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¡Un abrazo!

Escuchando el Himno

At. Madrid 2 - Málaga 1

Nadie dijo que fuese fácil. Viendo los fríos números que se desprenden una aséptica tabla clasificatoria puede dar la sensación de que todos los participantes son iguales pero no lo son. El Barça no es lo mismo que el Atleti de la misma forma que el Atleti no es lo mismo que el Levante. No lo tienen igual de fácil. Es tangible y evidente. Por eso durante años he reclamado para mi equipo un discurso coherente con lo que era y quería ser pero eso, por supuesto, pasaba por no apoltronarse en estadios que no le correspondían. El negativo influjo de una dirección oscurantista y mentirosa unido al concurso de entrenadores marioneta, mediocres y confusos, hacía que la institución se sintiese cómoda en escenarios débiles y acomodaticios en los que no encajaba. Los advenedizos del nuevo estatus se columpiaban en la bandera de la simpleza y argumentaban que Madrid y Barça estaban en otra galaxia que no nos correspondía. Podrían tener su parte de razón pero obviaban que la vida, gracias a Dios, es una suerte de paleta multicolor de muchos matices. No sólo existen dos galaxias y si aquel mundo estratosférico quedaba lejos, mucho más lejos debería de quedar el espacio del miedo y la mediocridad en el que al parecer teníamos que echar raíces. No señores, no. El espacio del Atleti es este que tienen delante de sus narices. Peleando cada partido. Muriendo en el césped. Jugando. Ganando. Perdiendo sólo cuando el rival es mejor que tú. Disputando la cabeza con los poderosos a la espera de que un ligero traspiés en la maquinaria galáctica permita e todo el colchonerismo meterse hasta el tuétano. El lugar del Atleti es el del orgullo, la emoción y el poderío de saberse único. Como bien dice el propio himno: peleando como el mejor. Ni más, ni menos. 

Venía uno de aburrirse viendo en un bar los ecos de esa guerra de los mundos en la que han convertido el archicansino Barça-Madrid cuando se topó con un Vicente Calderón vestido de rojo y blanco. No estaba lleno (¿Cuánto hace que no se llena el estadio?) pero el ambiente era fabuloso. Lo fue todavía más cuando comenzó el partido con ese plus, marca de la casa, con el que el equipo sale en los partidos importantes desde que está Simeone en el banquillo. Un Atleti mandón y arrollador que se hacía con la pelota y el dominio sin dejar que el rival ni siquiera apareciese. Sobre el campo aparecía la novedad de Emre, la enésima apuesta de un cholo que cada partido consigue incorporar un nuevo jugador a la lista de jugadores disponibles para el equipo titular. El turco aceptó la apuesta y la ganó. Cómodo en un centro del campo minado con Gabi y sobre todo un Mario Suárez que cada día que pasa es mejor jugador, el turco demostró a la grada que es un jugador todavía muy aprovechable. Sumidos en la euforia Mario roba un balón cerca del área, con gran gesto técnico lleva el balón a la izquierda, Emre mete un balón cruzado al área con maestría y por allí aparece el de siempre, Falcao, para poner el 1-0. Partidazo. El mejor Atleti frente a un Málaga que no existía. 

El gol hizo sin embargo que los madrileños cambiasen de marcha y adoptasen esa formación alternativa en la que el equipo espera en el centro del campo y desactiva al rival sin balón. A estas alturas de liga la fórmula podrá ser discutible pero es la de Simeone y le ha funcionado. Los andaluces se quedaron con el balón, pero más por despecho del rival que por convicción propia. Un equipo malagueño que resultó decepcionante en el Calderón. Bien plantado, correoso, junto y difícil de doblegar pero que renunció a su personalidad desde el primer minuto. Mal Pellegrini que completó su mala actuación con una rueda de prensa post partido indigna de uno de los mejores entrenadores de la liga. Pero el Málaga es un gran equipo que ha demostrado saber jugar al fútbol así que en su mejor jugada del partido, un buen contrataque vertical que pilla al Atleti descolocado, llevó el balón a la banda izquierda para que, imitando el gol de los colchoneros poco antes, Santa Cruz rematase de cabeza en boca de gol e hiciese el empate terminando el primer tiempo. 

