápido, pasé de los tiempos no tan pretéritos hasta el día de hoy. Desde esos días en los que el equipo salía con miedo al Coliseum Alfonso Pérez hasta jugarle de tú a tú al Real Madrid. Desde esos tiempos en los que celebrábamos un sexto puesto que a lo mejor nos daba opciones a jugar la intertoto hasta lo que veía en ese momento a mi lado. Gente refunfuñando y cabreada porque estábamos a tres puntos de Madrid y Barça y se había empatado con el equipo merengue. Me sentí un afortunado pese al hedor a ingratitud.

Así que volví a la grada y miré al césped. Estaba vacío y no creo que nadie pudiera escucharme pero tenía que hacerlo igualmente. Por mí mismo. Grite gracias. Gracias Cholo. 

Los derbis nunca son buenos momentos para sacar lecturas deportivas. Son partidos y circunstancias demasiado especiales como para que puedan ser extrapolables a cualquier otro escenario. Los analistas de cámara y los gurús de chiringuito hablaran a partir de ahora de “juego del Atleti” para referirse exclusivamente a lo que ha hecho el equipo frente a Madrid y Barça. En parte porque son los únicos partidos del Atleti que han visto (y que verán) y en parte porque, como buenos payasos y/o trapecistas que son, tienen que dar espectáculo. Allá ellos. No caigan en la tentación de alimentarse de ese alpiste tóxico cocinado para otros. El Atleti es justo TODO lo que pasa fuera de esos dos partidos. 

Salimos vivos del envite y queda todo por delante. Hay errores básicos, falta mucho por acoplar y mucho por decidir pero seguimos en la batalla. Todo el mundo sabe lo que ocurre cuando no rematas a tu enemigo teniendo la oportunidad y a nosotros no nos han rematado. Me temo que el espectáculo está a punto de comenzar.

@enniosotanaz 

Hoy no

No vi el partido. 

Entiéndame, estuve delante de un televisor observando lo que ocurría al otro lado de la pantalla, pero allí no había ningún partido de fútbol. Vi a jugadores vestidos de rojiblanco junto a otros que lo hacía de blanco, sobre un césped y con una pelota de por medio, sí, pero eso, para mí, estando el escudo del Real Madrid de por medio, no es un partido sino una metáfora. La metáfora de una lucha desigual con la que tengo que lidiar a diario

Es como ver a David contra un Golliat patrocinado por Fly Emirates y de cuya victoria tiene que vivir, al parecer, todo el universo libre. Es ser un egipcio de novena generación que, por ser copto, tiene que sentirse extranjero en un Cairo tomado por talibanes radicales y que además acaban de llegar. Es ser Neo o Morfeo o Trinitry teniendo que luchar dentro de Matrix, sin poderes, y sabiendo que todo es mentira. Andy Dufresne teniendo que arreglar gratis los papeles fiscales del alcaide pendenciero de una cárcel en la que está preso de forma injusta. Es tener que sucumbir, quieras o no, a las leyes de los que compran Best Sellers o de los que hacen que la noticia más leída de un diario serio sea la masturbación furtiva de un mapache. Es ver a Sherman McCoy clamando justamente en mundo injusto, rodeado de vanidades que se queman para volver a nacer envueltas en billetes de 500 euros. Es vivir, durante semanas, rodeado de los eslóganes del Gran Hermano. Tener que acordarte de las enseñanzas de Goebbels en cada fotograma, cada párrafo, cada portada, cada voz, cada desprecio. Ser el último cuerpo viviente, todavía sin invadir, pero rodeado ya de vainas. Griego en una Alejandria decrépita e intolerante que reniega de su pasado. Es sentirse Sansa Stark siendo obligada a sonreír en la decapitación de tu padre. Un sudafricano negro que tiene que servir cocteles en una playa sólo para blancos. Es ser Rick Blaine en el aeropuerto de Casablanca y ver como Lisa Lund se va con Laszlo porque, por una cuestión de dinero que "todo" el mundo entiende, se ha hecho puta.

Se me hace muy difícil hablar de fútbol en un contexto así. No lo voy a hacer. No tengo por qué y no me da la gana. Hoy no. Ayer ganaron los buenos. Los que tenían que ganar. Seguramente lo hicieron además de forma justa, si por justicia nos ceñimos a lo que pasó en el campo. Las fuerzas vivas pueden quedarse tranquilas y seguir acelerando la apisonadora. El mundo puede seguir asistiendo a un nuevo capítulo de Disneylandia, la secuela. España vuelve a amanecer. El sol brilla y la cúspide de la campana de Gauss es cada vez más alta. Ojalá sirva para que al menos lo disfrute algún pobre infeliz que no tenga nada más a lo que agarrarse pero soy consciente de que es difícil. Es imposible agarrar a algo que no existe. 

Y sí, podríamos hablar de Simeone. Criticar su apuesta, los cambios o cierta forma de encarar las situaciones. No lo haré. Hoy no. Pueden navegar por este blog y encontraran cientos de críticas. Buenas y malas. A jugadores, a aficionados, a dirigentes y a entrenadores colchoneros. También a Simeone. Muchas. Justas e injustas. Pero hoy no. Hoy no puedo. ¿Saben por qué? Pues porque ayer, siendo David y Copto y Trinity y Andy y Sherman McCoy y Sansa Stark y Rick en Casablanca tuve la cabeza alta y miré a los ojos a un rival en el que ahora veo miedo. Porque sé que todo ello es gracias, única y exclusivamente, a Simeone. Porque hoy, más que nunca, quiero darle las gracias.

Y sí, podríamos hablar de fútbol (o de su ausencia) pero hoy no. Hoy no quiero.

Saltar el partido

Hace años ya que jugar una eliminatoria contra el Real Madrid se ha convertido para los colchoneros en un suplicio. Un Vía Crucis eterno e insoportable que indefectiblemente deja secuelas. Entiéndanme bien, no estoy refiriéndome a lo incierto de un resultado concreto o lo que pueda pasar dentro del campo, que afortunadamente suele tener últimamente la forma de un partido de tú a tú, sino a lo que ocurre fuera. Ese despliegue brutal por parte de los ministros del sistema que, como agentes de una Stasi capitalista, se meten por cada uno de los poros de la sociedad para alertarnos de la obligación que tenemos de seguir la fe verdadera. Uno puede llegar a soportar con bastante normalidad ese permanente tono monocolor y tendencioso, presente en TODA la prensa hablada y escrita, pero es bastante más difícil tener que convivir con el desprecio e insulto constante hacia los indeseables que, como yo, se atreven a desafiar el orden establecido ignorando las soflamas del Gran Hermano, y hacerlo además enfundado en otros colores proscritos. 

Intentó concienzudamente huir de la caspa, ignorar los panfletos de propaganda, obviar las técnicas de Goebbels que emplean los “profesionales” de la comunicación para lavarme el cerebro con detritus de diseño e incluso trato de evitar las numerosas tertulias de gañanes que pululan por la geografía madrileña y que básicamente se limitan a repetir en bucle las estupideces que aprehenden de los foros oficiales, pero nada. Es imposible. Aun así consiguen siempre llegar. Al final es inevitable tener que echar gasolina y toparse en la gasolinera con una portada en la que un andaluz muy gracioso posa, con una montera y toreria, ilustrando uno de los últimos insultos deleznables que el Club Atlético de Madrid recibe periódicamente por parte de eso que eufemísticamente denominan “prensa madrileña”. Los juegos de fútbol en la PlayStation tienen una opción que llaman: “Saltar el partido”. Con ella el jugador tiene la posibilidad de no tener que disputar ni ver el encuentro si no quiere. El ordenador analiza los datos y en un nano segundo te ofrece un resultado en función de los jugadores, el estado de forma y la calidad de cada uno o las probabilidades de éxito. Prometo que si esa opción fuese posible en la vida real la utilizaría cada vez que jugamos contra el Real Madrid. 

