Muchas gracias a todos los que os habéis pasado por aquí durante todos estos años.

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¡Un abrazo!

Adiós asesino


Real Betis 2 - At. Madrid 2

Hace un montón de años, no recuerdo ni en qué año ni si era una Eurocopa o una Copa del Mundo, estaba viendo en la televisión un partido internacional con un montón de personas. Eran semifinales y Alemania se jugaba la final frente a otro equipo que tampoco recuerdo. Lo que si recuerdo de aquel día, aparte de que los germanos ganaron, es la salida de los jugadores del campo. Acababan de ganarse la clasificación para la final y aquellos jugadores de tez curtida apenas lo celebraban. Se bajaron las medias hasta los tobillos, se saludaron con frialdad y se fueron al vestuario. Alguien que estaba por allí destacó aquello en lo que yo también había reparado diciendo: “Sólo les preocupa ganar el torneo y por eso no lo celebran. Eso es mentalidad ganadora”.

Entonces no lo entendí bien pero con el tiempo aprendí no sólo lo que aquella persona quería decir sino que además tenía razón. Hay equipos que independientemente de los jugadores que saquen, si son buenos o malos, salen siempre con el convencimiento de que son superiores y de que tienen que ganar de la misma forma que hay equipos a lo que les ocurre todo lo contrario. El Atlético de Madrid de los últimos 20 años ha sufrido en este sentido un evidente proceso de regresión que lo hace un equipo asustadizo, frágil desde el punto de vista psicológico y al que siempre asalta la duda de si deberían mirar arriba o abajo. Ese es el sutil éxito de una directiva, la de MA Gil, que independientemente de sus hazañas financieras y tejemanejes políticos es una pésima directiva de fútbol. Incapaz de entender el equipo que dirige, alérgico al fútbol en su esencia, ajeno a la historia y empeñado en transformar la realidad social del equipo que heredó en una suerte de compradores de palomitas saladas. La dirección de MA Gil ha creado un equipo desquiciado. Aturdido. Perdido en su esencia. Un equipo al que obligan a pensar en pequeño manejando presupuesto de grande.

Para mí esa es la explicación de lo que ha pasado hoy. Un partido que comenzó de forma soberbia, con un Atlético de Madrid bien plantado, sólido y mandón que se imponía desde el principio a un Betis que no sentía por ningún sitio la necesidad del resultado. Los madrileños adelantando la defensa, presionando con diligencia y jugando en campo contrario. Los sevillanos tratando de usar con mimo el balón pero sin la velocidad ni verticalidad necesaria. El Atleti era dueño del partido y Salvio su principal puntal entrando como quería por la banda derecha. Falcao tuvo un par de ocasiones nada fáciles y Adrián se perdía siempre en el último regate o en tiros mal seleccionados como ese a puerta vacía que saca el meta rival con el pie. Los colchoneros merecían ir ganando ya al descanso pero la falta de pegada hacía que no fuese así.

Pero la segunda parte comenzó de la misma manera y hasta con un punto mayor de profundidad que hizo desaparecer a los béticos del campo. Simeone retiraba del campo a Diego, algo tocado desde el jueves, dejando sitio a Koke y el canterano aprovechaba para abrir el marcador. Pase de Tiago, soberbia dejada de Falcao con la cabeza y Koke que empala para hacer el primero. En otras ocasiones esto tan simple, ir por delante en el marcador, era motivo para arrancar la arquetípica especulación que tanto disgustos nos ha dado pero hoy no. El equipo siguió inicialmente manteniendo los mismos ejes que le habían traído hasta ese lugar  y de esa manera empezaron a llegar jugadas clarísimas. El Atleti podría haber parecido entonces ese equipo letal y asesino que debería ser pero no era así. No había instinto. No había sensación. Adiós asesino. Las ocasiones llegaban, si, pero los delanteros atléticos se dedicaban a fallarlas con tranquilidad e insultante desparpajo. Daba la sensación de que el Atleti se sentía sobrado, relajado, falto de tensión. Entonces el Betis aprovechó para romper el partido. Ofreció un partido desquiciado de ida y vuelta y los cochoneros entraron al trapo. Inocentes. El equipo se rompió los espacios se abrieron...y el Betis empató. Faltaban diez minutos. Parecía increíble que un partido cuyo resultado más justo hubiese sido un 0-4 estuviese empatado. Pero más increíble fue cuando un par de minutos después los andaluces aprovechaban la pájara madrileña y la empanada de Courtois para ponerse por delante. La falta de ambición, la falta de oficio, la incapacidad manifiesta para cerrar un partido que estaba ganado hacía que se perdieran los tres puntos. O no, porque en esos escasos minutos de descuento si se pudo ver algo de orgullo, coraje, compromiso o como se le quiera llamar. El Atleti se fue a la desesperada arriba y en el último córner del partido, con el portero en la línea de remate, Falcao hacía el gol del definitivo empate que no aliviaba más que la honra.