La segunda parte siguió por los mismos derroteros con un Málaga cómodo en su papel reservón y un Atleti sobre excitado e impreciso. A todo ello colaboró la nefasta actuación de Pérez Lasa. Si querer buscar conspiraciones en la sombra resulta inquietante ver como el colegiado trató por todos los medios de desestabilizar el juego colchonero. Constantes paros de juego, infinitas faltas en ataque a Falcao cada vez que saltaba, demasiadas faltas en contra al borde del área de Courtois. Preocupante. Simeone trató de dar continuidad al juego metiendo a Raúl García y al Cebolla pero no era posible. El Málaga se cerraba con criterio esperando la contra y el Atleti no era capaz de perforar la primera línea rival de contención. 

Pero el Atleti de Simeone es muy emocional y dónde no lleva la táctica llega el corazón. Según se acercaba el final se veía a un once colchonero inyectado en sangre y con la única idea en la cabeza de ganar. En ocasiones dejando hueco atrás, haciéndose vulnerable y sin recurrir al especulativo argumento de que el empate nos dejaba en la misma posición de privilegio en la que estábamos antes del partido. Pero no. Este equipo tiene una idea clara y la tienen todos y cada uno de sus miembros. Así a base de empuje, casta, pundonor y todas esas cosas que son tan del gusto del aficionado pero que no valen de nada si no están acompañadas de criterio y fútbol, el equipo fue metiendo a un decepcionante Málaga en su área. Y ocurrió lo que tenía que ocurrir. Una melé en el área pequeña, una ensalada de piernas movidas por la emoción y gol. El estadio, que para entonces era una olla a presión, soltó la válvula de seguridad y se desató la euforia. El banquillo celebraba el gol con más intensidad que mis compañeros de grada en una comunión con el escudo y la historia que asusta a propios y extraños. 

Seguimos arriba. Los periodistas se sienten cada vez más incómodos con que el “simpático” Atleti esté en esas posiciones que “no le corresponde” y no saben qué hacer. Reír o llorar. Si patético resultó escuchar la pataleta de Pellegrini más patético resultó escuchar los “análisis” de esos periodistas de trinchera crecidos en el odio y espectáculo circense. Aunque resulte desagradable ver toda esa cohorte de mamporreros del régimen retorcerse de picor y aunque sé que soy consciente que la campaña de acoso y derribo no ha hecho más que comenzar, esa es precisamente la mejor prueba de que las cosas se están haciendo bien. ¿Hay ruido fuera? Bien, me dispongo a cerrar las ventanas que tengo mucho trabajo por hacer.

La teoría del ascensor

At. Madrid 1 - Viktoria Plzen 0

Hay varios experimentos que circulan por Youtube en los que se puede observar. Un tipo anónimo entra en un ascensor en el que ya existe un grupo de personas, todas ellas mirando hacia la puerta, e indefectiblemente, en la inmensa mayoría de los casos, el tipo anónimo se coloca también mirando a la puerta. Así actuamos los humanos. Cualquiera de ustedes que siga esta humilde bitácora conocerá mi reticencia a eso que genéricamente se denomina rotaciones. No creo en ello y entiendo que jugadores de elite bien preparados no deberían necesitar jugar la mitad de los partidos que teóricamente deben disputar pero soy consciente de que estoy en franca minoría. Aun así, creo entender el objetivo de Simeone y quiero asumir que está más relacionado con ese concepto de equipo que tan buenos resultados nos está dando que con otra cosa. La idea de implicar a todo el grupo y hacerlo partícipe de una misma empresa. El equipo. Pero en ocasiones hacer esto es complicado y apelo a la teoría del ascensor para explicarme. Si el Cholo mete a Kader en el once titular del Atleti, ese que nos ha situado en la segunda posición de la liga sin perder un solo partido, lo peor que puede pasar es que Kader no destaque en el aspecto positivo pero es raro que destaque en el negativo. Entra en una dinámica clara y sólida. Es un tipo que entra en un ascensor con todo el mundo mirando a la puerta. El problema es cuando entra en un ascensor en el que cada uno de los que están dentro mira a un sitio diferente o mirando todos en la misma dirección, no están seguros de ellos y al menor contratiempo surgen las dudas. Para mí, eso es lo que ha pasado en el partido contra el Viktoria. Eso es también lo que ha pasado tantas veces en los últimos años. ¿Por qué ese jugador se salía en el Mallorca o en el Osasuna y aquí es tan malo? Pues porque en Mallorca y Osasuna formaba parte de una engranaje bien armado y aquí estaba en un artefacto sin definir. Porque allí entraba en un ascensor en el que todos miraban a la puerta y aquí no. Afortunadamente las cosas ahora son de otra manera. 