Está todo tan enfangado que incluso las lecturas posteriores a los partidos suelen quedarse exclusivamente en temas externos, detalles accesorios o leyendas de unicornios y nibelungos que los grandes "analistas" utilizan para justificar lo injustificable. Para ver lo que nadie ha visto. Para entender la vida a través del código que manejan los pastores de la fe verdadera, ese en el que todo lo que no sea que el Real Madrid gané con solvencia y buen juego es una anomalía intolerable, provocada por algo que merece ser erradicado. Ya sea una entrenador, una tarjeta, un penalti o un delantero que sangra por generación espontanea. Es tan ridículo y lamentable que, harto de provocaciones, hasta yo mismo estoy cayendo ahora mismo en ello. Lo siento. No seguiré por ahí. 

El plan de Simeone pasaba por dejar la portería local a cero en el Vicente Calderón y lo consiguió. Eso no es opinable, es un hecho. Podemos cuestionar si era un plan lícito o no, pero la realidad es que el Atleti sigue vivo en la competición y que la eliminatoria está más o menos donde estaba cuando las bolas calientes decidieron el enfrentamiento. El Atleti salió raro. Impreciso y lento. Con muestras de cierto nerviosismo y sensación de responsabilidad. Algo poco habitual en la escuadra de Simeone pero algo comprensible en esas circunstancias. El Madrid, que tiene una plantilla espectacular (las cosas como son), aprovechó para apoderarse del balón y moverlo con bastante más criterio y velocidad que otras veces. Jugó bien y dominó el partido durante toda la primera parte, aunque las ocasiones que tuvieron (tampoco demasiadas) llegaran fundamentalmente por errores de los colchoneros. La más clara un mano a mano de Bale que Oblak sacó con una acción prodigiosa. El cancerbero esloveno hizo un partido enorme. Muy seguro todo el tiempo y sacando varias manos que le ayudan a crecer en confianza y que van a hacer muy difícil que ahora abandone la titularidad. Estupenda noticia. El Atleti se mantenía serio y compacto pero ignoraba el balón. Era incapaz de sacarlo con criterio de su campo y eso provocaba que el Madrid no tuviese que gastarse demasiado en recuperarlo para volver a tenerlo jugado en campo contrario. Resultaba muy desalentador ver sobre todo como los contrataques rojiblancos salían desde muy atrás y con muy pocos efectivos. 

La segunda parte cambió significativamente el panorama. Los de Simeone salieron mejor y con más ambición. Empezaron a rondar el campo contrario y a intentar contrarrestar la evidente superioridad blanca. Parecían haberlo conseguido cuando un codazo que dejo a Mandzukic sangrando y desquiciado hizo que el equipo volviese a salirse del partido y los de Ancelotti volvieran a controlar el juego. No quiero detenerme mucho en el árbitro. Sólo diré que me pareció el típico “buen” soldado de la UEFA. El típico “profesional” que sabe perfectamente con quién se puede equivocar y con quién no puede hacerlo. Llegado a ese punto, Simeone hizo dos cambios que no entendí pero que, lo reconozco, le salieron bien. Raúl García ingresaba por un desaparecido Griezmann y Torres sustituía a Koke, que para mí estaba siendo el mejor jugador de campo del Atleti. Y obró el milagro. Los locales empezaron a tener más balón, Juanfran empezó a ganar su banda, Arda decidió abrir el tarro de las esencias y el Atleti acabó el partido encimando al equipo blanco. 

El empate deja la eliminatoria sin resolver y tendremos que esperar a ver lo que ocurre en el Bernabéu para ver qué equipo disputa las semifinales. Antes de llegue a ese día, y ocurra lo que ocurra, déjenme decirles que estoy muy orgulloso de mi equipo y de unos jugadores a los que no tengo un solo reproche que hacer.

Zihuatanejo


La imagen es evocadora y todos la llevamos taladrada en la memoria. Andrew Dufresne, enfundado en una impoluta camisa blanca, conduce al final de la película un Pontiac Lemans camino de esa ciudad en la costa de México con la que llevaba media vida soñando desde la cárcel: Zihutanejo. El aire cálido y fresco de esa zona del mundo golpea en su rostro. Un rostro curtido y gastado que en ese momento representa la máxima expresión de la felicidad. Es el rostro del que lo ha pasado injustamente mal, muy mal, pero que ha conseguido finalmente salirse con la suya. Cumplir ese sueño que no llegaba a través de la razón y que tuvo que ser construido a base de trabajo personal, paciencia y tesón. De fuerza mental y de capacidad de aguante. Cuando el sábado pasado el árbitro pitaba el final del partido y la sombra del 4-0 que proyectaba el marcador caía a plomo en todos y cada uno de los rincones del Vicente Calderón, pude ver ese mismo rostro de nuevo. Lo vi en la cara Arda que nunca pierda la sonrisa por mucho que el rodillo mediático dedique sus recursos a tratar de humillarlo y lo vi en la cara de Gabi o de Juanfran, veteranos en esto de tener que soportar en silencio las deposiciones de los que dirigen el cotarro. Lo vi en Mandzukic y en Torres, fundidos en ese abrazo que se explicaba por si mismo y lo vi en Tiago, en Siqueira o en Miranda, que tienen que escuchar en silencio los insultos que reciben por parte de los cazadores de brujas. Lo vi en Godin, que con los huesos propios hechos fosfatina tuvo y tendrá que seguir aguantando los desdenes y despropósitos del Mainstream, pero lo vi sobre todo en la figura de ese antihéroe contemporáneo llamado Diego Pablo Simeone y al que nunca podré agradecer todo lo que nos está dando. 

Decía Molière que aquellos cuya conducta se presta más al escarnio son precisamente los primeros en hablar de los demás y que razón tenía. La repugnante campaña en contra de jugadores y entrenador del Atlético de Madrid, acaecida durante las últimas semanas, ha sido tan bochornosa y torciera como injusta. Especialmente viniendo de un sector, el periodístico, que debería hacer algún intento de autocrítica antes de dar lecciones y tratar de bracear en la supuesta mugre de los demás. Esas formas y esos modos. Ese estilo de pandillero petulante o esa sospechosa facilidad para generar violencia donde no la hay. Los aficionados a este club proscrito en la periferia mediática llamado Atlético de Madrid hemos tenido que aguantar durante semanas la intolerancia de de los soldados del régimen. La humillante persecución de esa masa inerte que necesita su ración diaria de alpiste para no morir de realidad. Como pecadores y herejes viviendo en mundo de perfección plastificada, hemos tenido que salir a la calle portando una enorme Letra Escarlata que dejara bien claro el tipo de gentuza que somos. La marca del delito que dejase claro al común de los mortales, a los que comen la actualidad prefabricada, a quiénes tenían que dirigir su ira. Mirad, ahí va la escoria, los extranjeros, los proscritos, los que hacen trampas. Los violentos. Sí, los violentos. Lamentable. Pero si ha sido terrible para cualquiera de nosotros imagino lo que habrá tenido que ser para los jugadores que tienen la mala costumbre de saltar al césped los domingos vestidos de rojo y blanco.