El mito de jugar la Champions no está matemáticamente imposible pero si muy complicado. Un mito que en ningún momento ha merecido el equipo y que sería un éxito tan suculento como injusto. El Atleti que vimos hasta el gol era un buen modelo en el que creer. Un buen cimiento sobre el que construir. Para ello hace falta que lo que ocurrió después, esa galopante falta de instinto asesino, se destierre de jugadores y aficionados durante el próximo verano. El Atleti debe ser un equipo que mira siempre hacía la cima, por muy lejos que esa cima esté. Un equipo que cuando gana fuera de casa se saluda, se baja las medias y se va al vestuario sabiendo que no ha hecho más que lo que tenía que hacer. Un equipo que entiendo que entrar en puestos de Champions es lo menos que puede ofrecer a su público. Un equipo digno de llamarse Atlético de Madrid. 

The Pernice Brothers - Goodbye, Killer


¡Vamos chicos!

Valencia 0 - At. Madrid 1

Siento una gran lástima por la gente a la que no le gusta el fútbol. En realidad siento una gran lástima por esa gran cantidad de gente que no es capar de sentir pasión por nada, ni siquiera por el fútbol. No es cuestión de ponerse a teorizar, aquí y ahora, sobre la vida y sus circunstancias pero uno está plenamente convencido de que esa tibieza de la gente para con sus sentimientos está más relacionada con la pereza y el miedo que con cualquier otra cosa. Sentir pasión verdadera, desnudarte emocionalmente, agarrarte a una idea con ardor enfermizo tiene el riesgo de toparte con un muro de realidad o de falsedad o de decepción que hace mucho daño. Tanto como alta sea tu apuesta inicial. Este miedo a la decepción es lo que, para mí, hace que la gran mayoría de humanos prefieran tomarse la vida de otra manera. Lo respeto pero siento lástima por ellos. Asumiendo esto de la vida de una forma tan saludable evitará desde luego que pasen el día de nervios que yo he pasado antes de la semifinal o que pasaré dentro de dos semanas en la gran final de Bucarest pero a la vez me temo que evitarán del mismo modo sentir lo que es vivir. Sentir a flor de piel. Mascar, degustar y tragar la felicidad verdadera. Esa que no sabes de dónde viene. Esa que no se puede explicar ni repetir. Esa que es imposible comprar con dinero.

A las 7:00 de la mañana del 26 de Abril de 2012 (109 años después de que unos estudiantes vascos decidieran crear un club de fútbol en la capital que no tuviese nada que ver ni en forma ni en modos con un Madrid FC que ya adoctrinaba por entonces que sus genuinas artes) el que esto escribe mandaba a su cuenta de Twiter el siguiente mensaje: “¿Qué hago ahora yo hasta las 21:05?”. No era broma. No era gracioso. No era un intento de hacer un chiste ingenioso. Era la cruel realidad. Horas y horas de nervios contenidos. Horas y horas de vivir en un mundo el que tenía que hacer una cosa pero mi cabeza estaba en otro sitio. Horas y horas de no querer hablar de fútbol, ni ver noticias, ni dejar que cualquier cosa relacionada con la semifinal entrase en mi cabeza. No es una sensación agradable, pero es una sensación única. Es sobre todo el billete de entrada ese lugar escogido al que sólo acceden los que sienten la felicidad en su estado más puro e intangible.

