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¡Un abrazo!

¿Conservador? (At. Madrid - Valencia)

Decía un escritor estadounidense conocido como Elbert Hubbard que un tipo conservador es alguien demasiado cobarde para luchar y demasiado gordo para huir. ¿Imaginan de quien podría estar hablando? La cobardía debería ser algo a erradicar en un mundo como el del fútbol cuya labor básica para con la humanidad es la de generar ilusión, diversión y alegría. Lejos de ocurrir algo así, lamentablemente la cobardía disfrazada de aparente elección táctica parece hacerse cada vez más fuerte. Ayer, ganando al Valencia y quedándonos terceros en la clasificación, salí del campo indignado, sin ilusión y aburrido. ¿Qué sentido tiene entonces ir al fútbol?

El mundo del fútbol volvió a demostrar también ayer su natural injusticia a través de unos números crueles pulidos por la suerte (y más cosas) que destituyen verdaderos entrenadores y enaltecen a soberbios aprendices de calienta banquillos. Víctor Fernandez, un tipo que además de honestidad o buenas formas destila fútbol por todos sus poros y que intentan siempre el que sus equipos jueguen al deporte que les paga, es destituido con las lágrimas en los ojos de sus dirigentes porque los números no acompañan. Javier Aguirre, un tipo del que ya he dicho más de lo que debería haber dicho y que él mismo reconoce que en su casa no ve fútbol porque le cansa, se acostaba ayer como tercer clasificado en la liga española con las lágrimas de los mismos aficionados del equipo al que entrena tras ver por enésima vez a lo que juega su equipo (a pesar de los números).

Javier Aguirre, o el personaje Javier Aguirre entrenador de fútbol, es un cobarde. Es un cobarde porque a pesar de manejar un plantilla conformada con el tercer presupuesto del país (abalada además por el curriculum de sus integrantes y el coste de sus fichas) y de entrenar a un equipo apoyado por una numerosa afición acostumbrada a cosas grandes en el pasado y ansiosa por recuperar el sitio que le corresponde en este circo, se esconde miserablemente en las armas, el discurso, la retórica y los hechos que podría utilizar el Getafe y que paradójicamente no utiliza. Es un cobarde porque su planteamiento del fútbol se basa en que el protagonista de los partidos es SIEMPRE el equipo contrario cuando la mayoría de las veces simplemente su sueldo de entrenador podría pagar el de la mitad de la plantilla rival (muchas veces incluso el de la plantilla completa). Es un cobarde porque SIEMPRE que nuestro equipo se adelanta en el marcador (el 80% de las veces esta temporada, por cierto) rompe el partido, coloca al equipo en su área y se pone a defender el gol con recursos que generalmente lindan con las reglas de este deporte, como si nuestro equipo no fuese merecedor del resultado o como si no tuviésemos la capacidad de ganar los partidos simplemente siendo mejor que el rival.

Javier Aguirre está por otro lado demasiado gordo para huir. Tiene uno de los mejores sueldos entre los entrenadores europeos de equipos de elite (del resto de equipos ni hablamos) y entrena a un club de una dimensión de la que nunca había disfrutado y de la que no creo que vuelva a disfrutar tras el ansiado día en que desaparezca de aquí. Su futuro está abocado a equipos del montón o a equipos supuestamente grandes pero en temporada muy baja, tanto que desesperados por su situación estén dispuestos a sacrificar el espectáculo y lo que sea por salir del infierno.

La prensa, esos tipos soberbios y poco preparados que siguen el fútbol a través de los resúmenes del Estudio Estadio (y así les va), ríen las gracias del mejicano, ignoran consecuentemente a nuestro equipo suponiendo unilateralmente no sólo que no hay nada bueno que decir sino que no hay nadie al que le interese el Atlético de Madrid, y se limitan a decir que Javier Aguirre es un tipo conservador.

El partido de ayer es el enésimo ejemplo de lo que el Atlético de Madrid pretende ser con un tipo que ha sustituido la dirección deportiva por el despotismo iletrado, que apuesta por el lavado de cerebro, la anulación de la personalidad, las coces permanente a la institución, el miedo a todo, el aburrimiento como garantía de éxito, la asunción de que el aficionado es imbécil a la par que prescindible, la certeza de que para un jugador es más importante ser dócil y estúpido que buen jugador o tener personalidad, que la posición natural del atlético de Madrid es la mitad de la tabla y todo lo que esté por encima de eso es un éxito rotundo, que el centro del campo es parte de la defensa en el fútbol moderno, que por definición hay que maltratar a los buenos jugadores, que la creación de juego es una pérdida de tiempo en el fútbol moderno, que en el fútbol moderno sólo el delantero centro puede tocar el balón en el centro del campo, que los señores que juegan en la selección brasileña o cualquiera de los que no juegan en la selección pero lo hacen como brasileños en mil equipos repartidos por toda Europa deben ser Bielorrusos si los mejores brasileños que ha encontrado nuestra dirección técnica son Eller y Cléber Santana, que los partidos sólo deben durar hasta que cualquier equipo mete un gol, que los jugadores titulares lo son independientemente de cómo entrenen o de cómo estén jugando y sobre todo que el balón es algo accesorio e inútil en el fútbol moderno.

Del partido contra el Valencia no se puede decir nada aparte de que ganamos por un pírrico gol de suerte, que antes de ese gol el equipo funcionaba y controlaba al equipo rival pero que tras ese gol se dedicó a dejar pasar el tiempo y defender. Estoy ya harto de no poder hablar nunca de fútbol.