Pero empezó el partido y el Atlético de Madrid, sí, el Atlético de Madrid, jugó al fútbol. Nada más. Con rabia pero con talento. Con furia contenida pero con precisión. Llegando primero, corriendo más, tocando mejor y siendo mejores. Corriendo y jugando. Mandukic y Griezmann demostrando que se puede ser feliz jugando para el equipo sin dejar de meter goles. Siquiera enseñando lo que puede llegar a ser estando centrado. Saúl haciendo olvidar a Koke y Miranda a Giménez. Moyá viéndo el partido desde el mejor sitio del campo. Teniendo el balón, combinando y tocando. En un alarde de violencia, el equipo fue capaz de meter un gol y luego otro y luego otro y luego otro. De agresiva chilena, de cabeza, de violentísima jugada trenzada, de tiro lejano. Fútbol y fútbol y más fútbol. Pasando por encima de galaxias a base de trabajo. Y acabó el partido sumidos todos en el ensordecedor ruido de una afición entregada, que se ve reflejada a sí misma en ese puñado de jugadores vilipendiados. Ellos son nosotros y nosotros somos ellos. Así se lo hicimos saber. “orgullosos de nuestros jugadores” gritaba una grada que para entonces ya estaba afónica. Los jugadores del Atleti acababan de escaparse de su particular cárcel, esa en la que los vociferantes directores del circo les habían metido sin merecerlo. Acababan de escaparse y lo habían hecho además de la forma en la que sólo los genios de verdad son capaces de hacer. Creando arte y clavando las rodillas en el suelo. Demostrándole al mundo lo que es jugar al fútbol en equipo. Sin nombres ni estupideces. Sin estridencias ni spots publicitarios. Con coraje y corazón. Con goles. Con talento. Con generosidad y sacrificio. Con trabajo. Con alegría. El luminoso marcaba un contundente 4-0 y los jugadores enfilaban abrazados el camino del vestuario. Acababan de llegar a su particular Zihuatanejo.

Siempre compitiendo

Me  resulta muy difícil determinar si el foco está en un sitio o  en otro. Si el efecto viene provocado por la infecta costra mediática que rodea al equipo (esa heterodoxa mezcla de profesionales, payasos y quiromantes que  monopolizan las redacciones patrias) o viene desde otro lugar. Si el aficionado al fútbol del Real Madrid, el de verdad y no el que compra camisetas y alpiste, tiene realmente algo que ver con esta suerte de circo tóxico  o no. Si los jugadores son de verdad tan superficiales como los vendedores de crecepelo nos quieren hacer ver o sienten la misma vergüenza ajena que puedo sentir yo. No lo sé, pero desde hace años enfrentarse al Real Madrid, en cualquier momento y en cualquier circunstancia, es insoportable. No por lo que ocurre en el césped, que suele ser bastante normal, sino por lo que sucede fuera. Por ese espeso mantra constante de soberbia e intolerancia del que es imposible huir. La folclórica campaña en pro de "la remontada" que han montado los medios durante toda la semana, como si el Real Madrid se enfrentase a un equipo de la antigua República Democrática Alemana y no al vigente campeón de la liga ESPAÑOLA que, sorprendentemente, juega a pocos kilómetros de la puerta del Sol, ha sido repugnante, ofensiva y bochornosa. Pero no es nada nuevo. No es la primera ni será la última vez que montan un vodevil pornográfico del mismo calibre. Todo vale con tal de vender “ilusión”. Desde insultar a los muertos hasta despreciar a cualquiera que se muestre diferente. Siempre desde la intolerancia. Siempre desde la soberbia. Ahora todo se les ha ido por el desagüe,  basta mirar el marcador, pero nada cambia. Nada cambiará. No puede hacerlo porque eso abriría la posibilidad de tener que empezar a reconocer su propia miseria.

El Atlético de Madrid ha conquistado la siguiente eliminatoria de Copa eliminando a un equipo que es mejor. Un equipo sin jugadores reservas con un potencial endiablado. El único que equipo del mundo que, reconozcámoslo, es capaz de hacerte sufrir sabiendo que para ganar tiene que marcarte cuatro goles en 40 minutos, algo que nunca nadie te ha hecho  antes. Y se sufrió, sí. Sin razón, probablemente, pero se sufrió. A pesar del gol de Torres en el primer minuto del partido que afianzaba la eliminatoria, destrozaba el ego de esos anti-todo que despotricaban de la vuelta del muchacho de Fuenlabrada y demostraba que ese tipo, el que sigue conservando la cara de niño, tiene verdadero ángel. Le falta velocidad y fondo pero ha quedado claro que Torres viene a sumar y él lo sabe. Pero ni el 0-1 dio tranquilidad. El Madrid tiró de orgullo para encerrar al Atleti y embestirlo violentamente. Una y otra vez. Jugando muy bien, por mucho que esos analistas de garrafón quieran explicar ahora cualquier victoria del rival como una derrota de su equipo, el Real Madrid. Con el empate en el marcador consiguieron incluso descentrar a la tradicional roca que es el equipo de Simone. Se me ocurren pocos equipos en el mundo que puedan aguantar en pie un asedio como ese, la verdad, pero el Atleti es uno de ellos. Los segundos 45 minutos fueron otra cosa gracias a Dios. Primero el segundo gol del “niño” y después la salida de Turan, pusieron las semillas para construir una segunda parte de ensueño. Jugando en campo contrario, teniendo el balón, entendiendo el partido y compitiendo. Siempre compitiendo.

El Atleti sigue vivo en un torneo que seguramente va a suponer un desgaste letal en otras competiciones. Yo mismo he sido muy crítico con disputar la Copa a tope sabiendo lo que había por delante, pero el Cholo volvió a dar ayer otra lección de fútbol cuando dijo en rueda de prensa que a él le habían enseñado a que seguir en el torneo es siempre mejor que quedarse fuera. Y tiene razón, como siempre. Ahora espera el Barça. Otro hueso duro. Otra batalla terrible. Otro drama. Pero eso es lo que tienen los equipos grandes, que nunca pueden bajar los brazos. Por mucho que desde que el colegiado pitase el final del partido en el Bernabéu todos supiéramos que, con toda seguridad, la Copa del Rey  pasaba a ser considerado un titulo menor por la prensa del monopolio.  

 @enniosotanaz


Veruca Salt

Veruca Salt es uno de los personajes de Charlie y La Fábrica de Chocolate.  Es esa niña odiosa e impertinente que lo quiere todo y lo quiere ya. La que siempre desprecia a los demás y demanda para sí cualquier objeto, juguete o artefacto que pueda tener alguien que no sea ella. Es la que, teniendo las mejores y más caras pelotas del mundo, quiere precisamente aquella con la que juega un sonriente muchacho pobre y de zapatos roídos al que ve jugar desde la ventana de su lujosa mansión. Es la que trata con arrogancia y despecho a su propia familia cuando ésta no es capaz de proporcionarle aquello de lo que repentinamente se ha encaprichado. Es la que teniéndolo todo nunca es feliz con nada. Ayer, escuchando las declaraciones de los jugadores del Real Madrid mientras volvía a casa o asimilando las dolidas interpretaciones de esos analistas de bufanda e insulto fácil que dicen ser periodistas, me acordé de Veruca Salt. Como concepto. No me hagan explicar por qué.

Simeone ha vuelto a ganar al Madrid. Sí, Simeone. Porque este equipo, el Atleti contemporáneo, es un equipo de autor. Reconocible. Es el equipo de Simeone. Y aunque afortunadamente lo de ganar al Madrid no es nada nuevo, esta vez tiene más mérito todavía al hacerlo con el equipo reserva. Hasta 8 jugadores no titulares, algunos de ellos bastante discutidos, conformaban una alineación que derrotó con claridad al mejor equipo de todos los tiempos y de todas las galaxias presentes, futuras, reales e irreales. Personalmente, tal y como había quedado conformada, me parecía bien renunciar al desgaste de la Copa con un equipo de circunstancias pero no esperaba esto. Pero Simeone hace de la necesidad virtud y la ilusión de los nuevos fue más un aliciente que un hándicap. Sumando el efecto sorpresa de la novedad a un excelente trabajo táctico, pudieron desarrollar un partido histórico. Oblak, Gámez, Giménez, Saúl, Lucas y ojo, hasta Fernando Torres, ya pueden decir que han ganado al Real Madrid vestidos de rojiblanco.


