Ni cenizo ni aplaudidor.
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Valencia 1 - At. Madrid 1
El oficio de
periodista, a veces, no es más que una especie de arte que anticipa lo que va a
ocurrir… pero una vez que ya ha ocurrido. Análisis que se realizan como si se
partiera de las mismas circunstancias del que se ha equivocado pero que se
realizan siempre a toro pasado. En esa zanja caemos también los aficionados cuando, una vez terminado el partido, encontramos siempre explicaciones lógicas y
evidentes para todo lo que ha ocurrido. Todo esto no es malo, en esencia, si sirve para abrir debates interesantes y enriquecedores, pero el drama aparece cuando el análisis
huye del debate sosegado o matizable y la paleta de colores se reduce
básicamente a dos extremos supuestamente antagónicos. Sumidos como estamos en
una sociedad que navega a toda la velocidad hacia la simpleza y la vulgaridad,
en lo que todo tiene que ser rápido, visual y divertido o no ser, en la que
pensar es de tristes y dudar de cobardes, en la que todo lo que se explique con
más de 140 caracteres está destinado a la basura, esa sociedad podrida que
aparece dominada por políticos que jamás reconocen un error, ni suyo ni de su
partido ni ahora ni nunca, es fácil entender que el virus de la simpleza barata
se extienda también a todos los rincones. También a la pequeña familia
colchonera en la que, por supuesto, todo se tiene que dividir en posturas también
antagónicas y categóricas en las que no pueden existir matices. Gilista o
antigilista. Cholista o anti-cholista. O se es cenizo y profeta del apocalipsis
que está a punto de ocurrir o se aprietan las filas en torno a un símbolo
ficticio sin posibilidad alguna de crítica. Cualquier desliz sobre las férreas
directrices que marca el partido le harán a uno ser automáticamente expulsado
del paraíso para ser lanzado al enemigo. El Atleti ha empatado a uno en
Mestalla en el partido de ida de la eliminatoria de Copa del Rey en un mal partido
de los colchoneros, probablemente el peor en lo que va de liga. Si siguen
leyendo se toparán con críticas al equipo que más o menos intentan ser razonadas (igual que otras veces habrán leído en
el mismo sitio encendidos elogios). Puede que no sean acertadas y puede que estén o no de acuerdo. Les invito a que discrepen pero si su
interés principal es únicamente descubrir si el que escribe es cenizo o aplaudidor o si su
religión les impide salirse de la disciplina de partido, les sugiero que no
sigan leyendo y así todos nos ahorraremos el disgusto.
El partido de ida
de los octavos del Campeonato de España era un partido complicado ya a priori
por varios motivos. A vuela pluma se me ocurre por ejemplo un Barça que vendrá
al Calderón en unos días, un Valencia especialmente motivado por el cambio de
entrenador y la necesidad de unos jugadores señalados de agarrarse al último clavo ardiendo que les queda
en la temporada o un evidente bajón físico en algunos jugadores colchoneros
(Koke, Filipe Luis, Arda,…). Seguro que hay todavía más. Simeone, consciente de
lo exigente de una temporada en la que el aficionado, mal acostumbrado, ha
elevado el nivel de exigencia por encima probablemente de las posibilidades,
decidió hacer cambios esenciales en el once titular reservando piezas de la
columna vertebral para empresas mayores, pero el experimento no salió bien.