A las 21:05, en la soledad del salón de mi alcoba (el resto de inquilinos decidieron no tentar a la suerte de esa alimaña que llevo dentro en momentos de nervios), adopté la posición oficial en el sillón de la suerte de mi casa (pies tocando el suelo, dedo pulgar izquierdo dentro de la mano derecha, etc…) y así me mantuve los 45 minutos que duró la primera parte. También los segundos. En los primeros compases las sensaciones eran buenas independientemente de la velocidad a la que mi corazón bombeaba la sangre. Alineación decente y jugando en campo contrario. Falsa percepción. Emery, ese personaje ridículo en el transcurso de un partido y que hace de la especulación en el fútbol un presunto arte, decidió ayer jugar al fútbol demostrando a sus aficionados (y a mí) que también sabe hacerlo. Aupado por el espíritu de la remontada y el ambiente de Mestalla pero también en una alienación valiente y arriesgada así como una disposición táctica brillante, el equipo valenciano se hizo dueño y señor del partido comiéndose a un Atlético serio y compacto pero aturdido. Los rojiblancos se echaron demasiado atrás, perdieron el balón (no sé con cuanto porcentaje de voluntariedad) y nuestra línea de peloteros (Adrián, Arda, Diego y Falcao) sufrió mucho haciendo lo que peor saben hacer: defender. Los levantinos elevaban la presión al máximo, abrían el campo con los laterales, equilibraban el medio centro dejando libertad de movimientos a sus jugadores de creación (especialmente Canales) para llegar con facilidad, velocidad y criterio a la frontal del área. El acoso era constante y la sensación de gol también. Nunca se sabe lo que hubiese podido pasar si el Valencia hubiera marcado en esos minutos de agobio pero no pintaba bien la cosa. Sin embargo estaba Godin (hoy si, soberbio), Miranda y sobre todo un Courtois que a modo de epifanía ha utilizado esta semifinal para eliminar el miedo que se le quedó incrustado en la piel durante el derbi.
La segunda parte fue otra cosa. Con Gabi sustituyendo a un Mario Suárez que nunca estuvo a la altura de las circunstancias el equipo siguió replegado pero más lejos de su área. El centro del campo empezó a no ser la autopista de la primera parte y encima llegó la desgraciada lesión de Canales. El cántabro fue hasta ese momento el mejor del partido y la clave táctica que revolucionó al Valencia pero ese giro de rodilla tiene una pinta penosa. Espero de corazón que no sea lo que todos creemos y pueda seguir jugando al fútbol como lo hace.
Con el equipo che algo desubicado tras la lesión y Mathieu buscando su sitio en el campo el Atleti sale de la cueva con el balón en los pies de Diego que mete un buen pase a lateral del área dónde aparece Adrian. Muy alejado del área y esquinado entiende rápido la falta de efectivos rojiblancos cercanos y decide empalar el balón para meterlo por la escuadra. El gol, independientemente de su significado, es una maravilla. Una obra de arte. Un gol que abre los ojos de esa estirpe de periodistas que únicamente sabe chapotear en el fango mediático del Madrid-Barça y que también caen rendidos ante la calidad superlativa del asturiano.
Fin del partido. Fin de la eliminatoria. ¡¡A la final!! Lo único reseñable tras el gol fue la absurda tangana que se formó en el área atlética tras una duda del árbitro respecto a un posible penalti que no fue y que impedirá a Tiago jugar la final por expulsión directa. Cuestionable la actitud del portugués que sin embargo creo que está siendo exagerada. Lo que realmente eché de menos no fue una lucidez de Tiago, complicada a todas luces en esas circunstancias, sino alguien con liderazgo en el campo capaz de coger a Tiago, llevárselo en seguida de la tangana y cortar el circo.
Y ahora la final. El único partido del campeonato en el que me da igual como se juegue. Yo en esto (también) soy de Luis Aragonés cuando dice que las finales no se juegan. Se ganan.
¡Vamos chicos!

The Boo Radleys – C’mon Kids