El debate del tipo de juego me aburre. Me parece además mentiroso cuando sólo aparece si los focos del detritus mediático están enfocando al Calderón dado que, casualmente, el equipo de “todos” pasa por allí. Los mismos que hoy protestan del patadón del Atleti son los que ayer decían aburrirse con la posesión del balón del Barcelona. Es Veruca Salt cabalgando otra vez a lomos del caballo de la incoherencia. Qué raro. El Atlético de Madrid de esta temporada juega bien al fútbol. Muy bien, diría yo. El problema es que hay que ser muy ingenuo (o muy estúpido) para encarar un partido frente a los Cristiano, Benzema, Bale, Isco, James,… jugando de tú a tú, abriendo el equipo con el manejo del balón y expuestos a un error técnico. Estimados jugadores merengues, analistas con orejeras de burro y demás plañideras, el Atleti no juega así. Vean cualquier otro partido. El Atleti juega así contra el Real Madrid y/o equipos similares. Y hace bien, no se confundan. Hay que ver un poco más de fútbol o al menos asumir que existe vida más allá de esa realidad mediática que han creado ustedes, por y para un único equipo. Pero como no me harán ningún caso les dejo que sigan trabajando concienzudamente,  a destajo, pagando mercenarios si es necesario, para encontrar el dichoso Billete Dorado. Le aviso que tampoco de esa manera conseguirán que Veruca Salt esté contenta. 

@enniosotanaz

Miedo.

Real Madrid 1 - At. Madrid 2

Debían llevarse menos de diez minutos disputados del enésimo derbi que Madrid y Atleti tienen que disputar en Concha Espina a primeras de cambio. Era una jugada sin importancia que ni siquiera recuerdo especialmente. Un ataque madridista que tras algún choque entre jugadores había terminado en nada. Mientras Moyá preparaba la pelota para sacar de puerta, el realizador de televisión ponía su cámara en Godin que hablaba con un Cristiano Ronaldo que le estaba recriminaba algo. En ese momento, como un flash repentino, me acordé de tantos otros partidos similares, hace años, en los que también las cámaras enseñaban las caras de los jugadores en situación similar. Eran otras caras. Las de unos y las de otros. Moyá seguía sin sacar el balón cuando también se me ha pasado por la cabeza aquella frase de Nelson Mandela en la que decía que el valiente no es el que no tiene miedo sino el que es capaz de conquistarlo. Eso es exactamente lo que ha conseguido hacer el Atlético de Madrid de Simeone. Conquistar su miedo hasta dominarlo. La cara de los jugadores del Atleti cuando hace cinco años jugaban un derbi eran la del miedo. La cara del que se siente inferior. Del que asume la derrota a priori. Hoy las cosas son diferentes. Hoy Godin le habla a Cristiano de igual a igual. Sin subirse a ningún pedestal, con los pies en el suelo, pero mirando a la cara. A los ojos. Sabiéndose ganador sin haber ganado todavía. Hoy la cara de Godin es la de Raúl García que es la de su entrenador y que es la mía. Es la cara de alguien que se siente confiado y orgulloso de ser lo que es. Es evidente que además enfrente también lo notan. Las caras de los rivales tampoco son las de antes. Ahora se percibe preocupación. Precaución. Miedo. Pocos segundos después el Atleti marcaba el o-1 y los rasgos se acentuaban todavía más.

El Atlético de Madrid ha vuelto a ganar en el Bernabéu y lo ha vuelto a hacer fiel a su estilo, su espíritu y su línea de trabajo. Con un esfuerzo absolutamente generoso, agarrándose al detalle con la misma fuerza que se agarra a lo obvio y ciñéndose como lapas al plan trazado por un entrenador al que nunca podremos agradecerle suficiente lo que ha conseguido hacer con este equipo. 

El partido comenzó como suelen comenzar los últimos derbis madrileños, con un Madrid dominando el balón sin hacer nada con él y un Atleti perfectamente plantado en el campo para no dejar jugar. Quince metros fuera del área, con Raúl García y Koke ayudando en los laterales y los dos mediocentros atentos a los cruces. No pasaba nada. El partido no tenía ritmo y el Atleti estaba cómodo en el campo. Con ese líquido amniótico en el ambiente apareció un córner a favor colchonero que puso el miedo en el ambiente, en la grada y en los jugadores blancos. Prueba evidente de como han cambiado las cosas. Pero tenían razón. Koke golpeó el balón como los ángeles para mandarlo al mismo sitio donde lo ha mandado un millón de veces antes. En esta ocasión sin embargo, para desgracia del respetable, Miranda dejaba pasar el balón in extremis para que Tiago, que estaba detrás liberado de su marca, rematara fácilmente a puerta. 0-1. El plan seguía su rumbo.

El partido no cambió demasiado tras el gol. Esa extraña afición, que es la afición merengue, siguió en ese sepulcral silencio que con tanto ardor practican y sólo aumentaban el nivel de decibelios para pitar a su propio capitán, un tipo que les ha dado docenas de títulos, que es madridista hasta las cachas y que nunca ha dicho una palabra torcida de su club. Incomprensible, pero sus razones tendrán. El Atleti seguía con su plan pero fallaba algo. Simeone había sorprendido a propios y extraños colocando a Raúl Jiménez como segundo delantero, pero la decisión puede incluso sonar a frivolidad visto lo que el mejicano ha aportado. Nada. Incapaz de llevarse un balón por alto, incapaz de retenerlo, incapaz de combinar con Mandzukic e incapaz de conectar con el centro del campo. Su mala actuación hacía que el Atleti no existiese en ataque. Para mí, acabado el partido, sigue siendo una decisión incomprensible.  

El Madrid seguía siendo inofensivo pero es un equipo letal con espacios y cada vez que el Atleti tenía algún error en la salida (Gabi no ha estado bien) o no era capaz de acabar la jugada, llegaba con mucho peligro. En una de esas ocasiones Cristiano recogió el balón con Koke y Tiago fuera de sitio con lo que, por primera vez, pudo encarar en solitario a Siqueira. Lo hizo. Penalty claro. El propio portugués se encargó de marcarlo. A partir de ese momento el Atleti se descompuso y el Madrid realizó sus mejores minutos. Llegando antes al balón dividido, distribuyendo con criterio, jugando y llegando. Pero desgraciadamente para sus aspiraciones se topó con un Moyá bastante más serio y solvente de lo que muchos, entre los que me incluyo, pensábamos. Gran partido del portero que se asienta de forma muy sólida en la portería, lugar del que va a ser muy difícil que lo quiten. El árbitro pitaba el final de la primera parte con 1-1 en el marcador. 

La segunda parte fue otra cosa. Otra gran obra maestra del Cholo Simeone. Nada más volver de la caseta las cosas volvieron a su cauce, con un Atleti otra vez plantado como una roca y un Real Madrid totalmente desarmado. Pero el Atleti, en contra de lo que mucho enterado suele pregonar, es un equipo que quiere ganar en todos los campos y sabía que para ello había que modificar algo. 

El esquema cambió de forma radical con la entrada al campo de Griezmann y sobre todo del gran Arda Turan. El turco es uno de esos jugadores que cambian la cara, el espíritu y el color de un equipo con su sola presencia. Un jugador diferente, genuino y genial que tenemos la suerte de tenerlo vestido de colchonero. Arda dio pausa, salida, fútbol y picardía. También dio el segundo gol a los colchoneros. Un buen pase de Griezmann a Juanfran tras saque de banda, que el lateral metió al área con criterio y que Raúl García, con un gesto técnico soberbio, dejo pasar bajo las piernas para que el gran Turan metiese el balón en el poste derecho de Casillas. La celebración del gol define a este nuevo Atleti. Sin inmutarse. Sin histrionismo. Con rabia contenida. Con respeto. Dando un golpe de autoridad y orgulloso. No hubo más partido. El Atleti cerró todos los poros ante un Madrid incapaz de jugar y que lejos de recortar el marcador a punto estuvo de recibir el tercero después de un balón largo de Moyá que Griezmann no acertó a marcar en boca de gol.


El Atleti sigue siendo el Atleti. En construcción, con la incertidumbre de incrustar las nuevas caras en el esquema y expectante ante las multiples combinaciones que ahora son posibles en la parte de arriba del equipo, pero sigue siendo el Atleti. Ese equipo que muere en cada partido y que siempre mira a los ojos. Ese equipo que ya podemos decir, sin temor a equivocarnos, que ha conquistado su miedo.