Quizá sea demasiado pronto para aventurarse a decir que el tan cacareado fondo
de armario que nos habían vendido no es tal pero yo, a día de hoy, tiendo a
pensar que es exactamente así. El Valencia salió muy bien al campo. Con ganas
de tener el balón y dominar pero sobre todo con un nivel de intensidad muy
superior al colchonero. Creo que a partir de ahora debemos acostumbrarnos a que
los rivales nos jueguen con ese nivel de exigencia porque es la única manera de
meterle mano al actual Atleti pero ese no es el problema. El problema es que el
Atleti de Mestalla, por alguna razón, no
fue tan intenso y con tanta personalidad como estamos acostumbrados. Jugó
siempre a merced del rival, bien es verdad que fue un rival que apenas tiró a
puerta en toda la primera mitad, y eso es algo a lo que no estamos
acostumbrados. Para mí la clave estuvo en dos puntos. Por un la lado el flojo
mediocentro que llegaba siempre tarde a la presión y que obligaba a tener que
defender muy atrás. En especial un Guilavogui que no termina de convencerme. Sé que en algunos foros se dice que destacó en la
primera parte. No es mi caso. El francés me pareció lento con el balón, falto
de recursos con un rival exigente, flojo tácticamente, apareciendo muchas veces
descolocado y tendente a meterse entre los centrales en lugar de tapar la zona
de creación rival. Gabi trataba de compensar el déficit de su compañero pero
lejos de conseguirlo abandonó muchas veces
su posición natural y también dejó de ser la punta de lanza de la defensa del equipo. A
este defecto táctico hay que sumarle la incapacidad para retener el balón y la
nula creación. Con Gabi tapado y Guilavogui siendo incapaz de desmarcarse para
recibir y tocar hacia línea de tres cuartos, la defensa tuvo que abusar, más de
lo que normal, del pelotazo. Si a eso se le une una línea de tres cuartos aletargada
con Koke exhausto (apenas entró en juego en labores de creación), Raúl Garcia (que
es muy buen llegador pero muy flojo a la hora de construir, conectar líneas o
dar el último pase) y un Adrián que está incluso peor que Villa (la falta de
confianza del asturiano es alarmante), la realidad es que el Atleti no existió
en ataque. Apenas un par de buenos contrataques cocinados desde muy atrás y con
muy pocos efectivos. Pero lo cierto es que el fogonazo inicial del Valencia se
moderó pasados 20 minutos y el Atleti fue capaz de controlar con tranquilidad el
ataque rival gracias sobre todo a la pareja de centrales y en especial a un sobresaliente
Alderweireld
La segunda parte
comenzó igual que lo había hecho la primera, con un Valencia desatado y un
Atleti encogido y especulativo. Mal pintaba la cosa cuando pasado un cuarto de
hora Arda salió por un Guilavogui. El equipo, metido en esa dinámica de
dedicarse exclusivamente a defender muy cerca de su área, no cambió demasiado pero
sí logró quitarse la presión y tener algo más de balón. Y así llegó el gol
colchonero. No por mérito de los de Simeone sino por demérito de los de Pizzi.
En especial de su portero, Guaita, que en un rechace garrafal le dejó el balón
en la cabeza de Raúl García para que el navarro hiciera el primero. El gol hizo
que el Valencia tirara de orgullo (buen síntoma de los che) y el Atleti
recurriese a ese modo especulativo que hacía tiempo que no veíamos (mal síntoma
de los nuestros). Las salidas de Feghouli, Canales y Piatti (para mí tres
grandes jugadores) abrieron mucho el ataque valencianista que empezó dominar de
cabo a rabo a un Atleti que ya básicamente se dedicaba exclusivamente al
achique de agua. Es en ese momento, el último cuarto de hora, (y no antes como
algún eufórico hooligan pretende ver) fue cuando el Valencia pudo hacer una
escabechina. No ocurrió porque en la portería estaba San
Courtois. No sé el dinero que ahora mismo quedará en las espoleadas arcas
colchoneras pero si de mí dependiese debería ir destinado a comprar a ese pedazo
de portero. Un jugador excelente, ejemplar y para muchos años. El belga hizo al
menos tres paradas antológicas que en circunstancias normales hubiesen sido probablemente
gol. Con el tiempo concluido el Atleti seguía ganando, quizá de forma injusta,
pero el equipo levantino seguía percutiendo y así, a base de tesón y fútbol,
obtuvo su recompensa cuando Helder Postiga metía en la red un balón mal
rematado por Feghouli.
Atendiendo al
resultado, sin ver el partido, el 1-1 es un buen resultado. A los colchoneros
nos queda sin embargo esa sensación de derrota porque estamos acostumbrados a
ganar, por como fue el partido (el Atleti no existió) y porque el empate llegó
cuando pasaban tres minutos del tiempo reglamentario. Pero el empate, insisto,
es un buen resultado. El Valencia tiene que ganar o empatar a más de dos goles
en el Calderón, algo que este año todavía no ha conseguido nadie. Este equipo
tiene mucho crédito y por tanto hay que ser optimistas. Yo lo soy.