El Atleti saltó al campo sin un solo titular indiscutible, en un estadio semi vacío y frente a un rival ultra-desconocido que no tenía nada que perder. Mal escenario para realizar una buena faena. Tampoco ayudó, en mi opinión, ese 4-4-2 que el Cholo se sacó de la manga. Un sistema caduco que resta dinamismo y penaliza la versatilidad de los jugadores. Tras unos primeros minutos de tanteo y sucedáneo de furia el partido tomó los derroteros del sopor. El Atleti plano, lento y espeso. El Viktoria incapaz y demasiado preocupado por ocupar los espacios. Los casi-titulares (Adrián, Cebolla o Gabi) se perdían en batallas personales que no iban a ningún sitio mientras el resto no eran capaces de encontrar referencias sólidas. No sabían a dónde tenían que mirar dentro del ascensor. Sopor. Nada más que añadir a una primera parte que borraré de mi memoria en cuanto acabe de escribir esto. 

Tenía muchas ganas de ver a Emre, un jugador que hace diez años me parecía un crack y que me tenía confundido al no contar con minutos en este Atleti. Ayer vi la razón. Sobresaliente en técnica, renqueante tácticamente y muy flojo en lo físico. Su despliegue técnico se desarrollaba en zona franca y donde no ocurre nada. A la hora de entrar en terreno hostil aparecían las carencias. Tiene personalidad y hechuras de jugador importante pero me genera dudas en un partido de máxima exigencia física y táctica. Ahora entiendo mejor a Simeone. La sorpresa vino donde menos lo esperaba. En un Pulido al que ve muy sobrio y seguro. Bien es verdad que el rival era de poca exigencia pero eso no es culpa del jugador.

La segunda parte fue diferente simplemente con cambiar el esquema al clásico 4-2-3-1 con Koke en la media punta y Adrián volcado a la banda. Sin alardes y sin que se viese nada verdaderamente notable, el equipo se hizo con el balón y la amenaza se sentía constante. Los cambios posteriores no modificaron demasiado el escenario y aunque la sensación era de que el gol podía llegar en cualquier momento lo que la grada notaba era en realidad el paso de los minutos. Según se acercaba el final Raúl García dispuso de un par de ocasiones para haber definido el partido pero el navarro, otra vez llegando muy bien desde atrás, falló en el remate en ambas ocasiones. Con el tiempo concluido los aficionados en la grada sentíamos la humedad del Manzanares y el mal gusto de un empate con el que no contábamos. Fue entonces cuando apareció el Cebolla. Recogió el balón a 40 metros de la portería, levanto la cabeza y envió un misil que se coló por el lado izquierdo del portero checo. Golazo del uruguayo que provocó el delirio de jugadores, cuerpo técnico y afición, que da tres golosos puntos, que espanta fantasmas, que evita cenizos y que en cierto modo ponía justicia a lo acontecido en el partido. 

6 de 6 en la Europa League y jugando con el equipo B. Además, el resultado deja claro que el Atleti de Simeone tiene flor. Esa suerte que viene cuando hace falta y que caracteriza a los equipos grandes. El entrenador del Viktoria decía en la previa que todos sabían que equipo se clasificaría primero de su grupo y que sus legítimas aspiraciones se centraban en la segunda plaza. En este nuevo Atleti ha cambiado hasta el discurso de unos rivales que ahora si nos respetan. Qué nadie toque nada, por favor.