Distopía

At. Madrid 2 - R. Madrid 2

Escojan la distopia que quieran, 1984, Un mundo feliz, Nosotros, Matrix,... cualquiera vale. En todas hay un mundo perfecto con los protagonistas elegidos de antemano, en todas hay una masa complaciente que dice sí, en todas hay apuestos seres a los que venerar y en todas hay un Ministerio de Propaganda que se encarga de pulir, crear y mantener la verdad. Escojan la distopía que quieran sí, porque cualquiera les valdrá para entender como funciona el fútbol español. Un mundo fantástico, perdón, quise decir galáctico, en el que los apuestos protagonistas aparecerán todos los días a todas horas y por todas las vías posibles, siempre siguiendo las directrices del Ministerio de Propaganda y Verdad. Un mundo en el que todos debemos venerar siempre y nada más que al Becerro de Oro. El único. Ese que, según en qué latitud nos encontremos, tiene color blanco o blaugrana. El resto de individuos que compone la masa amorfa, pétrea y prescindible, se dedica a comer alfalfa, aplaudir y disfrutar del espectáculo, reduciendo la actividad cerebral a mínimos sólo alcanzables por algunos protozoos dopados. Sí, sé que me dirán que hay blogs, tipos que viven al margen de la “verdad” e incluso (sí, me dicen que alguien ha visto alguno) periodistas con cerebro e integridad que tratan de combatir desde dentro, con sus pequeñas armas, la gran red mentirosa en la que vivimos, pero creo que todos esos están (estamos) fuera de la ley. Somos insignificantes. No contamos. No salimos en las estadísticas. No existimos. No somos. Por eso cuando en la ecuación perfecta, esa que mueve trillones de trillones de euros, se cuela una anomalía incómoda, compleja y dolorosa, como el Atlético de Madrid del Cholo Simeone, el sistema tiene que hacer todo lo posible por expulsarla. Anularla. Desautorizarla. Humillarla. Ocultarla. En ello está y lo conseguirán, tarde o temprano, pero les cuesta mucho, es evidente, y en el camino uno disfruta con la pelea. Mucho.

El derbi de hoy es un derbi como los de antes. Como los de siempre. Con pelea, emoción, resultado apretado y arbitraje favorable al Real Madrid. Hasta ahí nada nuevo. La nota discordante la pone el hecho de que ese equipo muerto y acabado que, siempre según el Ministerio de Propaganda y Verdad, era el Atleti, pareció tener algo más de fuelle del que se le suponía. Se presentaba el Real Madrid en el Calderón crecido, aupado en los últimos resultados espectaculares y sobre ese trono de equipo insuperable y pluscuamperfecto que con gustó y dedicación habían creado prematuramente los amigos de la prensa, la única. Se permitían el lujo incluso de quitar de la alineación titular al nuevo mejor jugador de todos los continentes y de todos los tiempos: Jesé. El Calderón estaba lleno, el ambiente era espectacular y el tifo quedó precioso, pero todo eso no parecía más que cortinas de atrezzo para el paseo militar del equipo de todos, el Real Madrid, iba a realizar. Cuando en el primer minuto una falta sacada desde la derecha y un error garrafal, que recordaba tiempos pretéritos, hacían que Benzemá pusiese el primer gol en el marcador, las personas de bien respiraron tranquilas. Coser y cantar, se escuchaba en las mesas de redacción. Los ministros del poder se palmeaban entre ellos, los grandes empresarios del mundo chocaban sus copas de Don Perignon y los notarios de la realidad respiraban aliviados. La normalidad de imponía una vez más... no contaban con esa anomalía que viste a rayas rojiblancas. Craso error.

Porque el equipo ese que en su escudo, irónicamente, lleva el emblema de la ciudad de Madrid, tiró de raza, de orgullo y de fútbol para vender cara su derrota. Sí, de fútbol. Repasen el video. El Madrid, fiel a la cuna de su entrenador, tiró de especulación, paró el ritmo y se puso en ese modo de jugar a esperar tan suyo, pero se le fue la mano. O quizá no contaba con un rival encendido y orgulloso que robó el balón y se dispuso a meterlo, por las buenas o las malas, en la portería contraria. A punto estuvo Diego Costa, genial todo el partido, cuando ganando la partida a Sergio Ramos entró en el área para encarar la meta. El sevillano desbordado lo derribó clarísimamente pero el árbitro se acordó entonces de dónde vive, de qué color viste el Becerro de Oro y de quienes son los buenos. Ninguna duda al respecto de si era o no penalti en el propio campo. Vista la repetición tampoco tengo duda de que no fue un error arbitral. Su actitud, su criterio y sus acciones durante todo el partido deja evidencias de por donde van los tiros.

La rabia que supuraba a miles colchoneros, que recordábamos por qué somos de nuestro equipo y no del equipo que estaba jugando enfrente, era la misma rabia de tantas y tantas generaciones de otros colchoneros. Era la rabia de los jugadores que defendían hoy la camiseta y es la rabia por tanto que acompañaba cada jugada a partir de entonces. Cada triangulación. Cada cambio de juego. Mario Suarez seguía perdido y descolocado. Raúl García, que sin rematar sigo pensando que es un jugador intrascendente, tampoco estaba demasiado fino, pero el Atleti era un equipo. Un equipo que jugaba con la cabeza levantada y que miraba de tú a tú al rival. Y que quería ganar. Así que una jugada de Turan pasados los 25 minutos puso justicia en el marcador. Hacía tiempo que sólo había un equipo en el campo. El turco se paseó entonces por la frontal del área, con la delicadeza de los artistas imprevisibles, para abrir el balón a la derecha y dejar a Koke de cara a la portería. El canterano, que ha vuelto a realizar un soberbio partido, pegó al balón sumando la fuerza de todos los que estábamos en la grada para empatar el partido. El Calderón estallaba de júbilo pero los jugadores se abrazaban sólo tímidamente. Parecían querer decirse entre gestos, chicos, nos falta otro gol. Y fueron a por él. Los últimos minutos fueron un vendaval de juego, poderío y ganas por parte de unos colchoneros que encerraron al Real Madrid en su campo. Un Real Madrid que acusó su bajada de ritmo y que para cuando quiso reaccionar, estaba ya metido en la dinámica de un rival que lo superaba. Los de Simeone bordeaban el área constantemente, pero fue en el último minuto cuando vino el gol, con un saque a balón parado que llega a Gabi muy lejos de la portería. El capitán decidió entonces encarar la portería y desde muy lejos lanzar un zapatazo brutal que Diego López no ve salir y que por tanto no puede parar. 2-1. Final de la primera parte. La felicidad.

Había dudas respecto a como encararía la segunda parte el Atleti y si los de Ancelotti serían capaces de volver a ser el equipo de las últimas fechas pero el guión no se movió un átomo. El Atleti volvió intenso, fuerte, guerrero y mandón. El Madrid trataba de cerrarse tácticamente esperando su oportunidad pero durante muchos minutos el Atleti siguió dominando y tuvo sus ocasiones, pero entre el árbitro y el equipo blanco trataron de campear el temporal. La ocasión más clara llegó en la cabeza de Arda tras buena jugada por la derecha de Juanfran, pero Diego López sacó bien un balón que se colaba. Desgraciadamente a falta de 20 minutos, más o menos, el Atleti, que había hecho hasta entonces un esfuerzo físico brutal, se quedó sin fuelle y el Madrid, que es mucho Madrid, las cosas como son, empezó a salir a la superficie. Y tuvieron alguna ocasión que Courtois solventó como en él es habitual. El bajón de los locales era evidente. Algunos miraban al banquillo pero supongo que Simeone volvía la cabeza y no veían nada que pudiera mantener el nivel. Yo tampoco, lo reconozco. La salida de Marcelo (increíble que no fuese de la partida inicial) puso más peligro al ataque merengue pero el Atleti se resistía con rigor sin pasar excesivos problemas. Hasta que llegó un terrible error de Mario Suárez que no acertó a despejar, el balón acabó en el centro del área donde apareció Cristiano Ronaldo para rematar a red. 2-2. El Atleti tuvo una última oportunidad, con un error de la defensa madridista que ni Costa ni Raúl García fueron capaces de acertar a resolver, pero la sensación era de que el Madrid estaba más fuerte y cerca del gol.

Empate que deja sensación de derrota en la grada, lo cual es una estupenda señal, especialmente teniendo en cuenta los últimos años de historia de nuestro equipo y teniendo presente el lugar de dónde venimos, pero que técnicamente deberíamos entender como algo positivo. Seguimos a 3 puntos de la cabeza y tenemos ganado el gol average con el Real Madrid. Así que en contra del Ministerio, de sus voceros, de las galaxias, de los galácticos y demás mentiras, seguimos soñando. Pese a quién pese. Partido a partido.


Evidencias y bailes regionales

At. Madrid 0 - R. Madrid 2

Cuando hace un semana el señor que iba vestido de colegiado pitó en final del partido con un reluciente 3-0 en el marcador para delicia de periodistas, empresarios y todas esas personas que glosan las estadísticas fundamentales de este país, servidor, que no pertenece a ninguna de las categorías anteriores, olvidó por completo el Campeonato de España (Copa del Rey) de la temporada 2013-2014. Ipso facto. Sin posibilidad de recuperación. Pasaba a ser un torneo, como el resto de torneos futbolísticos en los que está Barça o Madrid pero  no está el Atleti, que no me merece el menor interés. Por razones obvias, además. Pero el rodillo mediático compuesto por horas y horas de televisión, de radio, millones de megas en internet y toneladas de ese papel que se estropea para describir estupideces, siempre alrededor del Real Madrid, necesitaba que la llama no se apagase. Que siguiese viva hasta el siguiente partido del siglo para que su producción diaria de alfalfa no se viese mermada. Pero un servidor hace lustros que no comulga con todo ese mundo imaginario. Me da absolutamente igual lo que digan. Sus cuitas y demonios. La eliminatoria estaba resuelta y el Real Madrid había sido mejor. Lo sabíamos todos. Desde Simeone a los periodistas. Desde el colegio de árbitros (que por fin podían relajarse) hasta ese ser divino con poderes de protagonista de cómic de la DC llamado Florentino Pérez. Desde el Mono Burgos hasta el que esto escribe.

Lo siento por todos aquellos colchoneros que cayeron burdamente en la trampa de la remontada y ese pastiche prefabricado por el mercado sobre leyendas y momentos espectaculares. Era todo mentira. Más falso que una tertulia de TikiTaka o una columna de Manolete. Y no seré yo quien reniegue del romanticismo en el fútbol o de las empresas imposibles, Dios me libre, pero hay cosas que se caen sobre su propio peso. Esta era una de ellas. Meterle cuatro goles al Madrid sin que además el rival marque es una empresa imposible para casi cualquier equipo del mundo. Mucho más para un equipo con la décima parte de presupuesto como el Atlético de Madrid, incluso en su mejor momento. Mucho más para el Atlético de Madrid sin estar en su mejor momento. Y mucho más para el Atlético de Madrid jugando con los reservas. Decía ya en la previa que si de mí dependiese no hubiese gastado una sola partícula de energía en el partido de vuelta de la copa y muchos colchoneros, por los que siento admiración, no lo entendieron. Apelaban a la épica y al socorrido “dejarse los huevos en el campo”. Lo entiendo, pero a mí no me salía. Me parecía un esfuerzo vano y artificial que podría traer muchas desventajas y ningún beneficio. Me temo que a Simeone, que ya hizo algo parecido el año pasado en la Europa League, le pasaba lo mismo. Y fíjate, mientras lo del año pasado no lo entendí, lo este año lo entiendo perfectamente.

Cuando camino del Calderón vi la alineación que saltaba al césped, me quede más tranquilo. Las posibilidades de pasarlo mal en el campo, por estar a punto de conseguir lo imposible, se reducían con  cada nombre: Aranzubía, Insúa, Cebolla, Sosa, Raúl García,… Pero es que cuando el balón echó a rodar se disiparon por completo. El Madrid, dispuesto a no sufrir, se colocó bien en el campo y se puso a marear el balón mientras el Atleti se estrechaba cerca de su área corriendo detrás de la pelota sin demasiada fe. Tardando mucho en robar el balón (por falta de intensidad y por mala colocación) pero haciendo el ridículo cada vez que ocurría. Y es que meter tres goles sin delanteros es francamente complicado. Porque Raúl García es rematador (y poco más) pero no es delantero. Ni tiene movimientos, ni tiene picardía, ni tiene velocidad. Si encima el balón se lo tiene que dar Cebolla o Sosa (cada día más indolente y menos jugador) la misión se antoja imposible. Diego como si no hubiese salido. A los pocos minutos Mario Suárez, un jugador muy interesante cuando está en forma pero muy peligroso cuando no lo está (y no suele estarlo), perdió el balón de forma infantil en la zona crítica lo que provoca que Cristiano Ronaldo coja el balón en su lugar favorito y en las mejores condiciones posibles. El pobre Manquillo, que todo lo que tiene de superlativo en ataque lo tiene de déficit en defensa, intentó parar al portugués corriendo como el mercancías, con tan poco tino, que arroyó al morador de la galaxia por el camino. Él propio astro de todos los astros convirtió el 0-1, deleitándonos posteriormente con una de esas celebraciones tan plásticas y que tan bien concuerdan con el señorío de la institución a la que representa. Minutos después, con un lanzamiento al palo de Raúl García entre medias en el único lance decente del equipo en toda la primera parte, el encargado de hacer una demostración de cómo no se defiende fue el otro lateral, Insúa, que decidió zancadillear a Bale y sus millones, cometiendo otro penalti igual de claro y absurdo que el anterior. El astro de todos los astros volvió a marcar y a ofrecernos al planeta tierra otro de sus bailes regionales. 0-2. No habían pasado ni quince minutos.

El roto podría haber sido de escándalo pero el Real Madrid decidió tirar de pragmatismo, no entrar en guerrillas, bajar el ritmo y dejar correr el tiempo. Yo, sinceramente, lo agradecí desde la grada. El Atleti aparecía inofensivo e incapaz ni siquiera de conseguir tirar a puerta. La segunda parte tuvo otro color, con un Atleti con algo más de mordiente y mucho más incisivo pero tampoco consiguió despeinar a los de blanco, que se dedicaban simplemente a pasarse el balón en zonas libres de peligro. Hubo alguna llegada (especialmente destacable la mano que Casillas saca para sacar un tiro de Sosa en lo que fue la mejor jugada del partido) pero todo cae fundamentalmente en la zona de la anécdota.

No quiero acabar esta crónica con un sentimiento pesimista. No lo tengo. Igual que hace dos meses, sigo pensando que es un puto milagro que el Atleti esté donde está. Compitiendo en la élite, tocando las narices a los que antes ni nos dirigían la mirada y llamando a puertas que normalmente veíamos por televisión. Nos elimina el Real Madrid en semifinales y no el Albacete en primera ronda. No perdamos la perspectiva. No caigamos en la trampa del rodillo mediático y apliquemos a los de Simeone las reglas que se utilizan para equipos, como el Real Madrid, que con lo que han costado dos de los jugadores que normalmente están en su banquillo se puede arreglar el presupuesto anual del Atleti. Seamos honestos a diferencia de “nuestros” periodistas. Seamos humildes a diferencia de nuestros rivales. Miremos adelante y por supuesto, nunca dejemos de soñar, porque no tenemos razones para dejar de hacerlo.





PD. El lanzamiento del puñetero mechero es lamentable. Cualquier multa o sanción que le apliquen al autor de esa cobardía me parecerá poca. Cualquier intento de asociación de ese hecho concreto con la afición del Atlético de Madrid me parecerá torticero y repugnante.

Control de Calidad

Real Madrid 3 - At. Madrid 0

Cuando después de la segunda guerra mundial japoneses y estadounidenses idearon las reglas de los sistema de calidad y de lo que después se denominaría Calidad Total, lo hicieron reparando en cosas en las que anteriormente nadie había reparado. Por ejemplo no solamente se limitaron a procedimentar los procesos repitiendo mecanismos seguros, como forma de evitar errores, sino que enfocaron sus esfuerzos a prevenir actividades erróneas en lugar de a corregirlas. Pero también aplicaron métodos estadísticos para analizar los sistemas y concluyeron que aun reduciendo los motivos de error, ajustando los procedimientos y aplicando todos los mecanismos posibles, estadísticamente el error aparece periódicamente. El reto estaba por tanto en ampliar lo más posible la frecuencia de ese error. El Club Atlético de Madrid es una maquina que funciona como un reloj. Lo digo yo y lo dice la prensa internacional. Es evidente, además. Sabe a lo que juega, tiene los movimientos automatizados conoce sus armas, reduce sus defectos y es generoso en la disciplina. Pero también es víctima de los rigores de la estadística, especialmente teniendo en cuenta que es una máquina compuesta por seres humanos, por lo que periódicamente tiene que fallar. Tenía que fallar. El problema es que lo ha hecho hoy, en el peor momento y el peor escenario posibles.

Como ustedes comprenderán fácilmente, no tengo el ánimo como para darme a la lírica recreándome con gracia en lo que ha sido el partido de hoy, pero es que sinceramente tampoco creo que merezca demasiado la pena. Objetivamente ha sido un partido horrible, trabado y feo, en el que apenas ha existido fútbol. Pero es verdad que otras veces, cuando hemos ganado, eso no nos ha importado. Podemos también ponernos a buscar errores tácticos, buscar culpables o analizar las causas de la debacle que ha sufrido el equipo de Simeone pero yo lo veo más como un colapso general, un fallo en cadena, que como otra cosa. El partido en teoría comenzó como se esperaba, con el Madrid teniendo el balón y el Atleti compacto esperando fuera de su área. De hecho la cosa pintaba mejor, con esa línea de tres cuartos, con Turan y Diego, que a priori prometía mejor trato del balón que otras veces. Tuvimos incluso un atisbo de ilusión durante los primeros diez minutos en los que el Madrid dominaba pero el Atleti salía con criterio de su campo. Nada. Un espejismo. Enseguida el Madrid se quedó con el balón y el Atleti, sin defender bien, robaba el esférico muy atrás (cuando lo robaba), rifándolo después en seguida. Los cuatro de arriba estaban inéditos mientras Koke y Gabi no acertaban a controlar el centro del campo. En un partido muy trabado, el Real Madrid puso más intensidad que su rival y ahí empezó a ganarlo. Algo verdaderamente insólito. Es probablemente la primera vez que un equipo le gana claramente el partido en intensidad al Atleti en la era Simeone, pero hoy ha ocurrido. Preocupante. El Atleti no era capaz de sacar el balón, perdía todos los rechaces y llegaba tarde a todos los balones divididos. Sin embargo el Atleti ha pasado por episodios parecidos en momentos puntuales de otros partidos sin que ocurriese nada. La diferencia, lo que no apareció en esos momentos puntuales otras veces y hoy sí, es un elemento novedoso: la mala suerte. Y mala suerte fue por ejemplo el primer gol. Un disparó de esa desgracia para el fútbol llamada Pepe que rebota en la pierna de Insúa para despistar a Courtois y meterse en la portería.

El 1-o hizo que el Madrid creciese en confianza mientras el Atleti se escondía poco a poco, deshaciéndose por momentos. Realmente no hubo más ocasiones hasta el final de la primera parte pero la iniciativa fue siempre del Madrid. El Atleti se limitaba a arrastrarse por el césped sin dar la sensación de poder reaccionar. La afición colchonera confiaba que el descanso surtiese efecto en las tropas rojiblancas pero nada más lejos de la realidad. Diego dejaba su lugar al Cebolla, pero el uruguayo volvió a demostrar que ni es ni va a ser nunca titular en este equipo. Su impetu inicial se perdió según avanzaba el partido hasta desaparecer. Como siempre. Su aportación, como casi siempre también, fue nula. Sin Diego y con Raúl García haciendo de Raúl García (intrascendente en todo lo que no sea rematar a puerta) la única esperanza estaba en Arda, que lo intentaba en solitario pero que lógicamente era incapaz. El Madrid seguía con la misma intensidad y el mismo guión que en la primera parte y a base de tocar y jugar cerca del área Atlética (y gracias a la inexistente presión colchonera) consiguieron hacer la mejor jugada del partido, que además supuso el segundo gol. Gran pase de Di Maria a la espalda de los centrales que es aprovechada por Jesé, el nuevo mejor jugador de toda la Vía Láctea para la prensa objetiva, esa que es capaz de pedir la extradición y el garrote vil para cualquier indocumentado que se atreva a expulsar a Cristiano Ronaldo, batiese a un Courtois que tampoco estuvo demasiado acertado.

El gol terminó de hundir a un Atleti desconocido y perezoso que empezó a mostrar carencias, deficiencias y errores que hacía más de un año que no aparecían. ¿Fruto de la desesperación? Espero que sea eso. Ese momento oscuro que estadísticamente tiene que aparecer en algún momento y que apareció hoy. Entró Adrián en el campo pero su concurso lejos de pasar inadvertido, que hubiese sido lo mejor, resultó vital cuando cumplida casi la media hora de la segunda parte decidió perder un balón absurdo en zona de peligro que aprovechó Di Maria para encarar a Courtois y tirar a puerta. Con tan mala suerte (otra vez) para los de Simeone que el balón pegó en el pie de Godin para meterse de nuevo en la red. 3-o. Demasiado castigo para lo visto en el campo, quizá, pero eso es algo irrelevante. La eliminatoria estaba ya perdida. El último cuarto de hora fue un suplicio. Una pesadilla. El horror.


Es cierto que el Real Madrid llega 3 veces a puerta y mete tres goles. Es cierto que el Real Madrid tiene mucha suerte en dos de sus tres goles y que el Atleti la tiene muy mala cuando Turan remata a las manos de Casillas en la primera parte y sobre todo cuando Modric saca un balón a Godin en la línea de gol en un remate de cabeza de la segunda parte, pero la realidad es que el Real Madrid fue siempre mejor. Ganó en intensidad y siempre quiso ganar el partido. Algo que no se puede decir de su rival. No hay más. El Atleti nunca apareció. Fue probablemente el peor partido de Simeone desde que gracias a Dios está en ese banquillo y pagamos las consecuencias. Olvidémonos de las Copa del Rey. Empecemos a pensar en las otras dos competiciones. 

Rehabilitación

Real Madrid 0 - At. Madrid 1

No sé si llegará algún día en el que sea capaz de disfrutar del derbi como si de un partido de fútbol se tratase. Es más, no sé si llegara el día en el que simplemente sea capaz de disfrutar esos 90 minutos. Hoy por hoy no ocurre. Desconozco si hace muchos años era distinto pero la verdad es que no lo recuerdo. Nací colchonero rodeado de colchoneros y si eso es algo que marca para encarar la vida lo es todavía más para encarar un partido contra el eterno rival. Ese que representa tu antítesis. Todo lo que no quieres ser. Desde que me alimentaba con leche materna el Real Madrid ha sido la representación en color blanco, camiseta y pantalones cortos, de todo aquello que nunca debería servir de referencia para construir mi personalidad. No digo que el Madrid sea eso (sería otro debate que hoy no procede) sino que es lo que para mí representaba. El eterno ganador que juega con las cartas marcadas. El arrogante cacique que reparte desprecio a su paso. El caprichoso niño mimado que a base de dinero consigue los juguetes que le gustan, simplemente para que no los tenga el otro niño. Desde entonces los derbis, para mí, nunca han sido partidos normales. Siempre fueron motivo de nervios y de una tensión insana que provocaba sensaciones dispares, pero también, durante mucho tiempo, eran fechas esperadas y deseadas, que se marcaban en el calendario de forma especial. Pero eso se acabó desgraciadamente hace aproximadamente quince años. A partir de entonces lo derbis pasaron a ser un problema y empezaron a llegar disfrazados siempre de pesadilla insoportable. De dolor. De vergüenza. Un partido se puede ganar o perder, lo sabemos. Sabemos también que cuando la diferencia entre presupuestos crece de forma exponencial las posibilidades de ganar son cada vez menores. Lo sé, pero ese nunca fue el problema. El drama venía en forma de ese sucedáneo de Atlético de Madrid, vulgar y mediocre, que durante años se arrastró por los campos de Dios y en concreto por el Santiago Bernabéu. Un equipo de jugadores asustados, devorados por el miedo y que se sabían perdidos de antemano. Durante esos años hubo goles anulados, penaltis raros y suerte del rival, claro. Siempre lo ha habido. Pero no se trata de eso y nunca pudieron servir de excusa cuando faltaba lo fundamental: el Atlético de Madrid. El equipo orgulloso que nunca arruga el rictus, tenga el rival que tenga delante. El equipo capaz de mirar a los ojos a cualquiera. El que muere en el campo y se siente dolido en la derrota. Pero el equipo que de verdad representa a la idea que sus aficionados tienen, nunca estuvo. Uno veía la cara de aquellos jugadores y veía el pavor. El sufrimiento de no querer estar allí. El respeto cobarde trasformado en derrota. Muchas noches me sentí humillado entonces y puedo asegurar que lo de menos era haber perdido un partido de fútbol. Sé que no soy el único.

Todo eso se ha acabado. Hace unas horas el Atleti, el de verdad, el del oso y el madroño, el que molesta, el que ya no cae simpático, ha derrotado al Real Madrid en su estadio y lo ha hecho siendo mejor. Perdonando la oportunidad de hacer sangre en un rival con dudas. Aun así, lo de menos es otra vez el resultado. La verdadera alegría es comprobar que mi equipo, como sospechábamos, ha vuelto. Hemos podido comprobar que cualquier jugador del Atlético de Madrid mira hoy a la cara a cualquier jugador rival de cualquier equipo del mundo. Cualquiera. Con respeto pero sin miedo. Orgulloso de vestir la camiseta que viste. Hoy vimos, otra vez y en el escenario más difícil, que el Atlético de Madrid es un equipo. Un equipo compacto y maravilloso que constituye la depurada obra magna de un tipo argentino llamado Diego Pablo Simeone. Gracias Cholo por rehabilitarnos para la vida. Gracias Cholo por resucitar a mi equipo. El tuyo.

Pasadas las 22:00 el partido comenzó sin sorpresas, con un cuadro colchonero instalado en una franja de 30 metros situada por delante de su área. Enfrente un Real Madrid que colecciona dudas, modificaba su centro del campo y aportaba más músculo para contrarrestar el poderío del rival en esa zona. Buen síntoma eso de que el Real Madrid modifique su esquema cuando se enfrenta al Atleti. Los blancos tenían una pelota que no sabían qué hacer con ella mientras los rojiblancos plantaban su sistema de aguas movedizas por el que nadie puede pasar. Hasta ahí, lo normal. Lo que parecía que sería el guión del partido, en consonancia con lo que ocurrió en la final de la Copa del Rey, dejo de serlo muy rápido. Pasados los primeros minutos de empuje, el Atleti empezó no sólo a robar el balón sino a tenerlo. No sólo a tenerlo sino a moverlo rápido y con criterio. Ya desde entonces aparecieron los protagonistas del partido. Tiago, soberbio en la posición de mediocentro, cortando y sacando con criterio y haciéndonos tirar de los pelos porque un jugador así haya llegado tan tarde al Atleti. Arda, dando clase, fútbol e imaginación a esa zona del campo en la que otros equipos se pierden y sobre todo Koke y Diego Costa. El primero siendo otra vez más el crack de este equipo. Roba, corre y cierra pero es que también piensa y juega. Y juega muy bien. Un tesoro que algunos intuíamos y que poco a poco deja de ser un secreto. El segundo un jugador que ha roto todos los límites. Al esforzado compañero que siempre lo dejaba todo en el campo se le ha sumado ahora un gran rematador (está en números de Messi), un punta magnífico (él solo es capaz de fijar a toda la defensa) y un excelente segundo punta (se pasa la vida tirando desmarques y abriendo el partido). Si Koke fue el cerebro, Diego Costa fue la estrella del partido. Y ellos dos, junto con Filipe Luis que robó el balón a un despistado Di Maria, fueron los protagonistas del único gol. Un genial pase del canterano a la espalda de la defensa, que Costa resuelve perfectamente delante del portero.

El gol lejos de espolear al Madrid lo dejó sonado. Aparecieron los primeros pitos, el aficionado madridista siempre tan fiel, mientras el equipo se estrellaba una y otra vez con la tupida defensa rival. Las ayudas de los interiores colcheros y el buen hacer de los mediocentros hacían que ni Cristiano Ronaldo, ni Isco ni Di María pudiesen correr, tocar o entrar en juego. Benzema directamente se escondía detrás de los centrales. El Madrid bombeaba balones como único recurso. Alguno pensó entonces en los miles de millones de euros que había en el campo y se echó a temblar. Pero no servían pero nada. El Atleti seguía con su plan letal. El Madrid tenía la posesión pero era lenta, inútil, fofa y sin peligro. Cuando el Atleti recuperaba el balón, el juego era sin embargo, vertical y peligroso. Pudo haber sentenciado el partido en la primera parte, sobre todo con una llegada desde atrás de Tiago, completamente solo, a la salida de un córner, pero no ocurrió y el Madrid se marchó vivo al descanso.

Acelotti puso más millones en el campo con Modric y Bale pero fue absurdo. El croata, como había ocurrido con Illarramendi, fue incapaz de construir o trazar algo de juego en la salida del balón. Más lamentable fue lo de Bale, el muchacho de los 100 millones de euros, que se perdió en la banda derecha como un canterano con ganas pero sin criterio. No es un tema de mi incumbencia pero jamás entenderé como el Real Madrid puso tanto empeño en fichar a un jugador que juega de… Cristiano Ronaldo. La única posición verdaderamente indiscutible en los merengues. En fin, ellos sabrán. La realidad es que el partido siguió por los mismos derroteros: balones a la olla de los blancos, llegadas letales de los colchoneros. Especialmente doloroso fue un contrataque que marra Diego Costa tras un mal control, cuando encaraba en solitario a Diego López. Un segundo gol que hubiese servido para no sufrir los últimos minutos. En ese momento apareció el cansancio en las filas del Cholo (que no hizo cambios hasta el minuto 85) y también el orgullo blanco que a base de fe consiguió, por fin, meter al Atleti en su área. Aun así, quitando el remate en tijereta (¿por qué ahora todo el mundo dice chilena?) de un Morata que había salido aclamado por su parroquia, estuvo más cerca el 0-2 con otra soberbia jugada de Koke que recortando en el área como sólo los maestros saben hacer, colocó después el balón en el larguero. No hubo tiempo de más.

Victoria colchonera que asesina definitivamente los fantasmas del pasado, que generará dudas y miedo en los rivales, que nos deja en cabeza de la liga, que consigue el mejor arranque de la historia colchonera y que, lo más importante, nos devuelve por fin a nuestro equipo. El que nos representa. Del que nos sentimos orgullosos independientemente del resultado. En la liga o en la copa o encuentro internacional, como bien reza nuestro himno.